Base para una fe firme
ALGUNAS personas que consideran que la fe no es práctica, nunca han pensado detenidamente en cuanto a si hay base sólida para tener fe o no. ¿Ha pensado usted en eso?
Si usted quisiera investigar el asunto, ¿dónde comenzaría, y qué pruebas tendrían que ver con éste? Bueno, usted podría examinar muchas cosas del mundo que le rodea y hallar hechos pertinentes.
LO INMENSAMENTE GRANDE... LO MUY PEQUEÑO
Sería propio decir: Usted podría estudiar lo inmensamente grande... el universo aparentemente sin límites del espacio sideral. O podría escudriñar lo muy pequeño... aun las partes microscópicas que componen nuestro cuerpo o nuestro mundo. En ambos casos se podría hallar razón para ejercer fe en el Creador.—Gén. 1:1; 2:1-4.
Hace unos 3.000 años un hombre del Oriente Medio llamado Eliú dijo: “Mira atentamente al cielo.” (Job 35:5, Nueva Biblia Española) Él estaba convencido de que en los altos cielos había evidencia observable de que existe un Creador. Por supuesto, a simple vista Eliú sólo pudo haber detectado menos de 5.000 de las más de 100.000.000.000 de estrellas de nuestra galaxia, la Vía Láctea. No podía haber sabido que hay miles de millones de galaxias, cada una con miles de millones de estrellas. Pero si él hubiese podido conocer esos hechos, como los conocemos nosotros hoy, ¿cree usted que esto hubiera debilitado su fe en Dios? ¿No habría sido fortalecida esa fe por este conocimiento? Algún tiempo después, el salmista David dijo: “Los cielos están declarando la gloria de Dios; y de la obra de sus manos la expansión está informando.”—Sal. 19:1.
En la actualidad los científicos han explorado el sistema solar con vehículos espaciales, han escudriñado el espacio sideral con telescopios y han escuchado los sonidos que vienen desde lo más distante del universo por medio de radiotelescopios. Este conocimiento aumentado ha suministrado razones adicionales para la fe en Dios.
El físico Wernher von Braun, ex director de un centro para vuelos espaciales de la NASA (Siglas en inglés para la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio) de los EE. UU., escribió: “Los materialistas del siglo diecinueve y sus herederos marxistas del siglo veinte trataron de decirnos que, a medida que la ciencia proveyera más conocimiento acerca de la creación, podríamos vivir sin fe en un Creador. Sin embargo, hasta ahora, con cada nueva respuesta hemos descubierto nuevas preguntas. Cuanto mejor entendemos . . . el plan maestro para las galaxias, más razón hemos hallado para admirarnos ante la maravilla de lo que Dios ha creado.”
Se puede llegar a esa misma conclusión si en lugar de examinar el inmenso universo uno examina las partes diminutas del propio cuerpo de uno. David se sintió impulsado a exclamar acerca de Dios: “Tú fuiste quien formó todo mi cuerpo; tú me formaste en el vientre de mi madre. . . . porque es maravilloso lo que has hecho.” (Sal. 139:13, 14, Versión Popular) En sus años de neurocirujano, el profesor Robert J. White, doctor en medicina, ha podido examinar el cerebro humano cuidadosamente. Él declara:
“Las experiencias que he tenido con mis pacientes, y los estudios neurológicos que he efectuado al tratar de descifrar los misterios del cerebro, me han dejado cada vez más perplejo en cuanto al cerebro. Y no me queda más remedio que reconocer la existencia de un Intelecto Superior, responsable del diseño y desarrollo de la relación increíble que existe entre el cerebro y la mente... algo que va mucho más allá de lo que el hombre puede entender.”
Si usted pudiera investigar hasta dentro de los mismísimos elementos que componen la célula humana, hallaría razón abundante para tener fe en el Creador. La célula es el componente básico de toda cosa viviente de la Tierra. El cuerpo humano se compone de unos 100.000.000.000.000 de células diminutas. Pero cada una es sorprendentemente intrincada y bien diseñada.
Por ejemplo, en cada una de las células del cuerpo suyo hay decenas de miles de genes y el muy conocido ADN, que le dice a cada célula cómo funcionar y cómo reproducirse. Éste determinó el color de su cabello, la rapidez de su crecimiento y una infinidad de otros detalles. Pregúntese: ¿Cómo es posible que toda esta información esté en el ADN de cada una de mis células?
En su libro de 1978 Whence and Wherefore (De dónde y por qué), el Dr. Zev Zahavy habla de una conversación que tuvo lugar en una clase de bioquímica de la Escuela para Graduados de Ciencias Médicas de la Universidad de Cornell. El profesor estaba considerando con los estudiantes el tema de “las moléculas programadas de ADN.” Leemos:
“La clase se componía de estudiantes jóvenes que habían crecido en la era de la tecnología de las computadoras y que, por lo tanto, estaban bastante familiarizados con el hecho de que se necesita un programador para formular la programación de una computadora. La mención de ‘moléculas programadas’ hizo que uno de los estudiantes comenzara a inquirir con interés.
“El estudiante preguntó: ‘Si las estructuras de ARN y ADN están programadas para funcionar y producir de acuerdo con sus patrones designados, ¿de dónde vienen los programas mismos?’
“El profesor, como divirtiéndose, respondió con una sonrisa en los labios: ‘Pues, del Diversificador Invisible de Organismos y Sistemas, claro está.’
“El estudiante, perplejo, preguntó con curiosidad: ‘¿El Diversificador Invisible de Organismos y Sistemas? ¿Quién es ése?’
“‘Bueno, creo que se le conoce mejor por Sus iniciales,’ dijo en respuesta el jovial mentor.”
Por supuesto, el profesor se refería a las letras D I O S.
Sí, una investigación de los aspectos inmensamente grandes o muy pequeños de la creación suministran base sólida para una fe firme, segura, en Dios. Sin embargo, quizás todavía usted se pregunte: ¿Será práctico tener tal fe en este tiempo, en nuestro día?
[Ilustración en la página 5]
Parte de una molécula de ADN