La Biblia... ¿la necesitamos?
“ES IMPOSIBLE gobernar rectamente al mundo sin Dios y sin la Biblia.” Así declaró George Washington, el primer presidente de los Estados Unidos. ¿Concuerda usted con esto? Considere lo que está sucediendo a su alrededor.
Inflación: Desde el comienzo de la II Guerra Mundial ha disminuido el poder adquisitivo del dinero de muchos países, como usted probablemente ha notado con pesar. De acuerdo con la revista U.S. News & World Report, “el efecto que la inflación ha tenido sobre el dólar ha hecho que los precios suban cerca de 579% desde 1939”.
Guerra: Las dos guerras mundiales de este siglo causaron la muerte de decenas de millones de personas... tanto de soldados como de paisanos. Desde 1945 hasta 1978 perecieron veinticinco millones de soldados en unas ciento cincuenta guerras. Actualmente, las naciones gastan más de 500.000 millones de dólares al año en actividades militares, o aproximadamente ¡un millón de dólares cada minuto!
Divorcio: En el Japón hay un divorcio cada cuatro minutos. En los Estados Unidos, de cada dos matrimonios uno termina en divorcio. En la Unión Soviética hay 30 divorcios por cada 100 matrimonios. Estas cifras son solo un indicio de una tendencia mundial.
Delito: En país tras país aumentan los delitos violentos. Para citar solo un ejemplo, en los Estados Unidos se comete un delito violento cada 24 segundos. Se comete un homicidio cada 23 minutos, un ultraje sexual cada 9 minutos, un robo cada 58 segundos. Y parece que vale la pena cometer delitos, porque solo se resuelven 19 por 100 de los casos y se logra arrestar a los perpetradores.
Escasez de alimento: A pesar de que la producción mundial de alimento ha aumentado continuamente durante los últimos 30 años, en la actualidad hay más gente azotada por el hambre que en cualquier tiempo en el pasado. Aproximadamente quinientos millones de personas —o una de cada nueve personas— padece de desnutrición crónica; el problema existe hasta en los países “adelantados”.
Todos estos problemas existen y aumentan a pesar de los esfuerzos de economistas, políticos, consejeros matrimoniales, siquiatras y muchísimos otros peritos. ¿No es obvio que nosotros personalmente, y el mundo en general, necesitamos la guía de una fuente superior al hombre?
La Biblia afirma suministrar dicha guía. “El espíritu de Jehová fue lo que habló por mí”, declaró David, uno de los escritores de la Biblia (2 Samuel 23:2). Los profetas de la Biblia “hablaron de parte de Dios al ser llevados por espíritu santo”, añadió el apóstol Pedro. (2 Pedro 1:20, 21.)
Por supuesto, tal vez usted comprenda que el hecho de que un libro alegue ser la palabra de Dios no prueba que lo sea. De modo que usted debe preguntarse: ¿Hay prueba, prueba convincente, de que la Biblia realmente proviene de Dios?