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  • ¡Cuidado... se puede ganar y sin embargo perder!

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  • ¡Cuidado... se puede ganar y sin embargo perder!
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¡Despertad! 1974
g74 22/10 págs. 3-4

¡Cuidado... se puede ganar y sin embargo perder!

AUNQUE quizás parezca contradictorio, ciertamente es posible ganar y sin embargo perder. Tanto la historia seglar como la Biblia corroboran esto, y hacemos bien en aprender del principio implicado.

¿Ha oído el lector acerca de la victoria pírrica? Obtuvo su nombre de un rey griego, Pirro de Epiro. Éste vivió en el siglo tercero antes de la era común y fue primo segundo de Alejandro Magno. Entre las muchas batallas que peleó estuvo la de Ascoli, la cual ganó. Pero la victoria fue a tal costo de vidas que él dijo: “Con otra victoria como ésta estoy perdido.” Desde entonces el término “victoria pírrica” se ha aplicado a cualquier victoria que haya sido ganada a un precio demasiado grande.

Entre las muchas relaciones en la vida donde este principio puede aplicar están aquellas en las cuales está envuelto el amor y en las cuales bien pudiéramos ganar un asunto pero solo por medio de herir los sentimientos de alguien querido. Ilustra este punto un incidente mencionado por John Greenleaf Whittier, el poeta norteamericano de hace un siglo. En su poema “Días de estudiante” cuenta de una joven que le dice a un joven: “‘Lamento haber deletreado la palabra: odio haberte ganado, porque,’ —los ojos castaños bajaron aun más,— ‘¡Pues, te amo!’” Ella había ganado la victoria en el certamen de deletrear, pero lo lamentaba, porque el que ella hubiera ganado había ocasionado dolor a su amado.

Quizás podamos ganar por medio de esforzarnos, o por medio de discutir largo y tendido, o al repetir porfiadamente un asunto, pero, ¿qué hemos ganado? Una victoria a costa de sentimientos heridos, de la pérdida de cierto grado de afecto o buena voluntad.

Es cierto, quizás hayamos tenido la razón en el argumento, quizás hayamos estado contendiendo por lo que creemos que son nuestros derechos. Pero, ¿qué hay en cuanto al otro individuo? ¿Tenemos empatía? Si renunciamos o cedemos nuestro punto con demasiada renuencia quizás resulte en herir el orgullo, y un enfriamiento de la amistad. Y hasta puede ser que el que haya perdido esté esperando una ocasión para desquitarse. Así es que, ¿vale la pena la victoria? Se puede asemejar a la experiencia de un hombre en una subasta que está tan determinado a poseer cierto objeto o propiedad que ofrecerá por él mucho más de lo que vale, solo para lamentarlo después. Gana y sin embargo pierde.

También existe este peligro en la relación de un superintendente, patrón, capataz o gerente con sus subordinados. Quizás insista en que un trabajo se haga a su modo, aunque éste quizás no sea el mejor modo, sencillamente porque es su modo. Debido a su posición él puede imponer su modo de hacer las cosas, ganando la victoria, pero, ¿a costo de qué? No solo sufre el negocio debido a que el trabajo en particular se hace de una manera menos eficaz, sino que bien puede ser que el espíritu de lealtad e interés del empleado en su trabajo se lastime al grado de que adopte la actitud de: “¿Y qué más da? ¿Por qué he de preocuparme por el negocio?”

Como en todos los otros principios que se relacionan con el vivir diario y la conducta humana, la Biblia da un sabio consejo acerca de este tema. Y su consejo es bueno para nosotros ahora y en el futuro. Por eso Jesucristo, el Hijo de Dios, una vez advirtió: “¿Obtiene algún provecho el hombre si gana todo el mundo pero pierde su vida? ¡Por supuesto que no!”—Mat. 16:26, Today’s English Version.

¡Cuán cierta y cuán apropiada es esa advertencia! La tendencia de la naturaleza humana egoísta y caída siempre ha sido absorberse en la búsqueda de poder, riquezas materiales o fama, a costo de las propias necesidades espirituales de uno. ¿Con qué resultado? Muchos no solo han sacrificado amistades valiosas y los intereses de sus propias familias en su búsqueda de riquezas, poder o fama, sino que también han perdido su salud. Además, debido a mostrar que su amor es por el mundo y sus prácticas, han incurrido en el desagrado de Dios y así han perdido la esperanza de vida eterna. Ganaron aquello por lo que estaban luchando pero, ¡a qué precio!

El discípulo Santiago, el medio hermano de Jesús, explicó esto muy bien, diciendo: “Adúlteras, ¿no saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, por lo tanto, que quiere ser amigo del mundo está constituyéndose enemigo de Dios.” ¿Y qué significa ser un enemigo de Dios? Significa perder la esperanza de todo, incluso la vida eterna.—Sant. 4:4.

Este principio de que uno puede ganar y sin embargo perder se da a entender en el consejo que el inspirado apóstol Pablo da a los cristianos: “Tienen el mismo amor, estando unidos en alma, teniendo presente el mismo pensamiento, no haciendo nada movidos por espíritu de contradicción ni por egotismo, sino considerando con humildad de mente que los demás son superiores a ustedes, no vigilando con interés personal solo sus propios asuntos, sino también con interés personal los de los demás.” (Fili. 2:2-4) En otras palabras, no esté demasiado preocupado por ganar su objetivo o buscar su propia ventaja con demasiada firmeza. Ame a su prójimo como se ama a usted mismo.

Si tenemos esa clase de amor, nos regocijaremos en que nuestro prójimo gane lo que hubiéramos deseado para nosotros mismos. El dejar que él logre esto hasta puede resultar en fortalecer los lazos de amistad, lo cual, con el tiempo, puede resultar ser abundantemente remunerador de muchos modos.

Este mismo principio también se puede aplicar a la enseñanza. Puede que un ministro cristiano esté tratando de enseñar a alguien que está defendiendo firmemente una doctrina falsa. El ministro pudiera tratar de abrumar a su estudiante de la Biblia no solo por medio de citar muchos textos sino también por medio de hacer comentarios despreciativos que hacen que el que está equivocado parezca un tonto. Pero al fin y al cabo, puede que todos los esfuerzos del ministro resulten ser en vano. ¿Cómo es eso? Porque sus métodos y modos, en vez de convencer al estudiante, lo ahuyentaron más de la verdad. Quizás hubiera sido más prudente haberle presentado solo parte del argumento, haciéndolo de una manera bondadosa, amable y modesta, esperando hasta otro momento para completar la consideración.

El ganar es bueno y agradable pero el perder no es tan agradable. De modo que tenga cuidado en no tratar de ganar, con mucha firmeza, especialmente si están implicados los intereses y sentimientos de otras personas. Una victoria pírrica sencillamente no vale la pena, porque el ganador también es un perdedor.

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