Se destruyen por segundo
IMAGÍNESE paseando por un espeso y umbrío bosque tropical, entre árboles que, como apuntaladas columnas, se alzan por encima de su cabeza a una altura de unos cuarenta metros. Sobre usted bulle una enorme maraña de vida, el más concentrado y rico ecosistema que existe sobre la Tierra. Los árboles están festoneados con lianas que llegan a medir centenares de metros de longitud y adornados con plantas que se sujetan a lo largo de los troncos y las ramas. Exuberantes flores tropicales perfuman el aire cálido y sosegado.
Usted se encuentra en la pluviselva tropical. No se trata tan solo de un lugar pintoresco, de unos abovedados pasillos dentro de la brumosa selva que se ven atravesados por rayos de luz, sino que es un mecanismo de increíble complejidad, cuyas partes se complementan con extraordinaria precisión.
En ella existe una gran profusión de vida, con una variedad de formas que no tiene igual en ninguna otra parte de la superficie terrestre de nuestro planeta. Las pluviselvas, aunque solo ocupan el 6% de dicha superficie, albergan hasta la mitad de todas las especies vegetales y animales de la Tierra. Producen alrededor de una tercera parte de toda la materia viva que crece en el suelo. En lo alto, en las copas de los árboles, habitan exóticos insectos y aves, monos y otros mamíferos. La mayoría de ellos nunca bajan al suelo. Los árboles los alimentan y los cobijan, y ellos, a su vez, polinizan los árboles o, al comer su fruto, esparcen las semillas con su excremento.
Todos los días se producen lluvias torrenciales que empapan las selvas y alimentan su complejo ciclo de vida. La lluvia arrastra por los troncos las hojas y residuos, y forma una especie de caldo rico en sustancias nutritivas que sirven de alimento para unas plantas —llamadas epifitas—, que crecen sobre los árboles. Las epifitas a su vez ayudan al árbol a absorber del aire su principal alimento: el nitrógeno. Las hojas de muchas epifitas forman unos “depósitos” en los que retienen varios litros de agua, y de esta manera crean a gran altura unos pequeños estanques que sirven de hábitat para ranas arborícolas, salamandras y aves.
Todo nutriente que llega al suelo selvático es devorado con rapidez. Mamíferos, hordas de insectos y bacterias trabajan a la par para reducir frutos, cadáveres de animales y follaje a materia de desecho, que entonces el suelo absorbe con avidez. Si usted escarbase un poco el terreno que pisa, encontraría una capa gruesa y esponjosa de fibras blancas, una red de raíces y hongos. Estos hongos ayudan a las raíces a absorber en seguida los nutrientes, antes de que las lluvias se los lleven.
Pero ahora, supóngase que su paseo por la pluviselva se limitase a una pequeña sección, a una zona del tamaño de un campo de fútbol. De repente, esa entera sección de selva desaparece. Es completamente destruida en un solo segundo. Mientras usted lo contempla horrorizado, un segundo después es destruida la sección contigua a la suya, del mismo tamaño; al cabo de otro segundo, desaparece una sección más, y así sucesivamente. Al final, usted se encuentra de pie solo, en un terreno llano y vacío, sobre un suelo calcinado por el intenso sol tropical.
Según algunos cálculos, esa es la rapidez con la que se están destruyendo las pluviselvas tropicales del mundo. Hay quienes calculan que ese efecto se produce más deprisa todavía. Según la revista Newsweek, cada año es arrasada una extensión equivalente a la mitad del estado de California (E.U.A.). La revista Scientific American de septiembre de 1989 dice que el tamaño de la zona destruida equivale a la superficie combinada de Suiza y los Países Bajos.
Sea cual sea la extensión afectada, los daños son espantosos. La deforestación ha provocado protestas a escala mundial, que se centran en gran parte en los estragos causados en un solo país.
Brasil
En 1987, las fotografías de la cuenca del Amazonas tomadas desde satélites mostraban que en esa zona los índices de deforestación eran superiores a algunos de los cálculos que se habían hecho para todo el planeta. Miles de incendios provocados con el fin de despejar las selvas iluminaban las noches de aquella zona continental. La nube de humo tenía una extensión comparable a la de la India y, debido a su densidad, algunos aeropuertos tuvieron que cerrar. Según cierto cálculo, la cuenca del Amazonas pierde cada año una superficie de pluviselva del tamaño de Bélgica.
José Lutzenberger, defensor brasileño del medio ambiente, llamó a esta situación “el mayor holocausto en la historia de la vida”. Por todo el mundo, los defensores del medio ambiente están poniendo el grito en el cielo. Hacen de la crisis de las pluviselvas un tema de atención pública. Hasta mediante camisetas y conciertos de música rock se proclamó el lema: “Salva la pluviselva”. Luego vino la presión económica.
Brasil debe más de cien mil millones de dólares en concepto de deuda externa, lo que hace que alrededor del 40% de lo que recibe por sus exportaciones lo tenga que gastar tan solo en pagar los intereses. Es un país que depende mucho de la ayuda y los préstamos que recibe del extranjero. Así que los bancos internacionales empezaron a no concederle préstamos que pudieran utilizarse para dañar las selvas. Naciones desarrolladas se ofrecieron para canjear parte de la deuda brasileña por una mejor protección del medio ambiente. El presidente estadounidense Bush pidió a Japón que no prestase fondos a Brasil para la autopista que quiere construir a través de las pluviselvas vírgenes.
Un problema mundial
A muchos brasileños toda esta presión les huele a hipocresía. Hace ya mucho tiempo que los países desarrollados han diezmado sus propios bosques, y seguramente no habrían permitido que ninguna potencia extranjera se lo hubiese impedido. En la actualidad, Estados Unidos está arrasando la última de sus pluviselvas. No se trata de pluviselvas tropicales, por supuesto, sino de las pluviselvas templadas que tiene al noroeste, junto al Pacífico. Allí también desaparecerán ciertas especies.
Por lo tanto, la deforestación es un problema mundial, no solo de Brasil. Y hoy día las pérdidas de pluviselva tropical han alcanzado un nivel sumamente crítico. Más de la mitad de tales pérdidas se producen fuera de Brasil. En el centro de África y el sudeste de Asia, donde se encuentran las otras dos regiones de pluviselva más importantes del mundo, las selvas también están desapareciendo a gran velocidad.
La deforestación produce efectos a escala mundial. Supone hambre, sed y muerte para millones de personas. Es un problema que afecta directamente la vida de cada persona. Afecta el alimento que come, los medicamentos que utiliza, el clima en el que vive y quizás hasta el futuro de la humanidad.
No obstante, es fácil que usted se pregunte: “¿Cómo pueden estas pluviselvas tener efectos tan trascendentales? ¿Qué pasará si, como dicen algunos expertos, desaparecen en unas cuantas décadas? ¿Supondrá eso realmente una tragedia tan grande?”.
Antes de responder estas preguntas, hay que dar atención a otra: ¿Qué es, ante todo, lo que destruye las pluviselvas?
[Diagrama/Mapas en la página 5]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
Pluviselvas que desaparecen
Antes de la deforestación
Grado actual de deforestación
El año 2000 al índice actual de deforestación