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  • Cómo vivir feliz con el nido vacío
  • ¡Despertad! 1998
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  • Centrémonos en aspectos positivos
  • Aún somos padres
  • No nos entremetamos
  • Renueve los vínculos maritales
  • El progenitor sin cónyuge y la emancipación de los hijos
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¡Despertad! 1998
g98 22/1 págs. 9-12

Cómo vivir feliz con el nido vacío

“PARA muchos —admitió una madre—, la separación definitiva es un trauma, sin importar lo preparados que estemos.” En efecto, por inevitable que sea la partida de un hijo, a la hora de la verdad puede ser difícil afrontarla. Un padre explica cómo reaccionó tras haber despedido al suyo: “Por primera vez en la vida..., no hice más que llorar y llorar”.

La emancipación de los hijos deja en muchos padres un vacío inmenso, una herida abierta. Privados del contacto diario con el hijo, a veces los abruma la soledad, el dolor y la sensación de pérdida. Pero el cambio no solo les afecta a ellos, como admiten Edward y Avril (matrimonio): “Si quedan hijos en casa, también acusarán su ausencia”. ¿Qué consejo dan? “Dedicarles tiempo y ser comprensivos. Así les será más fácil adaptarse.”

En fin, la vida sigue. Uno debe ocuparse de los muchachos restantes, por no hablar del trabajo o las tareas del hogar, y no puede ceder a la tristeza. Analicemos, por tanto, varias estrategias para ser felices cuando los chicos se vayan.

Centrémonos en aspectos positivos

Claro, si estamos tristes o solos y tenemos que llorar o desahogarnos con un amigo comprensivo, hagámoslo sin vacilación. Dice la Biblia: “La solicitud ansiosa en el corazón de un hombre es lo que lo agobia, pero la buena palabra es lo que lo regocija” (Proverbios 12:25). Los demás pudieran ayudarnos a ver las cosas desde otro ángulo. Por ejemplo, Waldemar y Marianne (matrimonio) dan este consejo: “No hay que verlo como una pérdida, sino como la consecución de una meta”. Un enfoque muy positivo. “Estamos satisfechos de haber logrado que los chicos sean adultos responsables”, dicen Rudolf y Hilde (matrimonio).

¿Hemos procurado educar al hijo “en la disciplina y regulación mental de Jehová”? (Efesios 6:4.) Aunque así sea, quizá nos inquiete su marcha. No obstante, si le hemos dado esta preparación, contamos con la garantía bíblica de que “aun cuando se haga viejo no se desviará de él” (Proverbios 22:6). ¿No es una dicha inmensa ver a nuestra prole responder bien a la formación que le hemos dado? El apóstol Juan dijo lo siguiente de su familia espiritual: “No tengo mayor causa de sentir agradecimiento que estas cosas: que oiga yo que mis hijos siguen andando en la verdad” (3 Juan 4). Es posible que alberguemos sentimientos parecidos hacia nuestros vástagos.

Ahora bien, es patente que algunos no responden bien a la educación cristiana. Si un hijo adulto obra así, no es indicación de que hayan fracasado los padres. No hay por qué culparse si hemos hecho cuanto podíamos por darle una buena formación cristiana. Debemos entender que, al ser mayor, lleva ante Dios su propia carga de responsabilidad (Gálatas 6:5). No perdamos la esperanza de que recapacite sobre sus decisiones y la “flecha” acabe dando en el blanco al que apuntamos (Salmo 127:4).

Aún somos padres

Aunque la partida de los hijos sea un cambio significativo, con ella no concluye nuestro cometido. El psicólogo Howard Halpern comenta: “Los padres lo son hasta el día que mueren, si bien han de redefinir las aportaciones y los cuidados que dan a su prole”.

Hace mucho, la Biblia reconoció que la misión de los padres no termina al crecer el hijo. Proverbios 23:22 dice: “Escucha a tu padre, que causó tu nacimiento, y no desprecies a tu madre simplemente porque ha envejecido”. Los padres aún pueden influir mucho en los hijos, aunque estos sean mayores y ellos hayan ‘envejecido’. Claro, deben hacerse cambios. Pero toda relación ha de replantearse de vez en cuando para que conserve la vitalidad y sea satisfactoria. Ya que los chicos han crecido, el trato ha de asumir un nivel más maduro. Cabe mencionar que, según ciertos estudios, la relación filial suele mejorar con la emancipación. Al afrontar la dura realidad cotidiana, muchos comienzan a ver a los padres desde otro ángulo. Un adulto alemán llamado Hartmut dice: “Ahora comprendo mejor a mis padres y la razón de su forma de actuar”.

No nos entremetamos

Las intromisiones en la vida privada del hijo adulto pueden resultar nefastas (compárese con 1 Timoteo 5:13). Una señora que mantiene una relación bastante tensa con sus suegros señala: “Los queremos mucho, pero deseamos vivir a nuestra manera y tomar nosotros las decisiones”. Como es lógico, ningún padre va a quedarse cruzado de brazos si ve que su hijo está abocado al desastre. Pero normalmente es mejor no darle consejos si no los ha pedido, sin importar lo acertados que sean o las buenas intenciones que se tengan, y más si está casado.

En 1983, ¡Despertad! dio el siguiente consejo: “Acepten su nuevo papel. Ustedes dejan de ser niñeros cuando el niñito comienza a caminar. De manera similar, cambien el atesorado papel de guardianes por el de consejeros. El tomar decisiones por sus hijos en esta etapa de la vida sería tan inadecuado como el querer hacerlos eructar o amamantarlos. Como consejeros, ustedes definitivamente tienen limitaciones. Ya no pueden recurrir eficazmente a su autoridad de padres. (‘Tienes que hacerlo porque yo te lo digo.’) Tienen que respetar la condición de adulto de su hijo”.a

Aunque uno no vea bien todas las decisiones del hijo y su cónyuge, el respeto por la santidad del matrimonio puede ayudarle a aminorar la inquietud y no inmiscuirse, a menos que sea imprescindible. Por lo general, es mejor dejar que los esposos jóvenes resuelvan entre ellos sus desavenencias. Si no, se corre el riesgo de enfrentarse sin necesidad a un hijo o una nuera que, al hallarse en una etapa delicada del matrimonio, son muy susceptibles a las críticas. El artículo de ¡Despertad! antes citado agregaba este consejo: “No cedan a la tentación de dar un sinnúmero de sugerencias que no se hayan pedido, las cuales pueden convertir al yerno o a la nuera en enemigo”. En vez de manipular, hay que apoyar. Si se mantienen buenas relaciones, al hijo le será más fácil acudir a los padres en caso de que requiera consejo.

Renueve los vínculos maritales

Al quedar vacío el nido, muchos matrimonios ven la posibilidad de hallar más felicidad conyugal. La buena crianza de los hijos pudiera exigir tanto tiempo y trabajo que se descuide la relación de pareja. Una esposa comenta: “Ahora que se han marchado los hijos, Konrad y yo tratamos de empezar de nuevo, como si nos estuviéramos conociendo”.

Libres de las obligaciones cotidianas que impone criar a los hijos, ahora tienen más tiempo el uno para el otro. Una madre señaló: “El tiempo libre que nos ha quedado [...] nos permite prestar más atención a quiénes somos, centrarnos en aprender más sobre nuestra relación y emprender actividades que nos llenen”. Y añade: “Es el momento de aprender cosas nuevas y crecer mucho, y aunque a veces haya inestabilidad, es emocionante”.

Hay matrimonios que también disfrutan de un mayor desahogo económico. Ya pueden dedicarse a las aficiones y vocaciones que habían pospuesto. Muchas parejas testigos de Jehová aprovechan su nueva libertad para trazarse metas espirituales. Hermann explica que al emanciparse sus hijos, su esposa y él decidieron enseguida reanudar el ministerio de tiempo completo.

El progenitor sin cónyuge y la emancipación de los hijos

Para el progenitor sin cónyuge pudiera ser muy difícil habituarse a ver el nido vacío. Rebecca, madre que ha criado sola a dos muchachos, dice: “Cuando se van los chicos, no tenemos un esposo que nos acompañe y quiera”. Uno quizás se haya apoyado emocionalmente en los hijos. Y si estos contribuían al sostén del hogar, su partida tal vez acarree estrecheces económicas.

Algunos se las arreglan para mejorar su situación económica realizando cursos de capacitación o estudios académicos breves. Pero ¿cómo se supera el vacío de la soledad? Una madre sin marido comenta: “En mi caso lo mejor es mantenerme ocupada, como leyendo la Biblia, limpiando la casa o tal vez dando una buena caminata o corriendo. Pero lo que más me ayuda a superar la soledad es hablar con una amiga espiritual”. Así es: ‘ensanchemos’ nuestro círculo con nuevas amistades que nos satisfagan (2 Corintios 6:13). ‘Persistamos en ruegos y oraciones’ si la situación nos abruma (1 Timoteo 5:5). Tengamos la seguridad de que Jehová nos fortalecerá y apoyará a través de la difícil etapa de cambios.

Felices aunque se vayan

Con independencia de nuestras circunstancias, la vida no acaba con la salida de los hijos del hogar, ni tampoco se borran los vínculos familiares. El sano amor del que habla la Biblia tiene la fuerza precisa para mantener unidas a las personas, aun si se hallan muy separadas. El apóstol Pablo nos recuerda que el amor “todas [las cosas] las aguanta. El amor nunca falla” (1 Corintios 13:7, 8). El amor abnegado que uno ha cultivado en su familia no va a fallar solo porque los hijos dejen el hogar.

Cabe destacar que cuando a los hijos les aflige la separación y la nostalgia, o pasan por apuros económicos, suelen ser los primeros en reanudar el contacto. Hans e Ingrid dan este consejo: “Dígales a sus hijos que siempre tienen la puerta abierta”. Si cada cierto tiempo los visitamos, escribimos o telefoneamos, mantendremos viva la relación. “Interésese en lo que hacen sin meterse en sus cosas”, indican Jack y Nora.

Cuando los hijos se independizan, la vida cambia. Pero el nido vacío aún puede darnos muchas ocupaciones gratificantes. Aunque la relación con los hijos haya cambiado, todavía puede aportarnos dicha y satisfacción. “Con la emancipación —señalan los profesores Geoffrey Leigh y Gary Peterson—, no desaparece el amor, la lealtad ni el respeto por los padres. [...] En efecto, los firmes vínculos familiares suelen conservarse toda la vida.” Así es: nunca dejamos de quererlos ni de ser padres. Como los amamos al grado de dejarles irse, no los perdemos en realidad.

[Nota]

a Véase el artículo “Nunca se deja de ser padre”, en ¡Despertad! del 22 de junio de 1983.

[Comentario de la página 12]

“Por primera vez en la vida..., no hice más que llorar y llorar”

[Recuadro de la página 10]

Hijos adultos: háganles menos dura la separación

Dejar a alguien suele ser más fácil que ser dejado. Por ello, aunque les alegre independizarse y ser adultos, traten con bondad y comprensión a sus padres si les cuesta acostumbrarse. Reafírmenles su cariño. Una breve carta, un regalo inesperado o una llamada afectuosa tal vez animen mucho a los progenitores deprimidos. Manténganlos al tanto de los acontecimientos significativos de su vida. Así verán que los lazos mantienen su fuerza.

Al irse enfrentando a las presiones de la edad adulta, es muy probable que comprendan mejor que nunca todo lo que tuvieron que hacer sus padres para cuidarlos, y que esto los mueva a decirles: “Gracias por todo lo que han hecho por mí”.

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