Ame al prójimo no al mundo
ERA pleno invierno y el automovilista necesitado ya se descorazonaba. Por algún tiempo había pedido en vano ayuda a los automovilistas que pasaban. Finalmente pasó un camionero y, viendo el apuro del automovilista, desempeñó el papel de buen samaritano para con él. Pero el acto de auxilio ardió profundamente en el pecho del automovilista necesitado. ¿Por qué? Porque, según lo dijo él mismo: “¡Dios mío! De todos esos que pasaban ¡el que se detuvo y ayudó tenía que ser uno de los de la Watchtower!” Es decir, un testigo de Jehová. El camión llevaba el nombre Watchtower escrito en él y lo manejaba un miembro del personal de la Sociedad en Brooklyn.
Esta gente ha edificado una reputación envidiable debido a sus excelentes modales cristianos. El profesor Bruno Bettleheim, en su libro recién publicado The Informed Heart (1960), al relatar acerca de sus experiencias en un campo de concentración alemán describe a los Testigos como “camaradas ejemplares, . . . el único grupo de prisioneros que nunca trató mal a otros prisioneros ni abusó de ellos.”
¿Por qué sienten algunos antipatía hacia los Testigos, mientras que otros hablan tan bien de ellos? ¿Por qué esta diferencia de opiniones? Debido a que algunos no distinguen, como lo hacen los Testigos, entre el amor al mundo y el amor al prójimo. La Palabra de Dios declara claramente que los cristianos no han de amar al mundo, e igual de claramente que los cristianos han de amar a sus prójimos.
De modo que por una parte se nos manda: “No estén amando al mundo.” Y se nos amonesta: “¿No saben que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues, que desea ser un amigo del mundo se está constituyendo un enemigo de Dios.” Además, Jesús dijo que él, sus seguidores y su reino no eran parte del mundo y que él no hacía petición a Dios a favor del mundo.—1 Juan 2:15; Sant. 4:4; Juan 17:9, 16; 18:36.
Y sin embargo, por otra parte se requiere de los cristianos que ‘amen a sus prójimos como a sí mismos,’ y que ‘obren lo que es bueno para con todos.’ ¿Cómo pueden los cristianos amar a sus prójimos y sin embargo no estar amando al mundo, el cual se puede decir consta de sus prójimos? En que ellos distinguen entre un “mundo, sistema de cosas,” organización o arreglo y los individuos que componen ese sistema.—Luc. 10:27; Gál. 6:10.
Para ilustrar: En los Estados Unidos hay dos partidos políticos principales, el Republicano y el Demócrata. Un buen republicano leal ciertamente no haría contribuciones pro campaña al Partido Demócrata, ni votaría por la candidatura demócrata ni ayudaría a los demócratas en su campaña contra los republicanos. Y si los demócratas resultasen estar en poder él no fraternizaría con demócratas meramente para conseguir favores políticos. No, él no haría ninguna de estas cosas, por lealtad a su partido. Pero eso no significa que no pagaría sus contribuciones solamente porque la oficina de impuestos fuese manejada por demócratas. No significa que si él tuviese un vecino demócrata no le ayudaría en caso de que su casa estuviera ardiendo, solo porque él fuese demócrata, o que él no efectuaría negocios necesarios con aquél, comprando de él o vendiéndole. ¡Por supuesto que no! De modo que él distingue entre el sistema político demócrata de cosas y los individuos que componen ese partido quienes por casualidad fuesen sus vecinos.
JESÚS PUSO EL MODELO
Jesús distinguió claramente entre las dos cosas a través de su ministerio. Cuando Satanás le ofreció su mundo, es decir, todos sus reinos, si él se postraba y hacía un acto de adoración a Satanás, “Jesús le dijo: ‘¡Márchese, Satanás! Porque está escrito: “Es a Jehová tu Dios que tienes que adorar, y es a él solamente que tienes que rendir servicio sagrado.”’” Él reconoció, como lo expresó más tarde el apóstol Pablo, que Satanás es “el dios de este sistema de cosas,” y por lo tanto él ejerció cuidado para que Satanás ‘no consiguiese ningún dominio sobre él.’—Mat. 4:10; 2 Cor. 4:4; Juan 14:30.
Pero lo que hacía que ese mundo fuese el sistema de cosas de Satanás no era solamente que Satanás era su Dios sino también el hecho de que los elementos que lo gobernaban estaban bajo el control de Satanás, obedeciendo sus órdenes. ¿Y cuáles eran esos elementos gobernantes? La política, el mercantilismo y la religión falsa. Jesús se mantuvo separado y distinto de los tres. Él no se mezcló en la política de su día. Rehusó compartir la suerte del gobierno romano, refiriéndose al representante de éste, Herodes Antipas, como “esa zorra.” No colaboró con César, sino que solo devolvió “las cosas de César a César, pero las cosas de Dios a Dios.” Ni siquiera permitió que su propio pueblo le hiciese rey suyo, porque leemos que “Jesús, dándose cuenta de que estaban por venir y tomarlo para hacerlo rey, se retiró otra vez a la montaña solo.”—Luc. 13:32; 20:25; Juan 6:15.
Tampoco se dejó implicar Jesús en el mercantilismo, en amontonar riquezas. Él aconsejó a sus seguidores que almacenaran tesoros en el cielo, no sobre la Tierra, y que dieran sus servicios gratuitamente, puesto que él les había dado la verdad libre de costo. En realidad, él dio tan poco pensamiento a posesiones materiales que no tenía “lugar alguno donde recostar la cabeza.”—Luc. 9:58.
Lejos de hacer causa común con el elemento religioso del sistema de cosas de Satanás él increpó denodadamente a sus representantes. “¡Ay de ustedes, escribas y fariseos, hipócritas!” “Ustedes son de su padre el Diablo.” Él no estaba a favor de la unión de fes, porque, como él explicó, “nadie cose un remiendo de tela nueva en una prenda vieja . . . Tampoco pone la gente vino nuevo en odres viejos.” Obviamente Jesús no amó al mundo de su día, el sistema de cosas de Satanás, que constaba de la política, el mercantilismo y la religión falsa.—Mat. 23:29; Juan 8:44; Mat. 9:16, 17.
¡Pero cómo amo a sus prójimos humanos! “Al ver las muchedumbres sintió tierno afecto por ellas, porque estaban despellejadas y arrojadas acá y allá [por el mundo de Satanás] como ovejas sin pastor.” Les hizo la invitación: “Vengan a mí, todos ustedes los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y háganse mis discípulos, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.”—Mat. 9:36; 11:28-30.
En primer lugar él mostró su amor al prójimo por medio de predicarle al prójimo la verdad acerca de su Padre y las buenas nuevas del reino de su Padre. Durante más de tres años él recorrió a Palestina a pie—Galilea, Judea y Perea—predicando y enseñando en las sinagogas, en el templo en Jerusalén, en los hogares de la gente, en la falda de la montaña y a la orilla del mar. Y para añadir peso a su mensaje él efectuó toda clase de milagros, sanando a los enfermos, alimentando a las multitudes y hasta resucitando a los muertos. Seguramente ningún hombre que vivió sobre la Tierra antes o después mostró tal amor al prójimo durante su vida. Y la expresión más grande de todas la hizo por medio de dar su vida por la vida del mundo. ¿Amó Jesús al mundo o sistema inicuo de su día? ¡No! ¿Amó él a sus prójimos? ¡Ciertamente que sí!
¿AMAR AL MUNDO?—¡NO!
El mundo no ha cambiado desde el día de Jesús aunque para la mayoría de los lectores de estas líneas la cristiandad ha reemplazado al judaísmo del día de Jesús. Satanás es todavía el dios de este mundo; los elementos gobernantes son todavía la política, el mercantilismo y la religión falsa. El mero hecho de que una gran parte de este mundo se llame cristiandad no hace que sea cristiana. ¿Cómo puede ser cristiana cuando no reconoce las leyes y principios de Dios, su voluntad y reino? Jesús dijo: “El que no está de parte mía está en mi contra, y el que no recoge conmigo desparrama.”—Mat. 12:30.
¿Cómo puede un cristiano ser parte de los gobiernos municipales, estatales y nacionales cuando la política de éstos humea de corrupción? Casi no pasa día sin que se exponga parte de ella; un ejemplo particularmente bien documentado fue “Dinero sucio en Boston,” artículo que apareció en la revista Atlantic de marzo de 1961. En una ciudad que está orgullosa de su religiosidad, la indiferencia a la corrupción ha alcanzado una nueva cumbre. Seguramente ningún cristiano sincero podría tener cosa alguna que ver con semejante política falta de honradez. “Las malas asociaciones corrompen las costumbres provechosas.”—1 Cor. 15:33.
¿Qué hay de cristiano en el despiadado y básicamente ímprobo mercantilismo de hoy? Recientemente oficiales de algunas de las principales corporaciones de los Estados Unidos fueron encarcelados debido a defraudar al gobierno y a otros por millones de dólares. Para conseguir ganancia el comercio grande no repara en cosa alguna: corrompe a la juventud mediante entretenimiento pornográfico y violencia; corrompe a los políticos mediante sobornos, directos e indirectos; corrompe al hombre de familia mediante el emplear a prostitutas. Bien amonesta el apóstol: “Porque el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y esforzándose para lograr este amor algunos han sido desviados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.”—1 Tim. 6:10.
Y ¿qué hay de las religiones populares de la cristiandad? Su hacer causa común con políticos corruptos y mercantilismo despiadado e ímprobo es suficiente para condenarlas; también lo es el hecho de que, mientras que las religiones están aumentando grandemente en cuanto a números, la moral de la sociedad se deteriora paulatinamente, y también lo es su confusión de credos contradictorios. Según la Palabra de Dios Cristo no está dividido, pero la religión de la cristiandad lo está, y eso no solamente en muchas sectas sino que algunas de las sectas mismas individuales están, a su vez, divididas en hasta una veintena de denominaciones, lo que testifica estridentemente de su inhabilidad de llevarse armoniosamente los unos con los otros.—1 Cor. 1:13.
Claramente, entonces, el cristiano sincero, uno que está dedicado a hacer la voluntad de Dios, como tal no puede ser parte del mundo de Satanás. Él usa al mundo en el sentido de aprovecharse de las facilidades de éste, pagando por los beneficios que recibe. Pero no llega a ser parte de él, no queda absorbido por su codicia, ambiciones, seducciones, tentaciones, del modo que lo fue uno de los colaboradores del apóstol Pablo: “Demas me ha abandonado porque amó el presente sistema de cosas.” No, el cristiano hace caso de la amonestación del discípulo amado: “No estén amando al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él; porque todo en el mundo—el deseo de la carne y el deseo de los ojos y la exhibición ostentosa del medio de vida de uno—no se origina del Padre, sino que se origina del mundo. Además, el mundo está desapareciendo y también su deseo, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.”—2 Tim. 4:10; 1 Juan 2:15-17.
¿AMAR AL PROJIMO?—¡SÍ!
Pero el no amar al mundo no significa que el cristiano hoy día no puede amar a su prójimo o que no lo hace. Él distingue entre el sistema de cosas que está bajo el control de Satanás y los individuos retenidos cautivos por Satanás sus congéneres humanos. Él ama a su prójimo como a sí mismo en que trata a su prójimo como quisiera que su prójimo le tratara a él. Está siempre listo a auxiliar a su prójimo si las circunstancias lo requiriesen, como lo hizo el camionero cristiano mencionado al principio de esta discusión. Semejante al samaritano de la ilustración de Jesús, aprovecha las oportunidades de ser útil a alguien que esté en angustia. Hace caso al mandato de hacer bien a todos los hombres a medida que tenga oportunidad, pero especialmente a compañeros cristianos.—Luc. 10:30-37; Gál. 6:10.
Sin embargo, en su deseo de evitar la amistad con el mundo, cristianos dedicados quizás fallen en cuanto a esto. Debido a que se han dedicado para hacer la voluntad de Dios como ministros cristianos quizás se inclinen a pensar que la única clase de ayuda que pueden dar a otro es espiritual, pero no es así. Esa es la clase más importante, pero hay ocasiones en que un prójimo necesita ayuda material o física, y entonces ésta se le debe dar si uno está en posición para hacerlo, aunque no dejándose llevar por el sentimentalismo, yendo así a un extremo.
Sí, aunque está siempre listo a dar ayuda material según los medios suyos y la necesidad del otro, el cristiano nunca puede olvidarse de que todos los que aman la justicia en el mundo hoy están en gran necesidad en sentido espiritual; carecen de conocimiento y entendimiento en cuanto a Jehová Dios, su nombre, Palabra y propósitos, así como de su voluntad para con ellos. El ser diligentes en satisfacer esta necesidad espiritual es la mejor manera en que los cristianos pueden mostrar amor, porque mientras que “la sabiduría es para una protección igual que el dinero es para una protección;. . .la ventaja del conocimiento es que la sabiduría misma conserva vivos a sus dueños.”—Ecl. 7:12.
Requiere una gran cantidad de amor al prójimo de parte de los cristianos el que vayan regularmente de casa en casa, pasando por alto insultos, indiferencia y lo que fuere, y haciéndolo en toda clase de tiempo, instando a otros a que aprendan de las provisiones de Dios para vida eterna. Al mismo tiempo ellos no harían todo esto si amasen al mundo. De modo que ¿deberíamos amar al mundo? ¡No! ¿Deberíamos amar a nuestro prójimo? ¡Sí!