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  • Emprendiendo el servicio donde hay gran necesidad de ello
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1961
w61 1/2 págs. 72-76

Emprendiendo el servicio donde hay gran necesidad de ello

LOS artículos de La Atalaya sobre “Siguiendo tras mi propósito en la vida” siempre han hecho mucho para estimular y animarme. Al leer de los adelantos que hacen en la verdad estos hermanos y hermanas, de su valor al hacer frente a obstáculos y de su persistencia al seguir tras su propósito en la vida, experimentaba gozo al saber de sus experiencias. Sin embargo, no llegué a apreciar cabalmente el gozo verdadero que se puede tener en esta obra hasta que yo mismo la emprendí. Déjeme contárselo.

Después de escuchar el discurso conmovedor de asamblea sobre “Sirviendo donde hay gran necesidad de ello,” seguido por la carta del 10 de septiembre de 1957 que la Sociedad envió a todas las congregaciones, incluyendo aquella del Canadá con la cual yo estaba asociado, comencé a considerar seriamente el dar expansión a mi ministerio. Aunque me casé alrededor de este tiempo, esto no impidió el que me esforzara para disfrutar de mayores privilegios de servicio.

Primero, teníamos que determinar dónde existía la necesidad más grande, y todo momento de que podíamos disponer lo dedicamos a escudriñar los informes del Yearbook y los números de La Atalaya y ¡Despertad!, sin decir nada de muchas horas de merienda que pasé en las bibliotecas y otros centros de información. Después de seleccionar tres países, como se sugirió, dimos a conocer a la sucursal lo que pensábamos hacer. Vino inmediatamente una respuesta, con mucha información útil, incluyendo nombres de empresas donde posiblemente podría obtenerse empleo.

Pasaban los días y las semanas, y nuestro archivo de correspondencia crecía más y más. Nuestro entusiasmo fue sometido a pruebas penosas y el ánimo aumentaba y disminuía a medida que recibíamos las respuestas: “Nada disponible”; “Sus requisitos no bastan”; “Se sugiere que no se muden.” Aunque sufrimos muchas desilusiones, se hizo aún más firme nuestra resolución de ir.

Satanás usó otros medios, también, para distraernos de modo que no diéramos expansión a nuestro servicio a Jehová. Cuando por primera vez comencé a pensar en servir donde hay gran necesidad de ello, mi patrón, que no sabía nada en absoluto de mis planes, me ofreció un curso de entrenamiento especial que resultaría en adelantos, aumento en sueldo y un futuro seguro en el mundo de los negocios. Fue una oferta atractiva, pero yo estaba resuelto en mi determinación de servir a Jehová donde más se me necesitara, de modo que le expliqué bondadosamente pero con firmeza por qué no podía aceptar. Trató de convencerme de que estaba rechazando un futuro maravilloso. Sin embargo, después de explicarle por qué el ministerio es la única carrera que vale la pena y que es la carrera que había escogido yo, terminé la conversación ofreciendo mi renuncia, que habría de efectuarse dentro de seis meses. Esto me proporcionó una maravillosa oportunidad para dar el testimonio a aquellos con quienes había estado asociado en el negocio por los pasados veinte años.

Mientras tanto se había determinado nuestra meta—Sarawak, una isla muy grande en el Lejano Oriente donde dos misioneros habían establecido una congregación pequeña; seguramente en este lugar hacía falta ayuda. Hasta ahora nada definido se había arreglado tocante a empleo, pero nos sentimos seguros de que podríamos quedarnos en lo extranjero por lo menos un año con los pocos ingresos que teníamos, junto con los ahorros; y con el respaldo de Jehová, mucho podría lograrse en el transcurso del año.

Mientras hacíamos planes, una hermana viuda, que aunque no era joven sí estaba ‘fulgurante con el espíritu’ y con doce años de experiencia en el precursorado, expresó su deseo de servir en lo extranjero. Le parecía que este privilegio no estaba a su alcance porque a causa de su edad no se le admitía a Galaad. Usted puede imaginar su gozo cuando la invitamos a acompañarnos. Se hicieron planes finales sin demora.

EN CAMINO AL LEJANO ORIENTE

El 16 de octubre de 1958 rayó el alba clara y lustrosa en la ciudad de Nueva York—¡lo sabemos bien, porque estábamos tan excitados que no pudimos dormir! Terminado el desayuno, nos dirigimos al puerto de Brooklyn. En el barco había el bullicio normal antes de embarcar. Para las cinco la última cuerda se desamarró y estábamos en camino. Fue difícil dejar atrás las familias y los amigos, pero, mirando en la dirección del barco, salimos para el Lejano Oriente para servir donde había mayor necesidad de ello.

Después de la prisa de nuestra partida, pasamos los primeros días en el mar descansando, conociendo a los otros ocho pasajeros y habiéndonoslas con la enfermedad. El primer puerto de arribada fue Alejandría, Egipto. El barco iba a atracar por veinticuatro horas, de modo que todos los pasajeros se prepararon para desembarcar. La mayoría salió a ver los puntos de interés, pero nosotros nos sentimos más hambrientos por el compañerismo de nuestros hermanos espirituales, y nuestro interés fue de ponernos en contacto con ellos en el corto tiempo disponible.

Cuando atracó el barco ese domingo por la mañana, ya estábamos parados a la plancha listos para desembarcar. Después de pasar la aduana fuimos de prisa al teléfono más cercano. ¡Cuán agradecidos nos sentimos al comunicarnos con el siervo de sucursal! Con la ayuda de él llegamos pronto al Salón del Reino. El rótulo del Salón del Reino, aunque estaba escrito en el árabe desconocido, fue fácil de identificar, y para nosotros quiso decir “Bienvenidos.” Al tocar el timbre nos saludaron calurosamente el siervo de ciudad y los otros que estaban ocupados con la preparación de equipo de plataforma para la asamblea venidera.

¡Qué gozo nos dio conocer a esos hermanos de muchos diferentes grupos nacionales, cuyos apretones de manos y sonrisas amigables fácilmente sirvieron para salvar el obstáculo del idioma! Nada les desvió de extender la hospitalidad más genuina. Merendamos en el hogar de una hermana, y allí saboreamos por primera vez unos deliciosos alimentos egipcios. Después de gozar de compañerismo con esta familia teocrática, se nos llevó para ver algunos de los jardines hermosos y otros puntos de interés de la ciudad. Regresamos al Salón del Reino a tiempo para el estudio regular de La Atalaya, que se lleva a cabo en tres idiomas: el griego, el árabe y el francés. Habiendo servido en Montreal, pudimos entender algo del francés, de modo que nos fue posible gozar del estudio en ese idioma. Tanto antes del estudio como después trabamos conversación con muchos de los más de 120 hermanos que estaban presentes. No pudimos menos que notar que no llegaron puntualmente a tiempo sino que estuvieron allí media hora antes del estudio y se quedaron por mucho tiempo después para gozar del compañerismo de sus hermanos. Después de una cena agradable con un grupo de hermanos, nos dirigimos de vuelta al barco. Es difícil hallar palabras que expresen el efecto fortalecedor que tuvo sobre nosotros esta breve asociación. Esta fue una de las muchas bendiciones de que habíamos de gozar a causa de nuestro deseo de servir donde hay mayor necesidad de ello.

Partiendo de Alejandría, nos detuvimos brevemente en Puerto Saíd y Suez antes de entrar en el mar Rojo, por en medio del cual Moisés condujo a los israelitas. En Djidda, Arabia, vimos a unos peregrinos musulmanes haciendo su jornada de una vez en la vida a la ciudad de Meca. En Puerto Sudán vimos los peludos con grandes cantidades de cabello matoso parecido a alambre. Después de pararnos brevemente en Adén, asentada sobre un promontorio rocoso, nos dirigimos al oriente a través del océano Índico.

ESTACIÓN DE ESCALAS EN SINGAPUR

Muy pronto terminó el viaje. Apenas se había desvanecido el sonido del matraqueo de la cadena del ancla al bajarse cuando abordó el barco un grupo de nuestros hermanos de Singapur para darnos la bienvenida. ¡Cuán felices nos sentimos al ver de nuevo al siervo de sucursal y su esposa, a quienes habíamos conocido en la Asamblea internacional “Voluntad divina” en Nueva York, y el ardor de los saludos de nuestros nuevos hermanos y hermanas chinos nos hicieron sentirnos en casa inmediatamente! Asistentes voluntarios se encargaron de nuestro equipaje, y dentro de poco tiempo teníamos los pies plantados firmemente sobre tierra seca después de un mes en el mar.

Durante el resto de nuestra estancia, no fuimos hospedados sino más bien absorbidos en la familia de una hermana local. ¡Qué bondadosos y amorosos fueron! Nunca me olvidaré de los semblantes alarmados de las hermanas al echar un vistazo al cielo raso durante esa primera cena y ver unas criaturitas parecidas a lagartijas brincando de acá para allá alrededor de las luces, gozando de un banquete de insectos. Muy pronto nos dimos cuenta de lo útiles que son y las aceptamos como parte del equipo doméstico en el Lejano Oriente.

Los días fueron plenamente ocupados al gozar nosotros de privilegios de servicio y al darnos cuenta de la falta que hacían publicadores maduros para cuidar las muchas personas de buena voluntad. Quizás se entienda mejor el sentido de urgencia que experimentamos al decir que ese primer mes, en vez de informar como de costumbre setenta y cinco horas como precursores de vacaciones de dos semanas, dedicamos 120 horas al servicio del campo, además de tiempo considerable dedicado a hacer preparaciones para la venidera asamblea de distrito.

El vínculo de amor para nuestros hermanos y hermanas creció más y más hasta que pareció que los habíamos conocido por toda la vida. Terminada la asamblea, había llegado el tiempo para hacer rumbo a Sarawak de nuevo. Después de una reunión informal final con nuestros hermanos, emprendimos la última etapa de nuestro viaje. Cualquier vacilación que hubiéramos sentido anteriormente había desaparecido mucho tiempo antes y, fortalecidos espiritualmente por la asociación teocrática, esperábamos excitados los privilegios que guardaba el futuro.

SERVICIO EN SARAWAK

Poco después de llegar hallamos una vivienda cómoda, y dentro de unos días, al unirnos a los dos misioneros entusiasmados, comenzamos a experimentar el gozo de testificar en territorio que por lo mayor era territorio virgen. Represéntese, por favor, la escena mientras individuos preguntan acerca de Jehová. Cabezas pardas se mueven para indicar que están de acuerdo con las respuestas bíblicas que se les dan; los semblantes reflejan sonrisas apreciativas, y de buena gana aceptan literatura bíblica.

Habíamos oído acerca de los aguaceros tropicales, pero hay que presenciarlos para apreciar lo que son. Una tarde después de oscurecerse salimos en medio de un aguacero para asistir a un estudio de la Biblia con una familia, y al acercarnos a la casa vimos que la única manera de llegar a ella sería por medio de andar unos 140 metros sobre una tabla alzada. Con una luz portátil en una mano, un paraguas en la otra, y apretando un maletín bajo un brazo, avanzamos balanceándonos hasta llegar a la casa. Después de un estudio agradable, iluminado por las llamas sopladas por el viento de una lámpara de aceite quebrada, nos hicieron muchas otras preguntas acerca de la Biblia que les contestamos antes de irnos. Afuera estaba lloviendo todavía, y se había formado una laguna pequeña. Antes de partir nos quitamos los zapatos y los calcetines, nos recogimos los pantalones y las faldas lo más posible y avanzamos poquito a poquito por la tabla, que ahora estaba hundida, hasta que llegamos al camino.

Mientras más trabajamos entre nuestros vecinos mejor los llegamos a entender y más los amamos. La literatura se colocaba rápidamente, y dentro de corto tiempo eran pocos los hogares de nuestra vecindad inmediata que no la tenían. También era muy fácil comenzar estudios—muchas veces en la primera visita. Exhibimos las películas de la Sociedad en salones, casas particulares, hospitales y aun en una colonia de leprosos, teniendo un promedio de cien asistentes en cada una de trece exhibiciones. Los resultados muy pronto se pusieron de manifiesto. La asistencia al estudio de La Atalaya subió de seis a diez y doce, y cuando se comenzó un programa regular de reuniones públicas, subió la asistencia a quince, con máximos de veinte o más—todo esto en menos de seis meses.

Uno de los misioneros recibió una carta de una muchacha china de edad escolar que se había impresionado por lo que vio en una de las películas de la Sociedad. Aunque sus padres eran budistas, ella explicó que ‘se sentía atraída por las “buenas nuevas” y quería aprender más.’ Pronto se hicieron arreglos para un estudio, y dentro de poco tiempo esta muchacha estaba asistiendo a las reuniones y participando regularmente en el servicio del campo, donde podía ofrecer ayuda valiosa alcanzando a los residentes de habla china.

En otro estudio bíblico de casa un amigo del amo de casa llegó de visita y, al invitársele a participar en el estudio, lo hizo de buena gana. Aunque el estudio original se descontinuó, perseveró este hombre hambriento por la verdad y, aun antes de completar el estudio del folleto, comenzó a asistir al estudio de La Atalaya y a comentar, aunque esto querría decir un viaje de veintidós kilómetros de ida y vuelta por bicicleta en el calor intenso o en la lluvia copiosa.

Por supuesto, nuestra actividad no pasó sin que se dieran cuenta de ella las otras misiones religiosas, particularmente cuando muchos de sus estudiantes se dirigieron a nosotros para respuestas a sus preguntas sobre la Biblia. Se comenzó una campaña de intimidación. Aunque algunos descontinuaron sus estudios, otros se mantuvieron firmes. Entonces se efectuó un apremio de los agentes políticos y se cancelaron nuestras visas. Suplicamos una nueva consideración del asunto, pero no se concedió. A fuerza tuvimos que salirnos de nuestra asignación isleña.

Al partir el buque del desembarcadero, muchos de nuestros nuevos amigos estuvieron presentes para expresar su amable apreciación por la ayuda que se les había dado. Nuestras oraciones a favor de ellos han sido muchas y sinceras, y Jehová no los ha abandonado. Por medio de correspondencia hemos sabido que los más capaces están haciendo mucho para ayudar a los demás, y el estudio de La Atalaya se celebra regularmente. A pesar de los esfuerzos que los pastores falsos hacen por resistir la voluntad divina, el brazo de Jehová no se ha acortado, y los que siguen en el sendero del Pastor Propio conseguirán la vida en el nuevo mundo.

Aunque se nos obligó a salir de Sarawak junto con nuestra hija de tres meses, que nació poco después que llegamos, nuestro deseo de servir donde es grande la necesidad no había disminuido. Millones de otras personas viven en esta parte del mundo; nos parecía que nosotros también podríamos hacerlo. Lo que queremos hacer es estar donde hay la mayor necesidad de ayuda. Pronto se abrió el camino para que entráramos en otro lugar—Malaca.

Después de llegar a esta nueva asignación se nos invitó a emprender el servicio de precursores especiales, y estamos agradecidos por el privilegio. Estamos ahora en el segundo año en un campo extranjero, y por sumergirnos en el ministerio hemos encontrado protección contra el peligro muy real del materialismo y los otros males del mundo de Satanás. Nuestros pequeños ingresos y ahorros han sido como los panes y pescados con que Jesús alimentó a la multitud; tenemos suficiente para sostenernos. ¡Cuán ricamente nos ha bendecido Jehová! ¡Cuán felices estamos de que respondimos a Su llamada para servir en lugares donde hay gran necesidad de ello!—Contribuido.

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