“El Hijo del hombre”
● “¡Cuán insignificantes son los libros de los filósofos, con toda su pompa, al compararlos con los Evangelios! ¿Será posible que escritos que a la vez son tan sublimes y tan sencillos sean la obra de hombres? ¿Será posible que aquel cuya vida ellos relatan sea él mismo un hombre y nada más? ¿Hay cosa alguna en su carácter que sea del entusiasta o sectario ambicioso? ¡Qué dulzura, qué pureza en su manera de obrar, qué gracia más conmovedora en sus enseñanzas! ¡Qué excelsitud en sus máximas! ¡Qué sabiduría más profunda en sus palabras! ¡Qué serenidad, qué delicadeza y aptitud en sus respuestas! ¡Qué imperio sobre sus pasiones! ¿Dónde está el hombre, dónde está el sabio, que sepa conducirse, que sepa sufrir y morir sin debilidad, sin exhibirse? Amigos míos, los hombres no inventan de esta manera; y los hechos respecto a Sócrates, de los cuales nadie duda, no gozan de la misma confirmación como los que tienen que ver con Jesús. Aquellos judíos jamás pudieran haber producido algo de este calibre o ideado tal moralidad. Y el Evangelio tiene características de veracidad, tan grandiosas, tan notables, tan absolutamente inimitables, que sus inventores serían aun más maravillosos que aquel a quien pintan.”—J. J. Rousseau, filósofo francés del siglo dieciocho.