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w77 15/10 págs. 638-639

Regresa un pródigo

CONOCÍ a los testigos de Jehová por primera vez en 1956, cuando tenía trece años de edad. Eso fue cuando mi padrastro empezó a estudiar con un Testigo que trabajaba con él en el mismo empleo. Cuando yo tenía unos quince años de edad me bauticé. Luego, cuando tenía dieciséis años de edad, empecé a obrar de manera tonta, como lo hacen muchos adolescentes, y me vi envuelto en inmoralidad con una muchacha de la escuela. Poco después de eso me expulsaron de la congregación cristiana, y después ingresé en las fuerzas armadas. Después de estar allí dos semanas, decidí declararme de parte de los principios bíblicos. Dos de nosotros adoptamos aquella posición en el Fuerte Ord, y se nos maltrató mental y físicamente. Entre las maneras en que se nos maltrató estuvieron golpeaduras, estar incomunicados, racionamiento para que experimentáramos hambre, etcétera. Después de tres meses me dieron de baja honorablemente. Esto no lo entendí hasta años después, cuando supe que mi verdadero padre, que forma parte del mundo y es muy poderoso, logró este licenciamiento honorable.

Mi verdadero padre era muy ladino y astuto, y en muy poco tiempo consiguió controlar mi vida. Llegué a verme envuelto en la estructura política y del poder, en los intereses del juego de azar, en manipular grandes cantidades de dinero, en otras palabras, lo que se conoce como el “crimen organizado.” Pero siempre que veía a los Testigos o sus publicaciones anhelaba tener las bendiciones de Jehová y la asociación de su pueblo. Sentía ganas de decirles: “Vigilen su espiritualidad, no dejen que nada les impida servir a Jehová.”

En agosto de 1974, unos quince años después que fui expulsado, mi padrastro, ahora superintendente de circuito de los testigos de Jehová, llamó al superintendente presidente de la Congregación del Oeste de Palm Springs y le pidió que uno de los ancianos me visitara y me dejara el número de The Watchtower del 1 de agosto de 1974 [La Atalaya del 15 de diciembre de 1974], que daba prominencia especial al artículo: “La misericordia divina señala la senda de regreso a los que han errado.” Para ese tiempo yo me había establecido y me había envuelto en la industria de la televisión, y ahora era el vicepresidente de una estación de televisión en California. Cuando un anciano de la congregación vino a mí y me habló y me trajo este número especial de La Atalaya, pensé en cuánto me gustaría volver a la congregación, pero qué ingenuo era este hermano. Yo todavía tenía relaciones con el mundo del hampa y estaba tan arraigado en el mundo que pensaba que jamás podría salir.

Averigüé después que el anciano pensó que yo tenía vivo interés. Asistí a algunas reuniones, y durante los siguientes siete meses él me visitó con regularidad en la estación de televisión.

En diciembre de 1975 este anciano nuevamente entró en mi oficina. Lo primero que pensé fue: “¿Dónde ha estado usted?” Me dio muchísimo gusto verlo, y sentí que de nuevo se había encendido en mí un deseo espiritual. Con mucho gusto ayudé a los Testigos a obtener tiempo en el aire para que se expresaran sobre la situación en Malawi. En esta ocasión me resolví a hacer algo acerca de la verdad, y el anciano me ayudó a ver la importancia de orar y confiar en la misericordia y bondad amorosa de Jehová.

Durante los meses siguientes empecé a limpiar mi vida. Primero, efectué cambios en los tratos comerciales para ser honrado. Al poco tiempo se me hizo necesario buscar otro trabajo. Mis ingresos bajaron más del 60 por ciento. Corté toda relación con el crimen organizado, y cedí una pequeña fortuna en acciones que provinieron de dinero del juego de azar. Entonces empecé a limpiar mi vida moralmente. Mi esposa respondió al principio, pero después me dejó. Todas estas cosas me suministraron una excelente oportunidad para hacer que oyeran la verdad políticos, ejecutivos de corporaciones y muchas otras personas que de otra manera quizás no hubieran recibido un testimonio. Lo más difícil era hablarles de la Tierra paradisíaca de Jehová, pero luego decirles que en ese tiempo yo no podía ser testigo de Jehová.

Tras eso, en abril de 1976, después de haber estado expulsado por casi diecisiete años, fui restablecido como testigo cristiano de Jehová. El poder llevar ese nombre es el mayor privilegio en el mundo, y poder hablar a otros acerca de los maravillosos propósitos de Jehová. El llegar a estar limpio, libre, y otra vez tener la bendición de Jehová ha sido una experiencia inolvidable.

He tenido el privilegio de distribuir mucha literatura bíblica y establecer algún interés excelente. Pero la más sobresaliente experiencia tiene que ver con mi secretaria particular en la estación de televisión. Porque había sido mi secretaria por algunos años, se sorprendió al ver el rápido cambio. Esto le despertó el interés y, en febrero de 1976, empezó a estudiar la Biblia, junto con dos hijos adolescentes. Y en una asamblea de circuito de los testigos de Jehová, el 12 de septiembre de 1976, llegó a ser Testigo dedicada y bautizada.—Contribuido.

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