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¡Despertad! 1981
g81 22/3 págs. 16-20

Un largo viaje en busca de un extraño

¿QUIÉN soy? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde vamos? La cabeza me daba vueltas debido a las muchas preguntas que se me ocurrían con relación a la vida mientras me arrodillaba por última vez en la iglesia católica a la cual había asistido fielmente en el Canadá desde los seis años de edad.

Era con el fin de emprender un largo viaje en busca de un extraño que yo dejaba la iglesia, y me había resuelto solemnemente a no regresar nunca. Me parecía que alguien o algo ciertamente podía llenar el vacío que había dentro de mí.

No obstante, a aquella edad de 16 años yo no sabía dónde buscar. Los meses y años que pasaban lentamente me parecían siglos. La vida tenía sus atracciones, pero ¿de qué tipo? Una era el modo de vida de las personas indiferentes y fiesteras que se daban al alcohol, entre las cuales una muchacha de mi edad se enfrentaba a la muy real posibilidad de verse encinta sin querer. También yo podía optar por unirme a los que estaban envueltos en el nuevo movimiento de usar drogas para supuestamente expandir las capacidades del cerebro. Puesto que estas personas habían quedado desilusionadas con el “establecimiento,” como llamaban a las clases gobernantes, me sentí más atraída a ellas.

Debido a la insistencia de mi madre, ingresé en una universidad. Al principio me sentí muy estimulada. Los profesores y los alumnos estaban ansiosos por derribar el sistema establecido. Pero, ¿qué sistema mejor ofrecían para reemplazar a éste? Ninguno. De hecho, empecé a preguntarme si el movimiento de los “hippies” no estaba degenerando y haciéndose peor que el sistema que éstos despreciaban.

Seguí sintiendo un vacío en mi vida. Lo único que sentía con igual intensidad era el deseo urgente de ir en busca de las respuestas a mis preguntas. Un profesor, al darse cuenta de lo infeliz que me sentía, sugirió que tal vez el estudiar idiomas en el extranjero me proporcionara un sentido de satisfacción.

Investigando otras religiones

Europa estaba llena de jóvenes cuyas creencias no eran en ningún respecto mejores que las nuestras. Por lo tanto, estaba de moda en aquel entonces el explorar las religiones orientales. Llena de esperanza, me puse a examinar el hinduismo y el budismo.

A medida que fui visitando un país tras otro, quedé impresionada por la belleza de todo lo que veía. Se me ocurrió la siguiente idea: Si hay un Dios, él no tendría que efectuar muchos cambios para transformar la Tierra en un paraíso. En particular, ¿qué tendría que cambiar él? A nosotros. Cambiar la naturaleza humana.

Ideas de esta índole desaparecían de mí como tragadas por otras de índole entristecedora: ¡Qué corta es la vida! ¡Qué mucho hay que ver y conocer y disfrutar! ¿Por qué será tan corta la vida? ¿Por qué tan infructuosa?

Las aguas de color azul turquesa del Mediterráneo brillaban a la luz del Sol mientras el barco hacía su travesía por el estrecho de Gibraltar rumbo a Marruecos. En poco tiempo nos encontramos en Tánger. Vimos allí, en afanoso trajín, a mujeres veladas y a hombres que usaban turbante. Mi presencia en aquel lugar se debía a que buscaba contacto directo con una religión más... el islamismo. Cierta persona, artista parisiense, me había persuadido de que aquí encontraría la respuesta a mis preguntas.

Los mahometanos o musulmanes sí parecían sinceros. Cinco veces al día se prosternaban en tierra ante Alá. Llegué a conocer el Corán, el libro sagrado de los musulmanes. No obstante, entre otras cosas descubrí que en la religión de éstos se permitía la poligamia. Además, la violencia, el derramamiento de sangre y las guerras eran comunes en el mundo musulmán. Yo no podía ver que esto fuera de manera alguna mejor que el registro que se había hecho la cristiandad. Estaba claro que mi búsqueda no había de terminar aquí.

Quedé descorazonada. Parecía que lo único que me quedaba era regresar a casa al Canadá. Volví entristecida, pero sin saber mucho más de lo que sabía cuando me había ido. Fuera lo que fuera aquello que yo estaba buscando, no estaba más cerca de mí que antes.

Ayuda inesperada

Dándome por vencida, me resolví a echar raíces, conseguir empleo y tratar de hallar mi lugar en la sociedad. Puesto que había aprendido francés durante mis viajes, me hice recepcionista bilingüe para el gobierno. Hice un esfuerzo por envolverme en los intereses y asuntos de las personas que me rodeaban. Pero ¿por qué era un martirio para mí sentarme a escuchar chismes mientras bebía café durante los ratos de descanso?

En la oficina había una persona que sí parecía muy diferente de las demás. Lorraine era callada y nada pretensiosa. El ver que se mantenía separada de las demás parecía atraerme a ella, aunque yo dudaba que ella fuera una persona con la cual yo pudiera hablar. Por eso, apenas pude disimular el asombro que sentí al descubrir que Lorraine era una persona muy bien informada.

Ella tenía una respuesta lógica y razonable para toda pregunta. Cautelosamente, saqué a relucir un tema tras otro... la humanidad, la religión, las costumbres, la evolución. Finalmente di un suspiro y, pensando para mí que había encontrado la manera de poner fin al asunto, le pregunté: “¿Cree usted en la magia?”

Ningún canadiense a quien yo había planteado esta pregunta había contestado alguna vez que sí. Pero Lorraine respondió: “Sé que la magia existe. La Biblia explica que se trata de un poder verdadero.”

Su respuesta me dio una doble sacudida, no solo por lo que ella dijo que creía, sino debido a la autoridad en que basaba su creencia. “¿La Biblia?” dije yo, sin poder creer lo que oía. “¿Una mujer tan inteligente como usted puede creer en la Biblia?”

Le recordé que hasta los sacerdotes y los ministros le dicen a uno que la Biblia es mayormente mito y leyenda. Pero Lorraine me cautivó con su prudencia y bondad. Me preguntó: “¿Me permitiría darle algo que le mostrará por qué me atengo a la Biblia?” Sacó de la cartera un librito de color verde claro intitulado “¿Es la Biblia realmente la Palabra de Dios?”

Le pregunté con curiosidad: “¿A qué religión pertenece usted?” Ella sonrió y respondió: “Soy testigo de Jehová.”

Yo repetí con un verdadero chillido de asombro aquellas palabras... ¡testigo de Jehová! Pero Lorraine preguntó apaciblemente: “¿Conoce usted algo acerca de los testigos de Jehová?”

Cuando admití que no, me preguntó: “Entonces, ¿por qué reacciona así?”

Me quedé atónita, sin poder explicar. Pero aquella noche examiné el libro que Lorraine me había dado. Este presentaba evidencia arqueológica de que realmente había habido un Diluvio. Contenía un conjunto de pruebas de que la humanidad apareció sobre la Tierra de repente, en la misma forma en que existe hoy, y que se había originado de un par de seres humanos. Mi escepticismo se convirtió gratamente en deleite a medida que examiné prueba de que la Biblia ha sido preservada en su estado puro hasta nuestro día. Me maravillé al ver que este libro revelaba que las profecías bíblicas están cumpliéndose en nuestro tiempo.

Una vez que se halla lo que se ha estado buscando durante toda la vida, el hallazgo parece increíble. Exigí que se me comprobara toda declaración. Pacientemente, Lorraine pasó largas horas conmigo en la biblioteca, investigando preguntas y puntos en que estábamos en desacuerdo. Cada día yo le presentaba nuevas preguntas. Otra ayuda bíblica, ¿Llegó a existir el hombre por evolución, o por creación?, me explicó de dónde habíamos venido y adónde estábamos encaminándonos. Otra, La verdad que lleva a vida eterna, contestó las preguntas: “¿Quién es Dios?”; “¿Qué propósito tiene Dios para el hombre y para la Tierra?”; “¿Dónde están los muertos?”; “¿Cómo se puede identificar la religión verdadera?” y otras preguntas.

Mi mundo se estaba derrumbando

Sin embargo, tan pronto como me resolví a adherirme a lo que estaba aprendiendo, mi mundo entero empezó a derrumbarse. Mi padre acababa de morir. El automóvil de una señora se estrelló contra el mío y por semanas estuve cojeando con muletas. Mi abuela murió. La mayoría de los dispositivos más importantes de mi hogar se dañaron. Mi madre enfermó.

Pero no se me ocurrió dejar de estudiar. Además, Lorraine me ayudó a mantener el equilibrio, pues me decía: “Cuando alguien se propone aprender acerca de Jehová, se hace blanco personal de Su enemigo, Satanás el Diablo.” Me fortaleció el texto de 1 Pedro 4:12, el cual dice con relación al sufrimiento que experimentan los seguidores de Cristo: “Amados, no estén perplejos a causa del incendio entre ustedes, que les está sucediendo para prueba.”

Lorraine me invitó al Salón del Reino de los Testigos de Jehová. Aunque estas personas no me conocían, y su modo de vivir difería del mío, me rodearon de amor caluroso y de hospitalidad.

Se me hizo claro que yo realmente necesitaba examinar esta fe. Me preguntaba: ¿Es éste realmente el camino de la verdad que conduce a la humanidad a vivir nuevamente en armonía con el resto del universo de Dios?

Le dije a Lorraine: “Necesito conseguir un empleo de media jornada que me permita tener tiempo para hacer mis investigaciones.”

Aún queda un largo viaje

Todos mis esfuerzos por hallar empleo de media jornada en aquel lugar fracasaron. Finalmente, le dije en confianza a Lorraine: “Tal vez yo pudiera ir a otro país y hallar empleo de media jornada allí y así tener tiempo para estudiar.”

“¿Adónde te gustaría ir?,” me preguntó.

“A la China.”

Ella había aprendido a permanecer tranquila sin importar lo que yo dijera, y respondió: “¿Te contentarías con ir a Centroamérica?”

Lorraine me dijo que Diane y Shirley, testigos de Jehová a quienes yo conocía ya, estaban planeando un viaje a Guatemala. Me llevó adonde ellas para que habláramos. A ellas no les pareció absurda mi petición. Dentro de poco estuvimos viajando en automóvil hacia Guatemala.

Mi apariencia fue cambiando a medida que el viaje adelantaba. En Acapulco, Shirley me mostró un pedazo de tela y me dijo: “Joy, ¿no te parece que éste es un material bonito? ¿No te gustaría mandarte a hacer un vestido con él?” El vestido fue de estilo modesto, y me llegaba hasta las rodillas.

Diane era peluquera de profesión y me fue mostrando fotografías de diferentes peinados. El cabello me cubría la mayor parte de la cara y me llegaba hasta la mitad de las caderas. Finalmente, le permití que me lo cortara. Yo misma no pude creerlo, pero cuando me miré en el espejo y me vi toda la cara expuesta y el cabello hasta los hombros, ¡me gustó la persona a quien vi!

Un hogar en Guatemala

En Guatemala, conocí a Jean. Diane la había conocido desde 1968. Jean llegó por primera vez a Guatemala en 1966, enviada por la escuela de misioneros de la Watchtower situada en Brooklyn, Nueva York. Jean había permanecido en Guatemala a pesar de que había enfermado, y ahora tenía su propia casita.

Esta querida Jean me ofreció que hiciera mi hogar con ella. Además, me ayudó a hallar al extraño a quien estuve buscando. Con ella continué mis estudios de la Biblia. Ella me fue fortaleciendo al relatarme muchas experiencias.

Sí, yo estaba empezando a discernir al Extraño, es decir, al que había sido un extraño para mí. Este era la Persona que daba significado y propósito a mi vida, el generoso Dador de toda dádiva buena y todo don perfecto, mi Creador y Dador de vida, el único Dios verdadero, Jehová. Después de tanto buscar y tantear, ¡cuán impresionante fue descubrir que él “no está muy lejos de cada uno de nosotros”!—Hech. 17:27.

Aunque yo sabía muy poco español, ya estaba atendiendo a cuatro estudiantes de la Biblia. Jean y yo nos preparábamos para esto por adelantado. Ella me hacía las preguntas bíblicas en inglés. Yo procuraba contestarlas en español para ver si podía relatar la información. Nos asegurábamos de mantenernos siquiera una lección más allá de la que recibían mis estudiantes.

En medio de todo esto, Jean me ayudó a conseguir un empleo de media jornada como instructora de inglés. Al encararme a tantas responsabilidades, aprendí en poco tiempo a depender de Jehová para las fuerzas que necesitaba para aprender un nuevo idioma, aprender la verdad, aprender a enseñar la Biblia, aprender a enseñar el inglés, aprender a vivir en un país extranjero, aprender a llevar un nuevo modo de vida, y aprender a revestirme de la nueva personalidad.—Fili. 4:13.

Al cabo de cinco meses me dediqué a Dios para hacer su voluntad, y me bauticé en símbolo de esta dedicación. Vi resueltas mis dudas. Llegó a su fin mi largo viaje en busca de Dios... la persona que había sido un extraño para mí. Ahora yo tenía nuevas metas en la vida.—Isa. 2:3.

Recompensas duraderas

Seis maravillosos años han pasado volando. La vida sigue al mismo paso. Sigo viviendo con Jean en su casita, y las dos pasamos la mayoría de nuestro tiempo enseñando a otros acerca de la Biblia.

Hemos tenido la bendición de compartir las buenas nuevas del nuevo orden venidero de Dios con muchas familias y ver a éstas dedicar su vida a Jehová. El poder ayudar a nuevas personas a hallar a Jehová y a encaminarse a la vida eterna en Su nuevo orden es un premio que no se puede describir con palabras. Por ejemplo, hay una familia compuesta de 14 miembros a quienes nosotras ayudamos a conocer la Biblia, y ahora éstos conducen 59 estudios bíblicos con otras personas, y dos de los 14 miembros de aquella familia dedican la mayor parte de su tiempo a enseñar a otros acerca de la Biblia.

Frecuentemente nuestro trabajo seglar de enseñar el inglés a ejecutivos guatemaltecos que trabajan para compañías norteamericanas nos proporciona la oportunidad de dar testimonio a personas que nunca antes han estado accesibles al mensaje bíblico. Estos ejecutivos hasta nos han pedido que les permitamos leer en clase algunas de las publicaciones de la Sociedad Watch Tower que explican la Biblia.—Mat. 28:19, 20.

Cuando yo nací recibí el nombre de Joy (apelativo que significa “Gozo”). Ahora, desde que hice mi dedicación a Jehová, mi vida es un gozo. Todo esto, debido a que Jehová ya no es un extraño para mí, sino un amigo. Él ciertamente es el “remunerador de los que le buscan encarecidamente.” (Heb. 11:6)—Contribuido.

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