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¡Despertad! 1984
g84 8/11 págs. 20-22

Una trágica “Semana Santa” en Popayán

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Colombia

LA SECULAR celebración comenzó el día que la cristiandad llama Domingo de Ramos. Miles de turistas habían acudido —incluso de otros países— para asistir a la celebración de la “Semana Santa” en Popayán, Colombia. En ésta, la primera de varias procesiones nocturnas iluminadas con antorchas, los sacerdotes, seguidos de ciudadanos prominentes y alumnos de diferentes escuelas, representaron el cabalgar triunfal de Cristo en Jerusalén para presentarse como Rey. En noches sucesivas las procesiones representarían otros sucesos de los últimos días de la vida, la muerte y la resurrección de Cristo.

A medida que se cargaban solemnemente imágenes grandes de Jesús, María y otros personajes bíblicos, multitudes de personas que guardaban silencio se alineaban a ambos lados de las callejuelas a lo largo de la ruta de las 20 manzanas donde se hallan todas las iglesias más importantes de la ciudad. De vez en cuando los cargueros se detenían y bajaban las pesadas plataformas de roble en las que estaban montadas las imágenes, a fin de aliviar temporalmente sus hombros hinchados y sus brazos y espalda adoloridos.

Nadie se imaginaba que a mitad de la “Semana Santa” la inmensa cúpula de la secular catedral caería al suelo estrepitosamente y mataría a unas 50 personas que se hallaban adorando allí temprano en la mañana; ni que otros varios centenares de personas morirían súbitamente cuando 60 por 100 del sector histórico de esta ciudad de 446 años de edad literalmente se desmoronara hasta convertirse en ruinas polvorientas.

Origen de la fiesta

Popayán, que está situada en una fértil planicie de los Andes en la parte sudoeste de Colombia, fue fundada en 1537. Siguiendo la costumbre católica, su fundador, Sebastián de Belalcazar, dedicó Popayán a Nuestra Señora del Reposo como “santa” patrona. Desde sus comienzos, se hicieron imágenes y estatuas de héroes religiosos adornadas, las cuales se depositaron en templos e iglesias. En ocasiones especiales, particularmente durante la Semana Santa, se las sacaba de las iglesias y se las cargaba por las calles en procesiones festivas en que los sacerdotes tomaban la delantera y los ciudadanos los seguían. En tiempos tan remotos como 1558, Popayán, en imitación de ceremonias como éstas que se celebraban en Europa durante la Edad Media, llegó a tener sus propias celebraciones y procesiones con antorchas para la “Semana Santa”.

A medida que la ciudad fue creciendo y aumentaron sus riquezas, la cantidad de iglesias y capillas aumentó y se volvieron más elaboradas. Se añadieron más imágenes y estatuas a la colección... algunas hechas en la localidad, otras traídas de España, Italia y Perú. Las celebraciones de la “Semana Santa” y las procesiones de Popayán, importante sede de la corona española, se hicieron famosas. Las iglesias y los templos y museos de la ciudad llegaron a ser depósitos de obras de arte costosas. Un viaje a la pintoresca ciudad de Popayán llegó a ser algo imprescindible para cualquiera que visitara la parte sudoeste de Colombia en el siglo XX.

“¡El fin del mundo!”

Durante la “Semana Santa” de 1983, las procesiones del martes y el miércoles por la noche transcurrieron como se habían programado. Al amanecer el “Jueves Santo”, día de fiesta religioso oficial en Colombia, algunos madrugadores se dirigían a la catedral a escuchar la misa. Eran como las 8.10 de la mañana.

Entonces, después que se escuchó un estruendo subterráneo sordo, la tierra comenzó a mecerse tan violentamente que causaba mareo. Las personas, aterrorizadas, algunas de ellas aún en ropa de dormir, salían en tropel a las calles. El estruendo se convirtió en un zumbido como el que produce un avión de reacción, a medida que siguieron aumentando en intensidad las sacudidas y los temblores. Las personas clamaban, muchas de ellas invocaban de rodillas los nombres de los “santos” de su devoción.

De momento, hubo varias sacudidas fuertes y un estremecimiento violento. “¡Creíamos que había llegado el fin del mundo!”, dijeron algunos más tarde. Estatuas inmensas de Pedro y Pablo, que se hallaban en lo alto en la fachada principal de la catedral, se bambolearon y finalmente se precipitaron al vacío, estrellándose de frente en el pavimento del parque, de modo que se hicieron añicos. Las altas cúpulas abovedadas de la catedral cayeron a plomo, y solo quedó la armazón de una de las catedrales más antiguas de las Américas.

Se informa que, de los 35 templos religiosos de Popayán, la mitad fueron destruidos o quedaron en tan malas condiciones que tendrán que ser demolidos. En el Cementerio Central, las paredes de los panteones se desplomaron hacia afuera y los ataúdes, que fueron expulsados de las tumbas y quedaron abiertos, exponían a la vista pública los espantosos restos, lo cual se parecía a lo que se encuentra registrado en la Biblia, en Mateo 27:51, 52. En solo 18 segundos parecían haber llegado a su fin 446 años de historia.

Popayán queda destruida

En Cali, situada a 137 kilómetros (85 millas) al norte de Popayán, se sintieron temblores leves aquel jueves por la mañana, que era día de fiesta. Pero pronto se dieron a conocer las alarmantes noticias de que una gran porción de Popayán había sido destruida. Pensamos inmediatamente en los aproximadamente cien testigos de Jehová que componen la congregación de esa ciudad. Aunque la carretera panamericana estaba cerrada a todo tráfico, excepto al tráfico oficial, dos grupos de Testigos en automóviles, en los cuales iban dos médicos y un ingeniero civil —con artículos para prestar los primeros auxilios y recipientes de agua—, pudieron pasar las barreras que había en la carretera y las estaciones de control, y llegaron a Popayán.

La devastación se parecía a la de una ciudad que había sido destruida por repetidas incursiones aéreas durante la segunda guerra mundial. Los edificios se inclinaban absurdamente, como si los hubiera estado sosteniendo una mano invisible. Algunas de las casas parecían casas de muñecas de tamaño natural. Las paredes del frente se habían desplomado hacia afuera, y habían dejado expuesto a la vista todo lo que contenían. Los habitantes de la ciudad estaban cavando entre las ruinas y en las calles cubiertas de escombros en busca de posibles sobrevivientes o de las posesiones de la familia. Aturdidas, centenares de personas se hallaban sentadas afuera en medio del mobiliario que habían podido salvar.

Las escenas en el cementerio eran conmovedoras. De alguna manera, un muchachito de ocho años de edad había logrado llevar los féretros de su madre, su padre y dos hermanos para que fueran enterrados. Centenares de personas trabajaban febrilmente para volver a enterrar a los muertos que el terremoto había arrojado fuera de sus tumbas y para ayudar a los sobrevivientes que traían a los que acababan de morir —algunos de ellos hasta en bolsas plásticas— para que fueran enterrados. ¡El hedor de la muerte era insoportable!

Los Testigos se hallaban a salvo

Un grupito de Testigos se había reunido en el Salón del Reino. En menos de dos horas después del terremoto, se habían puesto en comunicación con todos los miembros de la congregación y con las personas que mostraban interés en la verdad. Todos se hallaban a salvo, y en la mayoría de los casos habían resultado ilesos. Una niñita estaba sentada a la mesa para tomar el desayuno, cuando se desató el terremoto. Cayó de bruces debajo de la mesa, como si alguien la hubiera empujado, precisamente cuando la pared de ladrillos que estaba detrás de ella cayó encima de la mesa y por todas partes en el piso. Una pared de ladrillos de una casa vecina había caído sobre el techo del Salón del Reino, roto las tejas y caído al piso del salón. El terremoto había causado daño considerable a las casas de algunos de los Testigos y destruido unas pocas.

De todas partes del país y también de fuera de Colombia se recibieron donaciones de Testigos que querían ayudar a sus compañeros de fe. Se compraron alimentos y materiales de construcción y se enviaron por camión a Popayán. Grupos de Testigos acudieron desde Cali cada fin de semana por más de dos meses para trabajar muchas horas en la obra de demoler y construir a favor de sus hermanos necesitados.

Una semana después del terremoto, los testigos de Jehová que estaban presentes en la asamblea de circuito semestral que se celebró en Cali prorrumpieron espontáneamente en aplausos cuando se anunció que toda la congregación de más de cien publicadores de sus hermanos y hermanas cristianos acababan de llegar de Popayán para disfrutar de la asamblea. Los presentes contribuyeron dinero gustosamente para alquilar autobuses que llevaran de vuelta a los miembros de la congregación el domingo por la tarde después de la última sesión.

Contaron una historia diferente

Aunque los diarios siempre habían dado énfasis a la solemnidad y la piedad que se manifestaban en las celebraciones anuales de la “Semana Santa” en Popayán, esta vez los ciudadanos contaron un relato bastante diferente. Cuando un reportero entrevistó a 30 personas después del terremoto, 25 de ellas dijeron francamente que la catástrofe había sido un castigo de Dios. De 20 personas de mayor edad, 19 contestaron sin titubear que la destrucción de la ciudad había sido un castigo divino por los excesos o inmoderaciones que se habían cometido durante la “Semana Santa”. “Lo merecíamos —dijeron—. Se trata sencillamente de un gran carnaval en el que las procesiones son el espectáculo principal. Y después muchos de los cargueros se emborrachan.”

Como se señaló en El Tiempo, periódico de Bogotá, había habido mucha inmoderación. Más de cien prostitutas habían viajado a Popayán para la celebración, atraídas por la afluencia de 10.000 turistas que comúnmente acuden a ver las famosas procesiones. Además, los clubes nocturnos y los bares estuvieron abiertos toda la noche durante la celebración de la “Semana Santa”.

Se había predicho que ocurrirían terremotos durante este tiempo de la historia de la humanidad, pero no como un castigo procedente de Dios. Más bien, son una de las pruebas de que hemos llegado a la conclusión del presente sistema mundial de cosas y de que pronto Dios eliminará toda iniquidad y tristeza e introducirá un nuevo sistema de cosas por toda la Tierra. Hasta este año de 1984, los testigos de Jehová de Popayán están activos en ayudar a sus vecinos a darse cuenta de tal esperanza. (Mateo 24:3, 7, 14; Revelación 21:1-5.)

[Ilustración en la página 20]

Las altas cúpulas abovedadas de la catedral cayeron a plomo, y solo quedó la armazón

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