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La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 2012
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¿Lo sabía?

¿Cómo se enviaba la correspondencia en tiempos bíblicos?

Mensajero persa

Mensajero persa

En el Imperio persa, los reyes establecieron un servicio de correo que se encargaba de la correspondencia oficial. En el libro bíblico de Ester se describe cómo funcionaba dicho servicio: “Y [Mardoqueo] procedió a escribir en el nombre del rey Asuero y a sellar con el anillo de sellar del rey, y a enviar documentos escritos por mano de los correos a caballo, montados en caballos de posta usados en el servicio real, hijos de yeguas veloces” (Ester 8:10). En el Imperio romano existía un sistema similar para la correspondencia de carácter militar y administrativo.

Las cartas personales, como las que escribió el apóstol Pablo, no se entregaban por estos medios. La gente rica podía permitirse enviar el mensaje con un esclavo. Sin embargo, la mayoría de las personas tenían que recurrir a conocidos, a veces incluso a extraños, que viajaban en la dirección deseada. Cualquiera podía servir de mensajero: familiares, amigos, soldados, comerciantes... Era crucial, por tanto, que la persona fuera confiable para que el mensaje llegara intacto. La Biblia parece dar a entender que Pablo envió algunas de sus cartas con otros cristianos (Efesios 6:21, 22; Colosenses 4:7).

¿Cómo se comerciaba en el antiguo Israel?

Relieve de un mercado de frutas

Relieve de un mercado de frutas

Su economía se basaba principalmente en la agricultura, la ganadería y el trueque. En la Biblia se mencionan mercados próximos a las puertas de las ciudades. En Jerusalén había una Puerta de las Ovejas, una Puerta del Pescado y una Puerta de los Tiestos (Nehemías 3:1, 3; Jeremías 19:2). Puede que estos nombres se debieran a la mercancía que se vendía en sus alrededores. También se mencionan “la calle de los panaderos” de Jerusalén y algunos artículos de comercio (Jeremías 37:21).

¿Y qué hay del valor de las mercancías? Cierto comentario bíblico aclara: “Los precios [...] fluctuaron a través de los siglos, y es difícil averiguar cuánto pudo haber costado un artículo particular en cierto lugar y durante cierta época”. Aun así, se sabe por la Biblia y otras fuentes antiguas que los precios estaban sujetos a la inflación. Basta con ver la variación del costo de una mercancía habitual: los esclavos. En el siglo XVIII antes de nuestra era se pagaban 20 piezas de plata —probablemente siclos⁠— por un esclavo. Al menos así ocurrió con José (Génesis 37:28). Trescientos años después se pagaban 30 siclos (Éxodo 21:32). En el siglo VIII antes de nuestra era, un esclavo costaba 50 (2 Reyes 15:20). Y doscientos años más tarde, ya bajo el Imperio persa, los precios se dispararon a 90 siclos o incluso más. Todo parece indicar que la inflación no es un mal moderno.

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