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  • La inundación núm. 3 de Johnstown

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  • La inundación núm. 3 de Johnstown
  • ¡Despertad! 1978
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¡Despertad! 1978
g78 8/3 págs. 21-23

La inundación núm. 3 de Johnstown

según el relato de un testigo ocular

JOHNSTOWN, Pensilvania... La Ciudad del Diluvio. El nombre mismo evocaba antiguas imágenes de desastre, locomotoras de vapor volcadas, gente sobre los techos. Pero eso fue en otra época. Los nuevos concejales decidieron que el apodo “Ciudad del Diluvio” perjudicaba la reputación de la ciudad y lo cambiaron “La Ciudad Amigable.” Pero los recuerdos viejos tardan en morir. Los residentes viejos y sabios escucharon... pero esperaron.

El 20 de julio de 1977, a eso de las 9:30 de la noche, comenzó a lloviznar. Un hombre y su familia se esforzaron por levantar una tienda para probar si ésta era impermeable o no. A las 10 de la noche llovía a cántaros.

Para la medianoche una de las zonas bajas de la población comenzó a tener dificultades con las aguas altas. Solomon Run, que por lo general es una corriente de agua tranquila, estaba comenzando a subir y el agua descendía en riachuelos por las empinadas colinas. En la calle Arthur, el vecino de un testigo de Jehová llamó a éste desde su apartamiento en un segundo piso, pidiéndole ayuda para represar con tablas el agua que entraba de su césped.

Todavía nadie se preocupaba mucho. La ciudad tenía un formidable sistema de defensa contra el agua que era parte de un proyecto para el control de las inundaciones que había sido edificado durante la última parte de los años treinta por el Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los EE. UU. La obra se hizo solo después que Johnstown había sido azotada por dos grandes inundaciones.

La primera —la famosa— ocurrió en 1889, cuando reventó una presa al norte de la ciudad, y mató a 2.209 personas. En 1936 una segunda inundación mató a otras 22 personas y ocasionó 41 millones de dólares de pérdidas. Pero el inmenso proyecto para el control de las inundaciones finalmente había tranquilizado a la mayoría de los residentes. Hasta cuando la zona occidental de Pensilvania se inundó después del huracán Agnes de 1972, Johnstown sobrevivió ilesa... alta y jubilosamente seca. Así dejó de ser la Ciudad del Diluvio... ahora era La Ciudad Amigable.

Pero para las 12:30 de la mañana del 21 de julio de 1977, los dos “edificadores de presas” que vivían en la calle Arthur tuvieron que abandonar sus maderos. En el apartamiento de abajo vivía una señora de 79 años de edad, y puesto que el agua estaba subiendo, el Testigo optó por llevarla arriba a su propio apartamiento.

Entonces, por toda una larga y terrible noche, él y su familia observaron al agua subir las escaleras. A eso de las 2 de la mañana el agua en el exterior se convirtió en un torrente que arrancó las barandas del pórtico. Los automóviles venían flotando y al pasar arrancaban partes del pórtico y del frente de la casa. Para las 6 de la mañana el agua había subido hasta las luces del techo del primer piso y el fundamento de la casa se tambaleó. “En ese momento,” dijo él, “nos dimos por muertos.”

Se pone de manifiesto el daño

Otro Testigo se levantó a las 5 de la mañana, como siempre hace, para ir a trabajar a pesar de la lluvia torrencial. Pero tuvo que retroceder en las rutas normales porque el agua se había llevado los caminos. Entonces pensó en el lugar de reuniones de la congregación, su Salón del Reino, que está situado en una zona baja, y en algunos miembros de la congregación que vivían en un polígono de viviendas cerca de éste. De modo que regresó a buscar a su esposa y juntos se abrieron paso hasta llegar a la zona.

La lóbrega luz del alba temprana puso de manifiesto una vista desgarradora. En el polígono, las paredes de varios edificios de apartamientos grandes habían sido arrancadas por completo, dejando expuestos a la vista sus estancias, cuartos de dormir y de baño. El violento torrente había despedazado los cimientos, apilado automóviles y depositado escombros y pedrejones hasta una altura de cinco metros.

Había gente que gritaba, otros nadaban hacia algún lugar seguro y aún otros lloraban. La pareja se puso a buscar a los cinco Testigos que sabían que vivían en los apartamientos, y les pareció que de lejos reconocieron a uno. Sin saberlo ellos, un helicóptero estaba evacuando a otro de una posición peligrosa sobre un techo. Había helicópteros y botes de motor por todas partes. Debido a que el torrente les impedía el paso, la pareja se dirigió entonces al Salón del Reino y allí recibió otro sobresalto.

Trate de imaginarse un edificio atractivo, reconstruido, y con sus terrenos recién hermoseados, situado en una calle por la cual usted ha pasado en su automóvil centenares de veces. Ahora represéntese en la mente el mismo edificio... la nueva añadidura literalmente arrancada del resto del edificio, toda la estructura hundida, un árbol grande que sobresale por el frente del auditorio principal, y una gran grieta en una pared por donde había atravesado un pedazo de asfalto de tres metros cuadrados. La calle familiar es ahora un cañón lleno de hoyos y grietas, regado de pedrejones. El “césped” es un paisaje lunar. Una mujer que había ido a inspeccionar el Salón del Reino se había sentado a llorar.

Llega ayuda

En este punto, un problema grande era el comunicarse con otros miembros de la congregación. Ya los ancianos estaban recibiendo ofertas de ayuda de congregaciones vecinas, pero al principio ni siquiera podían decir lo que se necesitaba. Para el día siguiente, se había oído de casi todos los miembros de la congregación... pero todavía se necesitaba mucha coordinación.

Los ancianos celebraron su primera reunión cabal, y se le dio prioridad a la salud y la seguridad. Se hizo una lista de todos los miembros de la congregación, en la cual se alistaron los daños y perjuicios y las necesidades, incluso el alimento, agua, dinero y abrigo. Al día siguiente, los ancianos hicieron un esfuerzo por ver personalmente cómo le iba a cada familia.

Entonces se dirigió la atención al Salón del Reino. Se optó por deshacerlo tan pronto como fuera posible. Así es que, ahora se aceptaron agradecidamente las ofertas de ayuda. Se precisaban unos sesenta obreros para recobrar cualquier cosa que valiera la pena guardar y prestar ayuda a los que la necesitaran en sus casas.

Para las 9 de la mañana del sábado, había unos 150 voluntarios, con un ejército verdadero de vehículos en el sitio designado. Un guarda nacional que observa asombrado el trabajo de demolición total solo cuatro días después de la inundación, declaró que “de ninguna manera” hubiera podido la Guardia organizarse tan rápidamente.

Algunos obreros fueron a desenterrar casas y sitios de negocios. El esposo de una persona que estaba estudiando la Biblia con los testigos de Jehová, aunque se opone a la obra de éstos, meneó la cabeza incrédulamente a medida que tres de ellos trabajaron por varias horas para sacar el cieno que se había acumulado hasta una altura de casi un metro en su sótano. “De todos los grupos eclesiásticos,” dijo él, “los únicos que vinieron a ayudar fueron los testigos de Jehová.”

Para el fin del día, se había completado la cuenta. Un Salón del Reino destruido y desmontado; catorce casas dañadas, nueve de éstas a buen grado. Cinco familias habían sido evacuadas a los hogares de sus familiares o de otros Testigos. Y estábamos agradecidos de saber que, aunque el número de muertos en la ciudad seguía aumentando, ni un solo testigo de Jehová había sido lesionado en la inundación.

En una reunión especial que se celebró en un Salón del Reino cercano el viernes siguiente, nos emocionamos por las expresiones de interés de nuestros hermanos cristianos de todo el país, así como por las repetidas comunicaciones respecto a nuestras necesidades de parte del Cuerpo Gobernante de los Testigos de Jehová en Nueva York.

Así, a medida que el polvo se asienta (literalmente) en Johnstown, podemos estar agradecidos de muchas cosas. También tenemos algunas cosas que analizar. ¿Hubiéramos podido tratar la situación mejor? ¿Podemos fortalecer nuestros lazos de amor cristiano aún más en vista de lo que le va a sobrevenir a este viejo mundo? Pero, parte de esta meditación tendrá que esperar. Por el presente, estamos ocupados en reconstruir un Salón del Reino.

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