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  • ‘Jehová me ha tratado recompensadoramente’

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  • ‘Jehová me ha tratado recompensadoramente’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1985
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1985
w85 1/3 págs. 24-31

‘Jehová me ha tratado recompensadoramente’

Según lo relató Karl F. Klein

¡CUÁNTAS bendiciones trae el conocer y servir a Jehová! Al recordar el pasado, me siento como David, quien dijo: “Cantaré a Jehová, porque me ha tratado recompensadoramente” (Salmo 13:6). ¡Él verdaderamente lo ha hecho! Por ejemplo, tengo el privilegio de ser parte del personal de la central de los testigos de Jehová, y he visto crecer esta familia de unos 150 a más de 3.000 miembros. ¡Qué bendición ha sido esto!

Sin embargo, aun antes que yo aprendiera la verdad, Dios me trataba recompensadoramente. Mi madre no solo era muy sumisa y abnegada, sino que también citaba siempre de textos bíblicos al amonestarnos o corregirnos a nosotros, sus hijos. Permítame relatarle algo acerca de aquellos primeros días.

Comenzamos a andar en la verdad

Supe de la verdad bíblica por primera vez allá en la primavera de 1917, cuando hallé una hoja suelta donde se anunciaba un discurso sobre el tema del infierno. Este tema me interesaba profundamente, pues parecía que yo siempre estaba haciendo lo que no debía, y por eso me preocupaba muchísimo en cuanto a ir a un infierno ardiente después de morir. Cuando mostré la hoja suelta a mi madre, ella me animó a que fuera, y dijo: “No te va a perjudicar, y pudiera beneficiarte”.

Ted, uno de mis hermanos menores, fue conmigo a oír el discurso patrocinado por los Estudiantes de la Biblia, como se conocía en aquellos días a los testigos de Jehová. Mediante las Escrituras y la lógica, el orador mostró de manera muy eficaz que la Biblia no enseñaba que hubiera un infierno ardiente. Todo me pareció tan razonable que al llegar a casa exclamé: “¡Mamá, no hay ningún infierno, y yo lo sé!”. Ella concordó conmigo y añadió que el único “infierno” estaba aquí en la Tierra, puesto que ella misma había sufrido mucho.

Se había anunciado otro discurso para el siguiente domingo por la tarde, pero nadie había hablado con nosotros, que éramos unos muchachitos de 11 y 10 años de edad respectivamente. Después de haber asistido a la escuela dominical y a la iglesia aquella mañana, jugamos con otros muchachos del vecindario. Pero todo pareció salir mal aquella tarde. Al reflexionar sobre la experiencia recompensadora de la semana anterior, me dije a mí mismo: “Karl, Dios está tratando de decirte que tú no deberías querer divertirte, sino que deberías ir a escuchar otro de esos excelentes discursos bíblicos”. Así que Ted y yo volvimos a ir, y esta vez los Estudiantes de la Biblia nos hablaron y nos instaron a que regresáramos el próximo domingo. Concordamos en hacerlo, y hemos estado asistiendo a las reuniones cristianas desde entonces. Al recordar ahora el pasado, se me hace fácil ver cómo, en muchísimas ocasiones, me pegó Jehová en los nudillos, por decirlo, cuando estaba haciendo algo que no debería estar haciendo. Tenía que aprender que en la vida nunca se trata de esto Y aquello, sino de esto O aquello.

Todo eso pasó en Blue Island, un suburbio de Chicago, Illinois, E.U.A. (Nací muy enfermizo, en el sudoeste de Alemania, y, cuando yo tenía cinco años de edad, mi familia emigró a los Estados Unidos y con el tiempo se estableció en aquel pueblo.) Allí los Estudiantes de la Biblia celebraban también estudios basados en el libro Tabernacle Shadows a mediados de semana. Empecé inmediatamente a asistir a esos estudios y los hallé muy interesantes, especialmente debido a que el conductor usaba un modelo del Tabernáculo para explicar todo lo que se estaba considerando. No obstante, pasó algún tiempo antes que me diera cuenta de que tenía que escoger entre estas reuniones y las de la Iglesia Metodista, en la que hacía solo poco tiempo se me había confirmado.

Puesto que yo era solo un muchacho y mis padres eran bastante pobres, los Estudiantes de la Biblia me proporcionaron generosamente todas las ayudas bíblicas que necesitaba. ¡Cuánto me regocijé al enterarme de la verdad acerca del alma, la Trinidad, el Reinado Milenario de Cristo, y así por el estilo! Dentro de poco estuve participando alegremente en la distribución del Bible Students Monthly y el Kingdom News. Para la primavera de 1918 tuve el privilegio de consagrarme, como se llamaba en aquel entonces la dedicación, y bautizarme. Esto no presentó ningún problema para mí en casa, ya que mi madre se estaba interesando en lo que yo estaba aprendiendo, y mi padre, que había sido predicador metodista por 20 años, estaba viajando mucho en aquel entonces. Solía regresar a casa tres o cuatro veces al año, y se quedaba tan solo unos cuantos días.

Una prueba de amor fraternal

En aquellos días se nos decía: ‘Si usted quiere permanecer en la verdad, lea los siete tomos de Studies in the Scriptures por completo cada año’. Claro, yo quería permanecer en la verdad, y por eso leía sumisamente aquellos tomos por completo cada año hasta que llegué a Betel. Esto equivalía a leer diez páginas al día, algo de lo cual disfrutaba mucho, pues tenía una sed insaciable de adquirir conocimiento.

Poco después de mi bautismo en 1918, fue puesta a prueba mi lealtad a otros Estudiantes de la Biblia. La I Guerra Mundial estaba haciendo estragos, y aunque los hermanos más prominentes habían sido encarcelados injustamente por la cuestión de la guerra, los que en aquel tiempo llevaban la delantera no comprendían plenamente la necesidad de mantener la neutralidad cristiana. Unos cuantos que veían el asunto claramente se ofendieron, se separaron de los Estudiantes de la Biblia y adoptaron el nombre “Standfasters” (los que se mantienen firmes). Me advirtieron que si permanecía con los Estudiantes de la Biblia, perdería la oportunidad de formar parte del “rebaño pequeño” de seguidores ungidos de Jesús (Lucas 12:32). Mi madre, aunque todavía no se había dedicado, me ayudó a tomar la decisión correcta. Yo no podía ver cómo podía dejar a los que me habían enseñado tanto, y por eso decidí arriesgarme con mis hermanos, Estudiantes de la Biblia. Ésta realmente fue una prueba de lealtad. Desde entonces he observado muchas pruebas de lealtad parecidas a aquélla. Cuando se cometen errores, parece que los que no son completamente leales de corazón se valen de ellos como pretexto para abandonar la obra. (Compárese con Salmo 119:165.)

Algo que me animó muchísimo en mis esfuerzos por servir a Jehová fue la asamblea que los Estudiantes de la Biblia celebraron en Cedar Point en 1922. Allí oímos a J. F. Rutherford (quien entonces era presidente de la Sociedad Watch Tower) pronunciar la conmovedora llamada: “Anuncien, anuncien, anuncien, al Rey y su reino”. Aunque desde el principio yo había participado en varias formas de testificación, fue durante aquella asamblea cuando por primera vez fui de casa en casa, ofreciendo literatura bíblica por una contribución. ¡Eso me pareció muy difícil!

Por eso no volví a participar en esa obra de testificar de casa en casa sino hasta la asamblea de Columbus, Ohio, en 1924. Después de aquello hubo siquiera una persona que participaba en esta actividad con regularidad en nuestra congregación de la localidad. Desde entonces he llegado a entender lo vital que es dicho ministerio, no solo para predicar las buenas nuevas del Reino, sino también para fortalecer la propia fe de uno y cultivar todos los demás frutos del espíritu (Gálatas 5:22, 23). No cabe duda: El participar con regularidad en el ministerio del campo es una actividad remuneradora en más de una manera.

“¡De la tierra de Betel no me he de mover!”

En aquellos días los arreglos dentro de la congregación eran algo diferentes de los de hoy día. Mientras aún era adolescente, me eligieron para ser anciano; conducía el Estudio de Libro de Congregación, hacía arreglos para que nos visitaran conferenciantes de Chicago y me aseguraba de que dichos discursos públicos se anunciaran tanto en el periódico de la localidad como por medio de hojas sueltas. Después de la asamblea de 1924, celebrada en Columbus, Ohio, vi claramente la manera de solicitar para servir en la central mundial del pueblo de Jehová. Hacía mucho tiempo que yo había deseado de todo corazón servir en Betel, pero un cambio repentino en las circunstancias de mi hogar hizo parecer que ésa no era la voluntad de Jehová respecto a mí. Sin embargo, aquélla solo fue una situación temporal, pues yo sí entré en Betel el 23 de marzo de 1925.

Mi gozo era tan grande que, al escribir a mi familia, parafraseé la canción “Dixie” (canción del sur de los Estados Unidos) como sigue: “¡De la tierra de Betel no me he de mover; he de vivir y morir en la tierra de Betel!”. Después de 59 años, todavía me siento igual respecto a Betel. De paso, parece apropiado hacer un comentario sobre cómo me ha tratado Jehová una y otra vez. Solo después de haberme resignado a no tener algo que deseaba grandemente si no parecía ser la voluntad de Dios llegaba a tenerlo. Esto me recordaba la prueba a que fue sometido Abrahán, cuando tuvo que demostrar si estaba dispuesto a sacrificar el hijo ‘a quien amaba tanto’. (Génesis 22:2.)

En el servicio de Betel, mi primera asignación fue trabajar en la sala de composición de la fábrica de la Sociedad, localizada en el 18 de la calle Concord, Brooklyn, Nueva York. Dentro de poco me transfirieron al sótano para que ayudara a manejar la única rotativa de la Sociedad, que en aquel entonces llamábamos afectuosamente “The Old Battleship” (el viejo acorazado). La utilizábamos para imprimir millones de tratados. Y en aquel entonces cada una de nuestras dos revistas tenía una tirada de 30.000 ejemplares. Hoy, para cada número de La Atalaya la tirada media es de 10.200.000 ejemplares, y 8.900.000 ejemplares en el caso de ¡Despertad!

De muchacho yo había recibido clases por dos años para aprender a tocar el violín. Por eso, al llegar a Betel, me ofrecí de voluntario para tocar en la orquesta, la cual ensayaba dos noches semanalmente y tocaba los domingos por la mañana en la estación de radio de la Sociedad, WBBR. Al enterarme de que necesitaban un violoncelista, compré un violoncelo y empecé a tomar clases de músicaa. Para 1927, diez de nosotros recibimos la invitación de tocar de tiempo completo para la estación que la Sociedad tenía en Staten Island. Aquello fue el principio de mis privilegios musicales, los cuales han continuado durante los años subsiguientes.

“¡Karl, cuidado!”

¡Cuánto disfrutaba de la música! El poder dedicar todo mi tiempo a ella era ciertamente remunerador. Mientras serví en Staten Island, tuve también el raro privilegio de llegar a conocer mejor a J. F. Rutherford, que en aquel entonces era el presidente de la Sociedad Watch Tower. Pude conocerlo mejor porque él pasaba la mitad de cada semana allí, ya que el ambiente tranquilo era más favorable para escribir... ¡y cuánto escribió!

El hermano Rutherford fue como un padre amoroso y comprensivo para mí, aunque repetidas veces tuvo que reprenderme por quebrantar alguna regla. Recuerdo especialmente una ocasión en que tuvo que reprenderme severamente. La próxima vez que me vio, dijo con voz alegre: “¡Qué tal, Karl!”. Pero debido a que aún me sentía lastimado, simplemente lo saludé entre dientes. A esto él contestó: “¡Karl, cuidado! ¡El Diablo quiere entramparte!”. Me sentí avergonzado, y contesté: “Oh, no pasa nada, hermano Rutherford”. Pero él sabía que no era cierto, de modo que repitió la advertencia: “Está bien. Sólo ten cuidado. El Diablo quiere entramparte”. ¡Cuánta razón tenía él! Cuando guardamos rencor a un hermano, especialmente por decir algo que tiene el derecho de decir en cumplimiento de sus deberes, nos exponemos a las trampas del Diablo. (Efesios 4:25-27.)

En cierta ocasión, debido a algún malentendido, se informó incorrectamente al hermano Rutherford que yo había hecho un comentario muy crítico sobre él. No obstante, en vez de indignarse, él dijo: “Bueno, Karl habla mucho, y dice cosas sin querer”. ¡Qué excelente ejemplo para todos nosotros, en caso de que oigamos a alguien decir cosas poco halagüeñas acerca de nosotros! Sí, el hermano Rutherford era magnánimo y muy comprensivo. Resultó serlo para conmigo por una parte, al hacer excepciones en mi caso repetidas veces, cuando circunstancias fuera de lo común parecían justificar el que lo hiciera, y por otra parte, al pedir perdón en más de una ocasión cuando irreflexivamente me había lastimadob. Pudiera añadirse que las oraciones que el hermano Rutherford hacía durante la adoración matutina también contribuyeron a que él se granjeara mis simpatías. Aunque él tenía una voz muy potente, cuando se dirigía a Dios sonaba exactamente como un muchachito que estuviera hablando a su papá. ¡Qué excelente relación con Jehová revelaba esto! El que un hombre de dicha talla espiritual llevara la delantera fortalecía mi fe, y me parecía que así mismo debía ser en la organización de Jehová.

Regreso a Brooklyn

La orquesta permaneció en Staten Island por solo dos años y medio. Entonces fuimos transferidos a Brooklyn, donde se había construido un nuevo estudio de radio. Después de haber tocado en la orquesta por unos diez años más, ésta se disolvió y yo comencé a trabajar nuevamente en la fábrica, primero en la encuadernación de libros y luego manejando las prensas. Pero dentro de poco fui transferido al Departamento de Servicio, donde, por varios años, tuve el privilegio de ocuparme de unos 1.250 precursores especiales... les asignaba territorios, contestaba su correspondencia, y así por el estilo. Cada mes también tenía el privilegio de compilar el informe de servicio de los Estados Unidos y países remotos. ¡Qué bendiciones! Y entre éstas no era de menor importancia la excelente relación de la cual disfrutaba con el hermano T. J. Sullivan, que en aquel entonces era el superintendente del Departamento de Servicio. Durante el tiempo que trabajé en este departamento, la cantidad de publicadores del Reino aumentó de 100.000 a casi 375.000 por todo el mundo. ¡Qué gozoso es ver que desde entonces los testigos de Jehová han aumentado siete veces más, a más de dos millones y medio!

A partir de la presidencia de N. H. Knorr, me alegré de ver que se daba más énfasis a que cada Testigo llegara a ser un ministro capacitado que pudiera dar sermones en las puertas de los hogares. También en aquel tiempo se estaba adiestrando a los hermanos para que pronunciaran discursos públicos. El comienzo de la Escuela Bíblica de Galaad de la Watchtower fue de interés especial para mí, puesto que mi hermano Ted (quien me había acompañado a aquel primer discurso de los Estudiantes de la Biblia y había sido precursor desde 1931) asistió a la primera clasec.

Un cambio de asignación

Un día de primavera de 1950, el hermano Knorr nos invitó a mí y a otro hermano a su oficina y nos preguntó si nos gustaría servir en el Departamento de Redacción. Cuando le dije que no me importaba dónde sirviera, él me reprendió y me dijo que cuando a alguien se le ofrece un privilegio de servicio adicional, la persona debería estar deseosa de aceptarlo. Sin embargo, mi actitud se debía en realidad a que yo era delicado de salud, lo cual siempre había sido un problema para mí y exigía que tratara con seriedad la nutrición y el ejercicio. De hecho, nada podía haberme agradado más que poder dedicar todo mi tiempo a la investigación y la redacción de artículos, especialmente sobre temas bíblicos. Pero yo sabía que el trabajo no sería fácil. En efecto, con relación al Departamento de Redacción, el hermano Knorr me dijo en cierta ocasión: “Aquí es donde se está efectuando el trabajo más importante y más difícil”.

En 1951 varios de nosotros del Betel de Brooklyn disfrutamos de un gran banquete espiritual en la asamblea “Adoración Limpia” de Londres. Después de asistir también a la asamblea de París, algunos de nosotros visitamos algunas de las demás sucursales de la Sociedad, incluso la de Wiesbaden. Allí conocí por primera vez a Gretel Naggert, quien 12 años después aceptó mi propuesta de matrimonio y llegó a ser la hermana Klein. Después de haber servido soltero en Betel por 38 años, me pareció que me iría mejor si la tenía como compañera de toda la vida. Desde que me casé he tenido que concordar con Salomón, quien dijo: “¿Ha hallado uno una esposa buena? Uno ha hallado una cosa buena, y consigue buena voluntad de Jehová” (Proverbios 18:22). Sí, en este caso también Jehová me ha tratado recompensadoramente, pues Gretel ha sido una gran ayuda para mí de muchísimas manerasd.

El hermano Knorr... un hermano mayor

Mi relación con el hermano Rutherford había sido como la de un hijo y un padre amoroso. Pero entonces, puesto que el hermano Knorr era solo unos meses mayor que yo, nuestra relación era más como la de hermanos... y el mayor tendía a expresar impaciencia para con las faltas del menor. Gretel tenía una actitud muy filosófica respecto a dichas diferencias. ‘¡Después de todo —decía ella—, no ha de esperarse que un ejecutivo eficiente y un músico muy romántico estén siempre de acuerdo!’ Pero para que no se entienda mal este comentario, debo agregar que el hermano Knorr era mi orador favorito. En cierta ocasión me llamó su sombra, pues yo siempre aparecía donde él pronunciaba discursos. Además, a él le encantaba la música tanto como a mí, y él volvió a introducir la música en nuestras reuniones de congregación. Se interesó de manera genuina en la publicación de cancioneros. (Efesios 5:18-20.)

En este caso también pude darme cuenta de que Jehová tenía al hombre apropiado dirigiendo Su obra en la Tierra, pues el hermano Knorr era un excelente organizador. Él apreciaba especialmente la importancia de la clase correcta de educación, como se puede ver por el hecho de que hizo arreglos para la Escuela del Ministerio Teocrático, la Escuela misional de Galaad, la Escuela del Ministerio del Reino y la Escuela de Principiantes de Betel.

Todo esto me recuerda el comentario que en cierta ocasión me hizo el coordinador de la sucursal de Gran Bretaña. Él dijo que el hermano Knorr tenía la cualidad excelente de no permitir que las diferencias de personalidad influyeran en él al hacer nombramientos dentro de la organización. Esto era cierto, pues si él se hubiera dejado influir por tales diferencias, yo nunca habría recibido todos los privilegios que él permitió que yo recibiera con relación a las asambleas, la música, la redacción, y así por el estilo. Respecto a esto, el hermano Knorr fue un buen imitador de Jesucristo. ¿En qué sentido? Pues bien, ¿a quién le tenía Jesús cariño especial? A Juan. Pero ¿a quién confió “las llaves del reino”? A Pedro, a pesar de que este apóstol era impetuoso. (Mateo 16:18, 19; Juan 21:20.)

En verdad, ¡cuán recompensadoramente me ha tratado Jehová a pesar de mis debilidades y faltas! Y no obstante, a pesar de que había sido sumamente favorecido por casi 50 años, el privilegio más grande aún quedaba por delante. En noviembre de 1974 fui invitado a ser miembro del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová. Esta invitación me dejó tan confundido que necesité estímulo para aceptarla. Entre otras cosas, se me hizo notar que se había invitado también a varias personas más. De hecho, se había invitado a otras siete personas, lo cual aumentó la cantidad de miembros del Cuerpo Gobernante en aquel entonces de 11 a 18 personas.

Quien me dio estímulo para que aceptara esta última asignación fue Frederick W. Franz, que en 1977 llegó a ser sucesor del hermano Knorr como presidente de la Sociedad. Desde que llegué a Betel, me había sentido atraído a él debido a su conocimiento bíblico y su disposición amigable. A principios de mi servicio en Betel, solíamos asistir juntos a las reuniones de oración, alabanza y testimonio alemanas. Desde aquellos días, varios de los hitos de mi vida en sentido teocrático han estado relacionados con él. Uno de éstos fue el acompañarle, junto con mi hermano y la esposa de éste, a la República Dominicana para visitar a nuestros hermanos que servían en este país, donde la obra estaba proscrita. Nunca antes había recibido yo expresiones de amor cristiano tan afectuosas y sinceras, ni he vuelto a experimentar eso desde entonces. ¡Nuestros compañeros de creencia apreciaron muchísimo el que nos arriesgáramos a vernos en dificultades con Trujillo a fin de visitarlos!

En años posteriores el hermano Franz, mi esposa y yo, junto con otras personas, incluso A. D. Schroeder, visitamos las tierras bíblicas y varios países de América del Sur, incluso Bolivia, donde Gretel había servido de misionera por más de nueve años. El viajar con el hermano Franz significaba invariablemente privilegios de servicio adicionales, pues él insistía en compartir la plataforma con sus asociados. En años más recientes hemos compartido privilegios en asambleas de Europa y América Central. Cuando reflexiono sobre el asunto, me parece que el hermano Franz siempre ha sido un factor equilibrante para mí. Por ejemplo, durante nuestro viaje a las tierras bíblicas, cierto hermano de nuestro grupo se metió en verdaderas dificultades con la policía por haber tomado fotografías de cosas prohibidas, lo cual nos causó un retraso. Yo me indigné intensamente, pero el hermano Franz simplemente sonrió y dijo: “Creo que él está aprendiendo la lección”. ¡Y así fue! No cabe duda: Mi asociación con el hermano Franz ha sido otro medio por el cual Jehová me ha estado tratando recompensadoramente.

No todo ha sido “pan comido”

Tampoco puedo pasar por alto el modo como Jehová me ha tratado recompensadoramente respecto al trabajo que se me ha asignado. En muchísimos casos cierto proyecto ha resultado especialmente bien debido a factores sobre los cuales yo realmente no tenía control alguno. (Compárese con Salmo 127:1; 1 Corintios 3:7.) Y he observado esto frecuentemente en casos que tienen que ver con la organización. Por ejemplo, hace unos 40 años la Sociedad compró una cochera en la calle Willow para usarla como garaje. Ahora bien, si no hubiéramos poseído dicha propiedad, no hubiéramos podido construir un túnel que conectara el edificio Towers con el resto del complejo de edificios de Betel. Cuando necesitábamos más espacio para vivienda, pudimos comprar el hotel Towers. Cuando necesitábamos más espacio para oficinas, pudimos comprar el complejo de Squibb. Y desde Betel se puede llegar a dichos edificios a pie. Ha habido muchos sucesos como éstos que han beneficiado a la organización de Jehová en otros países.

Debido a las debilidades hereditarias y a mi carácter impulsivo, he tenido mi porción de pruebas y tribulaciones en la vida, incluso una depresión nerviosa después de haber estado sirviendo en Betel por nueve años. En aquel tiempo, el Salmo 103 me proporcionó verdadero consuelo, así como las palabras del apóstol Pablo en Romanos 7:15-25. Se pudiera añadir también que he tenido más accidentes que los que pudiera esperar, como la fractura de la rótula de una pierna, la de varias vértebras, y así por el estilo. Tanto mis propias faltas como las de otras personas han impedido que mi vida sea “pan comido”. Pero con la ayuda de Jehová he llegado a apreciar el hecho de que ‘si él lo permite, yo puedo aguantarlo’, como indica 1 Corintios 10:13. También, ‘mientras menos viva para gozar, más puedo dar’. Entre las lecciones que he tenido que aprender figura la de cultivar “una actitud de espera por el Dios de mi salvación”, y estar dispuesto a portarme como “uno de los menores”. (Miqueas 7:7; Lucas 9:48.)

Además, repetidas veces también he tenido razón para sentirme como se sintió David después del incidente en que estuvo envuelto Nabal (1 Samuel 25:2-34). Él estuvo agradecido a Jehová y Abigaíl porque ellos lo guardaron de hacerse culpable de derramamiento de sangre, si hubiera aniquilado la entera casa de Nabal. Sí, Jehová me ha guardado de cometer errores muy graves. Lo ha hecho por medio de sus ángeles, su providencia y la ayuda que me ha proporcionado no solo mediante hermanos maduros, sino también mediante muchas excelentes “Abigaíles” cristianas. Puedo añadir también que estoy agradecido a Jehová de que cuando estaba débil en sentido espiritual, no tenía a mi alcance la oportunidad de ceder a la tentación, y cuando ésta sí estaba a mi alcance, yo estaba suficientemente fuerte en sentido espiritual como para no ceder. En otras palabras, la inclinación al pecado y la oportunidad de realizarlo nunca coincidieron, pues Jehová sabía que en mi corazón yo realmente quería seguir haciendo lo correcto. ¡Cuán agradecido estoy de que Jehová no vigila los errores! (Salmo 130:3.)

Tampoco pasaría por alto lo recompensadoramente que Jehová ha tratado conmigo y con otras personas al proporcionar excelente alimento espiritual en el transcurso de los años (Mateo 24:45-47). No cabe duda de que la luz de la verdad está fulgurando con cada vez más brillantez para los justos (Salmo 97:11). Desde que empecé a consumir ‘la leche de la palabra’, he aquí tan solo algunas de las muchas excelentes verdades espirituales que el pueblo de Jehová ha llegado a entender: la distinción entre la organización de Dios y la organización de Satanás; que la vindicación de Jehová es más importante que la salvación de criaturas; que las profecías respecto a la restauración aplican al Israel espiritual; que la conducta y la predicación cristianas son igualmente importantes, y que criaturas débiles e imperfectas como nosotros podemos regocijar el corazón de nuestro Dios, cuyo nombre sin igual tenemos el privilegio de llevar como testigos de Jehová. (1 Pedro 2:2; Proverbios 27:11; Isaías 43:10-12.)

¿Tengo razón para cantar a Jehová porque me ha tratado recompensadoramente? ¡Claro que sí!

[Notas a pie de página]

a Carey Barber tocaba el segundo violín en aquella orquesta. ¡Ninguno de los dos nos imaginábamos que 58 años después estaríamos aún en la misma “orquesta”, pero produciendo otro tipo de música! En La Atalaya del 1 de enero de 1983 se publicó el relato de la vida de C. Barber.

b Respecto a sus declaraciones erróneas en cuanto a lo que podíamos esperar en 1925, él en cierta ocasión admitió ante nosotros en Betel: “He hecho el ridículo”.

c El relato de su vida se publicó en La Atalaya del 1 de abril de 1958, páginas 201-203.

d Véase el Anuario de los testigos de Jehová para 1974, páginas 129-130.

[Fotografía de Karl F. Klein en la página 24]

[Fotografía en la página 26]

La orquesta de WBBR en 1926, incluso K. F. Klein y C. W. Barber

[Fotografía en la página 27]

J. F. Rutherford fue como un padre para mí

[Fotografía en la página 28]

Con Gretel, mi esposa... una de las maneras como Jehová me ha tratado recompensadoramente

[Fotografía en la página 29]

N. H. Knorr fue como un hermano mayor

[Fotografía en la página 30]

F. W. Franz... un verdadero amigo y factor para el equilibrio

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