¿Padece usted de hambre de conocer la Biblia?
Casi todo el mundo padece de esa hambre. Algunas personas nunca llegan a reconocer este hecho. Algunas sí. En el número del 17 de septiembre de 1955 del Daily Record, diario nacional de Escocia, Robert McMahon, en la columna semanal “Una fe para los sábados,” pregunta: “¿Por qué se ha cerrado el Libro?” Contesta: “Un ministro de Perth se quejó amargamente diciendo que otros ministros saben tan poco acerca del procedimiento formal de la iglesia como acerca de la Biblia. Arroja la segunda parte de su acusación con la confianza del hombre que sabe que no se le puede contradecir. Y no hay duda de que tiene mucha razón. Al mismo tiempo que (a) la Iglesia se ha hecho progresivamente más débil, (b) la Biblia se ha leído cada vez menos en Escocia. Y se me ocurre que tal vez (a) sea más la consecuencia de (b) que lo contrario.
“Sobre esto yo puedo hablar con autoridad, porque tengo que contarme entre la gran multitud que carece de Biblia, en el sentido de que me hallo seco y amarillo sin casi nada de entendimiento del contenido del Libro—y, francamente, sólo hace poco que me di cuenta del hecho. . . . Pero si los ministros mismos se hallan en casi el mismo grado de ignorancia concerniente a la Biblia que los demás, ¿quién va a guiar a los ciegos? . . . Miro los títulos de los libros de la última mitad del Antiguo Testamento y me doy cuenta de que nunca he leído más que unos retacitos. Y, por supuesto, un libro difícil del Nuevo Testamento como el Apocalipsis, pues mejor es dejarlo sin tocar—y los ministros hacen precisamente eso. . . . Padecemos de hambre de conocer la Biblia.”
Jesús llamó a los guías religiosos de su día “guías ciegos.” El Hijo de Dios entonces llegó a la única conclusión lógica: “Si, pues, un ciego guía a un ciego, ambos caerán en un hoyo.”—Mat. 15:14, NM.