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  • Mi generación... ¡singular y muy privilegiada!

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  • Mi generación... ¡singular y muy privilegiada!
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1987
w87 1/8 págs. 21-25

Mi generación... ¡singular y muy privilegiada!

Según lo relató Melvin Sargent

MUCHOS jóvenes de hoy han nacido en una familia de testigos de Jehová. Pero allá en 1896 eso era un privilegio verdaderamente raro. Desde la infancia mi madre me enseñó el debido temor a Jehová, e infundió en mí aprecio por el sacrificio de rescate de Su Hijo. Por eso, pertenezco a una generación singular y muy privilegiada: de suficiente edad para haber visto el principio de la señal de la presencia de Cristo en 1914, y sin embargo —como es posible— lo suficientemente joven todavía para verla culminar en Armagedón. (Mateo 24:3, 33, 34.)

Empecé bien, tratado con cariño

Mis padres fueron muy cariñosos conmigo en mi infancia. Sin embargo, a veces ese cuidado tomaba una forma que hoy día algunos considerarían trato severo. Recuerdo que una vez mi madre estaba escuchando mientras yo jugaba con un muchacho mayor que de súbito empezó a usar palabras que yo jamás había oído. “Esas son malas palabras que nunca debes usar”, me dijo ella, ¡y me grabó aquello en la mente con más que solo palabras! Pero me di cuenta de que su disciplina era una expresión de su cariño, y recuerdo que me pregunté por qué la madre de Jimmie no lo había disciplinado. ¿Sería que realmente no lo amaba como debía?

Nosotros éramos la única familia de Testigos en el condado de Jewell, en Kansas, E.U.A. Mi padre no era un siervo dedicado de Jehová, pero eso no le impedía conducir un estudio bíblico con nosotros los hijos. Eva, mi hermana, era la mayor, y Walter me llevaba 16 meses. Se esperaba que todas las noches ayudáramos a lavar la vajilla. Pero muchas veces Walter hallaba excusas para no hacerlo. Sin embargo, mientras Eva y yo hacíamos este trabajo cada día, aprovechábamos la oportunidad para conversar sobre las verdades bíblicas, de modo que aquello era una bendición disfrazada. Más tarde comprendí que la gente que evita las responsabilidades en la vida pierde muchas bendiciones. Eso le sucedió a Walter, quien después se alejó de la verdad.

El cariño que recibimos tuvo buenos resultados el 4 de agosto de 1912. Eva y yo nos levantamos antes del amanecer y recorrimos 16 kilómetros (10 millas) en coche tirado por caballo para tomar el primer tren hacia Jamestown, Kansas. En aquel tiempo estaba de visita allí un peregrino —como se llamaba a los Estudiantes de la Biblia viajantes— y esta sería nuestra primera reunión con Estudiantes de la Biblia fuera de nuestro propio hogar. También sería el día de nuestro bautismo.

Aunque yo tenía solo 16 años, le pregunté al hermano peregrino si podía empezar el ministerio de tiempo completo, que entonces se conocía como la obra de repartidor. Él me animó a escribir a la Sociedad Watch Tower. Sin embargo, puesto que todavía se me necesitaba en casa, tuve que esperar. Mientras tanto, continuamente usé todo el tiempo que tenía disponible ayudando a los Estudiantes de la Biblia de Jamestown a distribuir tratados en unos 75 pueblos y ciudades circundantes.

También testificaba en otras ocasiones. Una vez, cuando la propietaria de nuestra casa vino en viaje de negocios al pueblo y se alojó unos días con nosotros, le di un tratado. Parece que esto la impresionó. Pero después de regresar a su casa en Iowa pasaron 30 años antes que la volviera a ver. Era adventista ahora, y no estaba interesada en ‘mi religión’. Sin embargo, quería que alguien le atendiera cierta propiedad, y puesto que en su religión no conocía a ningún “hombre verdaderamente cristiano” en quien confiar, acudió a mí. El pago que me daba me ayudó a permanecer por varios años en el ministerio de tiempo completo. ¡Qué confirmación de Eclesiastés 11:1: “Envía tu pan sobre la superficie de las aguas, pues con el transcurso de muchos días lo hallarás otra vez”! O de lo que Jesús dijo en cierta ocasión: “Sigan, pues, buscando primero el reino y la justicia de Él, y todas estas otras cosas les serán añadidas”. (Mateo 6:33.)

Impresiones inolvidables

En 1913 asistí por primera vez a una asamblea grande. Me impresionó el bautismo de 41 nuevos; también me animó pensar que por la ventaja que yo les llevaba (me había bautizado diez meses antes), tenía esperanza de desarrollar un “carácter como el de Cristo” para 1914, para hacer segura ‘mi llamada y elección’. También me impresionó ver muchas cintas rojas y amarillas. Los repartidores que buscaban compañeros lucían las rojas, y todo el que quería unirse a ellos llevaba una cinta amarilla.

Para mí, un rasgo notable de la asamblea de 1914 fue ver el Foto-Drama de la Creación y conocer más de cerca al hermano Russell. Él era afectuoso, y se veía su deseo de impartir información animadora a sus oyentes. Era compasivo y presentaba un oído dispuesto a los que acudían a él con problemas. Pero no era tan grande que no pudiera apreciar alguna broma de un adolescente. Cierta noche, mientras yo entregaba a la gente descripciones impresas del Foto-Drama, pasó de prisa por mi lado. Fingiendo que no lo reconocía, le ofrecí un ejemplar. Al principio siguió caminando, pero después dio la vuelta y, riéndose, me dio las gracias, para que supiera que se había dado cuenta de la broma.

Finalmente, en 1917, a la edad de 21 años, pude emprender la obra de repartidor. La I Guerra Mundial ya había durado casi tres años. Con una maleta en la mano, muchos libros y 30 dólares en el bolsillo, partí para Nebraska con mi compañero, Ernest Leuba, un repartidor más experimentado, y mayor, que yo. Tuvimos experiencias buenas y experiencias malas. Por ejemplo, recuerdo que en cierta ocasión decidimos utilizar un método rápido de distribuir los libros. Preparamos unas tarjetas impresas en las cuales ofrecíamos a la gente la oportunidad de examinar gratuitamente por dos días el libro The Finished Mystery (El misterio terminado), con el privilegio de obtenerlo por 60 centavos de dólar cuando volviéramos. Cierta mañana, ambos prestamos 10 libros de aquella manera. Dos días después pude dejarle a la gente siete de los míos, mientras que el hermano Leuba, que había trabajado en un vecindario muy católico, dejó uno solo. Para conseguir que le devolvieran uno tuvo que ir al sacerdote católico local, pues se lo habían pasado a él. Pronto decidimos que en verdad nuestro método rápido no era tan bueno como pasar más tiempo hablando con la gente.

Por supuesto, teníamos muy poco dinero, lo que quería decir que a veces teníamos que determinar cómo economizar. Por ejemplo, cuando al fin pasamos a una nueva asignación en Boulder, Colorado, compramos un boleto para la estación más cercana al otro lado de la frontera del estado. Entonces salimos del tren y compramos otro boleto para el resto del viaje en el tren siguiente. ¿Por qué? Porque el pasaje dentro de un estado costaba dos centavos por milla, pero las tarifas interestatales eran más altas. Además de ahorrar dinero, pudimos testificar informalmente mientras esperábamos el tren siguiente.

Problemas de tiempos de guerra, y un nuevo comienzo

Corría el año 1918, y los Estados Unidos estaban profundamente implicados en la guerra. Se desató una franca tempestad de oposición contra los Estudiantes de la Biblia, y quedó claro quiénes mostraban temor y quiénes no. Algunos hermanos que estaban en la edad del reclutamiento, aunque eran objetores de conciencia, concordaron en efectuar servicio militar no combatiente.

Cuando me inscribí, pedí exención como ministro. Me parecía que tenía argumentos sólidos, y mientras mi caso era visto por una junta de apelación no me reclutaron. La junta no pensó como yo, y rechazó mi alegación. Sin embargo, la tardanza había ayudado a mantenerme fuera de la prisión, porque llegó el tiempo de la cosecha y mi reclutamiento fue diferido hasta que se terminara este trabajo esencial en la finca de mis padres. Finalmente la fecha de mi reclutamiento se fijó para el 15 de noviembre. La guerra terminó el 11 de noviembre. Por solo cuatro días de diferencia no fui a la prisión.

A otros que apoyaron denodadamente la neutralidad cristiana no les fue tan bien. En Denver, en una asamblea, conocí a uno de estos. El hermano, explicándome por qué estaba calvo, me dijo que una chusma fanática lo había atado a un árbol y le había derramado encima brea caliente. Dijo: “Del grupo, nadie era peor que las mujeres”. Se había cortado el pelo al rape para librarse de la brea. Entonces, con el rostro iluminado por una amplia sonrisa, dijo de lo que le había pasado: “No me lo hubiera perdido por nada”.

Por mantenerse íntegros, algunos de los funcionarios de la Sociedad Watch Tower fueron encarcelados injustamente. Pero en 1919, mientras todavía estaban en prisión, fueron reelegidos a sus puestos en la Sociedad, a pesar de que unos apóstatas trataron de reemplazarlos. Los hermanos fieles aceptaron aquello como una indicación de que Jehová los aprobaba. Llenos de gozo, estimulados por un nuevo fluir del espíritu santo, se resolvieron más que nunca a emprender de nuevo la predicación del Reino y denunciar al clero por su hipocresía y por no apoyar al Reino de Dios. Había comenzado un rompimiento completo con Babilonia.

El 24 de febrero de 1918, en Los Ángeles, California, después de haberse envuelto los Estados Unidos en la I Guerra Mundial el 6 de abril de 1917, el hermano Rutherford presentó por primera vez el electrizante discurso: “Millones que ahora viven no morirán jamás”.

Cambios importantes al pasar los años

Por siete años Lydia Tannahill y yo habíamos mantenido una amistad, principalmente por correspondencia. En 1921, después de orar en cuanto a nuestra situación, decidimos que lo mejor sería aprovechar la concesión que hizo Pablo al aconsejar sobre la soltería, a saber, que el que “da su virginidad en matrimonio hace bien”. (1 Corintios 7:38.) Nuestro matrimonio fue una dádiva de Jehová y nos causó mucho regocijo. Sin embargo, poco tiempo después nos sobrevino una crisis. El viaje había agudizado un viejo problema de Lydia con la espalda, y mi corazón —aunque leal y amoroso— era lento, o como los médicos lo llamaban: “un corazón cansado”. Como resultado, padecí de anemia. Lydia y yo estábamos perdiendo la fuerza. Se nos aconsejó que cambiáramos de clima y que no hiciéramos tantos viajes diariamente. Nuestra casa a remolque nos ayudaría a seguir ese consejo, de modo que pasamos el mes de septiembre de 1923 en camino a California.

Por pertenecer a una muy privilegiada generación, he podido ver el desarrollo de la organización visible de Jehová con el transcurso de los años. Estuve presente cuando por primera vez la ciudad de Los Ángeles fue dividida en territorios individuales donde predicar, cuando comenzó la testificación los domingos y cuando recibimos nuestro nuevo nombre —testigos de Jehová— en 1931. ¡Qué emocionante fue ver los ajustes de 1932 y 1938 que aseguraron que los ancianos fueran nombrados teocráticamente, más bien que democráticamente! Ha sido un gozo ver la clarificación de cuestiones y preguntas sobre las cuales había duda, como las de la neutralidad y la santidad de la sangre.

Aunque en 1923 me había retirado de la obra de repartidor, siempre mantuve un espíritu de precursor. Por eso, en 1943 pude volver a las filas crecientes de los precursores. En 1945 hasta tuve el privilegio de ser precursor especial, y serví nueve años en esa capacidad hasta que de nuevo mi “corazón cansado” me afectó. Desde 1954 he sido precursor regular.

Mi matrimonio con Lydia duró 48 años, hasta que en 1969 ella pasó a una nueva asignación, una herencia que le estaba “reservada en los cielos”, una asignación que yo también espero recibir al tiempo debido. (1 Pedro 1:4.) Aunque nunca fuimos bendecidos con hijos, tuvimos la bendición de disfrutar de lo que muchos consideraban un matrimonio ideal. Aunque mi pérdida fue grande, el mantenerme ocupado con los intereses teocráticos me ayudó a sobreponerme a la situación. Después me casé con una precursora experimentada a quien había conocido por muchos años, Evamae Bell. Disfrutamos de 13 años de fiel compañerismo hasta que ella, también, murió.

Mi generación... especialmente singular

A veces me han preguntado: “¿Cuál ha sido su más grande experiencia en la verdad?”. Sin vacilación, contesto: “Haber visto cumplidas dentro de mi generación las profecías bíblicas que escribieron siglos atrás hombres inspirados y dedicados”.

Por supuesto, los miembros de mi generación que no han estado en la organización teocrática han resultado ser exactamente como el Foto-Drama de la Creación de 1914 dijo que serían: locos por el dinero, locos por el placer y locos por la fama. Los que hemos estado en la organización del Señor hemos hecho todo esfuerzo por dirigir su atención al mensaje de la vida. Hemos empleado lemas, avisos de toda una página en publicaciones, la radio, automóviles con altavoz, fonógrafos portátiles, asambleas gigantescas, paradas de personas con rótulos informativos, y un ejército creciente de ministros que han predicado de casa en casa. Esta actividad ha servido para dividir a la gente en dos lados: el de los que se ponen de parte del Reino establecido de Dios y el de los que se oponen a él. ¡Esta fue la obra que Jesús predijo para mi generación! (Mateo 25:31-46.)

Hasta que este “corazón cansado” mío deje de latir, continuará latiendo con aprecio por el privilegio que he tenido de pertenecer a una generación singular. Continuará latiendo excitadamente por el privilegio que tengo ahora de ver a millones de rostros sonrientes que seguirán sonriendo para siempre.

[Fotografía de Melvin Sargent en la página 21]

[Fotografía en la página 23]

Melvin y Lydia Sargent, repartidores, 1921

[Fotografía en la página 24]

Melvin y Evamae Sargent, 1976

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