‘Esta repugnante costumbre de fumar tabaco’
‘REPULSIVA a la vista, odiosa para el olfato, dañina para el cerebro, peligrosa para los pulmones.’
Esta descripción, escrita hace casi cuatrocientos años, es la conclusión de un manifiesto contra el tabaco titulado A Counterblaste to Tobacco (Refutación del tabaco), publicado nada menos que por el rey Jacobo I de Inglaterra, el patrocinador de la traducción bíblica de 1611 conocida por el nombre de King James Version.
¿Qué motivó este manifiesto y qué lecciones podemos sacar de él?
Usos medicinales y de otro tipo
Cuando Cristóbal Colón regresó a Europa después de su viaje a América en 1492, se trajo semillas de una planta que los indios americanos apreciaban mucho por sus propiedades medicinales. Más tarde, Nicolás Monardes identificó esa hierba con el nombre de tabaco (o picielt, según los indios). Los conquistadores españoles, ‘enseñados por los indios, se aprovecharon de ella en las heridas que en la guerra recibían, curándose con ella con grande aprovechamiento de todos’. (Primera y segunda y tercera partes de la historia medicinal de las cosas que traen de nuestras Indias Occidentales, Nicolás Monardes, 1574.)
Pero el uso que más captó la atención de los exploradores fue otro. Monardes explica:
‘Una de las maravillas de esta yerba, y que más admiración pone, es el modo como usaban de ella los sacerdotes de los indios, que hacían en esta forma: cuando había entre los indios algún negocio de mucha importancia, en que los caciques, o principales del pueblo tenían necesidad de consultar con sus sacerdotes el tal negocio, el sacerdote luego en presencia de ellos tomaba unas hojas de Tabaco y echábalas en la lumbre, y recibía el humo de ellas por la boca y por las narices, por un canuto. En tomándolo caía en el suelo como muerto y estaba así conforme a la cantidad del humo que había tomado, y cuando había hecho la yerba su obra, recordaba y dábales las respuestas conforme a los fantasmas e ilusiones que mientras estaba de aquella manera veía. Así mismo los demás indios, por su pasatiempo, tomaban el humo del Tabaco.’
Sir Walter Raleigh tomó posesión de Virginia en 1584. Al crecer la colonia, la costumbre india de fumar tabaco también se hizo popular entre aquellos pobladores. Al regresar a Inglaterra ‘fue Raleigh el principal responsable de introducir esa costumbre y promocionar el culto’, afirma el historiador A. L. Rowse.
La “Refutación”
No obstante, quien se opuso a esta nueva costumbre fue nada menos que su rey, Jacobo, quien tomó la pluma y alertó a sus súbditos de los peligros de fumar tabaco.
‘A fin de columbrar mejor los múltiples abusos de esta repugnante costumbre de fumar Tabaco, es conveniente que primero se tome en consideración sus orígenes y las razones por las que empezó a introducirse en este país.’ Así comienza la famosa Refutación. Tras repasar lo que él llamó la ‘pestilente y desagradable’ costumbre de utilizar humo de tabaco para curar enfermedades, el rey Jacobo alista cuatro argumentos que la gente utilizaba para justificar su hábito:
1. Que los cerebros humanos son fríos y húmedos, por lo que todas las cosas secas y calientes (como el humo del tabaco) deberían de ser buenas para ellos.
2. Que este humo, por medio de su calor, fuerza y cualidad natural, debe limpiar la cabeza y el estómago de resfriados y trastornos.
3. Que la gente no habría tomado la costumbre tan a pecho si no hubiese visto por experiencia que era bueno para ellos.
4. Que muchos encuentran alivio de la enfermedad y que jamás resultó nocivo para ningún hombre fumar tabaco.
A la luz del conocimiento científico moderno, seguro que usted concordará con los contraargumentos del rey Jacobo. El humo del tabaco no solo es caliente y seco, sino que además tiene una ‘cierta facultad venenosa aunada a su calor’. ‘Inhalar ese humo para curar un resfriado no es mejor que comer carne o tomar bebidas flatulentas para evitar los dolores de un cólico.’ Algunas personas quizás digan que han fumado por años sin sufrir ningún mal, pero ¿quiere decir eso que fumar es beneficioso?
Jacobo razonó de forma contundente que ‘aunque una prostituta ya envejecida pudiera atribuir su longevidad a sus prácticas inmorales, pasaría por alto el hecho de que muchas prostitutas sufren una muerte prematura’ como consecuencia de las enfermedades de transmisión sexual que contraen. Y ¿qué se puede decir de los viejos borrachos que creen que prolongan sus días ‘por medio de un régimen más bien propio de cerdos’, pero que nunca toman en cuenta cuántos otros mueren ‘ahogados en la bebida antes de llegar a la mediana edad’?
Pecados y vanidades
Después de diezmar los argumentos en favor de fumar, Jacobo pasa a mencionar los ‘pecados y vanidades’ que cometen los que fuman. Sostiene que entre estos es notable el pecado de la avidez. No contentos con inhalar un poco de humo de tabaco, la mayoría ansían más. De hecho, la adicción a la nicotina se ha convertido en un fenómeno común.
Y ¿qué se puede decir de las ‘vanidades’? Jacobo ataca al fumador de tabaco con el argumento: ‘¿No es una gran vanidad, y también inmundicia, el que en la mesa, un lugar de respeto, se echen bocanadas de humo asqueroso y pestilente, exhalando el humo, infectando el aire, cuando otros de los presentes aborrecen semejante práctica?’.
Como si supiera los muchos peligros para la salud a los que se enfrentan los fumadores, Jacobo razona: ‘Sin duda, el humo es mucho más propio de una cocina que de un comedor, y sin embargo, a menudo hace que las partes internas de los hombres parezcan cocinas, ensuciándolas y contaminándolas con un tipo de hollín untuoso y grasiento, como ha podido verse en algunos grandes fumadores de Tabaco que fueron abiertos después de su muerte’.
Para coronar su argumento, Jacobo continúa diciendo: ‘Respecto a esto, no solo es una gran vanidad, sino también un gran desprecio por las buenas dádivas de Dios, que el frescor del aliento del hombre, siendo una buena dádiva de Dios, haya de ser corrompido deliberadamente por este humo hediondo’.
[Ilustraciones en la página 13]
Rey Jacobo I
Sir Walter Raleigh
[Reconocimientos]
Museo Ashmolean (Oxford)
Por cortesía de los administradores del Museo Británico