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  • Parte 3: El ambicioso comercio revela su verdadero color

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  • Parte 3: El ambicioso comercio revela su verdadero color
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¡Despertad! 1992
g92 8/2 págs. 20-23

El ascenso y caída del comercio mundial

Parte 3: El ambicioso comercio revela su verdadero color

A PRINCIPIOS del siglo XVI, la Liga Hanseática, una asociación mercantil de ciudades del norte de Alemania, dominaba el comercio de la zona septentrional de Europa; Inglaterra y Holanda dominaban el oeste, y Venecia, el sur.

Venecia monopolizó el comercio de especias durante siglos. Los acuerdos conseguidos con los árabes y más tarde con los turcos otomanos cerraron las rutas comerciales orientales a posibles competidores. Para desafiar este monopolio había que hallar nuevas rutas al Lejano Oriente. La búsqueda empezó. Esta resultó, entre otras, en el descubrimiento y sometimiento de las Américas.

Durante los años noventa del siglo XV, el Papa dio a Portugal y España el visto bueno para que emprendieran una campaña de conquista de un mundo entonces desconocido. No obstante, a estas potencias católicas les movía más que simple creencia religiosa. El profesor Shepard Clough dice: “No bien se hubieron formulado las declaraciones de propiedad de las regiones del globo recién descubiertas, las naciones respectivas se lanzaron frenéticamente a extraer de sus nuevas posesiones todos los beneficios económicos posibles”. Añade: “Se manifestó un afán casi contranatural en la prisa con que los exploradores querían enriquecerse. Hubo jugosos comentarios tanto sobre los motivos que se ocultaban tras la exploración como sobre las ideologías dominantes en el mundo occidental”. El ansia de oro y conversos impulsó a los conquistadores españoles en su colonización del Nuevo Mundo.

Entretanto, Holanda se estaba convirtiendo en una potencia comercial, algo que ninguno de los demás gigantes comerciales podía impedir. De hecho, durante el siglo XVII se vio que solo los ingleses tenían el poder suficiente para hacer frente a los holandeses. La competencia económica se intensificó. En el plazo de treinta años, para 1618, los ingleses doblaron el tamaño de su flota; para mediados del siglo XVII la marina mercante holandesa era unas cuatro veces mayor que las flotas combinadas de Italia, Portugal y España.

El centro comercial de Europa cambió así del Mediterráneo a la costa atlántica. El profesor Clough lo llama una “revolución comercial” y “uno de los grandes cambios de centro de gravedad registrados por la Historia”, e indica que “fue esta prosperidad económica la que hizo posible el caudillaje político y cultural de la Europa occidental en la cultura de Occidente”.

Imperios edificados sobre más que azúcar y especias

En 1602 los holandeses fusionaron varias compañías comerciales dirigidas por sus comerciantes y formaron la Compañía General Neerlandesa de las Indias Orientales. En las siguientes décadas, además de lograr cierto éxito comercial en Japón y Java, expulsaron a los portugueses de lo que ahora es Malaysia Occidental, Sri Lanka y las Molucas (Islas de las Especias). “Como los portugueses y españoles —⁠dice Clough⁠⁠—, [los holandeses] querían reservar exclusivamente para ellos los beneficios derivados del comercio con Oriente”. ¡Y no es de extrañar! El comercio era tan rentable, que para el siglo XVII Holanda se había convertido en la nación de mayor renta per cápita de Europa occidental. Amsterdam llegó a ser el centro financiero y comercial del mundo occidental. (Véase el cuadro de la página 23.)

Dinamarca y Francia crearon compañías similares. No obstante, la primera y la que ejerció mayor influencia se fundó en 1600: la Compañía Inglesa de las Indias Orientales. Tomó el lugar del comercio francés y portugués en la India. Tiempo después, los ingleses también dominaron el comercio con China.

Entretanto, en el hemisferio occidental, la Compañía Neerlandesa de las Indias Occidentales comerciaba con el azúcar, el tabaco y las pieles. Los ingleses, por su parte, tras fundar la Compañía de la Bahía de Hudson en Canadá en 1670, intentaban encontrar un paso septentrional al Pacífico mientras comerciaban con las tierras adyacentes a la bahía de Hudson.

El periodista Peter Newman dice que la lucha entre la Compañía de la Bahía de Hudson y una de sus rivales, la Compañía del Noroeste, “fue una competencia comercial por los mercados y las pieles, pero pronto se convirtió en una búsqueda de poder y territorio. [...] Ambos lados zanjaron sus cuentas con sangre”. Las verdaderas víctimas fueron los indios, con quienes ambas partes comerciaban. Luego añade que “el licor fue la moneda de cambio en el comercio de las pieles”, y que este “comercio de licor corrompió familias y diezmó la cultura india”.a

De este modo vinieron a la existencia dos poderosos e influyentes imperios, ambos edificados no solo sobre el azúcar y las especias, sino sobre sangre. El ambicioso comercio revelaba su verdadero color. La obra The Columbia History of the World dice: “Los holandeses y los ingleses surcaron los océanos del mundo con propósitos comerciales. [...] Para estas compañías los beneficios eran lo fundamental” (cursivas nuestras).

Beneficios a expensas de otros

Desde el siglo XVI hasta el XVIII, un sistema económico conocido como mercantilismo ejerció una gran influencia en Europa. La Nueva Enciclopedia Larousse explica: “La cuestión fundamental del mercantilismo era conseguir un voluminoso stock de metales preciosos como medio de acrecentar la riqueza. Como los países no productores de dichos metales sólo podían incrementar sus stocks mediante un excedente continuo de las exportaciones sobre las importaciones, los autores mercantilistas centraron su atención en la balanza comercial y los medios de asegurar tal excedente”.

La aplicación de esta política llevó con frecuencia a graves injusticias. Se explotaron las colonias y se confiscaron toneladas de oro en beneficio de la madre patria. Dicho con sencillez, el mercantilismo reflejaba la actitud egocéntrica y ambiciosa que ha caracterizado al comercio mundial desde su mismo principio, un espíritu que todavía manifiesta.

El mercantilismo tuvo detractores, siendo uno de los más conocidos un escocés llamado Adam Smith. Este famoso filósofo social y economista político publicó en 1776 un estudio económico titulado Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones. Aunque Smith se oponía al mercantilismo, no criticó la búsqueda de ganancias impulsada por el interés propio. Al contrario, sostenía que el ser humano estaba dirigido por una “mano invisible” que lo movía a participar en la competencia económica en su búsqueda del propio interés individual; no obstante, afirmaba que ese mismo propio interés podía ser beneficioso para la entera sociedad.

Smith propuso la teoría de laissez-faire, es decir, la idea de que los gobiernos no deberían intervenir en los asuntos económicos individuales salvo en aquello que fuera indispensable. De este modo enunció con claridad la ideología del capitalismo clásico.

El capitalismo, el sistema económico predominante en la actualidad y, según algunos, el de mayor éxito, se caracteriza por la propiedad privada y el mercado libre entre personas y compañías que compiten entre sí por obtener beneficios. La historia moderna del capitalismo empezó en el siglo XVI en las ciudades del centro y norte de Italia, pero sus raíces son mucho más antiguas. El profesor emérito de Historia Elías J. Bickerman explica que “el uso de nuestra palabra ‘capital’, del latín caput, que significa ‘cabeza’, se remonta a un término babilonio que también significaba ‘cabeza’ y tenía el mismo sentido económico”.

El comercio revela su verdadero color en la búsqueda del propio interés individual o nacional. Por ejemplo, no le ha importado ocultar la verdad. La obra The Collins Atlas of World History dice: “El cartógrafo también ha sido protagonista, y a veces rehén, de las estrategias comerciales. Los descubrimientos sacan a la luz fuentes fabulosas de riqueza. ¿Puede permitirse que el cartógrafo revele esta información al mundo? ¿No debería, más bien, esconderla de posibles competidores? [...] En el siglo XVII, la Compañía General Neerlandesa de las Indias Orientales no publicó documentos que podían dar información a sus competidores”.

El comercio ha hecho cosas mucho peores. Entre los siglos XVII y XIX obtuvo pingües beneficios de vender como esclavos a, según cálculos, unos diez millones de africanos, miles de los cuales murieron en el viaje a las Américas. El libro Raíces, de Alex Haley, y la serie de televisión de 1977 del mismo título describieron con gran realismo esta vergonzosa tragedia.

¿Cómo deberían usarse los bloques de construcción?

El hombre imperfecto ha aprendido por ensayo y error desde el principio de la historia humana. Ha descubierto verdades científicas básicas, que se han aprovechado para nuevos descubrimientos, pero todo se ha conseguido mediante investigación persistente y a veces por accidente, no por revelación divina. En 1750, mientras Gran Bretaña transformaba su economía agraria en otra dominada por la industria y la maquinaria, algunos de estos inventos —⁠a modo de bloques de construcción⁠— se hicieron disponibles para la formación de un nuevo mundo.

El molino de viento, conocido en Afganistán desde el siglo VI o VII E.C., preparó el camino para el descubrimiento y perfeccionamiento de otras fuentes de energía. Ahora bien, ¿estaría dispuesto el ambicioso comercio a renunciar a exorbitantes ganancias para conseguir fuentes seguras, confiables y no contaminantes? ¿O se aprovecharía de las crisis energéticas —⁠posiblemente incluso provocándolas⁠— para obtener más ganancias?

La pólvora, inventada en China en el siglo X, fue decisiva en la minería y la construcción. Pero ¿tendría el ambicioso comercio el valor moral de evitar su explotación en la producción de armas a fin de enriquecer a los fabricantes armamentistas a costa de vidas humanas?

El hierro colado, que probablemente existe en China desde el siglo VI E.C., fue un precursor del acero, sobre el que se construiría el mundo moderno. Pues bien, ¿estaría el ambicioso comercio dispuesto a reducir sus ganancias para impedir la contaminación, los accidentes y la congestión que traería consigo una era industrial?

El tiempo iba a dar la respuesta. De cualquier modo, estos y otros bloques de construcción estaban destinados a contribuir a una revolución mundial que a su vez llevaría a algo que el mundo jamás había visto. Lea en el próximo número: “¿A qué ha conducido la revolución industrial?”.

[Nota a pie de página]

a Víctimas inocentes del mercantilismo codicioso en el Nuevo Mundo fueron también las manadas norteamericanas de 60 millones de búfalos, que, a los efectos, fueron aniquiladas, a menudo solo para conseguir la piel y la lengua de estos animales.

[Ilustración en la página 21]

Los indios, a los que se solía pagar con licor, fueron víctimas del comercio con el hombre blanco

[Reconocimiento]

Harper’s Encyclopœdia of United States History

[Recuadro en la página 23]

El negocio de la banca

Antes de la era común: Los antiguos templos babilonios y griegos custodiaban las monedas de los depositantes; como no todo el mundo pedía sus monedas al mismo tiempo, algunas de ellas podían prestarse a otras personas.

Edad Media: Los comerciantes italianos dan origen a la banca moderna. Utilizaban a los clérigos viajantes como agentes para llevar cartas de crédito de un país a otro. En Inglaterra, los orfebres empezaron a dar a interés las sumas depositadas a su custodia.

1408: Se funda en Génova (Italia) una institución que para algunos es la predecesora de los bancos modernos, seguida de otras similares en Venecia (1587) y Amsterdam (1609). Un historiador dice que “los valiosos servicios prestados por el Banco de Amsterdam contribuyeron a hacer de esta ciudad el centro financiero del mundo”.

1661: El Banco de Estocolmo, una ramificación del de Amsterdam, empezó a emitir billetes bancarios (promesas del banco de pagar al portador), un procedimiento que los ingleses perfeccionaron más tarde.

1670: La primera Cámara de Compensación, abierta en Londres, era un establecimiento bancario para zanjar cuentas y demandas mutuas; el nacimiento del cheque moderno, también en ese año, permitía al cliente transferir sus ingresos en depósito a otros bancos o parte de su saldo a otras personas.

1694: Fundación del Banco de Inglaterra, que llegó a ser uno de los primeros bancos emisores de billetes (creador del papel moneda).

1944: Creación del Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo, también llamado Banco Mundial, un organismo especializado colaborador de las Naciones Unidas y diseñado con el fin de financiar proyectos de reconstrucción y desarrollo de los países miembros.

1946: Se crea el Fondo Monetario Internacional para “estimular la cooperación monetaria internacional, facilitar la expansión del comercio, promover la estabilidad de los cambios y contribuir al establecimiento de un sistema multilateral de pagos”. (Enciclopedia Hispánica.)

1989: El Plan Delors propone que la comunidad europea adopte una moneda común y funde un Banco Central Europeo durante la década de los noventa.

1991: Apertura del Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, un organismo formado en 1990 por más de cuarenta naciones para promover la ayuda económica a las debilitadas economías de Europa Oriental.

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