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¡Despertad! 1989
g89 22/12 págs. 26-28

La Revolución francesa: vislumbre de sucesos futuros

La Revolución francesa tuvo lugar hace doscientos años, en 1789. ¿Qué causas la motivaron? ¿De qué acontecimientos venideros dejó ejemplo?

Por el corresponsal de ¡Despertad! en Francia

¿ES una revuelta? —inquirió el rey.

—No majestad, es una revolución.

Luis XVI, rey de Francia, formuló esta pregunta el 14 de julio de 1789, día en que se tomó la Bastilla de París. Sus comentarios muestran que la realeza gala era incapaz de percibir que en Francia tenían lugar acontecimientos que producirían cambios perdurables, cambios que pondrían un modelo de sucesos futuros.

Durante el siglo XVIII, en Francia ya se habían producido muchas revueltas debido al hambre. En vísperas de la Revolución, de una población de veinticinco millones unos diez dependían de la caridad para subsistir. Por otra parte, el poder real estaba en crisis, la administración no tenía el más mínimo interés en realizar reformas y los intelectuales se planteaban si los intereses de la nación deberían estar supeditados a la autoridad real.

Los estados generales

En 1788 el régimen se encaró a una crisis financiera, debida en gran parte al apoyo que Francia había prestado a los americanos en la Guerra de la Independencia contra Gran Bretaña. El rey se vio obligado a convocar los llamados estados generales, los cuales se componían de representantes de los tres estamentos de la nación: el clero (el primer estado), la nobleza (el segundo estado) y el pueblo llano (el tercer estado).

El clero representaba tan solo a 150.000 personas, la nobleza a unas 500.000 y el tercer estado a más de 24,5 millones. Cada uno de los tres estamentos tenía un solo voto, lo que significaba que el pueblo llano (con un único voto) no podía efectuar ninguna reforma, a menos que el clero y la nobleza (que tenían dos votos) estuviesen de acuerdo con ella. De esta forma, el clero y la nobleza —alrededor de un 3% de la población— podían vencer al 97% restante en las votaciones. Por si fuera poco, el clero y la nobleza eran propietarios del alrededor del 36% de la tierra y estaban exentos de impuestos territoriales.

Al haber tanta hambre, los representantes del pueblo llano denunciaron el despotismo del gobierno, la falta de equidad de los sistemas electoral y tributario, y las injusticias y opulencia de la jerarquía católica y la nobleza. Pese a todo, el rey parecía seguro, pues la creencia era que gobernaba por derecho divino y el pueblo todavía tenía fe en la religión católica. Con todo, la monarquía fue derrocada en menos de cuatro años y se inició un proceso de descristianización.

El proceso revolucionario comenzó en la primavera de 1789. Debido a que algunos nobles rechazaron modificar el sistema electoral, los diputados del tercer estado se constituyeron en Asamblea Nacional. Este paso marcó el triunfo de la revolución burguesa y el fin de la monarquía absolutista.

No obstante, el campesinado, al temer que el rey y la aristocracia conspirasen para derrocar al tercer estado, se lanzó al saqueo de castillos y mansiones, lo que desembocó en una revuelta popular. A fin de mantener el orden público, la noche del 4 de agosto de 1789 la Asamblea decretó la supresión de los privilegios nobiliarios y la abolición del feudalismo. Así, en tan solo unos días, los pilares del Antiguo Régimen fueron derribados.

Los derechos del hombre

Posteriormente, la Asamblea elaboró la Declaración de los Derechos del Hombre, en la que se destacaban los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. No obstante, la Asamblea tuvo que vencer la oposición del clero para poder insertar los artículos 10 y 11, en los que se reconocían los derechos a la libertad de religión y de expresión.

Aunque muchos creían que se había hallado el gobierno ideal, se sintieron decepcionados cuando la Iglesia, representada por el papa Pío VI, condenó la Declaración. Por su parte, muchos revolucionarios desdeñaron la Declaración al ceder a su insaciable sed de sangre.

Más de ciento cincuenta años después, en 1948, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos, la cual se inspiraba en el texto francés de 1789. Pero hoy, como en el pasado, muchos que suscriben de palabra tales derechos, no hacen el menor caso de los principios que estos exponen. ¡Cuánta verdad encierran las palabras de Eclesiastés 8:9: “Un hombre tiene poder sobre otro para su perjuicio”! (La Biblia, versión castellana de Moisés Katznelson. Editorial El árbol de la vida.)

Cisma eclesiástico

En agosto de 1789 algunos diputados propusieron la nacionalización de los bienes eclesiásticos, proposición que se convirtió en una ley, por la que el Estado confiscó los bienes de la Iglesia. Además, la Asamblea obligó a los sacerdotes a jurar lealtad a la Constitución civil del clero que había elaborado.

La Iglesia se dividió en dos grupos: por un lado, los sacerdotes constitucionales (el 60% del clero), que aceptaron el juramento, y por otro, los que se negaron a jurar lealtad y permanecieron fieles a Roma. Esta división provocó muchos conflictos. Los sacerdotes que se negaron a prestar juramento eran considerados con frecuencia enemigos de la Revolución y la nación.

Terror y sangre a raudales

La Revolución también se veía amenazada por peligros externos. Las monarquías extranjeras se planteaban si deberían intervenir en los asuntos franceses a fin de reponer al rey en el trono. En cuanto al pueblo, perdió la confianza en Luis XVI cuando trató de escaparse del país el 21 de junio de 1791.

En la primavera de 1792, al aumentar la oposición de otros países europeos a la Revolución, Francia declaró la guerra al rey de Bohemia y Hungría. La guerra se extendió por toda Europa y continuó hasta 1799, acabando con la vida de 500.000 franceses.

En agosto y septiembre de 1792, la Revolución se radicalizó. El rey fue depuesto y condenado a muerte, y se instauró la República. El rey fue ejecutado el 21 de enero de 1793 y la reina, María Antonieta, fue ejecutada el 16 de octubre de 1793. Muchos sacerdotes que se negaron a cooperar fueron deportados. Los revolucionarios se creían en la obligación de liberar a otros pueblos que aún se hallaban sometidos a monarquías tiránicas, aunque a menudo los mismos libertadores se volvían déspotas.

No hubo manera de aliviar las dificultades que la guerra había acentuado. Tras decretarse el reclutamiento de 300.000 hombres, estalló el conflicto en el país. Bajo el emblema de la cruz y el Sagrado Corazón, se formó en Francia occidental un ejército católico en apoyo de la causa realista que tomó el control de las ciudades de cuatro zonas, en las que masacró a los republicanos que allí se hallaban.

El gobierno central aprovechó estos problemas para arrogarse autoridad dictatorial en manos de un “Comité de Salvación Pública” con Robespierre a la cabeza. Se llegó a gobernar por el terror. A menudo los derechos que establecía la declaración de 1789 fueron pisoteados. Los tribunales revolucionarios emitían cada vez más sentencias de muerte y la guillotina se hizo notoria.

La descristianización

En el otoño de 1793, el gobierno revolucionario inició un plan para lograr la descristianización con el objetivo de conseguir un “nuevo hombre” exento de corrupción. Se acusó a la religión católica de tratar de sacar provecho de la credulidad popular. Algunas iglesias fueron destruidas y otras convertidas en cuarteles. Se obligó a los sacerdotes a abandonar su vocación y casarse, de forma que aquellos que rehusaron cumplir con estas exigencias fueron arrestados y ejecutados. Algunos huyeron del país.

La religión católica fue sustituida por el culto a la Razón, a la que se llegó a considerar una diosa, la “madre de la patria”. Más adelante se reemplazó este culto con la religión deísta que impuso Robespierre, quien eliminó a sus oponentes e instauró una dictadura despiadada. Con el tiempo su sed de sangre le costó la vida. El 28 de julio de 1794 fue arrastrado hasta la guillotina mientras gritaba.

Los políticos que sobrevivieron querían evitar la dictadura unipersonal, por lo que encomendaron el poder a un Directorio de cinco miembros. Pero al reanudar la guerra y empeorar la situación económica, las circunstancias favorecieron el que se delegase el poder en manos de una sola persona, Napoleón Bonaparte, lo cual dio paso a otra dictadura.

La Revolución francesa diseminó ideas que más tarde fructificaron en forma de democracias y dictaduras. También mostró lo que puede ocurrir cuando los poderes políticos se alzan contra la religión organizada. En este sentido se puede tomar como vislumbre de sucesos futuros. (Revelación 17:16; 18:1-24.)

[Ilustración en la página 28]

Interior de la catedral de Notre Dame, fiesta idolátrica en honor de la diosa Razón

[Reconocimiento]

Biblioteca Nacional de París

[Reconocimiento en la página 26]

De un grabado antiguo de H. Bricher sc.

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