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  • Jesucristo... un personaje histórico

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  • Jesucristo... un personaje histórico
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
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  • EL TESTIMONIO DE HISTORIADORES ROMANOS
  • UN REGISTRO INOLVIDABLE
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1976
w76 15/4 págs. 229-231

Jesucristo... un personaje histórico

MUCHOS son los libros que se escriben que ponen en tela de juicio la autenticidad y legitimidad de las cosas registradas en la Biblia. Un blanco especial de los críticos que dudan son los relatos evangélicos de la vida de Jesús. ¿Qué hemos de creer? ¿Vivió realmente Jesús? ¿Es auténtico el cuadro de él según se presenta en los Evangelios?

Muchos críticos casi tienen la misma opinión que expresó el difunto Albert Schweitzer. Según él, la clase de Jesús que se presenta en los Evangelios, aquel que afirmó que era el Mesías, predicó el reino de Dios y murió para dar a su obra su consagración final, es “una ficción literaria de los más primitivos evangelistas.” Schweitzer quisiera hacernos creer que Jesús fue un fanático religioso que predicó la inminente destrucción del universo y que no hay manera de conocerlo como “personalidad histórica concreta.” Porque llegó a tal conclusión, Schweitzer renunció a su carrera de clérigo y profesor de teología, volvió a la escuela, estudió medicina y se hizo médico.

El escepticismo de algunos críticos incluye el negar que Jesús haya existido alguna vez como persona real. Por eso, ¿qué evidencia hay de que Jesús realmente vivió?

EL TESTIMONIO JUDÍO

Para comenzar, hay el testimonio de los escritos talmúdicos primitivos. El famoso docto judío Joseph Klausner, después de investigar cabalmente el testimonio de éstos, informa que los “relatos talmúdicos primitivos” acerca de Jesús confirman ‘tanto la existencia como el carácter general de Jesús.’—Jesus of Nazareth, pág. 20.

También hay dos referencias a Jesús en las obras de Josefo, un historiador judío del primer siglo. Con frecuencia se pone en tela de juicio una de éstas porque da la impresión de que Josefo habla como un cristiano. (Antiquities of the Jews, Libro XVIII, cap. III, §3) Pero, como Klausner y otros doctos señalan, no es lógico concluir que Josefo no hubiera hecho referencia alguna al ministerio de Jesús cuando trató extensamente con el de Juan el Bautista. Además, en una referencia posterior, Josefo nos dice que “el sanedrí[n] de jueces [había] traído ante ellos al hermano de Jesús, que era llamado Cristo, de nombre Santiago.” (Antiquities of the Jews, Libro XX, cap. IX, §1) Con propia razón, estos doctos sostienen que esta cita indica que algo se había dicho previamente acerca de Jesús; si no fuese así, ¿por qué identificar a un Santiago desconocido como el hermano de él? Por lo tanto sostienen que Josefo sí habló acerca del ministerio de Jesús, pero que otra mano, posterior, adornó el relato.

EL TESTIMONIO DE HISTORIADORES ROMANOS

No sería de esperarse que los historiadores romanos tuvieran mucho que decir acerca de un movimiento religioso aparentemente pequeño en la lejana Palestina. A lo más esperaríamos hallar referencias parcas, y eso es lo que sucede. Así, pues, el preeminente historiador romano, Tácito, dice que Nerón les echó la culpa por la quema de Roma a los que eran “llamados cristianos por el populacho. Cristo, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato.”—The Complete Works of Tacitus, traducido por A. Church y W. Brodribb, pág. 380.

Varios otros escritores romanos, entre ellos Plinio el Joven, Séneca y Juvenal, también hacen referencias a los seguidores de Cristo.

Correctamente, pues, The Encyclopædia Britannica declara lo siguiente en cuanto al testimonio de escritores judíos y paganos primitivos: “Estos relatos independientes demuestran que en tiempos antiguos ni siquiera los contrarios del cristianismo dudaron alguna vez de la historicidad de Jesús, la cual fue disputada por primera vez y con base inadecuada por varios autores a fines del siglo 18, durante el 19, y a principios del 20.”—Edición de 1974, tomo 10, pág. 145.

UN REGISTRO INOLVIDABLE

La historicidad de Jesús no está establecida solo por esos relatos “independientes”; los registros que conocemos como Evangelios hacen lo mismo por su mismísimo contenido. ¿De qué manera? John Stuart Mill, famoso economista y filósofo inglés del siglo diecinueve, declaró: “¿Quién de entre Sus seguidores, o de entre sus prosélitos, podía inventarse los dichos que se le atribuyen a Jesús, o imaginarse la vida y el carácter que se revelan en los Evangelios? Ciertamente no los pescadores de Galilea.” Recalca el mismo punto el estadounidense Theodore Parker: “¿Se nos dirá que un hombre tal jamás vivió, que todo el relato es una mentira? Supongamos que Platón y Newton jamás hubieran vivido. Pero ¿quién efectuó sus obras, y pensó sus pensamientos? Se necesita un Newton para falsificar a un Newton. ¿Qué hombre pudo haber inventado a Jesús? Nadie sino un Jesús.”

Y el filósofo inglés David Hartley recalca un punto relacionado y revelador: “Si comparamos la trascendente grandeza de este carácter [Jesús] con la manera indirecta en que fue entregada, . . . parece imposible que lo hubieran falsificado,... que no hubieran tenido un original verdadero ante sí . . . ¿Cómo podrían personas humildes e iletradas superar a los más grandes genios, antiguos y modernos, en el trazado de un carácter? ¿Cómo llegaron a trazarlo de manera indirecta? Esto, ciertamente, es fuerte evidencia de legitimidad y verdad.”

SU SINGULAR PERSONALIDAD

Evidencia aun más fuerte en cuanto a la historicidad de Jesucristo es el hecho de que su influencia no depende de su presencia física en la Tierra. Mientras que la influencia de gobernantes poderosos como Nabucodonosor, Alejandro Magno y Julio César ya no existe, la repercusión que Jesucristo tuvo en la historia subsiste. Hoy, millones de personas todavía siguen sus enseñanzas.

Napoleón, aunque fue hombre poderoso en su día, se vio obligado a reconocer la singularidad de la influencia de Jesús como persona. Hizo notar lo siguiente: “Un extraordinario poder de influir en los hombres y suministrarles mando nos fue dado a Alejandro, Carlomagno y a mí. Pero en el caso de nosotros la presencia ha sido necesaria. . . . Mientras que Jesucristo ha influido en Sus súbditos y les ha suministrado mando sin Su presencia corporal visible durante mil ochocientos años.” Y, de nuevo: “Alejandro, César, Carlomagno, y yo fundamos imperios, pero ¿sobre qué asentamos las creaciones de nuestro genio? Sobre la fuerza. Solo Jesucristo fundó su reino sobre el amor.”

Rousseau, famoso filósofo francés del siglo dieciocho, escribió lo siguiente acerca de Jesús: “¡Qué sublimidad en sus máximas! ¡Qué profunda sabiduría en sus discursos! ¡Qué presencia de mente, qué sutileza, qué idoneidad, en sus respuestas! ¡Qué grande el dominio sobre sus pasiones! ¿Dónde está el hombre, dónde el filósofo, que pudiera vivir así y morir así, sin debilidad, y sin ostentación?”

Viniendo a los tiempos modernos, Mahatma Gandhi, el ‘padre’ hindú de la nación de la India, en una ocasión le declaró a Lord Irwin, ex-virrey de la India: “Cuando el país suyo y el mío obren a una en conformidad con las enseñanzas que Cristo estableció en este Sermón del Monte, habremos resuelto no solo los problemas de nuestros países, sino los del mundo entero.” Un testimonio similar en cuanto al Sermón del Monte de Cristo lo dio el veterano psiquiatra estadounidense J. T. Fisher, al escribir, hacia el fin de su muy próspera carrera, que el Sermón del Monte superaba por mucho lo mejor que todos los filósofos, psicólogos y poetas del mundo ofrecían.

¿QUÉ HAY DE LOS MILAGROS DE JESÚS?

Lo que quizás más que cualquier otro aspecto de los Evangelios por sí solo haya resultado en piedra de tropiezo para muchos es su registro de milagros. Si los milagros se presentaran como sucesos comunes, pudiera haber base para que la gente objetara. Pero no es así. Los Evangelios presentan los milagros como sucesos extraordinarios que confirmaban que Jesús de veras era el Hijo de Dios. Leemos: “Jesús ejecutó muchas otras señales también delante de los discípulos, que no están escritas en este rollo. Mas éstas han sido escritas para que ustedes crean que Jesús es el Cristo el Hijo de Dios.” (Juan 20:30, 31) Ciertamente no habría sido suficiente el que Jesús simplemente hubiera afirmado que era el Hijo de Dios. Tenía que poder demostrar que esto era así. ¿Y qué mejor manera de hacer esto había que por medio de ejecutar milagros?

Pero ¿qué hay del argumento de que los milagros son contrarios a las leyes de la naturaleza? Sobre este punto, Victor Hess, descubridor de los rayos cósmicos, declaró en una ocasión: “A veces se dice que la ‘necesidad’ de las ‘leyes’ de la naturaleza es incompatible con . . . los milagros. No es así. . . . Muchas de nuestras leyes físicas son, de hecho, simples declaraciones estadísticas. Aplican al término medio de un gran número de casos. No tienen significado alguno para un caso individual. . . . ¿Debe dudar un científico de la realidad de los milagros? Como científico contesto enfáticamente: No. No veo razón alguna por la cual el Dios Todopoderoso, Quien nos creó a nosotros y creó todas las cosas que nos rodean, no hubiera de suspender o cambiar —si le pareciera prudente hacerlo— el curso natural, de término medio, de los acontecimientos.”—Faith of Great Scientists, editado por W. Howey, pág. 10.

También da apoyo a la legitimidad de los milagros de Jesús el efecto que tuvieron en los que los presenciaron. Como muestra el Dr. W. Paley, “pasaron su vida en afanes, peligros y sufrimientos, a los cuales se sometieron voluntariamente en certificación de los relatos que presentaban, y únicamente como consecuencia de creer en esos relatos; y . . . también se sometieron, movidos por los mismos motivos, a nuevas reglas de conducta.”—The Works of William Paley, pág. 300.

No podemos evitarlo. La evidencia que se acaba de dar nos permite llegar a una sola conclusión como personas objetivas, razonantes. Y ésa es: no solo que Jesús de Nazaret realmente vivió, sino también que el registro de su vida según se pinta en las Escrituras sí nos presenta al Jesús histórico.

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