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  • Tenemos una comisión
  • Nuestro Ministerio del Reino 1996
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Nuestro Ministerio del Reino 1996
km 11/96 pág. 1

Tenemos una comisión

1 Jesús mandó a sus seguidores que ‘hicieran discípulos de gente de todas las naciones’. (Mat. 28:19.) En 232 países y archipiélagos, más de cinco millones de alabadores de Jehová Dios constituyen prueba viviente del cumplimiento del mandato de Jesús. ¿Qué puede decirse de cada uno de nosotros? ¿Tomamos en serio la comisión de predicar?

2 Una obligación moral: Una comisión es una “orden que se da a una persona para que ejecute algún encargo”. Cristo nos ha ordenado que prediquemos. (Hech. 10:42.) El apóstol Pablo sabía que esto le imponía la necesidad, es decir, la obligación moral, de declarar las buenas nuevas. (1 Cor. 9:16.) Ilustrémoslo: imagínese que usted forma parte de la tripulación de un barco que se está hundiendo. El capitán le ordena que avise a los pasajeros y los dirija a los botes salvavidas. ¿Hará caso omiso de ese mandato y se concentrará en salvarse a sí mismo? De ninguna manera. Otras personas dependen de usted para sobrevivir. La vida de ellas está en peligro. Usted está obligado moralmente a cumplir con su comisión de ayudarlas.

3 Hemos recibido la comisión divina de dar una advertencia. Jehová pronto acabará con el entero sistema de cosas inicuo. Millones de vidas están en juego. ¿Sería propio pasar por alto el peligro en que se encuentra el prójimo y preocuparnos únicamente por nuestra propia salvación? Claro que no. Tenemos la obligación moral de ayudar a salvar la vida de nuestros semejantes. (1 Tim. 4:16.)

4 Ejemplos fieles que debemos seguir: El profeta Ezequiel sintió la responsabilidad de dar un mensaje de advertencia a los israelitas infieles. Jehová le advirtió enérgicamente de las consecuencias de no llevar a cabo su asignación: “Cuando yo diga a alguien inicuo: ‘Positivamente morirás’, y tú realmente no le adviertas [...], por ser él inicuo, en su error morirá, pero su sangre la reclamaré de tu propia mano”. (Eze. 3:18.) A pesar de la fuerte oposición del pueblo, Ezequiel cumplió lealmente su comisión. Por eso, pudo regocijarse cuando Jehová ejecutó la sentencia.

5 Siglos después, el apóstol Pablo escribió acerca de su responsabilidad de predicar. Declaró: “Estoy limpio de la sangre de todo hombre, porque no me he retraído de decirles todo el consejo de Dios”. Pablo predicó públicamente y de casa en casa porque sabía que si no lo hacía, sería culpable de derramamiento de sangre a la vista de Dios. (Hech. 20:20, 26, 27.)

6 ¿Tenemos el celo de Ezequiel? ¿Nos sentimos impelidos a predicar como Pablo? Nuestra comisión es la misma que tuvieron ellos. Debemos seguir cumpliendo con nuestra responsabilidad de advertir al prójimo, a pesar de su apatía, indiferencia u oposición. Otros miles de personas aún pueden responder al mensaje del Reino y decir: “Iremos con ustedes, porque hemos oído que Dios está con ustedes”. (Zac. 8:23.) Que nuestro amor a Dios y al prójimo nos impulse a no darnos por vencidos. Tenemos la comisión de predicar.

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