De las garras de la muerte
AL MIRAR a mi esposa, Bonnie, acostada en la cama del hospital, no pude por menos que pensar en lo rápidamente que había pasado todo. Estaba estirada, con los párpados tapados con esparadrapo de modo que ni una pequeña contracción pudiera agotar la poca energía que quedaba en su cuerpo. Su piel estaba completamente blanca; incluso sus pecas habían perdido el color. Un poco antes, aquella misma mañana, el doctor había dicho: “Seguro que morirá hoy”. Una de las enfermeras había comentado: “No aguantará hasta el mediodía”.
¿Por qué se encontraba Bonnie en ese estado desesperado? ¿Cómo podía la bendición de tener un nuevo hijo transformarse ahora en una amenaza para su propia vida? Permítanme contarles los acontecimientos que culminaron en este turbulento tiempo de prueba para mi esposa.
La noticia de que Bonnie estaba embarazada de nuevo nos alegró, pero también nos inquietó. Esto fue debido a que cuando nació nuestra hija Ashley, hace diez años, a Bonnie le tuvieron que practicar la cesárea, y desde entonces había tenido dos abortos. Además de estos preocupantes hechos, cabía la posibilidad de que surgiese el problema de las transfusiones de sangre. Estábamos convencidos de que nuestro Creador sabe lo que es mejor para nosotros cuando aconseja en Hechos 15:29: “Sigan absteniéndose [...] de sangre”.
Crisis repentina
Tan solo unas cinco semanas antes del esperado nacimiento, decidimos pasar el sábado 28 de febrero de 1987 en el zoológico de San Diego. Poca cuenta nos dábamos de que en menos de veinticuatro horas la niña habría nacido. Sí, a la misma mañana siguiente, nuestros serenos sentimientos se convirtieron en angustia cuando Bonnie se despertó sangrando en la cama. Inmediatamente llamamos al doctor, y en unos pocos minutos estábamos en camino al hospital.
El doctor conocía nuestra posición con respecto a las transfusiones de sangre, y debido a ello, decidió someterla a una cesárea sin dilación. Fuimos a la sala de operaciones, y en poco tiempo el doctor entregaba a la enfermera nuestra nueva hijita. La enfermera la mostró brevemente a Bonnie, y luego se la llevó a la unidad de nacidos. A mí me dijeron que podía pasar a la sala de espera y que al cabo de una media hora podría hablar con mi esposa en la sala de recuperación.
Entretanto, algunos de nuestros amigos se habían reunido en la sala de espera, de modo que yo salí pensando que todo estaba bien y les anuncié la llegada de nuestra nueva hija. Lo que no sabía es que durante la operación de cesárea, el doctor descubrió que Bonnie tenía un problema que le obligó a practicarle una histerectomía. Unas dos horas más tarde, me informó de lo que había pasado. Me explicó que cuando empezó el parto, el recuento de hemoglobina de Bonnie era de 12,5, pero que bajó a 6,1. Su estado era muy crítico, pero el doctor pensaba que todo iría bien. Sin embargo, pronto empezaron a acumularse los problemas.
Quince minutos después de hablar con el médico, me llamaron por el interfono para que acudiese a la unidad de nacidos. Al llegar, me informaron que nuestra hija se había quedado azul y sin respiración. La habían reanimado y administrado oxígeno, pero ahora había que hacerle muchas pruebas, algunas de las cuales podían traer graves complicaciones. Tuve que firmar mi consentimiento para las pruebas, y al mismo tiempo firmé otro documento que decía que no se le debían administrar transfusiones de sangre.
Al cabo de unas horas pude ver a mi esposa y hablar con ella. Estaba despierta y se sentía firme. Los dos estábamos agradecidos a Jehová porque todo parecía ir bien. No le dije que la niña tenía algunos problemas porque no quería preocuparla.
Bonnie empeora
Más tarde aquel mismo domingo, Bonnie empeoró. Cuando revisaron su recuento de hemoglobina, este había bajado a 2,5. ¡Estaba sangrando internamente! Entonces su presión bajó, todas las constantes vitales se debilitaron y su respiración se hizo pesada. El lunes por la mañana Bonnie mezclaba las ideas y, a veces, deliraba. El médico había estado consultando a especialistas toda la noche. Hasta había investigado la posibilidad de utilizar sangre artificial. Se determinó que el único tratamiento posible que podía salvar su vida era la cámara de oxígeno hiperbárico.
La revista ¡Despertad! del 22 de septiembre de 1979 describe este tratamiento. Se somete el cuerpo a oxígeno puro a una presión mayor que la de nuestra atmósfera. Esta presión disuelve el oxígeno en los tejidos del cuerpo en concentraciones más altas de las normales. La cámara se usa para tratar la pérdida de sangre, quemaduras graves e incluso infecciones difíciles. Tendría que trasladarse a Bonnie al Centro Médico Memorial, de Long Beach, el cual dispone de cámaras hiperbáricas portátiles y de especialistas en este tratamiento.
El estado de Bonnie era tan crítico que no podría soportar el viaje de treinta minutos entre los dos hospitales. De modo que fue llevada en helicóptero, por lo que el desplazamiento solo tomó cuatro minutos. Una enfermera que era miembro del equipo médico del helicóptero, después de hablar con el hospital y saber que la hemoglobina de Bonnie había bajado a 2,2, dijo: “Deben estar equivocados. ¡Tiene que estar muerta!”.
Se empezó el tratamiento con oxígeno hiperbárico el lunes por la noche y duró toda la noche, una hora y media en la cámara y dos horas y media fuera. Parece que los dos primeros tratamientos reanimaron a Bonnie y le dieron más energía. Pero el espacio cerrado de la cámara empezó a ponerla nerviosa. La cámara tenía un interfono por medio del cual se podía hablar con el paciente, de modo que lo usé para calmarla. Le hablé del paraíso en la Tierra que la Biblia promete en Revelación 21 e Isaías 35 y 65, y le recordé el cuidado amoroso de Jehová. De este modo pude lograr que estuviera más relajada en la cámara.
Presionados para aceptar sangre
El martes por la mañana el doctor me preguntó si iba a reconsiderar mi posición sobre la sangre. Me dijo que de la incisión que tenía Bonnie salía un fluido rosado, lo cual indicaba que aún estaba sangrando. Nuestra decisión era firme: no íbamos a admitir sangre, aunque eso supusiera perder la vida. No íbamos a quebrantar las normas justas de Jehová. De modo que el doctor nos dijo que pondría en la incisión un adhesivo especial de espuma diseñado para detener la hemorragia. Parece que dio resultado.
Algunos de nuestros parientes que no eran testigos de Jehová nos presionaron para que consintiéramos en que se le administrara sangre. Es comprensible, porque todos los médicos que atendían el caso decían lo mismo: “Para salvarle la vida, todo lo que hay que hacer es permitirnos administrarle una transfusión de sangre”. Un familiar empezó a buscar medios para obligarnos a aceptar una transfusión: recurrió a la policía, a un abogado e incluso se puso en contacto con un periódico.
A la administración del hospital le intranquilizó el que pudiesen ser demandados si Bonnie no se recuperaba debido a no aceptar una transfusión de sangre. Se concertó una reunión con una empleada del hospital que era testigo de Jehová. Ella habló con los administradores del hospital durante cuarenta y cinco minutos con respecto a la posición bíblica sobre la sangre. Parece que les convenció, pues concordaron en cooperar completamente con nuestros deseos.
A las puertas de la muerte
Entretanto, el estado de Bonnie siguió empeorando. Para el miércoles por la mañana ya deliraba la mayor parte del tiempo y su pulso había subido a 170, muy superior al normal, de aproximadamente 70. Había tenido amplias fluctuaciones en la presión sanguínea. Su recuento de hemoglobina era de 2,2 y el valor hematócrito (porcentaje de células en la corriente sanguínea) era de 6, un nivel realmente alarmante. Lo normal es entre 40 y 65.
Nunca olvidaré aquel miércoles por la mañana. Los médicos que habían estado atendiendo a Bonnie pidieron verme. “Ya está —dijeron—. Llame a los familiares y a sus amigos. Bonnie va a morir hoy. No hay nada más que podamos hacer. Morirá, ya sea de un ataque al corazón o de una apoplejía. Ni siquiera una transfusión de sangre puede arreglar las cosas ahora. Su estado es demasiado crítico. La hemos cambiado a una situación de ‘no reanimación’, lo que significa que si su presión sanguínea cae, no se la va a medicar ni a intentar reanimar.”
A partir de aquel momento, las visitas no se restringieron solo a la familia. Decenas de compañeros Testigos que habían estado con nosotros en la sala de espera ahora pudieron ver a Bonnie, antes de que expirara. Después de que todos se hubieron despedido, el médico mantuvo a Bonnie en un estado paralizado mediante una droga llamada Pavulon. Esta droga imposibilita el movimiento de los músculos. La persona se sume en un profundo sueño. Parecía que Bonnie estuviera en coma. El médico dijo que de este modo no sentiría ningún dolor si le sobrevenía un ataque al corazón y que moriría sin sentirlo. En ese momento le cubrieron los párpados con esparadrapo, de modo que ni siquiera una pequeña contracción agotara la poca energía que quedaba en su cuerpo.
Por primera vez, mi hija Ashley y yo volvimos a casa para asearnos e intentar descansar un poco. Al entrar en casa, los dos nos arrodillamos, lloramos y derramamos nuestro corazón a Jehová. Parecía que dondequiera que fijáramos la vista, la casa nos recordaba a Bonnie. Nos conmovía pensar lo buena madre y esposa que había sido. Incluso hicimos una lista verbal de todas las cosas que hacía por nosotros y que ahora tendríamos que hacer nosotros mismos. Sabíamos que nuestra fidelidad nos permitiría verla de nuevo después de la destrucción por Dios de este viejo sistema y su sustitución por uno nuevo.
El miércoles por la noche volvimos al hospital, donde todo lo que pudimos hacer fue esperar, aunque nunca estuvimos solos. Familiares y compañeros Testigos siempre estuvieron con nosotros para consolarnos. Pasó el miércoles y, para sorpresa del personal, el jueves Bonnie aún continuaba viva. Por la tarde el doctor me dijo que quería intentar de nuevo el tratamiento hiperbárico. El tratamiento se prolongó toda la noche.
Mejoría
El viernes por la mañana estaba durmiendo en el vestíbulo cuando dos médicos me despertaron. Rápidamente me dijeron que traían buenas noticias, no malas. Bonnie se había estabilizado de modo significativo. “¿Sabe? Creo que en realidad tenemos razón para abrigar esperanza —dijo un doctor—. Si su presión sanguínea cae, ahora no sería justo dejarla de medicar, de modo que ya he cambiado las instrucciones en su ficha. Tiene que recordar que estamos navegando en aguas desconocidas, pues nunca antes habíamos llegado tan lejos sin utilizar sangre.”
El sábado por la noche estaba junto a la cama de Bonnie con su enfermera. Colgamos una fotografía de nuestra nueva hija sobre la cabecera de Bonnie aun cuando sus ojos estaban tapados. Lo hicimos para que en el momento en que se los destaparan, la primera cosa que viera fuera la fotografía de su nueva hija. Pensábamos que esto le daría razón para seguir luchando por la vida. Luego le dije a la enfermera que el día siguiente era nuestro decimoctavo aniversario de boda. Al oírlo, se le saltaron las lágrimas.
El domingo fue un buen día, pues el hematócrito de Bonnie se elevó a 11 y se le retiró el Pavulon para que despertara de la inmovilización de los últimos cuatro días. Pero el médico me advirtió: “No se haga muchas ilusiones, porque cualquier cosa puede ir mal. Podrá celebrarlo cuando su hematócrito llegue a 20”. A pesar de esa advertencia, me hice ilusiones. Poder ver a mi esposa con sus ojos abiertos por primera vez en cuatro días era como vivir de nuevo. Bonnie no podía hablar porque estaba en un respirador y se encontraba muy débil. Le deseé un feliz aniversario. Solo podía hacer movimientos con la boca, pero no emitía ningún sonido. Estaba tan débil que ni siquiera podía sostener un lápiz para escribir.
En este momento se dispuso que podíamos traer a nuestra hija al Centro Médico Memorial, de Long Beach, para que Bonnie pudiera verla en la realidad y no solo en fotografía. Cuando llegó la niña, la llevaron a la unidad de cuidados intensivos y las enfermeras se la presentaron a Bonnie. Le contaron los dedos de los pies y de las manos y le mostraron todas las partes del cuerpo, de modo que Bonnie pudiera ver que la niña era normal y estaba saludable. Afortunadamente, la niña se había recobrado muy bien.
El médico tenía razón cuando dijo que no lo celebráramos demasiado pronto. Surgieron nuevos problemas. Bonnie contrajo dos tipos de neumonía, y su pulmón izquierdo falló parcialmente. Además, las pruebas de la enfermedad del legionario dieron positivas. Cualquiera de esas complicaciones pudo haber acabado con su vida. Me alegra poder decir que no fue así. Bonnie había servido de precursora, como se denomina a los ministros de tiempo completo de los testigos de Jehová, por quince años. De modo que todo lo que anduvo en el ministerio y un programa de ejercicios aeróbicos regulares la habían mantenido en una excelente forma física. Eso también debió darle la fortaleza que le permitió superar todos estos problemas.
Después de haber perdido el 80% de la sangre, pasar veintiocho días en el hospital (veintidós de ellos en cuidados intensivos) y someterse a cincuenta y ocho sesiones en la cámara hiperbárica, Bonnie finalmente fue dada de alta para que volviera a casa. Asombrado, el médico exclamó: “Tiene un aspecto magnífico. Es un milagro; eso es todo lo que puedo decir”.
Aunque fue un tiempo turbulento y desgarrador, también produjo resultados positivos. Se ayudó a los médicos, las enfermeras, los administradores, personas de otras fes y a los medios de comunicación a entender mejor el punto de vista de la Biblia sobre la sangre. También fueron testigos presenciales de lo que puede lograr una fe inquebrantable.
Solo dos meses después de este agotador sufrimiento, Bonnie participaba de nuevo en la obra de predicación pública, la obra con mayor significado para ella. Y como una bendición añadida, ahora tiene una nueva compañera de precursorado, nuestra hijita: Allie Lauren.—Relatado por Steven M. Beaderstadt.
[Comentario en la página 12]
La enfermera del equipo médico del helicóptero dijo: “¡Tiene que estar muerta!”
[Comentario en la página 14]
El médico dijo: “Estamos navegando en aguas desconocidas, pues nunca antes habíamos llegado tan lejos sin utilizar sangre”
[Fotografía en la página 13]
Mi esposa fue tratada en una cámara de oxígeno hiperbárico como esta
[Reconocimiento]
Centro Médico Memorial, de Long Beach
[Fotografía en la página 15]
Mi esposa y nuestra hija después de su recuperación