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  • ‘Las cosas que no se ven son eternas’
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
w53 15/1 págs. 35-36

‘Las cosas que no se ven son eternas’

LA CIUDAD del Vaticano atrae la vista del turista. La plaza y la basílica de San Pedro, los jardines del Vaticano, los museos, las preciadas obras maestras de arte y los asombrosos tesoros en joyas, todos agitan la imaginación al deslumbrar los ojos. Además, una abundancia de tradiciones rivaliza con esta gloria material. Empero hay presente una atmósfera sumamente perturbadora que no se le escapa al observador alerto. La Italia católica no es una tierra de ejemplar celo cristiano. A unas cuantas cuadras del Vaticano hasta la apariencia física cambia abruptamente en las calles, con el peligro, la inmundicia, la inmoralidad y el comunismo al acecho.

Este último mal en sí mismo ha llenado a los jerarcas de temor. Ha manchado a más y más discursos papales con sabor político. Ha resultado en una lucha frenética en la que, por medio del partido clerical italiano, los demócratas cristianos, la iglesia apenas ha podido mantenerse en su posición ante la creciente marea roja, cada día más amenazadora. La patética condición de la clase campesina de Italia y las ostentosas promesas políticas del comunismo corrientemente promueven este temor. Pero es la pobreza espiritual más bien que la física la que debe causar alarma. Dijo el apóstol Pablo: “El reino de Dios no significa el comer y el beber, sino que significa rectitud y paz y gozo con espíritu santo.”—Rom. 14:17, NM.

A través de Europa, en Inglaterra, fortaleza tradicional del protestantismo, si los asuntos religiosos están en mejor condición es por muy poco. El número del 17 de mayo de 1952 de la publicación británica el Semanario de todos publicó un artículo en el cual se preguntó: “¿Se está muriendo la Iglesia de Inglaterra?” Dando evidencia de una ola enconada de anticlericalismo y un clero en condición abandonada, el autor observa: “Juzgando por las apariencias la Iglesia de Inglaterra se está muriendo de pie.” Y al pie de una gran foto de la soberbia catedral protestante, de York Minster, leemos: “¿Será posible que tal fe haya llegado a ser algo sin sentido para un pueblo que es el heredero de tal gloria?”

Este empobrecimiento espiritual en medio de gloria material común a protestantismo y catolicismo está en contraste directo con el curso de los cristianos del primer siglo. Siguiendo la guía de su dechado, Cristo Jesús, los apóstoles y discípulos continuaron después de su muerte, resurrección y ascensión a los cielos predicando y esperando el reino venidero de los cielos y su dominio de justicia. Dado que esto los hizo neutrales con respecto a la política y las sectas del mundo, los cristianos verdaderos se enfrentaron al escarnio, el ridículo y la violencia física. Pero de todo esto Pablo dijo: “No cedemos, mas aun si el hombre que somos exteriormente se está consumiendo, ciertamente el hombre que somos interiormente está siendo renovado de día en día. Porque aunque la tribulación es momentánea y liviana, efectúa para nosotros una gloria que es de más y más sobrepujante peso y es eterna, mientras fijamos los ojos, no en las cosas que se ven, sino en las cosas que no se ven. Porque las que se ven son temporales, mas las que no se ven son eternas.”—2 Cor. 4:16-18, NM.

Pablo y sus compañeros cristianos vieron al Imperio Romano visible entonces en su poder glorioso. Pero sabían que no duraría, que no era competencia para la teocracia de Jehová en manos de su Rey ungido, Cristo Jesús. Ellos no pudieron ver al gobierno teocrático con la vista literal. Entonces era futuro y cuando viniera sería espiritual, invisible a los hombres. (Luc. 17:20, 21; Juan 14:19) Pero tuvieron fe en él porque su mente dispuesta había sido abierta mediante el estudio y estaban “manejando la palabra de la verdad correctamente”.—2 Tim. 2:15, NM.

Pero aquellos cuyo reino es de abajo, de las cosas que se ven, sólo saben edificar posesiones materiales, luego protegerlas mediante poderío carnal. Por esto en un libro reciente (En una época de revoluciones) el arzobispo de York, de Inglaterra, deplora el desarrollo del comunismo y pide que se ponga fin a la pobreza para hacer frente a la amenaza. El escritor del artículo en el Semanario de todos, C. E. M. Joad, estuvo lo suficientemente alerta para notar la debilidad que esto revela. Dijo: “Para poder hacer estas cosas eficazmente, la Iglesia primero tiene que poner su propia casa en orden. Tiene que lograr renovación de fe y proseguir vigorosamente en pos de unidad cristiana. Nada tiene un efecto más disuasivo sobre el agnóstico triste y ansioso de creer que el espectáculo visible de la desunión de las Iglesias.” Además, la unidad que no logran contra el comunismo u otros males en tiempo de paz menos pueden lograrla en tiempo de guerra, cuando las fronteras nacionales dividen a los sectarios que luchan para proteger su riqueza y propiedad los unos de los otros. “Estas cosas se hacen,” dice el escritor Joad, “en nombre del Príncipe de Paz, quien renunció solemnemente a la violencia y dijo a sus seguidores que se amaran los unos a los otros.”

Además, concerniente al esfuerzo implacable de la cristiandad para hacer que “los paganos” acepten su religión a fuerza, el Sr. Joad pregunta: “¿Qué autoridad hay en la Biblia o en las enseñanzas de Cristo para suponer que ella jamás podrá convertirlos?” No hay ninguna. Jesús dejó a sus seguidores la comisión de predicar su reino “con el propósito de dar un testimonio a todas las naciones”. Él no dijo nada de conversiones a fuerza o de edificar estructuras religiosas de gran alcance con un clero vestido de túnicas, con títulos, edificios ornamentados, gran acumulación de riqueza, y “años santos”, ceremonias atrayentes impregnadas de adoración de criaturas. Él simplemente dijo: “Danos hoy nuestro pan para este día.” De alimento y bebida y ropa él dijo: “Su Padre celestial sabe que necesitan todas estas cosas. Sigan, pues, buscando primero el reino y su justicia, y todas estas otras cosas les serán añadidas.”—Mat. 6:11, 32, 33; 24:14, NM.

¿Es esto práctico hoy? Es muy práctico y muy recompensador, como los cristianos verdaderos lo están probando hoy. Sus obras justas acumuladas por la predicación de las buenas nuevas del reino de Cristo en lugares públicos y en las moradas de la gente no sólo traen la verdad a más personas semejantes a ovejas, sino que producen tranquilidad de ánimo y gozo a los predicadores que siguen la guía del espíritu santo de Dios. Esto no es práctico si usted desea edificar un imperio o una gran jerarquía religiosa en que usted mismo esté colocado en uno de los escalones encumbrados y la gente esté obligada a venir a usted por ayuda y a sostener la fabulosa estructura. Pero estas cosas no son prácticas en sí mismas, puesto que no sobrevivirán al Armagedón. Resultarán protección endeble y caerán en la destrucción. En cambio, como nosotros sabemos, ‘las cosas que no se ven son eternas.’

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