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  • ‘¡Sin embargo se mueve!’
  • La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1991
w91 15/12 págs. 22-24

‘¡Sin embargo se mueve!’

“LA Biblia enseña a llegar al cielo; no cómo funcionan los cielos”, dijo Galileo Galilei, inventor y científico italiano del siglo XVI. Creencias como esa lo pusieron en conflicto con la Iglesia Católica Romana, que lo amenazó con tortura y encarcelamiento. Unos 350 años después la iglesia reexaminó el trato que había dado a Galileo. Lo que ocurrió en el tiempo de Galileo se ha llamado una “confrontación entre la ciencia empírica y el dogmatismo ciego”.

Los que buscan la verdad hoy día pueden beneficiarse de lo que experimentó Galileo. Pero ¿a qué se debió aquella confrontación? Un vistazo a las opiniones científicas que se aceptaban en su tiempo nos dará la respuesta.

A mediados del siglo XVI se creía que la Tierra era el centro del universo. Se suponía que los planetas giraban en órbitas circulares perfectas. Aunque tales ideas no estaban comprobadas por métodos científicos, se aceptaban con fe como hechos establecidos. En realidad, la ciencia con sus “ideas místicas” era inseparable de la religión.

En medio de un mundo como aquel nació Galileo en una respetada familia de Pisa, en 1564. Su padre quería que estudiara medicina, pero al inquisitivo muchacho le fascinaron las matemáticas. Con el tiempo, como profesor de ciencia descubrió ciertos principios de inercia. Cuando llegaron a oídos de él descripciones de telescopios holandeses primitivos, mejoró muchísimo el diseño de aquellos y construyó su propio instrumento superior. Lo apuntó hacia los cielos, y lo que aprendió lo publicó en su primer libro, Sidéreus Nuncius (El mensajero celeste), en el cual presentó a su generación cuatro lunas de Júpiter. En 1611 fue llamado a Roma, donde presentó sus hallazgos al Collegio Romano (Colegio Romano) jesuita. Ellos lo honraron mediante una conferencia en la cual dieron reconocimiento a sus hallazgos.

La iglesia se opone a sus enseñanzas

Antes de que Galileo partiera de Roma, sucedió algo que no le anunciaba el bien: un jesuita influyente, el cardenal Bellarmino, promovió una investigación de sus enseñanzas. Galileo creía que la creación estaba gobernada por leyes que los hombres podían conocer mediante el estudio. La Iglesia Católica se opuso a tal punto de vista.

Hasta algunos astrónomos se opusieron a la opinión de Galileo. Creían que era imposible que el telescopio presentara un aumento de lo que se veía, y opinaban que aquel invento era un engaño. ¡Un sacerdote hasta sugirió que las estrellas que se veían habían sido incorporadas en las lentes! Cuando Galileo descubrió montañas lunares y confirmó así que los cuerpos celestes no eran esferas perfectas, el sacerdote Clavius replicó que la Luna estaba encerrada en cristal, de modo que, aunque se pudieran discernir a través del cristal las montañas, ¡todavía era una bola perfecta! Galileo dijo en respuesta: “Ciertamente la fantasía es hermosa”.

El afán de Galileo por leer el “Libro de la naturaleza”, como llamaba al estudio de la creación, le hizo investigar la obra del astrónomo polaco Nicolás Copérnico. En 1543 Copérnico había publicado un libro en que sostenía que la Tierra giraba alrededor del Sol. Galileo verificó aquello. No obstante, esto situó a Galileo en oposición a los círculos predominantes de la ciencia, la política y la religión de sus días.

Aunque la Iglesia Católica usaba la astronomía copernicana para fijar fechas, como la de la Pascua Florida, las opiniones de Copérnico no se habían aceptado oficialmente. La jerarquía eclesiástica apoyaba la teoría aristotélica de que la Tierra era el centro del universo. Las nuevas ideas de Galileo, sin embargo, ponían en tela de juicio la reputación y el poder de aquella jerarquía.

Aunque por toda Europa científicos que trabajaban independientemente procuraban confirmar el sistema copernicano, se limitaban a considerarlo dentro del mundo académico. Porque así actuaban, la Iglesia Católica los dejaba en paz. Galileo no escribió en latín, sino en el italiano del hombre común, y así popularizó sus descubrimientos. El clero creyó que él no solo los ponía en tela de juicio a ellos, sino que ponía en duda la Palabra de Dios.

No es un manual de ciencia

Por supuesto, en verdad el descubrir la realidad acerca del universo no pone en duda la Palabra de Dios. Los que estudian esa Palabra están al tanto de que la Biblia no es un manual de ciencia, aunque es exacta cuando alude a asuntos científicos. Fue escrita para el desarrollo espiritual de los creyentes, no para enseñarles física ni ninguna otra ciencia natural. (2 Timoteo 3:16, 17.) Galileo concordaba con eso. Sugirió que hay dos tipos de lenguaje: los términos precisos de la ciencia y los vocablos de uso cotidiano de los escritores inspirados. Escribió: “Habiéndose convenido en la Escritura, para acomodarse al entendimiento de todos, decir cosas muy distintas de aspecto y en cuanto al significado de las palabras de la verdad absoluta”.

Hay ejemplos de eso en varios textos bíblicos. Uno de ellos es Job 38:6, donde la Biblia dice que la Tierra tiene “pedestales” y una “piedra angular”. Algunos dieron mal uso a esto al usarlo como prueba de que la Tierra está fija. Esas expresiones no se usan con la intención de describir científicamente la Tierra; más bien, comparan de manera poética la creación de la Tierra con la erección de un edificio, del cual Jehová es el Maestro de Obras.

Como señala el biógrafo L. Geymonat en su libro Galileo Galilei (traducción de Joan Ramón Capella): “Los teólogos de mentalidad excesivamente estrecha, que pretenden basarse en los razonamientos bíblicos para fijar límites a la ciencia, no hacen más que desacreditar a la Biblia misma”. Por razones egoístas, eso fue precisamente lo que hicieron unos hombres obstinados. Enviaron al Santo Oficio una carta en la que pedían que se investigara a Galileo.

El 19 de febrero de 1616 se presentaron dos propuestas a unos teólogos católicos: 1) “el sol es el centro del mundo” y 2) “la tierra no es el centro del mundo”. El 24 de febrero ellos dictaminaron que aquellas ideas eran descabelladas y heréticas. A Galileo se le mandó que no se aferrara a aquellas teorías ni las enseñara.

Se le impuso silencio a Galileo. No solo estaba contra él la Iglesia Católica; además, sus amigos no habían podido ayudarlo. Él sencillamente se dedicó a trabajo de investigación. Si no hubiera sido por un cambio de papas en 1623, quizás no se hubiera sabido más de él. Con todo, el nuevo pontífice —Urbano VIII— era un intelectual y apoyador de Galileo. A oídos de Galileo llegó el comentario de que el papa no se opondría a un nuevo libro. Galileo hasta fue recibido en audiencia por el papa. Después de esta aparente indicación de imparcialidad por el papa, Galileo puso manos a la obra.

Aunque la obra de Galileo titulada Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo se publicó originalmente con licencia católica en 1632, el entusiasmo papal pronto se desvaneció. Cuando Galileo tenía 70 años de edad la Inquisición lo citó a comparecer ante ella por segunda vez. El cargo de sospecha de herejía requería que primero explicara qué autorización eclesiástica había recibido para publicar el libro, y se afirmó que Galileo había ocultado engañosamente la proscripción que antes se había impuesto a la enseñanza copernicana. Puesto que el Diálogo comparaba sistemas astronómicos, entre ellos el de Copérnico, se afirmó que violaba la proscripción.

Galileo respondió que su libro criticaba a Copérnico. Se trataba de una defensa débil, pues en el libro se habían presentado argumentos muy convincentes a favor de Copérnico. Además, las palabras del papa se pusieron en boca del personaje más insulso del libro, Simplicio, y esto ofendió al papa Urbano VIII.

Galileo condenado por herejía

Galileo fue declarado culpable. Ya enfermo, y amenazado con que se le torturaría si no se retractaba, optó por hacerlo. De rodillas juró: “Abjuro [...] los susodichos errores y herejías [...] no diré nunca más [...] cosas por las cuales se pueda tener de mí semejante sospecha”. Es interesante que cierta leyenda dice que, al levantarse, golpeó el suelo y dijo entre dientes: “Eppur si muove! [¡Y sin embargo se mueve!]”.

La sentencia fue encarcelamiento y penitencias hasta que muriera, lo cual ocurrió nueve años después. Una carta que escribió en 1634 decía: “No es tal o cual opinión lo que me ha hecho y me hace la guerra, sino estar en desgracia entre los jesuitas”.

En 1822 la proscripción de sus obras fue revocada. Pero solo fue en 1979 cuando el papa Juan Pablo II volvió a estudiar la cuestión y admitió que a Galileo lo habían “hecho sufrir mucho [...] los hombres y las organizaciones de la Iglesia”. En el periódico del Vaticano, L’Osservatore Romano, Mario D’Addio —miembro célebre de la comisión especial que el papa Juan Pablo II creó para reexaminar la condena que se le había impuesto a Galileo en 1633— dijo: “La supuesta herejía de Galileo no parece tener fundamento, ni en sentido teológico ni a la luz del derecho canónico”. Según D’Addio, el tribunal de la Inquisición se extralimitó; las teorías de Galileo no violaban ningún artículo de fe. El periódico del Vaticano reconoció que la condena de Galileo por herejía había carecido de base.

¿Cómo nos beneficiamos de lo que experimentó Galileo? El cristiano debe darse cuenta de que la Biblia no es un libro de texto científico. Cuando parece haber un conflicto entre la Biblia y la ciencia, él no tiene que conciliar toda “discrepancia”. Después de todo, la fe cristiana se basa en “la palabra acerca de Cristo”, no en autoridad científica. (Romanos 10:17.) Además, la ciencia cambia de continuo. Puede que una teoría que hoy parece contradecir la Biblia y es popular, mañana resulte equivocada y se rechace.

No obstante, cuando señalan al caso de Galileo para probar que la ciencia fue reprimida por la religión, los científicos harían bien en recordar que el descubrimiento de Galileo no fue aceptado por el círculo dominante de investigadores de su tiempo. Contrario a lo que se creía entonces, la Biblia no estaba en desacuerdo con aquella verdad. La Palabra de Dios no necesitó ninguna revisión. Lo que causó el problema fue una mala interpretación de la Biblia por la Iglesia Católica.

La exquisita armonía y la ley natural del universo deberían impulsar a toda persona a un aprecio más profundo del Creador, Jehová Dios. Galileo preguntó: “¿Es la Obra menos grandiosa que la Palabra?”. Un apóstol contesta: “Las cualidades invisibles de [Dios] se ven claramente desde la creación del mundo en adelante, porque se perciben por las cosas hechas”. (Romanos 1:20.)

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