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  • Como Irlanda no hay dos
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
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  • LA PRIMERA VISITA
  • HOSPITALIDAD IRLANDESA
La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1953
w53 15/8 págs. 504-507

Como Irlanda no hay dos

Por un misionero de la Sociedad Watchtower en Irlanda

“¿Y POR qué es que gente como usted quiere venir aquí a predicar a gente como nosotros? Pues, ¿que no es ésta la tierra de los santos y eruditos? Gloria sea, si ustedes se salieran con la suya, de seguro ustedes pondrían un techo sobre todo el país y lo convertirían en una gran fábrica.” Así dijo con un encantador acento irlandés el irlandés de picaresco brillo en los ojos al acercarse al publicador del Reino en las calles de Dublín.

Eso me hace recordar un decir chistoso que los soldados norteamericanos tenían en cuanto a Irlanda cuando estuvieron aquí durante la última guerra mundial. Decían que lo único que le faltaba a Irlanda para ser perfecta era un techo. Bueno, por supuesto, llueve mucho, pero si no lloviera no lo tendríamos todo tan hermosamente verde, y entonces esto no sería Irlanda, la isla Esmeralda. Verdaderamente esta islita es un verde jardín de delicias. Es una tierra de vívidos contrastes, no sólo en paisaje sino también en circunstancias y en sus variados tipos de gente. Estamos en el sur, y eso significa Eire. La gente es de pura descendencia céltica, gente a veces voluble y de acciones que no se pueden predecir, pero con un encanto nativo peculiarmente suyo.

¿Le gustaría venir conmigo por un día y visitar algunas de las casas? Le prometo que no tendrá un momento insípido, hasta que regresemos ya muy de noche. Primero tenemos unas cuantas millas de buena carretera ancha, acabada de recubrir. Pasamos unas cuantas haciendas y quintas esparcidas y ahora una aldea. La iglesia está a la izquierda y la casa del clérigo se reconoce fácilmente por ser la más grande de la aldea; es casi tan grande como su iglesia, está en su propio terreno y hay pavorreales paseándose en el césped. Aquí tomamos por otro camino y seguimos adelante unas cuantas millas a nuestra primera visita.

Por fin llegamos. Es una casa larga y baja, blanqueada y de techo bardado. Al acercarnos a la puerta se oyen voces excitadas y aparecen rostros de niños en la ventanita, una mujer mira por la media puerta (la mayor parte de las quintas tienen dividida la puerta) e inmediatamente desaparece de nuevo. ¿Qué clase de acogida tendremos aquí?

LA PRIMERA VISITA

Tocando a la puerta, atisbamos dentro del cuarto en semioscuridad tenuemente ennegrecido de humo de carbón de turba. Ninguna respuesta, de modo que preguntamos: “¿Podemos entrar?” “Sí,” exclama el ama de casa mirando sobre el hombro, porque ya está colocando las sillas delante del fuego y limpiándolas con un trapo agarrado a la carrera. Bien que esperaba que entráramos sin tocar, como es la costumbre en estas partes. “Siéntense,” dice con una radiante sonrisa cuando nos ve. “Es una subida tremenda,” dice refiriéndose a nuestra larga subida desde la aldea. Ella es bastante joven, de menos de treinta, de pelo negro, fuerte y musculosa pero algo delgada de mejillas y de semblante cansado. La abuela está sentada cerca del fuego rugiente del gran fogón abierto y cuida una enorme olla negra llena de papas. Con muchos regaños y “cállenses”, se apacigua a las niñas y se les mantiene calladas durante la conversación. Cinco hermosas niñas de grandes ojos que muestran extrañeza y con los pequeños pies descalzos. “¿Ningún muchacho?”, preguntamos con una sonrisa divertida. “No,” dice ella, “ni un muchacho siquiera, ni uno solo.” Todos soltamos una carcajada, incluyendo a la abuela, que deja ver todas sus encías, porque no tiene ni un solo diente.

Siendo ahora la atmósfera congenial y habiéndose denunciado al tiempo solemne y unánimemente como “poderoso”, “salvajemente malo,” y otras expresiones semejantes, procedemos a explicar nuestra visita. Ahora, sin embargo, el amo de la casa ha entrado para ver por qué ladraron los perros. De nuevo tenemos que discutir el tiempo, pero brevemente esta vez, y exponemos a lo que venimos. Todo esto ha tomado tiempo, y el hombre de la ciudad pudiera sentirse impaciente, pero éstos son aldeanos de vida sencilla que rara vez ven extraños. La apresurada brusquedad de la ciudad les disgustaría.

Pero ahora tenemos su atención; de modo que comenzamos manifestando que nuestra misión es santa. Luego manifestamos su universalidad. La mención de que se lleva a cabo en más de 120 países da por resultado una frase favorita, “Señor, pero ése es un número salvaje de países,” y cuando decimos que cerca de medio millón de misioneros están ocupados en esta obra mundial, exclaman: “¡Caramba, pero ése es un montón terrible de personas!”

Sacando la Biblia Douay, la abrimos en Isaías 7:14, la profecía del nacimiento de nuestro Señor de una virgen, y la pasamos para que todos la lean. La esposa dice que a menudo la ha oído pero nunca antes la ha visto por sí misma. El señor sólo refunfuña, pero resulta después que no sabe leer, y, por supuesto, se la leemos. Ahora les mostramos Mateo 24 y Lucas 21 y ellos pueden ver lo qué significan los sucesos de nuestra generación. Ahora viene la prueba. Los libros se introducen y se pasan a todos. La abuela con voz chillona expresa desconfiadamente: “Aquí somos católicos, no necesitamos leer ningún libro; tenemos toda la instrucción que necesitamos.” Sin embargo, la joven señora se interesa. Ella anhela bondad y libertad de la condición de pobreza.

El señor se sale. Se explican más puntos acerca del reino por el cual todos hemos orado y anhelado. Sí, a ella le gustaría mucho estar allí, vivir sobre la tierra para siempre bajo Cristo el Rey. “Gloria sea a Dios,” exclama, no irreverentemente, sino de pura costumbre. “Eso sería maravilloso, oh, jamás oí algo semejante antes.” Ella “no tiene cambio”, lo que quiere decir que no tiene ningún dinero, pero encuentra tres o cuatro peniques para contribuir un poco por el costo. Será un gozo regresar para darle más clara visión del Reino.

Bueno, ¿le gustó a usted eso? Valió la pena hacer la larga subida cuando encontramos a alguien tan mansa y pudimos sembrar semillas de consuelo en su corazón. Desarmados por nuestra bondadosa acogida, caminamos confiadamente hasta la siguiente casa. Parece estar en malas condiciones. La hierba crece profusamente del techo bardado, los graneros casi están destechados, la casa está sucia de basura tirada por todas partes. El señor que aparece a la puerta está despeinado, no se ha rasurado por varios días, y tiene la ropa sucia. Nos saluda con un ceño hosco al desearle nosotros unas buenas tardes. Al mero principio de nuestra introducción, sin embargo, él grita: “¡Váyanse al infierno!” Abriendo de repente la media puerta, coge una horqueta cercana y, esgrimiéndola salvajemente, ruge: “Súbanse a ese camino o los atravieso con esto.”

¡Qué contraste! Nos vamos a llamar a la siguiente puerta. ¡Ah! aquí está una bonita casita. Una simpática señora contesta nuestra llamada pero no nos invita a entrar. Después de unas cuantas palabras le mostramos la literatura y ella exclama: “Oh seguro, y no sabía yo que ustedes eran testigos de Jehová.” “Eso es,” contestamos. “Seguro, ustedes no creen en el infierno.” Una discusión empieza y, usando la Biblia Douay de nuevo, se cita el caso de Jonás dentro del pez. “Bueno,” preguntamos: “¿qué quiso decir cuando dijo que estaba en el infierno?” “¿El pez no pudo haber estado ardiendo?” Grandemente confundida, lee el relato de nuevo y luego su ingenio irlandés viene a su rescate, “Oh seguro,” dice ella, “y ¿no quiso decir que se vió en un problema infernal?” Después de una buena carcajada, se coloca con ella el folleto Esperanza, que explica lo relacionado al infierno, y nos vamos.

En la siguiente casa vemos los emblemas y cuadros que usualmente cuelgan sobre las paredes y el recipiente de agua bendita que cuelga cerca de la puerta. Ningún progreso aquí. Sin lugar a dudas el hombre está leyendo un diario, pero sin ruborizarse nos dice que no sabe leer. Nos sale con que no puede entender una sola palabra de lo que decimos. Lo tratamos con tino y dice que está lleno de odio a la contienda política que ha desgarrado a este país por muchos siglos, y concluye diciéndonos inceremoniosamente “váyanse al infierno”. La señora de la casa nos corre y, cogiendo el agua bendita, procede a salpicar el corredor, la puerta y hasta la senda por donde subimos, mientras invoca a todos los santos y especialmente a la “Madre de Dios” para que la protejan de tales “paganos” y “su terrible predicación”.

HOSPITALIDAD IRLANDESA

Es hora de que vayamos a la cima del cerro ahora, ya que tenemos allí una familia con la que hemos hablado varias veces y hay que ver cómo va progresando. Es la hora de la comida, también, pero aquí arriba hay una ligera llovizna brumosa y hace frío, así que quizás podamos comer nuestros emparedados cuando lleguemos a la granja de los O’Neill. Aquí estamos; ¡caray, qué bienvenida! Amigos como éstos se ganarían un premio por su cordialidad. ¡Qué actividad de sacudir el polvo de las sillas y limpiar la mesa y atizar el fuego y callar a los niños, todo a la misma vez! No pasa mucho tiempo antes de que estemos moviendo nuestras sillas hacia atrás, porque ese carbón de turba negro arroja un calor terrible. El agricultor y sus dos muchachos llegan desde un campo cercano. Las muchachas, todas hechas sonrisas y hoyuelos, se sientan en línea en un largo asiento contra la pared y la discusión empieza.

La Sra. de O’Neill tiene cuidado de observar todos los requisitos de su religión: oraciones, misas, ayunos y fiestas; pero no obstante ella dice que siente que algo falta, ella todavía tiene hambre espiritual. Se celebra un estudio sobre la “Nueva Tierra” usando la Biblia Douay. Se deleita con todo lo que oye. El Sr. O’Neill sonríe en aprobación mientras los muchachos hacen una o dos preguntas muy buenas. Jamás habían visto una Biblia antes de que los visitáramos, y la manejan con gran reverencia. El Sr. O’Neill y los muchachos se quitan la gorra inmediatamente.

¿Y ahora qué es esto? Se nos invita a comer. ¿Pero y nuestros emparedados? “De ninguna manera, estimado señor, gloria sea, ¿quién oyó de un hombre que trae su propio alimento para comer?” “Seguro que no podríamos dejar que se fueran ustedes en un día como éste sin una comida caliente, seguro que no podríamos.” Las papas se cuecen con la cáscara y se coloca un enorme tazón en medio de la mesa. Cada uno se sirve una papa y procede a pelarla diestramente, se añade un poco de mantequilla, y, con una escudilla de suero de mantequilla, uno come hasta quedar satisfecho. No hay carne, pero usted se sorprendería al saber cuán satisfactoria y nutritiva es la comida. Después de la comida les cantamos canciones del Reino por unos diez minutos y aquí es donde los dones naturales de nuestros anfitriones entran en escena, porque aunque no saben leer una nota de música, nos acompañan con el acordeón. Ahora tenemos que dejar a nuestros amigos y seguir a otras visitas.

Primero, a poca distancia, visitamos a una señora pequeñita que mostró ser buena persona y cuyo esposo quemó los folletos que ella nos había tomado antes de que ella pudiera leerlos. Ah, él mismo ha llegado a casa del trabajo; de modo que veamos qué es lo que pasa. No parece una perspectiva muy prometedora, pero de todos modos tratamos. Se llama O’Donovan. Evidentemente sabe quiénes somos, de modo que pasamos por alto los preámbulos. Le decimos del sufrimiento de nuestros misioneros bajo la dominación rusa, mostrándole que no somos comunistas como algunos suponen equivocadamente. Sus ojos se están encogiendo, lo cual siempre es una señal mala, y de súbito nos interrumpe con un grito agudo de rabia. Arrojando espuma por la boca y gritando amenazas, coge una pala para carbón y con espeluznantes detalles nos dice lo que nos hará, hasta que, para nuestra seguridad, tenemos la puerta del jardín entre él y nosotros.

Sólo una visita más y entonces tendremos que regresar. Estamos subiendo a una granja de montaña. Es la última casa de las colinas; no hay nada más que pantano después de esto, hasta donde el ojo puede ver, y se extiende por 2,000 pies. “El viejo Tom” oye nuestras voces y sale con una luz. “Oh, es él mismo,” dice él. “Entren y caliéntense; en verdad que es una noche fría ésta.” Tom es viudo, y todos los días al anochecer usted encontrará alrededor de su fuego un grupo de vecinos varones. Este es casi el único contacto social que tienen.

Después de los saludos usuales y el convenir de todos en que no hay calor y la noche es fría, se empieza una discusión sobre infierno y purgatorio. Durante la discusión Tom enciende una vieja pipa de cañón corto y después de unas bocanadas meditativas la pasa al siguiente señor. Cada uno solemnemente inhala unas cuantas bocanadas y pasa la pipa de nuevo. Como nosotros no fumamos, no aceptamos. Es un grupo extraño el que se sienta alrededor de ese fogón flameante. Hay más barbones que los que usted vería en una sinagoga. Dan la impresión de ser bandidos temerarios, pero a pesar de su ruda apariencia son bastante inofensivos. Son simplemente pastores honrados, que trabajan con tesón. Al fin de la discusión se sirve té con pan de soda y mantequilla; y de allí nos vamos a casa a dormir, terminando así otro día agotador en el servicio del Reino.

En la obra de predicar ocurren muchos incidentes que son sumamente divertidos. A la gente aquí le gusta mucho los dichos que resulten graciosos, especialmente si provocan una risotada. Luego hay la frecuente referencia a la suerte. Uno jamás deja de sonreírse cuando se despide, ya que el amo de casa calurosamente dice: “Bueno, adiós por ahora, y toda clase de suerte para usted.” Presumiblemente la buena suerte y la mala se amontonan para dar variedad.

De regreso a nuestra habitación después de un día largo y agotador por los ásperos caminos irlandeses, y esperando que se prepare la cena, oímos al gramófono emitir estas palabras: “Si Irlanda no es el cielo, entonces sólo está a la siguiente puerta.” Esa es Irlanda, y por más extraño que parezca, cada día nos gusta más. Esta isleta, tierra de contrastes, risa y lágrimas, todavía tiene muchos hombres de buena voluntad, los Paddys y Mikes, los Sammies y Johnnies, las toscas muchachas irlandesas a quienes tanto les gusta la diversión, y de genio violento también, quienes todavía saldrán de los odios y supersticiones del viejo mundo a la libertad del nuevo mundo.

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