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  • Angola
  • Anuario de los testigos de Jehová 2001
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  • Un diamante en bruto
  • “Envía tu pan sobre la superficie de las aguas”
  • Un intento de educar y elevar la espiritualidad de los angoleños
  • La triple misión de un visitante
  • Más ánimo
  • “Cautelosos como serpientes”
  • Época de pruebas extremas
  • “Ni aprenderán más la guerra”
  • Cae la dominación colonial
  • Regocijo espiritual en momentos turbulentos
  • Un país desgarrado por la guerra
  • Momentos de tristeza
  • Los siervos de Jehová dan un paso adelante
  • “¡Viva Jehová!”
  • En “el horno”
  • Persecución “legal”
  • Se apela a las autoridades
  • Emocionado por la firme resolución
  • Una segunda visita
  • El reto de distribuir el alimento espiritual
  • Cuidan del rebaño pese al peligro
  • Se imparte el agua vivificante
  • El hombre de Dios
  • La obra en el sur de Angola
  • Aumenta la vigilancia
  • “Se descubrió el pastel”
  • Decididos a andar en las sendas de Jehová
  • Las aguas de la verdad fluyen sin cesar
  • Preparación especial para los superintendentes de circuito
  • Una gran sequía
  • La garantía de los derechos humanos
  • “Nunca olvidaré esa visita”
  • Se recibe de nuevo el reconocimiento legal
  • Vuelven los tiempos difíciles
  • Mensaje del Cuerpo Gobernante
  • Asamblea de distrito histórica
  • Se pierde la comunicación con la oficina
  • La ampliación de Betel
  • Las asambleas dan un buen testimonio
  • La oficina de Angola se convierte en sucursal
  • La verdad en su propio idioma
  • La necesidad apremiante de Salones del Reino
  • Respeto a la santidad de la sangre
  • Más obreros a la siega
  • Los ojos de Jehová están vigilándolos
  • “El conflicto más trágico de nuestros tiempos”
  • Ejemplos vivos de fe
  • “Dios no se avergüenza de ellos”
Anuario de los testigos de Jehová 2001
yb01 págs. 66-147

Angola

Con el símbolo de los jinetes del Apocalipsis, la Biblia predijo que en nuestros días habría guerras, hambres, enfermedades mortíferas e individuos que con su conducta propia de bestias salvajes sembrarían el dolor y la muerte (Rev. 6:3-8). Toda la Tierra se ha visto afectada, y Angola no es una excepción.

De un extremo a otro del país se ha hecho notar el frenético galope de dichos jinetes. ¿Cómo les ha ido a los testigos de Jehová en tales condiciones?

En general han sido objeto de feroz persecución; algunos han fallecido como víctimas inocentes de la brutal e interminable guerra civil, y muchos otros han tenido que soportar los efectos crueles de las hambrunas provocadas por el caos político y económico. Sin embargo, nada les ha robado la fe en Jehová Dios y la confianza en su Palabra. Su deseo más ferviente es permanecer leales a Dios y dar un testimonio completo de Su propósito. Además, el amor mutuo que se demuestran es prueba convincente de que son auténticos discípulos de Jesucristo (Juan 13:35).

Analicemos dos ejemplos que indican el calibre de su fe. Hace más de cuarenta años, un inspector de policía le aseguró a cierto testigo de Jehová: “En lo que a Angola se refiere [...], la organización de la Watch Tower está acabada, acabada, acabada”. Poco después se dirigió en tono amenazador a un Testigo angoleño. “¿Sabes qué te va a pasar?”, le preguntó el inspector. El hermano respondió con calma: “Sé de qué es capaz, pero lo máximo que podría hacerme sería matarme, ¿verdad? Pues, ni aun así renunciaré a mi religión”. Pese a varios años de terribles maltratos en cárceles y campos de trabajos forzados, aquel Testigo, João Mancoca, mantuvo firme su resolución.

En fecha más reciente, un anciano de la provincia de Huambo escribió: “La situación es peligrosa. La gravísima escasez de alimentos y medicinas diezma las congregaciones. Nos faltan palabras para describir el estado físico de nuestros hermanos y las circunstancias que afrontan”. Pero añadió: “Aunque nuestra salud física es precaria, gozamos de buena salud espiritual. Estos sucesos cumplen a la perfección las profecías del capítulo 24 de Mateo y de 2 Timoteo 3:1-5”.

¿A qué se deben estas reacciones tan positivas ante tales adversidades? A la fe y al coraje que provienen de depositar toda la confianza en el Reino de Dios en manos de Jesucristo, y no en sí mismos ni en otros seres humanos. Los hermanos saben que sin importar las dificultades presentes o quien parezca ostentar el control, la voluntad divina prevalecerá. Están plenamente convencidos de que el Hijo de Dios, con su gobierno celestial, obtendrá el triunfo y convertirá la Tierra en un paraíso (Dan. 7:13, 14; Rev. 6:1, 2; 19:11-16). Los Testigos de Angola saben por experiencia propia que, incluso en la actualidad, Dios otorga poder más allá de lo normal a los frágiles seres humanos para que soporten cualquier presión (2 Cor. 4:7-9).

Pero hagamos una breve visita a Angola antes de adentrarnos en la historia del pueblo de Jehová en este país.

Un diamante en bruto

Angola es un estado del oeste de África austral, que limita al norte con la República Democrática del Congo, al sur con Namibia, al este con Zambia y al oeste con el Atlántico. Ocupa una extensión de 1.246.700 kilómetros cuadrados [481.350 millas cuadradas], aproximadamente la de Francia, Italia y Alemania juntas, y cerca de catorce veces la de Portugal, país que inició la colonización de este territorio africano en el siglo XVI, lo que explica que el 50% de la población sea católica.

Aunque el portugués aún es el idioma oficial, la sociedad angoleña es políglota, pues habla más de cuarenta lenguas, entre las cuales predominan el umbundú, el kimbundu y el kikongo.

A lo largo de los años, buena parte de la riqueza natural de Angola ha terminado en otras tierras. Durante la colonización se llevaron millones de esclavos a Brasil, que para entonces también estaba bajo la dominación portuguesa. El fértil terreno angoleño producía grandes cantidades de bananas, mangos, piñas, caña de azúcar y café. Tras la liberación del yugo colonial, el país vio paralizado su desarrollo económico a consecuencia de una devastadora guerra civil. Con todo, todavía posee ricos yacimientos petrolíferos en sus costas y enormes depósitos de diamantes y mineral de hierro. Sin embargo, su mayor tesoro lo constituyen las personas humildes y decididas, miles de las cuales han demostrado amor intenso por la Palabra de Dios y su promesa de un futuro brillante bajo Su Reino.

“Envía tu pan sobre la superficie de las aguas”

El primer informe de la obra de los testigos de Jehová en Angola fue de Gray y Olga Smith, matrimonio de precursores de Ciudad del Cabo (Sudáfrica), quienes en julio de 1938 partieron de Johannesburgo en un vehículo cargado de publicaciones de la Watch Tower y dotado con equipo de sonido para reproducir discursos bíblicos. En los tres meses de viaje, los Smith obtuvieron varias suscripciones a La Atalaya y distribuyeron en una región muy extensa muchas publicaciones bíblicas, entre ellas 8.158 libros —Biblias incluidas— y folletos. Entre las poblaciones del oeste de Angola que visitaron figuran Benguela, Luanda y Sá da Bandeira (ahora Lubango). Pero como estalló la segunda guerra mundial al año siguiente, fue muy difícil mantener la comunicación con las personas interesadas.

Pasó tiempo sin que se vieran muchos resultados concretos de aquella campaña de predicación; no obstante, volvió a cumplirse el principio de Eclesiastés 11:1: “Envía tu pan sobre la superficie de las aguas, pues con el transcurso de muchos días lo hallarás otra vez”.

Algunas semillas de la verdad tardaron años en germinar, como lo ilustra un informe de la provincia de Huíla. Muchos años después de la predicación de los Smith, un tal señor Andrade recordaba que cuando tenía 41 años y vivía en Sá da Bandeira obtuvo algunas publicaciones de la Watch Tower (entre ellas el libro Riquezas y una suscripción a La Atalaya) de alguien que viajaba en automóvil desde Sudáfrica. Escribió a la sucursal de Brasil, que para ayudarle dispuso que se le condujera un estudio bíblico por correo; pero este se suspendió cuando el señor Andrade se dio cuenta de que las autoridades le censuraban la correspondencia. Estuvo muchos años sin comunicarse con los Testigos.

Zuleika Fareleiro se mudó recién bautizada a Sá da Bandeira en 1967. Pese a que tenía relativamente poco conocimiento de la verdad y a que la obra de los testigos de Jehová estaba proscrita, poseía el ferviente deseo de divulgar lo que sabía. Comenzó a estudiar la Biblia con una mujer que decía conocer a un zapatero que parecía pertenecer a la misma religión de la hermana. Un día, le llevó calzado para que lo arreglara y le enseñó el libro La verdad que lleva a vida eterna. Notó que al zapatero se le iluminaron los ojos, y logró que aceptara un estudio bíblico. Se trataba del señor Andrade, quien para aquellas fechas se hallaba confinado a una silla de ruedas y sufría un trauma emocional por haber presenciado el asesinato de su esposa. Atraído por la esperanza del Reino, se aferró a ella, se bautizó como testigo de Jehová en 1971 y permaneció fiel a Jehová hasta su muerte en 1981, a la edad de 80 años. A pesar de su incapacidad física y edad avanzada, asistía con constancia a todas las reuniones y participaba en ellas, por lo que fue una gran fuente de estímulo para los demás.

Un intento de educar y elevar la espiritualidad de los angoleños

Hace unos sesenta años, pertenecía a una misión bautista del norte de Angola un hombre llamado Simão Toco. Mientras se trasladaba de M’Banza Congo en Angola a Léopoldville en el Congo Belga (la actual Kinshasa en la República Democrática del Congo), se detuvo en casa de un amigo suyo, donde vio una revista Luz y Verdad —hoy ¡Despertad!— en portugués, que incluía la traducción del folleto El Reino, la esperanza del mundo. Como el amigo no estaba interesado, se la dio a Toco al ver que le gustaba. Así, fue uno más de los que consiguieron alguna publicación bíblica de los testigos de Jehová.

A su llegada a Léopoldville en 1943, Toco fundó un coro que llegó a estar integrado por cientos de cantores. Dado que deseaba educar y elevar la espiritualidad de sus paisanos expatriados, tradujo al kikongo el folleto antes mencionado. Introdujo poco a poco la esperanza del Reino y otras verdades bíblicas en los himnos que componía y también utilizó la información para examinar la Biblia con algunos de los miembros del coro. João Mancoca, otro angoleño que trabajaba en la misma ciudad, se unió al grupo de estudio bíblico en 1946 y, de ahí en adelante, siempre asistió a las reuniones que se celebraban los sábados y domingos por la noche con unas cincuenta personas.

En 1949, los componentes de la agrupación se sintieron motivados a hablar de lo que aprendían, de modo que muchos salieron a predicar por Léopoldville, lo que provocó la ira del clero de la Iglesia Bautista y de las autoridades belgas. No se tardó en detener a un buen número de ellos (incluido João Mancoca) y encarcelarlos durante varios meses. Todos los que se negaron a abandonar el movimiento creado en torno a Toco y a dejar de leer publicaciones de la Sociedad Watch Tower fueron deportados a su tierra natal, Angola. Terminaron siendo más de un millar.

En un principio, la administración portuguesa de Angola no sabía qué hacer con ellos, pero al final los dispersó por el país.

Para aquellas fechas, en 1950, penetró la verdad bíblica en Huambo (entonces Nova Lisboa), la segunda población más grande de Angola. El progreso fue lento, pero hubo personas que llegaron a ser siervos fieles de Jehová, entre ellas João da Silva Wima, Leonardo Sonjamba, Agostinho Chimbili, Maria Etosi y Francisco Portugal Eliseu. Todos ayudaron a sus respectivas familias a conocer a Jehová y sus justas normas.

Lamentablemente, se habían producido cambios en la actitud de Toco para cuando se le envió junto con otros compañeros a un cafetal del norte del país. Mientras la agrupación todavía estaba en Léopoldville, habían estado acudiendo a sus reuniones los partidarios de Simão Kimbangu, que eran espiritistas. En una ocasión experimentaron lo que algunos consideraron el derramamiento del espíritu, pero no ‘probaron si ese espíritu procedía de Dios’ (1 Juan 4:1). João Mancoca se sentía cada vez menos satisfecho, pues se relegaba el estudio de la Biblia y se confiaba en ‘el espíritu’.

Una vez en Angola, João Mancoca fue destinado a Luanda. Junto con Sala Filemon y Carlos Agostinho Cadi instaba al resto de los condiscípulos a ser fieles a la Biblia y a rechazar las prácticas que no estuvieran en armonía con ella. Más tarde, cuando Toco pasó por Luanda de camino a un nuevo asentamiento en la zona sur del país, quedó claro que las creencias kimbanguistas eran las que más le habían influido.

A João Mancoca, Carlos Agostinho Cadi y Sala Filemon se les desterró a Baía dos Tigres —penal vinculado a una compañía pesquera— en 1952 porque uno de sus correligionarios los traicionó. El delator, que tenía dos mujeres, era un bravucón y había intentado varias veces asumir el liderazgo de la colectividad de Luanda, lo que estuvo a punto de provocar el abandono de varios integrantes. Sin embargo, su falta de honradez lo llevó a tener problemas con la justicia, y también acabó en el penal.

La triple misión de un visitante

A lo largo de 1954, el grupo de Baía dos Tigres escribió varias cartas a la sucursal de Sudáfrica, deseoso de conseguir publicaciones bíblicas. En respuesta, John Cooke, misionero de la Watch Tower, viajó a Angola desde Francia en 1955 con una triple misión: comprobar si eran ciertos los informes de que el total de Testigos sobrepasaba el millar, tratar de ayudar al máximo a los que hubiera y analizar las posibilidades de establecer legalmente la obra de los testigos de Jehová en la región. Tras entrevistarse con diferentes agrupaciones, la investigación realizada en cinco meses demostró que había muchísimo menos de mil Testigos. Como indicó el informe del servicio del campo de 1955, el país contaba con apenas treinta publicadores de las buenas nuevas.

John Cooke tuvo que esperar unas cuantas semanas la autorización del gobierno portugués para visitar a João Mancoca y al grupito asentado en Baía dos Tigres, en la zona sur. No se le concedió quedarse más de cinco días, pero sus exposiciones bíblicas convencieron aún más a Mancoca y a los demás de que representaba a la organización que en verdad sirve a Jehová Dios. El último día de su estancia ofreció una conferencia con el título “Estas buenas nuevas del Reino” ante una concurrencia de 80 personas, entre ellas el administrador del penal.

Durante los meses que pasó en Angola, el hermano Cooke habló con Toco y con gente de varias localidades que lo aceptaba a él como jefe; en su mayoría no eran más que sectarios suyos a quienes no les interesaba la obra de los testigos de Jehová. La excepción fue António Bizi, un joven de Luanda que tenía verdaderas ganas de conocer mejor los propósitos de Dios. En aquella época Toco estaba confinado en un pueblo cercano a Sá da Bandeira, sin derecho a mantener correspondencia.

La visita de Cooke infundió mucho ánimo a los pocos fieles de Baía dos Tigres. Confirmó, según palabras del hermano Mancoca, que ‘no iban por mal camino’. Además, reveló que había potencial de crecimiento aunque la cantidad de Testigos fuera menor que la informada. Cooke manifestó en un informe que algunos con quienes había hablado tenían “muchas ganas de aprender” y que “[parecía] haber buenas perspectivas”.

Más ánimo

Al año siguiente, la Sociedad destinó a Luanda a otro hermano competente, Mervyn Passlow, graduado de la Escuela de Galaad, y a su esposa, Aurora. Se les dio una lista compilada por John Cooke de 65 suscriptores y otras personas interesadas. Al principio fue difícil comunicarse con ellos, puesto que la dirección postal de las revistas no correspondía a domicilios, sino a apartados de correos. Pero en aquel tiempo regresó de Portugal una señora de nombre Berta Teixeira, que había demostrado gran interés en la Biblia tras conocer a los testigos de Jehová en ese país. La sucursal de Lisboa comunicó a los Passlow su llegada, y enseguida iniciaron un estudio bíblico con ella. Un familiar de Berta trabajaba en correos, y los ayudó a encontrar los hogares de los suscriptores, muchos de los cuales fueron buenos estudiantes de la Biblia que en breve se pusieron a predicar a sus amigos y vecinos. Al cabo de medio año, los Passlow estudiaban con más de cincuenta personas.

Cuando los Passlow llevaban dos meses en el país, comenzaron a celebrar con asiduidad estudios bíblicos de La Atalaya en su habitación. Al término del primer mes, ya no cabían, por lo que Berta Teixeira, que era directora de una academia de idiomas, ofreció una de sus aulas como centro de reunión. A los ocho meses se realizó en la bahía de Luanda el primer bautismo de testigos de Jehová en Angola.

Dada la situación reinante en el país, los Passlow se relacionaban poco con los hermanos africanos, aunque algunos acudían a su hogar. António Bizi, cuyo interés por el estudio había constatado John Cooke, era uno de los que habitualmente los visitaba para recibir clases bíblicas. Y João Mancoca, que permanecía recluido, enviaba cartas de ánimo a este matrimonio.

No obstante, poco después del primer bautismo, los Passlow tuvieron que abandonar el país al denegárseles la renovación de los visados. Habían hecho un buen trabajo, ya que plantaron “semillas” y regaron las que ya estaban sembradas (1 Cor. 3:6). Además, se habían granjeado el cariño de los hermanos angoleños. En vista de la hostilidad de la policía, avisaron a los hermanos locales, sobre todo a los de origen africano, que no fueran a despedirlos; pero estos los querían tanto que se presentaron en gran número para demostrarles su afecto antes de que subieran a la pasarela del barco.

Harry Arnott, superintendente de zona, ya había visitado a los Passlow en 1958 mientras estaban en Luanda. Cuando en febrero de 1959 trató de visitar de nuevo Angola, fue a buscarlo al aeropuerto un grupito formado, entre otros, por el hermano Mancoca y la hermana Teixeira. Sin embargo, casi al instante intervino la policía, separó al superintendente de los demás y registró sus pertenencias.

Más tarde, los hermanos Arnott y Mancoca se encontraron en el mismo centro de detención. Al verse, se echaron a reír; pero el inspector no le vio la gracia a la situación y le dijo furioso a Mancoca: “¿Sabes lo que te va a pasar?”. Él, que ya había sufrido seis años de cárcel y muchas palizas, respondió con calma: “No voy a llorar. Sé de qué es capaz, pero lo máximo que podría hacerme sería matarme, ¿verdad?”. Y concluyó con firmeza: “Pues, ni aun así renunciaré a mi religión”. Después miró al hermano Arnott y esbozó una sonrisa animadora. Arnott recuerda: “Daba la impresión de que no le importaba estar en apuros, sino únicamente que yo no me desanimara en vista de las circunstancias. Fue muy fortalecedor ver a este hermano africano, que había soportado tantos años de cárcel, tomar esa firme y valerosa resolución”.

Al hermano Arnott lo repatriaron en el mismo avión en que había llegado, no sin antes haber mantenido ese breve pero animador contacto con el hermano Mancoca, a quien soltaron tras siete horas de interrogatorio.

A la semana del incidente, se bautizaron por fin Mancoca y sus amigos Carlos Cadi y Sala Filemon. Por aquellos días se alquiló en el barrio luandense de Sambizanga un cuarto para las reuniones de la primera congregación oficial de los testigos de Jehová de Angola. Para entonces podían iniciarlas y terminarlas con cánticos, lo que suscitó el interés de los vecinos. A muchos les impresionó que los asistentes al estudio de La Atalaya intervinieran durante el programa y que se les permitiera plantear preguntas a su conclusión. Esta posibilidad de intercambiar ideas, sin cabida en las iglesias de la cristiandad, dio un gran impulso a la obra.

“Cautelosos como serpientes”

En 1960, la supervisión de la obra de predicar las buenas nuevas en Angola pasó de la sucursal de Sudáfrica a la de Portugal. Esta medida fortaleció los vínculos entre los Testigos de ambos países, en contraste con las deterioradas relaciones políticas que existían entre la metrópolis y la que había sido su colonia durante mucho tiempo.

La independencia del vecino Congo Belga y la posterior guerra civil tuvieron una gran influencia en el clima político de Angola. Pese a que el régimen colonial incrementó la vigilancia, no consiguió impedir que estallara una guerra de guerrillas por la independencia del país. En enero de 1961, las acciones violentas llegaron a la zona central, y provocaron un intento de golpe de Estado en Luanda el mes siguiente. Más tarde, en marzo, tras un conflicto salarial en la región norteña de Kongo, que se hallaba sumida en la pobreza, ciertos angoleños asesinaron a varios centenares de colonos portugueses, lo que dio paso a represalias a gran escala.

Durante la década de 1960 surgieron tres movimientos anticoloniales: el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA, de corte comunista), el Frente Nacional de Liberación de Angola (FNLA) y la Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA).

La guerra civil acarreó enseguida dificultades al grupito de testigos de Jehová. Los periodistas los tildaron de “secta anticristiana perniciosa para la sociedad”. Manipulaban citas de ¡Despertad! y afirmaban sin razón que los Testigos habían ‘justificado, si no instigado, los actos de terrorismo producidos de un tiempo a esa parte en la provincia del norte’. Bajo la foto de una ¡Despertad! se leía: “La propaganda religiosa envenena el espíritu de la nación”.

Mientras tanto, a los Testigos se les vigilaba sin descanso y se les censuraba la correspondencia, por lo que la comunicación con la sucursal portuguesa era muy escasa y, además, no era nada fácil obtener publicaciones de la Watch Tower. Quien recibía alguna por correo era objeto de interrogatorios policiales.

Como la administración colonial recelaba de toda reunión de más de dos personas que no fueran familia, los hermanos tuvieron que tomar precauciones, cambiar los lugares de reunión y dividirse en grupos pequeños. Aun así, en 1961 hubo 130 asistentes a la Conmemoración de la muerte de Jesús. Los hermanos Mancoca y Filemon se encargaron de visitarlos después para asegurarse de que hubieran llegado bien a casa. Aquella muestra de cariño y preocupación fortaleció a sus hermanos cristianos.

Época de pruebas extremas

Lo que le ocurrió a Silvestre Simão nos da una idea de las pruebas que afrontaban en aquel entonces los nuevos estudiantes de la Biblia. En 1959, mientras aún iba al colegio, recibió de un compañero de clase el tratado Fuego del infierno... ¿verdad bíblica o susto pagano? “Mi vida cambió al leerlo —dijo más tarde—. En cuanto aprendí la verdad sobre el infierno, al que tanto temía por las enseñanzas que había recibido, dejé de asistir a la iglesia y me puse a leer las publicaciones de la Sociedad.”

Durante aquella época tan tensa, los Testigos no invitaban enseguida a las personas interesadas a las reuniones. Pero después de dos años pensaron que no corrían ningún peligro si dejaban que Silvestre los acompañara. Al acabar el programa hizo varias preguntas sobre el descanso sabático, y las respuestas que recibió lo convencieron de que había encontrado la verdad. Pero ¿cuánto la valoraba? El aprecio por lo que había aprendido se puso a prueba a la semana siguiente, el 25 de junio de 1961, en su segunda reunión, pues irrumpió una patrulla militar que ordenó que salieran todos los hombres, para luego golpearlos con tubos de acero galvanizado. “Nos apalearon como si fuéramos animales irracionales, igual que se mata a golpes un cerdo para venderlo en el mercado”, recuerda uno de los hermanos. Silvestre Simão y los que con él estaban todavía tienen las marcas de la paliza. Los obligaron a marchar en fila india hasta un estadio de fútbol donde les esperaba un gentío de europeos furiosos que acababan de perder a sus familias en las luchas del norte de Angola. Los soldados y la muchedumbre, en especial algunos europeos, los agredieron sin piedad.

A Silvestre y a otros hermanos los llevaron en camiones a la prisión de São Paulo, controlada por la tristemente célebre policía secreta. Una vez más, les propinaron brutales palizas y los arrojaron en una celda uno encima del otro, con heridas y hemorragias tan graves, que los dieron por muertos.

Las autoridades consideraban a João Mancoca el jefe del grupo, ya que era el conductor del Estudio de La Atalaya. Como malinterpretaron un párrafo de la revista, lo acusaron de tramar un ataque contra los blancos, de modo que después de la terrible paliza se lo llevaron para ejecutarlo. El hermano les preguntó qué opinarían si un europeo, una familia de Brasil o de Portugal tuviera el mismo ejemplar, y señaló que es una publicación universal que la estudian personas de todas las nacionalidades. Para corroborar sus palabras, lo llevaron a casa de una familia portuguesa de testigos de Jehová. Cuando vieron la misma revista y supieron que la familia había estudiado la misma información, decidieron no ejecutarlo, sino llevarlo a la prisión de São Paulo junto con el resto de hermanos.

Aun así no todos quedaron satisfechos. Al llegar a la cárcel, se dejó a Mancoca “al cuidado” del guardia, un hombre delgado de nacionalidad portuguesa. El “cuidado” consistió en pasar toda la tarde bajo un sol abrasador sin nada que comer. A las cinco, el guardia tomó un látigo y empezó a azotar al hermano, que recuerda: “No conozco a nadie que utilice el látigo como él. Dijo que no pararía hasta que yo cayera muerto”. Siguió fustigándolo sin piedad durante una hora, pero al rato, el hermano ya no sentía dolor. Entonces, invadido por un profundo sopor, se desplomó mientras recibía los golpes. Como el guardia estaba muy cansado, se retiró, convencido de que la víctima iba a morir. Un soldado se llevó a rastras a Mancoca y lo puso bajo un caja. Cuando la milicia fue de noche para asegurarse de que hubiera fallecido, el soldado les mostró la caja que lo cubría y les dijo que ya era cadáver. Por increíble que parezca, el hermano se recuperó. Unos tres meses más tarde, el soldado se quedó atónito al verlo vivo en el comedor y le contó lo que había sucedido aquella noche. El sueño fulminante que le sobrevino a Mancoca lo salvó de una muerte segura.

Este consiguió reincorporarse al grupo de hermanos, y siguieron celebrando reuniones en la cárcel. En los cinco meses de cautiverio en la prisión de São Paulo se pronunciaron tres discursos ante una audiencia de 300 personas. La predicación que se llevó a cabo en cautiverio terminó fortaleciendo a las congregaciones, pues muchos presos que se interesaron en la verdad progresaron hasta el bautismo al concederles la libertad.

Durante los meses que pasó en este presidio, Silvestre Simão también se unió al grupo que estudiaba la Biblia de manera sistemática, lo que le ayudó a obtener la fortaleza espiritual que necesitaba. A todos se les trasladó a cárceles y campos de trabajo, donde se les sometió a más palizas inhumanas y a trabajos forzados. A Silvestre lo pusieron en libertad en noviembre de 1965, tras cuatro años de reclusión en varias localidades. Regresó a Luanda y se relacionó con los Testigos que se reunían en la zona de Rangel. Se bautizó en 1967, pero ya había probado su fe años antes. A los demás, entre los que se encontraba Mancoca, no los dejaron libres hasta 1970, aunque luego volvieron a encarcelarlos.

“Ni aprenderán más la guerra”

El país vivía sumido en el conflicto bélico. Sin embargo, la Biblia dice que las personas que aprenden las normas de Jehová ‘baten sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas y no aprenden más la guerra’ (Isa. 2:3, 4). ¿Qué harían los jóvenes angoleños?

En marzo de 1969, el gobierno puso en marcha una feroz campaña contra quienes mantuvieran neutralidad cristiana. Entre los primeros detenidos en Luanda estuvieron António Gouveia y João Pereira. Al primero lo apresaron en su puesto de trabajo y lo metieron en una celda mugrienta. No dejaron que su madre lo visitara sino hasta cuarenta y cinco días después.

A Fernando Gouveia, António Alberto, António Matías y a otros más los encarcelaron en Huambo. Las palizas que les daban tres veces al día les dejaron tales señales, que cuando la madre de Fernando fue a verlo no reconoció a su propio hijo. Por fin, la crueldad remitió en el momento que los hermanos escribieron al comandante de las fuerzas armadas denunciando los malos tratos.

António Gouveia recuerda algo que le ayudó a aguantar. De vez en cuando su madre escondía una hoja de La Atalaya en la comida que le llevaba. “Aquello contribuyó a que siempre estuviéramos despiertos y mantuviéramos la espiritualidad.” Añade: “Hablábamos con las paredes de cualquier tema bíblico que se nos ocurriese”. Para animarse, algunos hermanos le daban un toque de humor a la situación. Como si anunciaran un acontecimiento importante, mencionaban en voz alta la gran cantidad de moscas que habían matado en las celdas.

Seis de los presos de Angola eran jóvenes portugueses reclutados por el ejército que se habían negado a rendir servicio militar por razones de conciencia. David Mota, uno de ellos, recuerda: “Percibimos la protección de Jehová muchas veces. Los agentes probaron varios métodos para quebrantar nuestra integridad y se concentraron en los que todavía no estaban bautizados. Una de las tácticas más frecuentes consistía en levantarnos a media noche, elegir a cinco de nosotros para luego apuntarle a uno en la cabeza con un revólver, supuestamente cargado, y apretar el gatillo. A la media hora nos ordenaban volver a las literas, y se repetía la misma historia. Gracias a Dios que estamos vivos. Al final nos ganamos el respeto de las autoridades, que nos permitieron celebrar reuniones en la prisión. Nos sentimos muy felices de ver a seis compañeros bautizarse durante nuestro encarcelamiento”.

Aunque a los hermanos se les dijo que permanecerían en la cárcel hasta que cumplieran los 45 años de edad, no tuvieron que esperar tanto. Aun así, fueron tiempos difíciles; pero su fe se refinó con los sufrimientos que pasaron. En la actualidad, la mayoría son ancianos de congregación.

Cae la dominación colonial

El 25 de abril de 1974 se produjo en Portugal un golpe de Estado que derrocó la dictadura. Las tropas portuguesas empezaron a retirarse de Angola, lo que puso fin a un período de trece años de guerra colonial. El 31 de enero de 1975 entró en funciones un gobierno de transición que teóricamente iba a administrar el país durante diez meses, aunque solo duró seis.

En un principio, el cambio radical benefició a los testigos de Jehová. A veinticinco de ellos, encarcelados en Cabo Ledo por neutralidad, los amnistiaron en mayo. Entre estos se contaban los seis portugueses que no habían querido tomar partido en la guerra, lo que incluía los conflictos de las colonias africanas. ¿Qué harían estos hermanos europeos con su inesperada libertad? David Mota relata: “Fortalecidos por la relación íntima con Jehová que habíamos cultivado en prisión, los seis decidimos quedarnos y emprender el precursorado enseguida”.

La atmósfera de tolerancia religiosa era nueva para los 1.500 Testigos de Angola. Ya no existía la policía secreta; se habían acabado las detenciones, y los Testigos tenían permiso para reunirse. Recorrieron Luanda en busca de auditorios, centros de recreo u otros locales para que pudiera reunirse el creciente número de testigos de Jehová, pues hasta entonces las dieciocho congregaciones del país lo habían hecho en hogares particulares.

Se organizó una reunión de servicio especial en el Pavilhão do Ferrovia, a la que se invitó a 400 hermanos de varias congregaciones. Uno de ellos fue José Augusto, hoy miembro de la familia Betel de Portugal, que recuerda: “Era la primera vez que veía a tantos hermanos y hermanas juntos en un ambiente de libertad. No dábamos crédito a lo que sucedía; estábamos entusiasmados porque podíamos relacionarnos libremente con los hermanos y conversar con los de otras congregaciones”.

Regocijo espiritual en momentos turbulentos

Los tres movimientos nacionales (el MPLA, el FNLA y la UNITA) rivalizaban entre sí para conseguir el poder. Sus respectivas facciones armadas invadieron Luanda y establecieron su cuartel general. “Al principio, solo se escuchaban disparos de fusiles —cuenta Luis Sabino, testigo presencial—, pero conforme aumentó el odio, se utilizaron armas más potentes. En las calles hicieron estragos los tanques blindados y los proyectiles, dejando destruidas centenares de casas, entre ellas algunos hogares de los hermanos.”

Lo más sensato era celebrar las reuniones de congregación en los mismos lugares del estudio de libro. “A menudo, las ráfagas de ametralladora cercanas interrumpían el programa —recuerda Manuel Cunha—. Nos agachábamos hasta que cesaban y luego reanudábamos la reunión. A veces apagábamos las luces para no atraer la atención, y al acabar salíamos con cautela.”

Pese a los riesgos que corrían, los hermanos estaban decididos a ampliar su ministerio. Delucírio Oliveira relata: “Como la obra había estado proscrita durante el régimen colonial, predicar de casa en casa sin trabas era una experiencia nueva para la mayoría de los publicadores. Los precursores dieron el ejemplo y animaron a los demás a que los acompañaran, lo que hizo que las reuniones para el servicio del campo tuvieran una nutrida asistencia”. Aun así se respiraba un clima bélico. El hermano agrega: “Durante la predicación era habitual oír detonaciones. A veces nos bajábamos de la acera para bordear charcos de sangre o nos topábamos con cadáveres”.

Dos hermanas, una de ellas precursora, participaban en el ministerio cuando unas bombas explotaron cerca. La publicadora se agachó junto a una pared y propuso volver a casa. La precursora la animó a quedarse un poco más y le aseguró que dejarían de predicar si continuaban las explosiones. Aquella misma mañana iniciaron un estudio bíblico con una pareja, que les solicitó tres sesiones por semana.

La inestabilidad del país no impidió que se celebrara la primera asamblea de circuito en un auditorio público en marzo de 1975. Para ello se alquiló la Cidadela Desportiva, el mayor pabellón cubierto de Luanda. Aunque se tomó la precaución de invitar solo a los que acudían de continuo a las reuniones, hubo un máximo de 2.888 asistentes.

Como todo resultó bien, se invitó a las personas interesadas y a los que estudiaban la Biblia a la segunda asamblea. Aníbal Magalhães relata: “Lo que más nos impresionó cuando entramos en el pabellón fueron las enormes letras del título de la asamblea encima de la plataforma: ‘Qué clase de personas deben ser ustedes (2 Ped. 3:11)’. El local estaba abarrotado aun antes de empezar el programa. Cuando se anunció la concurrencia de 7.713, nos quedamos atónitos. A muchos se les escaparon lágrimas de alegría. Aquella multitud era un claro indicador de la gran obra de recolección que teníamos por delante, y dimos gracias a Jehová por habernos cuidado hasta entonces”.

Después de la oración final, mientras los hermanos limpiaban el local, se repitieron los tiroteos por toda la zona, lo que les recordó que aún ‘residían entre odiadores de la paz’ (Sal. 120:6).

Un país desgarrado por la guerra

Los tres movimientos políticos rivales desgarraban el país, y Luanda era el principal campo de batalla. Constituían las milicias hombres, mujeres y niños reclutados a la fuerza, y cada vez se veían en las calles más muchachos uniformados —en ocasiones de solo 12 años— disparando al azar con fusiles automáticos. Los morteros, misiles, ametralladoras y granadas hacían que la población pasara muchas noches en vilo. Angola estaba sumida en una guerra continua, por lo que una generación entera nació y se crió rodeada de violencia, con detonaciones de disparos y bombas como ruido de fondo.

Para fortalecer a los hermanos, los fieles pastores espirituales hacían visitas periódicas a la ida o a la vuelta de sus trabajos; así comprobaban que todos estaban bien y con frecuencia aprovechaban para leer uno o dos textos con la familia.

Acudir a las reuniones y participar en el ministerio exigía valor y confianza en Jehová. En realidad, muchas veces la mejor protección consistía en darse a conocer como testigo de Jehová. Faustino da Rocha Pinto iba de camino a la oficina de la Sociedad cuando de repente le apuntó un militar con un fusil y le dijo con rudeza: “¿Adónde vas? ¿De qué movimiento eres? ¡Danos tu maletín!”. Al abrirlo, el soldado vio solo una Biblia y algunas publicaciones de la Watch Tower. Al punto, su actitud se suavizó. “¡Conque usted es testigo de Jehová! Lo siento, perdone. Puede seguir.”

En otra ocasión, un soldado se dirigió con brusquedad a una hermana joven: “¿A qué movimiento apoyas?”. Contestó ella: “A ninguno. Soy testigo de Jehová”. Al oírlo, el soldado dijo a sus compañeros: “¡Mírenla! ¡Mírenla bien! Fíjense en la falda y vean lo decente que viste. No es como otras chicas; es testigo de Jehová”. La dejaron continuar su camino y con amabilidad le aconsejaron que tuviera cuidado.

Al recrudecerse la lucha, se hizo cada vez más difícil la comunicación con las congregaciones, sobre todo en las provincias. Las tropas entraban en las poblaciones, saqueaban las casas y quemaban lo que quedaba, de modo que miles de vecinos, entre ellos muchos Testigos, se vieron forzados a huir al monte. En Banga, 300 personas que asistían a las reuniones y 100 publicadores tuvieron que abandonar sus hogares y refugiarse en el bosque durante varios días. Las congregaciones de Jamba y Cela también huyeron con solo ‘su alma como despojo’ (Jer. 39:18). La mayoría de los Testigos europeos que permanecían en Lubango se trasladaron a Windhoek, en la vecina Namibia.

A los hermanos refugiados en los bosques les resultaba casi imposible conseguir publicaciones. Algunas congregaciones, como las de Malanje, Lobito, Benguela, Gabela, Huambo y Lubango, quedaron aisladas durante meses.

Momentos de tristeza

En cuanto se levantó el yugo colonial, miles de portugueses salieron del país. Conforme se extendía la anarquía, más imperiosa se hacía la huida. Tanto es así que la mayoría solo pudo llevarse consigo muy pocas pertenencias. Como ejemplo del intenso odio a los europeos, un partido dijo que mataría incluso a los mulatos porque sus antepasados se habían mezclado con los blancos.

Huelga decir que los publicadores portugueses y angoleños no se tenían esa animosidad, pues los unía un gran cariño. La partida de los primeros implicó la separación de muchos amigos íntimos. Los Testigos portugueses que supervisaban la predicación y el pastoreo del rebaño de Dios salieron de Angola a más tardar en junio de 1975, tras encargar la obra a hermanos fieles del país, en su mayoría cabezas de familia con trabajos de jornada completa. Aunque les entristecía que se fueran, los angoleños estaban resueltos a seguir, con la ayuda de Jehová.

¿Qué condiciones afrontaron? Al poco tiempo la sucursal de Portugal recibió un mensaje inquietante de la oficina de Luanda: “Están bombardeando la ciudad; las carreteras están cortadas, y la comunicación con otras ciudades se ha interrumpido. Han cerrado el puerto de Luanda; la comida escasea en las tiendas, y ha empezado el saqueo. Se ha impuesto el toque de queda a las nueve de la noche, y quien permanezca en la calle corre el riesgo de que le disparen”.

Los siervos de Jehová dan un paso adelante

Durante esta época de agitación política se produjo un crecimiento espiritual sin precedentes. El máximo de publicadores ascendió a 3.055 —un 68% de aumento con relación al año anterior—, y la asistencia a la Conmemoración fue de 11.490.

El 5 de septiembre de 1975 se recibieron las esperadas noticias de que el ministro de justicia del gobierno de transición había concedido el reconocimiento legal de los testigos de Jehová como “confesión religiosa”. João Mancoca recuerda: “Reinaba un ambiente de euforia entre los hermanos, ya que nunca habían disfrutado de completa libertad de culto. Era como si las puertas de la prisión se hubieran abierto de par en par. Por primera vez en la historia podíamos celebrar reuniones y asambleas con pleno conocimiento del público en general. Las asambleas que se organizaron para la primavera de 1976 infundieron gran ímpetu a la obra y fortalecieron la resolución de los hermanos, algo que iba a necesitarse en los años venideros”.

Se hicieron planes para cinco asambleas de circuito, pero la cautela dictó que se reunieran solo tres o cuatro congregaciones a la vez. También se nombró a tres superintendentes de circuito para visitar las congregaciones los fines de semana.

Durante años, las circunstancias en Angola habían impedido que los superintendentes acudieran a los cursos especiales que prepara la Sociedad, de modo que se decidió que la primera Escuela del Ministerio del Reino (curso para ancianos) se celebrara del 19 al 24 de mayo de 1976. La dirigieron en Luanda dos hermanos angoleños que habían recibido las clases, así como preparación adicional, en Portugal; además, contaron con la colaboración de Mário P. Oliveira, de la sucursal portuguesa.

Los veintitrés asistentes agradecieron la instrucción bíblica que les ayudaría a ‘pastorear el rebaño de Dios’ (1 Ped. 5:2). Carlos Cadi, por entonces superintendente de circuito, recuerda el impacto de la escuela: “Los ancianos vieron mejor otra faceta de la organización de Jehová: la educativa. Aprendieron a ayudar a los hermanos a resolver dificultades con la ayuda de los principios bíblicos, así como a organizar mejor la actividad de las congregaciones y a utilizar al máximo las habilidades de los siervos ministeriales que servían con ellos”.

El reconocimiento legal autorizaba a los Testigos a importar Biblias y publicaciones bíblicas. A los cinco meses, varias congregaciones recibieron sus primeras revistas. Qué satisfacción tan grande sintieron al contar por fin con las 32 páginas que integran cada número de La Atalaya y ¡Despertad! Los hermanos habían atravesado con presteza la ‘puerta grande que les conducía a la actividad’ (1 Cor. 16:9). Con todo, la inestabilidad del país les acarrearía mayores problemas.

Pese a que el 11 de noviembre de 1975, tal como estaba previsto, tuvo lugar la independencia oficial de Portugal, la pugna entre los principales partidos políticos desembocó enseguida en una situación de guerra civil. Se instauraron repúblicas independientes: Luanda llegó a ser la capital del partido marxista MPLA, y Huambo, la de una coalición formada por la UNITA y el FNLA.

La propaganda política con la que se atacaban las distintas agrupaciones desencadenó odios raciales y tribales sin precedentes. En la capital estaba a la orden del día el asesinato de personas a sangre fría, incluso se las quemaba vivas en público. A menudo su única ofensa consistía en hablar una lengua que indicaba que no eran de Luanda. Tal odio por los forasteros generó tensiones que causaron un gran movimiento de población, al regresar la gente del norte y del sur a sus provincias de origen. Algunos hermanos, en cambio, tuvieron el valor de permanecer fuera de su región natal a fin de atender las necesidades espirituales de sus hermanos.

“¡Viva Jehová!”

Los hermanos se enfrentaron una vez más a feroz persecución. Los comités de barrio trataban de forzar a los hermanos de Luanda a comprar la tarjeta del partido. En medio de esta atmósfera tan cargada, el Gabinete Político del Comité Central del MPLA los acusó de promover la rebelión contra el Estado, la falta de respeto a la bandera nacional y la negativa al servicio militar. Todo intento por explicar la postura de los testigos de Jehová cayó en saco roto.

En marzo de 1976 se envió desde Portugal un cargamento de 3.000 Biblias, 17.000 ejemplares de La verdad que lleva a vida eterna y 3.000 libros De paraíso perdido a paraíso recobrado, además de revistas, todo lo cual fue confiscado y quemado.

El 27 de mayo de 1976 el gobierno ordenó por la radio a los comités de barrio y a las organizaciones estatales que siguieran muy de cerca la actividad de los testigos de Jehová. La emisora católica los acusaba todos los días de ser elementos subversivos.

La gente obligaba a los Testigos a salir de las filas de comida, formaba turbas en el exterior del lugar donde se reunían y acosaba a los niños en la escuela. A los hijos de José dos Santos Cardoso y su esposa, Brígida, los presionaron mucho para que repitieran lemas políticos, cantaran el himno nacional y gritaran “Abajo con Jehová”. Los maltrataron por negarse. José, hijo, de nueve años, rompió su silencio y dijo: “Está bien, lanzaré un viva”. Todos esperaron ansiosos. Al final el niño exclamó: “¡Viva Jehová!”. Cuando vinieron a darse cuenta, ya habían coreado: “¡Viva!”.

En “el horno”

El partido en el poder estaba decidido a obligar a los Testigos a unirse al ejército, lo que generó más persecución salvaje.

El 17 de febrero de 1977, Artur Wanakambi, celoso hermano de la provincia de Huíla, intentó en vano que comprendieran su postura neutral. Tanto a él como a tres hermanos los hicieron desfilar por las calles de camino a la prisión. A los transeúntes y hasta a los barrenderos se les pidió que los golpearan. Al día siguiente, las esposas de los hermanos acudieron a la cárcel para preguntar por su paradero. Tras una larga espera, las azotaron de manera inmisericorde, dejándolas maltrechas y llenas de heridas sangrantes. Aquella tarde las encerraron en la misma prisión que a sus maridos.

El hermano Teles narra lo que les sucedió a otros hermanos encarcelados diez días después: “A 35 de nosotros nos metieron en ‘el horno’, que era una celda de siete metros de largo por tres de ancho y tres de alto. El techo de hormigón armado tenía dos aberturas para ventilación, en las que no cabía ni la mano. Puesto que era verano, parecía un verdadero horno, y más cuando, decididos a eliminarnos, taparon los agujeros.

”Al cuarto día suplicamos a Jehová que nos diera la fortaleza para soportar el calor agobiante. La situación nos hacía pensar en los tres jóvenes fieles del tiempo de Daniel que fueron echados en un horno de fuego. Al día siguiente, a eso de las tres de la mañana, se abrió la puerta con gran estruendo y, para nuestro alivio, recibimos una bocanada de aire fresco. El carcelero, medio dormido, la abrió y luego se desplomó. A los diez minutos se levantó y volvió a cerrarla sin mediar palabra. Agradecimos a Jehová aquellos inestimables momentos de aire fresco.

”Unos días más tarde, se nos unieron siete hermanos, de modo que ya no quedaba espacio ni para sentarse. Nos golpearon varias veces. Al aumentar el calor, los herpes labiales y las heridas de las palizas olían muy mal.

”El 23 de marzo, cuando ya éramos 45 hermanos, celebramos la Conmemoración, aunque solo se dio el discurso, pues no teníamos los emblemas. Algunos pasamos cincuenta y dos días en ‘el horno’, y sobrevivimos.”

Una vez fuera del “horno”, se les envió al campo de trabajo de Sakassange, a 1.300 kilómetros [800 millas] de distancia, en la provincia oriental de Moxico.

Persecución “legal”

El 8 de marzo de 1978, el Gabinete Político del Comité Central del MPLA declaró ilegal a “la iglesia de ‘los testigos de Jehová’” y la proscribió. Para que fuera del dominio público, la radio de Luanda transmitió la decisión tres veces al día. Aunque el decreto se redactó en portugués, también se emitió durante una semana en tcho-kwe, kikongo, kimbundu y umbundú. Por último, apareció en el periódico del partido, Jornal de Angola, el 14 de marzo de 1978. En realidad, la proscripción solo “legalizó” los tratos inhumanos infligidos con anterioridad.

Aumentaban las denuncias de la Organización para la Defensa del Pueblo (ODP). Las autoridades hacían redadas de testigos de Jehová y los encarcelaban sin juicio previo. Visitaban las empresas de Luanda por sorpresa. En la fábrica de maletas Onil detuvieron a catorce Testigos. En la ciudad de Lubango, a otros trece. Días después, se confirmó que habían detenido a 50 en Ndalatando. En tan solo una semana de proscripción encarcelaron al menos a 150 hermanos y hermanas.

Luego vinieron los despidos arbitrarios, que no tomaban en consideración los años de conducta ejemplar ni la capacidad ni el rendimiento en el lugar de trabajo. De hecho, algunos de los que quedaron sin empleo desempeñaban cargos de responsabilidad relacionados con el desarrollo económico del país.

Las hermanas tampoco se libraron. Un oficial del ejército vio a Emília Pereira enfrente de su casa y le preguntó por qué no pertenecía a la milicia. Al contestarle que no era partidaria de nada que tuviera que ver con la muerte o el derramamiento de sangre, él se percató de que era Testigo. Cuando la hermana se presentó como tal, recibió órdenes de subir a un camión que estaba estacionado. A sus dos hermanas, que fueron a ver lo que ocurría, también las obligaron a entrar. En ese momento su padre llegaba a casa, y el oficial le mandó que subiera al camión. Estaban a punto de marcharse cuando un Testigo vecino preguntó qué sucedía, y también lo metieron a la fuerza.

Los llevaron a la cárcel y colocaron a las hermanas en la sección de mujeres. Los funcionarios trataron de violar a estas jóvenes todas las noches, pero ellas se abrazaban unas a otras, lloraban y oraban en voz alta, lo que frustró sus malvados planes.

En la provincia de Malanje también se afrontaron grandes pruebas. Los malos tratos infligidos a José António Bartolomeu, de 74 años, le produjeron la muerte. La hermana Domingas António no resistió un ataque de paludismo por la debilidad que le habían ocasionado las continuas palizas que recibió durante su detención. A Manuel Ribeiro lo envenenaron porque escribió una carta a la familia desde prisión.

Una semana después de la proscripción tuvo lugar una reunión con los ancianos de las congregaciones de Luanda. Basándose en las Escrituras, se les proporcionó ánimo y dirección concerniente a su labor futura, para que, a su vez, lo transmitieran a las congregaciones. Su resolución se vio fortalecida con el análisis del texto del año de 1978: “No prevalecerán contra ti, porque: ‘Yo [Jehová] estoy contigo [...] para librarte’” (Jer. 1:19).

Se apela a las autoridades

El 21 de marzo de 1978, los tres directores de la Asociación de los Testigos de Jehová de Angola remitieron un recurso de apelación al Gabinete Político del MPLA, en el que solicitaban encarecidamente que las infracciones fueran juzgadas en los tribunales y que cesaran los encarcelamientos ilegales de Testigos. Se enviaron copias al presidente de la república y al primer ministro, así como a los ministros de defensa, justicia, educación y cultura. No se recibió respuesta alguna.

Tal como hizo el apóstol Pablo, se apeló a la autoridad más alta del país (Hech. 25:11). En la carta, remitida por la sucursal de Portugal, con el debido respeto se solicitaba al presidente de la República Popular de Angola que analizara la reputación de los testigos de Jehová y que les concediera una audiencia. También se rogaba que los tribunales investigaran los motivos de la detención de cada Testigo. En esta ocasión, la sucursal de Portugal recibió un escrito que decía que se examinaría el asunto.

Emocionado por la firme resolución

Como proseguía la encarnizada guerra civil angoleña, había pocos visitantes extranjeros. Sin embargo, en 1979 el comité del país recibió con mucha emoción la noticia de que llegaría en agosto Albert Olih, un superintendente de la sucursal de Nigeria.

Este es el resumen de su experiencia: “Fue como pasar una semana entera en una guarnición militar. Mirara por donde mirara había soldados armados”. De noche los tiroteos no lo dejaban dormir.

Los Testigos de Angola habían vivido cambios muy rápidos en los últimos años. Desde 1973 —mientras el país todavía era una colonia— hasta 1976 se registró un 266% de aumento en la cantidad de publicadores, aunque el crecimiento se detuvo al arreciar la persecución en 1977 y proscribirse la obra en 1978. Gran cantidad de Testigos se había bautizado en años recientes (por ejemplo, un millar tan solo en 1975). De las 31 congregaciones existentes, muchas no tenían ancianos. Al haberse visto privadas del cuidado afectuoso de los pastores espirituales, quedaban por resolver algunos problemas, así como graves casos de impureza moral. Además, en los campos de trabajo había congregaciones completas, como las de Malanje, Waku Kungo y Ndalatando.

Tan pronto llegó el hermano Olih, se le entregó una larga lista de asuntos que tratar. Él explicó cómo realizar el ministerio divino en el ambiente reinante, cómo suministrar publicaciones a pesar de la dificultad para conseguir papel, y también analizó la necesidad de traducirlas a los idiomas locales, aunque obviamente tomaría tiempo localizar y preparar a buenos traductores.

Asimismo examinó algunos problemas de las congregaciones. Subrayó que todos, y en especial los ancianos, tenían que regirse por las normas bíblicas. Nadie debía pensar que no necesitaba consejos. Respondió a preguntas tocante a los requisitos para el bautismo, la inscripción de los matrimonios en el registro civil y las visitas de los superintendentes de circuito. Los Testigos angoleños agradecieron a la Sociedad que les brindara orientación espiritual mediante este hermano tan experimentado.

Durante su visita, el hermano Olih se reunió con los ancianos de Luanda y con todos los que lograron acudir de otras regiones. Los hermanos empezaron a presentarse a las diez de la mañana, uno a uno, para no llamar la atención. Aun así, antes de iniciar la reunión a las siete de la tarde, tuvieron que cambiar de lugar dos veces porque parecía que los vigilaban. Cuando el hermano Olih llegó al tercer sitio, lo esperaban sentados en el patio 47 ancianos, quienes al recibir los saludos de la familia Betel de Nigeria, movieron las manos en silencio en muestra de agradecimiento. El discurso de una hora, que versó sobre la estructura de ancianos en la congregación cristiana, destacó la necesidad de contar con más ancianos y expuso los deberes de estos. A su conclusión, los hermanos plantearon preguntas durante dos horas más, hasta que todos tuvieron que volver a casa para no violar el toque de queda.

¿Cómo se sintió el hermano Olih después de aquella semana? “Tengo que reconocer que me beneficié mucho. Fue muy alentador ver la firme resolución de los publicadores de servir a Jehová pese a las dificultades. Al partir de Angola oré y lloré por estos hermanos que, sin importar los sufrimientos, siempre conservan la sonrisa gracias a su magnífica esperanza.”

Una segunda visita

Al año siguiente de la visita del hermano Olih, el Cuerpo Gobernante envió a Albert Olugbebi (también de la sucursal de Nigeria) a colaborar con los hermanos de Angola. Él les recomendó que programaran una Escuela del Servicio de Precursor para los 50 precursores regulares, y que trataran de celebrar asambleas de circuito cada seis meses, pero limitando la asistencia.

Durante su visita, se celebraron tres reuniones con los ancianos y los hermanos que en su defecto atendían las responsabilidades de superintendencia. Ante los 102 asistentes se recalcó con las Escrituras la necesidad de sostener los principios bíblicos, ser ejemplos para el rebaño y no enseñorearse de él (1 Ped. 5:3). También se respondieron preguntas referentes a las recomendaciones de ancianos en las congregaciones donde no los había.

Entre los asistentes estaba Silvestre Simão, quien había acrisolado su fe en el transcurso de casi cuatro años de prisión y trabajos forzados. Después de servir de anciano varios años, se le confió la responsabilidad mayor de ser superintendente de circuito cuando los hermanos europeos se vieron forzados a abandonar Angola a mediados de la década de 1970. En vista de que iban a programarse asambleas de circuito cada seis meses, se necesitaba un superintendente de distrito. El hermano Simão aceptó esta nueva asignación a pesar de sus obligaciones familiares, entre ellas cuidar de sus seis hijos. A lo largo de los pasados veinte años ha cumplido con sus deberes de manera ejemplar, y en la actualidad forma parte del Comité de Sucursal.

Al finalizar la visita, el hermano Olugbebi informó de un cambio alentador: a pesar de que las reuniones y la predicación todavía tenían que realizarse con cautela, parecía remitir la despiadada persecución contra los que estaban en edad de realizar el servicio militar. De hecho, aunque entre 150 y 200 hermanos estaban encarcelados o en campos de trabajo, para el mes de marzo de 1982 el número se había reducido a treinta.

El reto de distribuir el alimento espiritual

La prioridad fundamental durante la proscripción era suministrar de forma constante el alimento espiritual, lo que en muchas ocasiones implicaba correr riesgos considerables.

En primer lugar, era muy difícil adquirir papel para multicopiar La Atalaya, ya que se exigía la autorización del gobierno. Por ello solo se produjeron durante un tiempo entre 800 y 1.000 ejemplares de los artículos de estudio, aunque había más de tres mil publicadores. Aun así, valiéndose de prensas pequeñas se editaron en rústica libros de bolsillo como La verdad que lleva a vida eterna.

Dos hermanos muy vivaces, Fernando Figueiredo y Francisco João Manuel, asumieron con gran riesgo la reproducción de las publicaciones y encontraron nuevos lugares para ampliarla. En ocasiones tenían que cambiarse de ubicación por razones de seguridad. A veces, la labor se hacía más difícil porque la habitación que albergaba la multicopista estaba insonorizada, de modo que carecía de ventanas y no disponía de medios de ventilación. En un cuarto contiguo, otros voluntarios colocaban las páginas en orden y las grapaban. Tenían que terminar de ordenarlas, graparlas y empaquetarlas para distribuir las revistas esa misma noche, además de dejar todo limpio para que nada los delatara. Al aumentar la demanda, se comenzó a trabajar con dos multicopistas a la vez en la “cocina”, el lugar donde se preparaba el alimento espiritual. Un equipo de hermanos hacía la siguiente tarea todos los días: preparaba clichés, corregía errores, multicopiaba, ordenaba y grapaba páginas, y finalmente repartía las revistas a las congregaciones.

El reparto a las congregaciones diseminadas fuera de Luanda tenía que hacerse con mensajeros, lo que constituía una misión peligrosa. Uno de ellos cuenta: “Meses después de imponerse la proscripción, viajé a la provincia de Benguela por razones de negocios. Se me habían confiado ciertos artículos para entregarlos a las congregaciones de Lobito y Benguela, ciudades donde no conocía a ningún hermano. El contacto que tenía era el número telefónico de un anciano de esta última localidad. Por motivos de seguridad, la única identificación sería la contraseña ‘Familia de Isaías’.

”Cuando llegué a Benguela, todo parecía ir muy bien. Dada la naturaleza de mi trabajo, no pasé por el habitual registro del aeropuerto, y el paquete que llevaba estaba intacto. Ya en la ciudad, telefoneé de inmediato a los hermanos para que lo recogieran. El hermano con quien hablé dijo no sentirse bien, pero prometió enviar a alguien al hotel para llevárselo. Por alguna razón desconocida, nadie lo reclamó en los cuatro días de mi estancia, pese a mis llamadas diarias al hermano.

”No tenía más remedio que volver a Luanda con el paquete. Al llegar al aeropuerto, el jefe de nuestra delegación insistió en que todos pasáramos por el control de equipajes para dar ejemplo al resto de los viajeros. Solo cabían dos opciones: 1) echar el paquete a la basura o 2) guardarlo y que me detuvieran.

”Después de orar a Jehová, recordé Proverbios 29:25: ‘El temblar ante los hombres es lo que tiende un lazo, pero el que confía en Jehová será protegido’. Decidí afrontar la situación, pues sería una gran pérdida desperdiciar tanto alimento espiritual.

”Me coloqué al final de la fila para no armar alboroto en el momento en que la policía encontrara las publicaciones. Faltaban solo dos pasajeros para que me tocara el turno cuando alguien dijo: ‘Atención, un caballero desea contactar con uno de los delegados de Luanda con relación a un paquete’. Al oírlo, pensé: ‘Jehová me ha escuchado. Ahora veo cómo se cumple Isaías 59:1: “La mano de Jehová no se ha acortado demasiado, de modo que no pueda salvar”’. Salí corriendo y solo tuve tiempo de decirle al hermano la contraseña ‘Familia de Isaías’. Él respondió, y le entregué el paquete. Como el avión estaba a punto de partir, ni siquiera intercambié unas palabras con él, y me marché enseguida. Efectivamente, Jehová es ‘nuestra salvación en el tiempo de angustia’.” (Isa. 33:2.)

Cuidan del rebaño pese al peligro

La guerra, el jinete del caballo apocalíptico de color de fuego, seguía causando estragos entre los habitantes de Angola (Rev. 6:4). Se bombardeaban ciudades y fábricas, se minaban carreteras, se dinamitaban puentes, se saboteaban depósitos de agua y se saqueaban pueblos. Las masacres de ciudadanos estaban a la orden del día. La destrucción de las cosechas obligó a los que vivían del campo a huir a las zonas urbanas. Multitudes de refugiados se encaminaron a Luanda. El racionamiento de comida y el mercado negro dificultaban cada vez más la supervivencia. Pero la cooperación fraternal permitió que muchos testigos de Jehová salieran adelante en circunstancias tan desesperadas.

En estos tiempos peligrosos, Rui Gonçalves, Hélder Silva y otros hermanos arriesgaron su vida para visitar las congregaciones esparcidas por el país. El hermano Gonçalves explicó por escrito cómo tenían que organizarse tales encuentros: “La primera vez que un superintendente de circuito visitó la ciudad de Tombua fue en mayo de 1982. Un total de 35 hermanos acudió al lugar de reunión establecido, a partir de las diez de la mañana, y esperaron en silencio. La ODP [Organización para la Defensa del Pueblo] controlaba todos los desplazamientos en la zona. A las nueve de la noche —once horas después— llegué yo, al amparo de la oscuridad. Treinta minutos más tarde iniciamos la reunión, que duró hasta las cinco menos veinte de la madrugada”.

La mayoría de los superintendentes de circuito tenían esposa e hijos, pero hacían todo lo posible por cuidar de los intereses espirituales de las congregaciones. Uno de ellos, hoy miembro del Comité de Sucursal, explica cómo eran las visitas habituales: “Duraban una semana, pero comenzaban el lunes, no el martes. Como no podían reunirse todos los hermanos juntos, el superintendente acudía a los diferentes estudios de libro. En las congregaciones grandes, a veces varios grupos lo recibían la misma noche, de manera que escalonaban los horarios para que tuviera tiempo de trasladarse. A fin de que todos sacaran provecho, repetía el mismo programa en cada grupo, así que daba sus discursos entre siete y veintiuna veces. Era una semana agotadora, repleta de trabajo, pero los superintendentes perseveraban y animaban las congregaciones”.

Rui Gonçalves recuerda con claridad el angustioso viaje —en el que casi pierde la vida— que hizo a la ciudad de Cubal en enero de 1983: “La única manera de visitar aquella congregación era protegidos por un convoy del ejército. Tras examinar minuciosamente la situación, los militares dieron luz verde para que partieran 35 vehículos. Nosotros íbamos en el del hermano Godinho, el tercero de una caravana de seis. A las dos horas de viaje, las guerrillas dispararon un proyectil, que destruyó el primer camión militar, y luego otro, que acabó con el segundo. Dos bombas dieron contra nuestro vehículo, pero no explotaron. El hermano Godinho nos gritó que saltáramos mientras el automóvil todavía estaba en marcha. Cuando corría a refugiarme entre los arbustos, una bala me destrozó casi toda la oreja izquierda, y me desmayé”.

Antes del desvanecimiento, vio que los hermanos se adentraron en la selva y lograron escapar de los tres guerrilleros que los perseguían. Gonçalves prosigue: “Cuando recobré el conocimiento, tenía la cabeza bañada en sangre. Al cabo de unas horas, llegué a rastras a la carretera, donde me encontró una unidad del ejército que me prestó primeros auxilios y me llevó al hospital de Benguela”. Más tarde, el hermano se enteró de que habían quedado destruidos todos los vehículos del convoy, y de que habían muerto doce personas y once más presentaban graves heridas de bala. Los únicos que se libraron de los tiros fueron los acompañantes de Gonçalves. Aunque él había perdido gran parte de la oreja y algunas posesiones, dio las más sinceras gracias a Jehová junto con los demás hermanos.

Se imparte el agua vivificante

Mientras la mayoría de los angoleños solo se preocupaban por sobrevivir, los Testigos ansiaban difundir “buenas nuevas de algo mejor” en su vasto territorio (Isa. 52:7). ¿Cómo lo hacían?

Un precursor de Luanda cuenta que salía al ministerio con su esposa e hija pequeña. Después de saludar al amo de casa, le pedían un vaso de agua para la nena. Si accedía, le decían que sabían de un agua mucho más beneficiosa que la que con tanta amabilidad le había ofrecido a la niña. La persona inquisitiva preguntaba: “¿Qué agua es esa?”. Entonces la familia pasaba a hablar de las bendiciones del Reino de Dios y la esperanza de vida eterna (Juan 4:7-15).

No llevaban maletines ni Biblia ni publicaciones cuando predicaban; pero si el amo de casa tenía Biblia y deseaba ver lo que decía, le mostraban los textos en ella y continuaban la conversación. Cuando alguien tenía interés, volvían a visitarlo. Así y de otras maneras prudentes, encontraron a personas interesadas, y las congregaciones disfrutaron de aumento constante.

El hombre de Dios

Las buenas nuevas también llegaron a las regiones más remotas, como la de Gambos, cerca de la frontera con Namibia. Las verdades bíblicas se introdujeron en esa zona gracias al empeño de Tchande Cuituna, quien oyó por primera vez el mensaje del Reino en la antigua Rhodesia. Tras haber trabajado un tiempo en las minas de Sudáfrica, regresó a casa para dedicarse a la crianza de ganado. A fin de buscar publicaciones de la Watch Tower, hacía frecuentes viajes a la sucursal sudafricana, en uno de los cuales (1961) se bautizó. A partir de entonces divulgó con celo las buenas nuevas entre su pueblo.

Cargaba en su carreta agua, alimentos y publicaciones bíblicas, y salía a predicar de quimbo en quimbo (de aldea en aldea) durante dos o tres meses. Si se le estropeaba el vehículo, proseguía a lomos del buey. Incluso con 70 años solía recorrer a pie, junto con otros publicadores, distancias superiores a los 200 kilómetros [120 millas].

Tchande Cuituna llegó a poseer muchas cabezas de ganado, que pastaban en las llanuras. Él era el jefe de la sociedad patriarcal en que vivía. Comenzaba el día tañendo una campana para que todos se congregaran a escuchar la explicación que daba de un pasaje bíblico en el idioma local. Los días de reunión, el conocido sonido del gong invitaba a más de un centenar de personas a reunirse para recibir instrucción espiritual.

En toda la región de Gambos se le conocía como el hombre de Dios. Dado que aplicaba en su vida lo que aprendía mediante el estudio personal de la Biblia y de las publicaciones del “esclavo fiel y discreto”, era un ejemplo digno de imitación. Tradujo el folleto “Estas buenas nuevas del reino” al nyaneka y al kwanyama con el objeto de predicar al mayor número de personas posible.

En la oficina de Luanda se sabía de la obra de este hermano por los informes que enviaba de cuando en cuando a través de los hermanos de Windhoek (Namibia). Con objeto de que Cuituna se relacionara más con otros Testigos, se envió en 1979 a Hélder Silva, superintendente de circuito, a que lo visitara. Silva recuerda perfectamente el viaje.

Escribe: “Recorrimos 160 kilómetros [100 millas] en automóvil hasta Chiange; de ahí en adelante hicimos los 70 kilómetros [45 millas] restantes a pie. Una lluvia torrencial que duró seis horas casi nos impidió seguir. A veces nos llegaba el agua hasta las rodillas, pero no podíamos parar, pues en la zona abundaban las fieras. A causa del barro, tuvimos que caminar descalzos y llevar nuestras pertenencias al hombro, colgadas de un palo. Por fin llegamos a la región de Liokafela y a nuestro destino, la quimbo (aldea) de Cuituna. Estábamos hambrientos y muy cansados, así que las mujeres nos dieron leche agria, bulunga (bebida de maíz; en portugués kissangua), chocolate e ihita (puré de maíz; en portugués pirão de massango). Después de descansar junto al fuego, emprendimos la visita prevista”, la cual fue decisiva para impulsar la predicación organizada de las buenas nuevas en la zona de Gambos.

Ninguno de los que estuvieron presentes olvidará el bautismo, en agosto de 1986, de dieciocho nuevos hermanos y hermanas en el río Caculuvar. Fue el primero que se realizó en la región tras cuarenta años de testimonio. Los precursores que se habían mudado para apoyar la obra rebosaban de alegría. Era indescriptible la felicidad del hermano Cuituna, quien al presenciar las inmersiones dijo: “Me siento como el rey David cuando acompañó el arca de Jehová” (2 Sam. 6:11-15). Hasta la fecha, Cuituna es precursor regular.

La obra en el sur de Angola

En 1975, Tymoly, una joven alta de dieciocho años de la región sureña de Huíla, conoció la verdad gracias al diligente empeño del precursor José Tiakatandela. Ella valoraba el mensaje bíblico, aunque sus padres estaban muy opuestos. En una ocasión la dejaron sin comida varios días, la golpearon y por último la apedrearon. Al ver su vida en peligro, caminó 60 kilómetros [40 millas] hasta Lubango, donde logró asistir a las reuniones. Con la ayuda del curso de alfabetización de la congregación, progresó hasta el punto de matricularse en la Escuela del Ministerio Teocrático. Se bautizó en 1981. También aprendió a coser para ganarse la vida y confeccionarse ropa modesta. Tres hombres y cuatro mujeres de su misma etnia que oyeron el mensaje del Reino en 1978 se bautizaron en 1980.

Cuando en 1983 José Maria Muvindi, de Lubango, emprendió el precursorado auxiliar por tres meses, se marchó hacia el sur y predicó en las zonas rurales próximas a las poblaciones de Jau y Gambos. Se adentró en la provincia de Namibe y enseñó las buenas nuevas a los mukubais, la tribu más importante. Al percibir la necesidad tan apremiante que existía en la zona, se quedó para servir de precursor regular, y otros lo imitaron.

La predicación del hermano Muvindi permitió que las verdades bíblicas motivaran a muchos lugareños a hacer los cambios pertinentes en su vida. Para que Jehová aceptara su servicio, tenían que abandonar prácticas contrarias a las Escrituras como la poligamia, la inmoralidad, la borrachera y la superstición. Empezaron a llevar algo más de ropa que el tradicional tchinkuani (taparrabos). Muchas parejas se desplazaron a Lubango para legalizar su matrimonio, lo que para algunos supuso salir de la aldea por primera vez en su vida. La oficina del registro civil de Chiange, que llevaba diez años cerrada, tuvo que volver a abrirse a fin de atender a la gran cantidad de personas de Gambos que querían certificados de nacimiento y documentos nacionales de identidad para inscribir su matrimonio.

Lamentablemente, Muvindi murió de hepatitis en 1986, pero su entusiasmo en el ministerio dio mucho fruto. Gracias a él y a otros predicadores, se dio un gran testimonio en estas regiones, en las que ahora hay nueve congregaciones y diez grupos aislados que promueven la adoración pura.

Aumenta la vigilancia

Los hermanos volvieron a sufrir presiones al formarse en 1984 las Brigadas Populares de Vigilantes (BPV), cuya misión era someter a estricto control a las personas ajenas a la revolución. ¿Cómo lo hacían? Domingos Mateus, entonces superintendente de circuito, lo recuerda muy bien: “En cada esquina de Luanda había uno de estos vigilantes con las iniciales BPV en un brazalete azul, con autoridad para registrar a los transeúntes. Cada vez se hacía más difícil llevar publicaciones a las reuniones. En diciembre de 1985 se contabilizó un total de 800 brigadas que actuaban por turnos en Luanda, lo que impedía por completo incluso celebrar las reuniones.

”En la antigua plaza de Largo Serpa Pinto había unos cuarenta vigilantes inspeccionando la zona. Los acompañaban miembros del Ejército Popular para la Liberación de Angola, armados con metralletas, que solían abrir fuego cuando perseguían a una persona o le mandaban detenerse para interrogarla.

”Cierta congregación había programado una concurrida reunión en una vivienda particular. Poco antes de iniciarla, notamos que un vigilante observaba a quienes entraban y apuntaba su nombre en una libreta. Pese al peligro, el hermano que vivía allí no se amedrentó, sino que se le ocurrió la idea de acercársele sigilosamente por detrás y luego gritar: ‘¡Vecinos, un ladrón! ¡Al ladrón!’.

”Desprevenido, el vigilante echó a correr, soltando cuanto tenía en las manos. Mientras los vecinos bajaban de sus apartamentos o se asomaban por las ventanas para ver qué sucedía, el Testigo volvió a su casa y le dijo al anciano: ‘Ya puede empezar la reunión, está todo arreglado’. Era la semana de la visita del superintendente, y no hubo perturbaciones en ninguna de las reuniones programadas.”

“Se descubrió el pastel”

La comunicación de los testigos de Jehová con otros cristianos de fuera del país era cada vez más difícil. Ahora bien, como el hermano António Alberto trabajaba para una petrolera extranjera, colaboraba llevando correo importante entre los hermanos de Angola y la sucursal de Portugal.

Pero un día de 1987, la policía del aeropuerto interceptó un paquete con correspondencia referente a las visitas de circuito y otros asuntos delicados. El hermano Alberto se sintió muy angustiado, por lo que al mediodía fue a casa a ver a su familia, seguro de que iban a detenerlo. También telefoneó al hermano encargado de estos asuntos y le dijo sin más: “Abuelo, se descubrió el pastel”.

Acto seguido, tuvo el valor de ir a casa del jefe de seguridad del aeropuerto y contarle que mantenía correspondencia con unos jóvenes portugueses, con quienes había estado preso durante el régimen colonial, y que la policía le había confiscado uno de esos paquetes. El jefe le dio una tarjeta donde pedía que le llevaran dicha correspondencia a su oficina. Cuando el hermano le dio la nota al policía, este se preocupó mucho. ¿Por qué? No podía entregar el paquete a su superior porque ya lo habían quemado. El hermano sintió gran alivio, pues no se había causado daño alguno.

Decididos a andar en las sendas de Jehová

La guerra volvió a poner a prueba la neutralidad cristiana de los Testigos. En febrero de 1984 encarcelaron a trece jóvenes por negarse a tomar las armas. Solo tres eran hermanos, y el resto, publicadores no bautizados y estudiantes de la Biblia. Pese a las amenazas y agresiones, mantuvieron la firme decisión de andar en las sendas de Jehová (Isa. 2:3, 4). Por desgracia, el avión que los trasladaba a Luanda se estrelló al despegar, y todos los ocupantes murieron.

En abril de 1985, un grupo de nueve, formado por Testigos, publicadores no bautizados y personas interesadas, también rehusó quebrantar su neutralidad (Juan 17:16). Los trasladaron en tren y helicóptero a la primera línea de batalla para obligarlos a combatir. Manual Morais de Lima se negó, y lo mataron a tiros. A otro hermano, el fuego de mortero le ocasionó heridas graves en una pierna, así que lo sacaron del frente y lo enviaron a un hospital. A dos hermanos les dijeron: “Los helicópteros en los que vinieron no son de Jehová”. Por lo tanto, para ir a Luanda tuvieron que andar 200 kilómetros [120 millas] por territorios infestados de guerrilleros y fieras. A su llegada, volvieron a encarcelarlos. No obstante, estaban seguros de que amar a Jehová Dios y al prójimo es la mejor manera de vivir (Luc. 10:25-28).

En otra ocasión, enviaron a cuatro Testigos a un campamento militar en la parte más austral de Angola. Los soldados confiaban en que la intensidad de la lucha obligaría a los Testigos a tomar las armas en defensa propia. En vez de ello, como recuerda Miguel Quiambata, algunos oficiales quedaron tan impresionados por su firmeza que, al darse cuenta de que eran inofensivos, les concedieron libertad de movimiento, lo que les permitió divulgar en el campamento la promesa de Jehová de vida eterna mediante su Hijo Jesucristo. Así, en la Conmemoración de la muerte de Cristo de 1987 hubo 47 asistentes, y en poco tiempo la concurrencia a las reuniones ascendió a 58.

Para 1990 aún quedaban 300 testigos de Jehová en prisión por su neutralidad cristiana. Algunos habían cumplido condenas múltiples de más de cinco años cada una; otros habían estado recluidos durante cuatro años sin juicio previo. Aunque se les concedió la amnistía, hubo autoridades penitenciarias que no se lo comunicaron y los retuvieron en la cárcel. Otras retrasaron su puesta en libertad porque los consideraban sus mejores trabajadores y les confiaban tareas en el exterior sin temer que se escaparan. Además, la amnistía no impidió la detención y ejecución de dos Testigos más en 1994.

Tiempo después, al distribuir el tratado Noticias del Reino núm. 35, una precursora habló con un ex militar que dijo haber presenciado la ejecución de tres Testigos que se negaron a tomar las armas. Cuando se le preguntó si sería mejor el mundo si todos fueran testigos de Jehová, respondió que habría paz universal puesto que son capaces de enfrentarse a la muerte por no matar. Aceptó el folleto ¿Qué exige Dios de nosotros?, así como un estudio bíblico en su hogar, y comenzó a asistir a las reuniones de la congregación.

Las aguas de la verdad fluyen sin cesar

Jehová le concedió al profeta Ezequiel la visión de un torrente de agua de vida que fluía desde Su gran templo espiritual y que superaba obstáculos, atravesaba terrenos accidentados e impartía vida a una región que antes causaba la muerte (Eze. 47:1-9). Pese a las dificultades, las aguas vivificantes de la verdad fluyen hoy por más de doscientos treinta países, entre ellos Angola.

A veces, los obstáculos parecen enormes, pero el agua de vida que proviene de Dios los bordea. En la década de 1980, la censura era tan rígida que desde el extranjero solo llegaban a la oficina de Luanda los escasos mensajes llevados en persona. Aun así, por la frontera de Namibia, que era relativamente fácil de cruzar, se consiguió introducir durante años reconfortantes publicaciones bíblicas en portugués y en varias lenguas locales.

Personas de diversa procedencia apoyaron la obra. Muchos profesionales ayudaron a conseguir Biblias. Incluso hubo militares —algunos con parientes Testigos— que corrieron grandes riesgos por colaborar con los hermanos. Se realizaron varios envíos de suministros de oficina, entre los que figuraba una multicopista muy valiosa, a nombre de personajes influyentes del país, uno de los cuales optó por unirse al pueblo de Jehová y servir bajo la dirección del “Príncipe de Paz” de Dios (Isa. 9:6).

En 1984, Thierry Duthoit y su esposa, Manuela, se mudaron de Zaire (ahora República Democrática del Congo) a Angola, donde se granjearon el cariño de los hermanos. Dado que el hermano Duthoit era alto, lo tomaban a menudo por uno de los muchos rusos que vivían en el país, quienes bajo el régimen existente gozaban de plena libertad.

Esta confusión permitió que entraran en Angola, que se hallaba desgarrada por la guerra, publicaciones donde se explicaba que Jehová Dios se valdrá del Reino mesiánico para traer verdadera paz a la humanidad y extenderla hasta los cabos de la Tierra (Sal. 72:7, 8). El hermano Duthoit estableció varios contactos comerciales con pilotos de compañías de aviación que aceptaron introducir en el país medicamentos que se necesitaban con urgencia, así como cajas de publicaciones bíblicas, que luego él recogía en el aeropuerto para entregárselos a los hermanos.

Duthoit presentó algunos hermanos responsables al señor Ilídio Silva, comerciante que donó dos multicopistas, máquinas muy difíciles de obtener dado que en el país se llevaba un registro oficial de los aparatos de oficina. El señor Silva también se benefició, pues llegó a ser siervo bautizado de Jehová.

Gracias a este equipo electrónico se logró producir una edición de La Atalaya de veinte páginas, que incluía artículos secundarios importantes que los hermanos se estaban perdiendo. La tirada media enseguida alcanzó los 10.000 ejemplares. Además, se reprodujo el folleto Examinando las Escrituras diariamente, publicación que tanto se agradeció. De Portugal se recibió una selección de artículos del libro “Toda Escritura es inspirada de Dios y provechosa” para multicopiarlos. Más tarde, se recogió toda esa información en un folleto, que contribuyó a enriquecer el programa de la Escuela del Ministerio Teocrático. Todas estas provisiones espirituales fueron muy reconfortantes.

La aprobación divina se reflejaba en el aumento de alabadores de Jehová en el país. A finales del año de servicio de 1987 informaron 8.388 Testigos, lo que indicó que se había producido un crecimiento superior al 150% desde la proscripción de 1978. En ese mismo plazo, el número de congregaciones había pasado de 33 a 89. Aunque se procedía con sumo cuidado antes de invitar a las reuniones a los recién interesados, la asistencia equivalía a un 150% de los publicadores, quienes dedicaban al ministerio un promedio de dieciocho horas al mes y dirigían un máximo de 23.665 estudios bíblicos. Es verdad que los hermanos pasaban apuros económicos y hambre, pero lo afrontaban con ánimo, confiados en las promesas de Jehová, y con la resolución de seguir ‘hablando la palabra de Dios con denuedo’ (Hech. 4:31).

Preparación especial para los superintendentes de circuito

Los superintendentes viajantes se desvivían por las congregaciones, pero también necesitaban ánimo, por lo que se entusiasmaron cuando se les comunicó que en noviembre de 1988 asistirían en Lisboa (Portugal) a un curso preparado especialmente para ellos.

Imaginémonos su alegría al relacionarse a diario con la familia Betel portuguesa. Luis Cardoso, uno de los alumnos, resume cómo se sintieron: “Fue una temporada muy emocionante. La familia Betel nos recibió con los brazos abiertos. Los hermanos se volcaron con nosotros. Fueron treinta y cuatro días en los que trabajamos, aprendimos y disfrutamos mucho”.

Durante las dos primeras semanas los hermanos acompañaron en sus visitas a los superintendentes de circuito portugueses para aprender por observación. En las dos siguientes recibieron el curso, que se centró en sus funciones teocráticas y los preparó como instructores de la Escuela del Ministerio del Reino. La semana subsiguiente asistieron a dicha escuela a fin de observar cómo los superintendentes transmitían a los ancianos y siervos ministeriales de Portugal los conocimientos que se habían presentado en las clases.

“Aquel curso me enseñó lo que es ser buen estudiante —dice el hermano Cardoso—. Aprendí a estudiar e investigar como nunca. Con su ejemplo, los hermanos nos enseñaron a ser considerados con nuestra esposa, y así trabajar en cooperación. La inolvidable estancia culminó con la proyección del ‘Foto-Drama de la Creación’, que nos llenó de emoción, pues habíamos oído hablar mucho de él.”

Los superintendentes prosiguieron su formación en octubre de 1990, al recibir en Angola a Mário Nobre, superintendente de circuito portugués, quien los acompañó durante dos meses en sus visitas a las congregaciones. Le agradecieron mucho que los instruyera con amabilidad y paciencia.

El hermano Nobre relata gozoso lo que ocurrió a los pocos días de llegar: “Se hicieron planes para que diera un discurso público en una congregación de 198 publicadores. Me asombré al ver a 487 asistentes, y aún más cuando el superintendente presidente me pidió que lo repitiera, pues solo lo había escuchado la mitad de la congregación. Huelga decir que acepté, y la segunda vez hubo 461, lo que dio un total de 948”.

A lo largo de su estancia, Nobre llegó a familiarizarse con el modo de vivir de los hermanos angoleños. Descubrió que las calles de Luanda eran peligrosas por los tiroteos, pero se adaptó rápido a la situación y se centró en el gran interés que suscitaba el mensaje del Reino. En lo que toca al hospedaje, dice: “Los hermanos me ofrecieron lo mejor que poseían. Tuvimos lo justo para vivir, pero fue suficiente”.

Una gran sequía

A principios de la década de 1990, el jinete del caballo negro del Apocalipsis —el hambre— azotó el sur de Angola con una gran sequía de tres meses que devastó las cosechas, ocasionó muchos sufrimientos y se cobró numerosas víctimas (Rev. 6:5, 6). Según el periódico lisboeta Diário de Notícias, al menos diez mil personas murieron a consecuencia de esta catástrofe.

Nada más enterarse de la situación, la sucursal de Portugal despachó de inmediato dos grandes contenedores, que hizo llegar mediante hermanos y comerciantes que habían demostrado interés en las verdades bíblicas. Uno se envió a Benguela, y el otro a Luanda.

La sucursal sudafricana transportó en camión 25 toneladas de ayuda humanitaria. Al llegar a Windhoek, en la frontera de Namibia, los hermanos pidieron permiso al consulado de Angola para entrar al país y distribuir la ayuda a sus hermanos cristianos. Aunque el funcionario sabía que los Testigos no estaban reconocidos en el país, les preparó con mucho gusto la documentación precisa para ir a auxiliar a sus hermanos necesitados y hasta dispuso que los escoltaran militares para evitar contratiempos.

Al llegar el camión al puente provisional sobre el río Cunene, los hermanos tuvieron que trasladar la carga a un camión de menor tamaño, cruzar y luego volver a colocarla en el vehículo inicial. Después de pasar más de treinta controles militares, llegaron a Lubango. El éxito de aquella misión de socorro preparó el camino para otras tres, cada una con varias toneladas de inestimable ayuda humanitaria.

Flávio Teixeira Quental, que se encontraba en Lubango cuando llegó el primer camión, recuerda: “Al verlo, a eso de las tres de la tarde, sentimos gran gozo y consuelo, y al mismo tiempo sorpresa e inquietud. ¿Dónde íbamos a almacenar 25 toneladas de publicaciones, ropa y alimentos? El Salón del Reino no tenía puertas ni ventanas, y nuestra casa era demasiado pequeña para tanta caja. Organizamos rápidamente a los hermanos en turnos de guardia durante veinticuatro horas, y lo dejamos todo en el Salón”.

Las provisiones de socorro se repartieron con prontitud. El hermano Quental añade: “Estábamos en guerra [...], y por aquellas fechas solo contábamos con una revista por congregación. Nos sentimos muy agradecidos a Jehová, a su organización y a nuestros queridos hermanos que arriesgaron la vida sin siquiera conocernos. Aquel acto nos hizo recordar la clase de amor que demostró Jesús al dar su vida humana a favor del prójimo” (Juan 3:16).

Una carta de agradecimiento de los ancianos de Benguela decía: “El pasado fin de semana hubo mucho trabajo, pues treinta y dos voluntarios distribuyeron la ayuda recibida. Damos gracias a todas las personas de buen corazón que se sintieron motivadas a enviar este obsequio”. Pese a la hambruna, ningún hermano murió de inanición.

La garantía de los derechos humanos

El 31 de mayo de 1991, las facciones rivales firmaron un acuerdo de alto el fuego que trajo un período de relativa paz. Aceptaron también una nueva Constitución que garantizaba los derechos humanos y políticos. Tras dieciséis años de guerra civil, con un saldo de 300.000 muertos, el país estaba devastado. La esperanza de vida para los varones era de 43 años y de 46 para las mujeres. El desempleo y la inflación aumentaban, y el sistema educativo sufría graves problemas. Se necesitaban grandes cambios para recomponer el país. ¿Se levantaría la proscripción de los testigos de Jehová, vigente desde 1978?

El 22 de octubre de 1991, la asociación religiosa de los testigos de Jehová de Angola presentó una solicitud de inscripción al ministro de Justicia y emitió un comunicado de prensa para que la petición fuera de dominio público.

Al día siguiente apareció un artículo en el Jornal de Angola que decía, en parte: “Según el representante de los Testigos de Angola, existe cierto optimismo tocante al reconocimiento de la Asociación, y la primera impresión recibida del Ministerio de Justicia ha sido positiva”. El artículo también repasaba la historia de los testigos de Jehová en el país, así como en Portugal y Mozambique, donde ya habían sido legalizados.

Era la primera vez que se daba publicidad favorable a la obra. Unos días más tarde, el director del periódico comentó que había recibido muchas llamadas telefónicas, entre ellas las de personas influyentes, para felicitarlo por publicar el artículo.

“Nunca olvidaré esa visita”

Por aquellas fechas los testigos de Jehová ya gozaban de mayor libertad de reunión; algunas congregaciones de 100 publicadores informaban asistencias de entre 300 y 500 personas. ¿Cómo iban a acomodar a tanta gente, si hasta entonces se habían visto obligados a reunirse en hogares particulares? Varios hermanos techaron el patio de su casa con chapas de metal y lo ofrecieron para tal fin. Muchas congregaciones sencillamente se reunían al aire libre. Dado que el espacio era limitado, se decía a los publicadores que solo invitaran a las reuniones y a las asambleas a los estudiantes de la Biblia muy avanzados. La urgencia de lugares donde congregarse era patente.

Douglas Guest y Mário P. Oliveira, enviados desde Portugal, ayudaron a los hermanos a evaluar el trabajo inmediato y las necesidades venideras. Celebraron reuniones especiales con los ancianos y los precursores de las 127 congregaciones de Luanda, y tuvieron la oportunidad de entrevistarse con ancianos de treinta congregaciones de fuera de la capital. Todas las regiones del país estuvieron representadas. ¡Qué momentos tan conmovedores!

Para el hermano Guest también resultó ser una experiencia muy emocionante, pues durante más de treinta años había colaborado estrechamente con estos hermanos por correspondencia. Al recordar la visita, mencionó: “Me impresionó que nadie se quejara de su suerte en la vida. Su rostro sonriente revelaba que disfrutaban de paz interior y que estaban muy bien en sentido espiritual. Toda su conversación giraba en torno a los proyectos de ampliar la obra en el país. Nunca olvidaré esa visita”.

Se recibe de nuevo el reconocimiento legal

El 10 de abril de 1992, el Diário da República, periódico oficial del Estado, anunció que se había concedido el reconocimiento legal a la Asociación de los Testigos de Jehová, lo cual avivó la resolución de los hermanos de aprovechar al máximo las oportunidades que se les presentaban. Enseguida alcanzaron la cifra de 18.911 publicadores, un 30% más que el promedio del año anterior. Los 56.075 estudios bíblicos informados —una media de tres por publicador— prometían una abundante cosecha.

Se notificó a la sucursal de la República Sudafricana que ya podía enviar publicaciones a Angola, entre ellas La Atalaya y ¡Despertad! Para facilitar su distribución a las congregaciones se compraron dos camiones. Los hermanos se entusiasmaron cuando llegaron 24.000 ejemplares de La Atalaya del 1 de mayo de 1992 y 12.000 de ¡Despertad! del 8 de mayo. En poco tiempo se contó con suficientes libros para dirigir los estudios. Antes de ello, algunos publicadores memorizaban las preguntas y respuestas de la publicación que analizaban con el amo de casa.

Vuelven los tiempos difíciles

La violencia no había terminado. Tras las elecciones de septiembre de 1992, el país se enzarzó en otra guerra civil. El 30 de octubre estallaron intensos combates en cinco de las ciudades principales: Lubango, Benguela, Huambo, Lobito, y en especial Luanda, donde, según informes, murieron 1.000 personas durante los primeros días.

Los hospitales estaban atestados; los cadáveres yacían en la calle, y brotaban las epidemias. Durante varias semanas se interrumpió el suministro de energía eléctrica, alimentos y agua. Reinaban el robo y el saqueo, y la situación general dejó traumatizada a gran parte de la población.

Varios Testigos de la capital fueron asesinados, a otros se les dio por desaparecidos. Cuando la sucursal de Portugal se enteró de la situación desesperada de los hermanos, despachó enseguida comida y medicamentos.

A lo largo del conflicto entre las facciones políticas, la gente observaba la estricta neutralidad de los testigos de Jehová y hacía comentarios favorables sobre ellos, puesto que eran los únicos que no intervenían en política ni tomaban partido en la lucha por el poder. Las personas interesadas los paraban en la calle para pedirles estudios bíblicos.

Al analizar la situación, los Testigos se convencieron de que estaban cumpliéndose las profecías bíblicas, lo que fortaleció aún más su confianza en el Reino de Dios. Agradecieron el estudio tan oportuno del libro Apocalipsis... ¡se acerca su magnífica culminación!, sobre todo la sección que ahonda en la actuación de la bestia salvaje en los últimos días.

Mensaje del Cuerpo Gobernante

Poco después de reanudarse la violencia, el Cuerpo Gobernante remitió una conmovedora carta a la sucursal de Portugal en la que expresaba su preocupación por los hermanos de Angola y analizaba, entre otras cuestiones, las necesidades apremiantes de estos. Como conclusión, pidió que se les transmitiera su cariño.

Tan pronto como los hermanos de Luanda recibieron el mensaje, dieron las más sinceras gracias a Jehová por la gran ternura con la que la organización trata a Su pueblo en tiempos de dificultad. En particular, la muestra de afecto confortó mucho a las familias cristianas que habían perdido seres queridos en los disturbios.

Asamblea de distrito histórica

En enero de 1993, cientos de publicadores de varias regiones del país acudieron a las asambleas de distrito “Portadores de Luz” que se celebraron en Luanda, pues la situación en la capital estaba algo más calmada. Algunos tuvieron que recorrer largos trayectos a pie, como una hermana de la provincia de Huambo que caminó durante siete días con cuatro niños pequeños, el mayor de ellos de solo seis años. Llegó agotada, pero con muchas ganas de disfrutar del inminente banquete espiritual.

Los hermanos alquilaron el Pabellón de la Feria Industrial durante dos semanas seguidas, y de Portugal se enviaron tanto los generadores eléctricos como el equipo de sonido. Aun cuando invitaron únicamente a los que solían acudir a las reuniones, el pabellón se llenó a rebosar en las dos asambleas. La asistencia total fue de 24.491. Era la primera vez que los hermanos de Angola conseguían celebrar una asamblea de distrito de tres días completa, hasta con drama. Se bautizaron 629 nuevos ministros, y todos los presentes se alegraron de recibir el folleto ¡Disfrute para siempre de la vida en la Tierra! en kikongo, kimbundu y umbundú, así como el folleto ¿De veras se interesa Dios por nosotros? en portugués.

Los funcionarios públicos observaron con detenimiento la buena conducta de la concurrencia. No cabía mayor contraste con lo que ocurría en Luanda. El día del inicio de la primera asamblea volvieron a producirse ataques en varios barrios de la ciudad contra los refugiados que habían regresado. Muchos perdieron la vida, y centenares resultaron heridos. Hubo numerosos saqueos, así como destrucciones de viviendas, incluidas las de algunos hermanos. Los nubarrones de la nueva ola de violencia establecían un marcado contraste con la luz espiritual que el pueblo de Jehová disfrutaba (Isa. 60:2).

Se pierde la comunicación con la oficina

Al reanudarse los combates, la mayoría de las congregaciones de provincias perdieron la comunicación con la oficina de Luanda. En enero de 1993, el ejército de la resistencia estableció su cuartel general en Huambo, lo que provocó una lucha encarnizada. Los hermanos huyeron en masa al monte mientras que la que había sido una bella ciudad iba quedando en ruinas. Nada se supo de las once congregaciones del lugar durante cuatro meses. Por fin, en abril se recibió este breve mensaje: “Asistencia a la Conmemoración de las once congregaciones de Huambo: 3.505. De momento, nada que lamentar”. Fue muy grato saber que ningún hermano había perdido la vida.

Con el paso de los meses y los años, se recibieron más informes que indicaban su fidelidad y aguante. Uno de estos decía: “El peor momento fueron dos meses en los que la lucha era tan intensa que nadie se atrevía a salir a la calle de día. Los hermanos se agruparon en el sótano de un edificio de apartamentos. De noche iban en busca de agua para hervirla y así tener algo de beber el día siguiente. Las personas que trataban de cruzar la calle a menudo caían abatidas por los disparos. ¿Cómo conseguían alimento los hermanos? Tenían un fondo común con el que compraban arroz a los soldados a un precio exorbitante. Les correspondía una taza diaria por persona, y cuando era imposible obtenerlo, trataban de mitigar los dolores de hambre bebiendo agua hervida. No recibían publicaciones, pero se mantuvieron fuertes en sentido espiritual leyendo una y otra vez los libros y revistas a su alcance. El resultado es que en la actualidad se sienten aún más cerca de Jehová”.

En la provincia de Cuanza Norte, una congregación estuvo aislada durante dos años. Con todo, los hermanos guardaron fielmente los informes del servicio del campo y las contribuciones que se recibieron. Pese a que su situación era muy difícil, no hicieron uso personal de tales fondos, sino que siguieron dando pequeños donativos a la obra mundial, los cuales entregaron a la oficina de Luanda cuando por fin restablecieron el contacto. ¿Verdad que es un magnífico ejemplo de aprecio por la organización visible de Jehová?

La ampliación de Betel

A finales de 1992, la Asociación de los Testigos de Jehová logró comprar la casa alquilada de tres pisos que el comité del país había utilizado de oficina. El mismo año arrendó un almacén que resultó ideal para guardar las publicaciones y en el que posteriormente se instaló una pequeña imprenta. Dos años después se planeó renovar la casa de tres pisos y construir otro edificio anexo de la misma altura.

Dado que fue imposible conseguir los materiales en el país, se prefabricó el edificio en Portugal y se envió en contenedores a Angola por vía marítima. Carlos Cunha, Jorge Pegado y Noé Nunes, todos ellos portugueses, aportaron su experiencia. Mário P. Oliveira (también portugués y superintendente de las obras) relata: “Cuando empezaron a llegar contenedores y emprendimos la construcción en julio de 1994, Betel parecía un hormiguero. Prácticamente toda la familia ayudó a descargar los contenedores que traían las herramientas y los materiales de construcción, entre los que figuraban pintura, losetas, puertas y marcos de ventanas. La familia Betel se había documentado sobre métodos de trabajo que ahorran tiempo, pero no daban crédito a sus ojos al ver la rapidez con que crecía el edificio de tres pisos”.

Cuando acabaron las obras, un hermano angoleño envió esta carta de agradecimiento: “Doy gracias a Jehová por haberme permitido trabajar en la construcción del nuevo hogar Betel, que, si bien parecía un sueño al principio, ya es una realidad. Fue un privilegio extraordinario estar presente en el análisis del texto diario; me fortaleció mucho. También llegué a conocer por nombre a todos los integrantes de la familia Betel, cuando antes solo conocía a algunos de verlos discursar en las asambleas. Pido a Jehová que, si en un futuro se construye un nuevo Betel o cualquier otro edificio, me permita tener el gran privilegio de volver a participar en las obras”.

A fin de atender las crecientes necesidades surgidas desde entonces, se han comprado 4,5 hectáreas [11 acres] de terreno a 10 kilómetros [6 millas] de Luanda, con la esperanza de que se conviertan en el nuevo emplazamiento de la sucursal y del hogar Betel.

Dispuestos a ayudar llegaron hermanos y hermanas de otros países. Durante los meses de mayo y junio de 1994 lo hicieron ocho misioneros. Algunos hermanos viajaron varias veces desde Sudáfrica para montar una prensa nueva y enseñar a los Testigos angoleños a utilizarla. Varios hermanos de Portugal colaboraron en materia de informática, contabilidad y otros asuntos de organización. Y algunos betelitas en servicio extranjero de Canadá y Brasil también contribuyeron con sus destrezas. A todos se les agradeció mucho la buena disposición para trabajar y para enseñar oficios valiosos a los hermanos del país.

Las asambleas dan un buen testimonio

En 1994 se celebraron asambleas de distrito en varias localidades. Dos de ellas, por primera vez en provincias: una en Benguela y otra en Namibe, cuyas concurrencias respectivas fueron de 2.043 y 4.088 personas. La cantidad de asistentes a todas las asambleas ascendió a 67.278, y hubo 962 bautizados.

Al director de una de las instalaciones le impresionó tanto lo que vio, que ofreció el estadio gratis durante dos semanas. Un señor interesado dijo: “¡Qué modales tan exquisitos! No fui a espiarles; quiero seguir con ustedes. Les pido que me hagan el gran favor de enviarme un instructor en cuanto puedan para que me enseñe a seguir su ejemplo”.

Los Testigos consiguieron un enorme estadio de fútbol situado en el centro de Luanda para celebrar la Asamblea “Alabadores Gozosos” en agosto de 1995. Reemplazaron gran parte de los asientos de madera, pintaron e hicieron reparaciones de fontanería. ¿Acudiría el público a la invitación? La respuesta fue abrumadora. En el primer fin de semana, la concurrencia fue tan masiva que parte de ella pasó al terreno de juego y llenó por completo el espacio bajo las gradas. Los asambleístas se emocionaron al saber que habían asistido 40.035 personas. El fin de semana siguiente acudieron otras 33.119. Se bautizaron un total de 1.089.

¿De dónde salió tanta gente, si había menos de veintiséis mil testigos de Jehová en todo el país? Eran lugareños interesados en el mensaje bíblico de los Testigos. “Lo nunca visto en el estadio Coqueiros. Sesenta mil personas de toda clase social asisten a la asamblea de distrito de los testigos de Jehová. En realidad, algo digno de admirar: hombres, mujeres, niños y ancianos, todos juntos [...] escuchando exhortaciones a alabar a su Dios Jehová”, dijo cierto periodista de una agencia de noticias de Luanda.

Quienes vieron llegar a los asambleístas quedaron impresionados por el hecho de que, pese a sus limitados recursos, iban bien arreglados y limpios. Todos estuvieron atentos en las sesiones. Parecía que los únicos que andaban por los pasillos eran los acomodadores cuando contaban los asistentes. Una viceministra del gobierno que estuvo presente toda la sesión del domingo por la mañana comentó: “Estoy asombrada. Hay una clara diferencia con la gente de fuera del estadio. Me ha impactado el valor práctico del programa. ¡Felicidades!”.

Los Testigos angoleños habían leído informes de grandes asambleas del pueblo de Jehová en otras partes del globo, pero esta vez estaban en una de ellas, en su propio país, después de perseverar durante tantos años en circunstancias muy difíciles. ¡Qué gran dicha! Estaban maravillados y llenos de agradecimiento sincero a Jehová por permitirles ser parte de Su familia especial en la Tierra en este momento tan trascendental de la historia humana.

La oficina de Angola se convierte en sucursal

Las buenas nuevas se extendían con rapidez. Entre los años 1994 y 1996, los publicadores aumentaron a un ritmo medio anual del 14% y alcanzaron un máximo de 28.969. Los estudios bíblicos superaron la cifra de 61.000. En 1992, cuando se registró la Asociación de los Testigos de Jehová, había 213 congregaciones, y 405 para 1996. La asistencia a la Conmemoración de aquel año, 108.394 personas, prometía una recolección aún más abundante.

La apertura de una sucursal en Luanda facilitaría la atención de las necesidades locales, así que el 1 de septiembre de 1996 la oficina de la capital de Angola se convirtió en sucursal. El Cuerpo Gobernante nombró a João Mancoca, Domingos Mateus y Silvestre Simão (anteriores miembros fieles del comité del país), así como a los misioneros José Casimiro y Steve Starycki, para formar el Comité de Sucursal.

Con el objeto de preparar la transición, Douglas Guest, de la sucursal portuguesa, visitó Angola en junio de 1996. Dio una conferencia a los 56 betelitas sobre la necesidad de ser ejemplares en todo aspecto de la vida. Hubo también un programa especial para los 5.260 ancianos y precursores, junto con sus esposas, que vivían en Luanda y su periferia, en el cual se entrevistó a miembros del Comité de Sucursal y a otros hermanos veteranos a fin de recordar los aspectos más destacados de la historia del pueblo de Jehová en Angola. El hermano Guest les habló del valor que resulta de confiar en Jehová y acudir a él para que nos fortalezca.

La verdad en su propio idioma

De acuerdo con Revelación 7:9, “una gran muchedumbre [...] de todas las naciones y tribus y pueblos y lenguas” adoraría unida a Jehová. No cabe duda de que Angola está incluida en esta profecía, pues se hablan 42 lenguas y un número muy superior de dialectos. Los idiomas más utilizados son el umbundú, el kimbundu y el kikongo.

Durante años ha sido habitual interpretar del portugués a uno de los idiomas locales la información que se estudiaba en las reuniones de congregación. Si alguien quería leerla por su cuenta, tenía que aprender portugués, pero las oportunidades para ello eran muy limitadas. Una de las primeras publicaciones en umbundú fue el folleto “Estas buenas nuevas del reino”. Cuando uno de los ancianos lo recibió, en 1978, dijo: “Moçâmedes [ahora Namibe] superará los 300 publicadores gracias a este folleto en umbundú, porque la mayoría de la población de la zona habla y lee esta lengua. ¡Qué bendición!”. Tan gran efecto han producido las publicaciones en este idioma, que en la actualidad hay 1.362 publicadores y veintiuna congregaciones en Namibe.

Pero todavía quedaba mucho por hacer para ofrecer las buenas nuevas a los angoleños en sus idiomas y así llegarles al corazón: se debía colocar el fundamento para un Departamento de Traducción como es debido. Poco después de obtener el reconocimiento legal en 1992, se enviaron a la sucursal de Sudáfrica tres futuros traductores para recibir preparación, y se consiguieron computadoras. Más tarde, Keith y Evelyn Wiggill se desplazaron desde ese país para colaborar en la organización del nuevo departamento y para enseñar a sus componentes a utilizar los programas informáticos de la Sociedad concebidos para la traducción.

Con el tiempo empezaron a editarse cada vez más publicaciones en los idiomas nativos. Al principio aparecieron folletos en umbundú, como ¡Disfrute para siempre de la vida en la Tierra! y ¿De veras se interesa Dios por nosotros?; después se publicaron estos mismos folletos en kikongo y en kimbundu, además de varios tratados. En 1996 se presentaron al público el libro El conocimiento que lleva a vida eterna y el folleto ¿Qué exige Dios de nosotros? en las tres lenguas. Cierto superintendente de distrito dijo que inició 90 estudios bíblicos utilizando una presentación muy directa y sencilla, en tan solo la semana de la visita a una congregación anfitriona. Durante el año siguiente, la cantidad de congregaciones pasó de 478 a 606.

Los hermanos sacaron mucho provecho de oír y leer las verdades bíblicas en su propio idioma. En 1998 se celebró en Huambo la primera asamblea de distrito completa en umbundú, con una asistencia superior a las 3.600 personas. Llenos de agradecimiento, algunos asambleístas dijeron: “Jehová no nos ha olvidado”. La publicación de La Atalaya en umbundú, a partir del 1 de enero de 1999, constituyó una prueba más de Su afectuoso interés.

La necesidad apremiante de Salones del Reino

A raíz de la proscripción de la obra, los Testigos de Angola pasaron muchos años sin la posibilidad de poseer Salones del Reino. Desde 1992, el número de congregaciones tan solo en Luanda ha pasado de 147 a 514, y en todo el país, la cantidad ha aumentado en más de un doscientos por ciento, hasta llegar a 696. La concurrencia media a las reuniones oscila entre 200 y 400 personas en muchas congregaciones. Las asambleas de circuito y distrito de 1998 registraron asistencias equivalentes a cuatro veces la cantidad de publicadores. Es obvio que se precisan con urgencia lugares de reunión.

La ciudad de Lubango obtuvo su primer Salón del Reino en 1997; Lobito, en julio de 1998, y Viana (al sur de Luanda), en diciembre de 1999. Se ha visto mucho progreso en este campo gracias a la ayuda del actual programa internacional de construcción de Salones del Reino.

Se ha ideado un Salón del Reino móvil para Angola, que consiste en una estructura de acero sin paredes. ¿Por qué móvil? Porque pese a los intentos de conseguir un documento oficial de propiedad, es posible que alguien aparezca, incluso después de la construcción del edificio, y reclame la posesión del terreno. De esta manera, el Salón puede trasladarse en caso necesario. En cuanto al diseño, es el que resulta más práctico en el clima cálido. En mayo de 2000 llegaron los materiales del primer salón prefabricado. Existen solo veinticuatro Salones del Reino (de varios modelos), y se necesitarán otros 355 durante los próximos cinco años. Se espera que el esfuerzo presente ayude a paliar la urgente necesidad.

Además de los Salones del Reino, está en proyecto un Salón de Asambleas con el mismo sistema y con capacidad para 12.000 personas.

Respeto a la santidad de la sangre

En octubre de 1996 se satisfizo otra necesidad cuando entró en funciones un Comité de Enlace con los Hospitales, constituido por diez ancianos bondadosos, para cuidar de los centenares de congregaciones de Luanda y su periferia. Los Testigos de la zona estaban felices de contar con hermanos preparados que pudieran ayudarles a obtener el tratamiento médico que tomara en cuenta su deseo de ‘abstenerse de sangre’ (Hech. 15:28, 29).

Los centros hospitalarios que habían sobrevivido a la guerra recibían poca atención desde mediados de la década de 1970, y escaseaban los medicamentos. ¿Estarían los médicos dispuestos a cooperar con los testigos de Jehová y a establecer un programa de técnicas médicas y quirúrgicas sin sangre, en condiciones tan difíciles? Al principio, la mayoría de los facultativos y directores de hospitales se negaron o pospusieron las entrevistas. Pero de repente surgió una urgencia.

Un Testigo de la provincia de Malanje ingresó en el hospital Américo Boavida de Luanda para que le extirparan un tumor estomacal. Un miembro del Comité de Enlace acompañó a la esposa del hermano en la visita al cirujano. El doctor Jaime de Abreu, jefe de cirugía del hospital, los recibió. Para sorpresa de ellos, conocía a los testigos de Jehová y su postura en cuanto a la sangre, y había oído hablar del programa de cirugía sin sangre en unas vacaciones en Portugal.

Con la cooperación del doctor de Abreu, la intervención sin sangre tuvo buenos resultados. Posteriormente, los hermanos del comité se entrevistaron con el facultativo y su equipo para ofrecerles más información. Hoy día, cinco médicos respetan la postura de los Testigos en cuanto a la sangre.

Más obreros a la siega

Una vez satisfechas las muchas necesidades de organización y de publicaciones, se dedicó más atención a la multitud de personas interesadas del territorio. En el caso de Angola encajan a la perfección las palabras de Jesús: “Sí; la mies es mucha, pero los obreros son pocos” (Mat. 9:37). Según los informes, docenas de ciudades necesitaban ayuda para atender a los que mostraban interés en la verdad.

En respuesta, la Sociedad envió once misioneros más para colaborar en la siega, algunos de los cuales fueron asignados a las ciudades costeras de Benguela y Namibe. Sin embargo, ha sido de Angola misma de donde Jehová ha recogido a la mayoría de sus obreros, pues durante los pasados cinco años 21.839 nuevos bautizados se unieron a la multitud de alabadores suyos.

Los ojos de Jehová están vigilándolos

No ha sido posible enviar a hermanos experimentados a todo lugar donde hay interés en la Palabra de Dios. ¿Cuál ha sido el resultado? Se ha visto con mayor claridad que la obra la dirige el espíritu de Dios, y no el hombre (Zac. 4:6). Los ojos de Jehová vigilan a todos sus siervos, así como a quienes sinceramente desean conocer y servir al Dios verdadero (Sal. 65:2; Pro. 15:3).

Algunos habitantes de la provincia de Cuanza Norte viajaron a Luanda y obtuvieron varias revistas de unos Testigos que las distribuían por la calle. Al ver las buenas nuevas que contenían, decidieron seguir el ejemplo de los Testigos de Luanda y se pusieron a ofrecer las revistas. También entendieron la necesidad de reunirse; por tanto, uno de los varones del grupo comenzó a dirigir las reuniones lo mejor que podía. Pero como el pueblo estaba tan apartado, las autoridades locales no se habían enterado de que los testigos de Jehová ya estaban registrados desde hacía tres años y, por lo tanto, no les dejaban congregarse con libertad. Sin amedrentarse, decidieron reunirse en el monte.

Finalmente, llegaron noticias a la sucursal de Luanda de que se necesitaba ayuda en Quilombo dos Dembos para organizar una congregación. De modo que en octubre de 1997 se envió a un superintendente de circuito, y 140 personas asistieron a la reunión durante su visita. Él siempre llevaba una copia de la carta constitucional de la Asociación de los Testigos de Jehová, así que pudo probar a las autoridades de la localidad que los Testigos estaban debidamente legalizados. Hoy en día, la congregación disfruta de reunirse en público y cuenta con precursores que ayudan a las muchas personas interesadas.

En 1996 llegó Ana Maria Filomena a un pueblecito de la provincia de Bié. Hizo cuanto estuvo en sus manos para divulgar las buenas nuevas, y en poco tiempo varias personas interesadas acudían semanalmente al estudio de libro y al de La Atalaya. Ana Maria dirigía las reuniones, ya que no había varones bautizados. Un día le informaron de que un militar de alto rango de la zona acudiría a la reunión del domingo para comprobar qué se enseñaba en ella. Lo acompañaron dos soldados. Parece ser que le satisfizo cuanto oyó, pues antes de partir dijo: “Siga con su labor en este territorio, sin miedo”. Aquel grupito se convirtió en la Congregación Kuito-Bié Sul Umbundú, que cuenta con 40 publicadores y una asistencia de 150 personas los domingos.

Durante unos dos años las congregaciones de la provincia de Uíge estuvieron aisladas, de modo que no recibieron el imprescindible alimento espiritual. Un Testigo de la zona le habló del asunto a un pariente que transportaba mercancías por avión, y este se brindó a llevar gratis al superintendente de circuito, a un precursor especial y 400 kilos [900 libras] de publicaciones en el siguiente vuelo. A su llegada, los hermanos encontraron una congregación que se hacía cargo de cinco grupos aislados, cada uno de los cuales tenía una asistencia a las reuniones de entre 50 y 60 personas interesadas.

A principios de 1996, un superintendente de circuito visitó, en esa misma provincia, una congregación que había estado aislada de la organización más de cuatro años. ¿Qué encontró? Pese a que solo eran 75 publicadores, se reunieron 794 para el discurso público. Estaba claro que el aislamiento no había disminuido su entusiasmo por predicar las buenas nuevas.

De la región de Gabela, al sur de Luanda, provienen noticias similares que indican el gran interés por la verdad. Un precursor dirige cinco Estudios de Libro de Congregación, uno cada noche. También él ‘ruega al Amo de la mies que envíe más obreros’ (Mat. 9:37, 38).

“El conflicto más trágico de nuestros tiempos”

La proclamación de las buenas nuevas que realizan los testigos de Jehová por toda Angola resulta aún más sorprendente si se tienen en cuenta las condiciones del país. Un informe de las Naciones Unidas dijo que la guerra civil angoleña era “el conflicto más trágico de nuestros tiempos”, y en vista del sufrimiento ocasionado, es difícil de rebatir esta apreciación. Según fuentes periodísticas, incluso después del alto el fuego morían asesinadas 1.000 personas al día. “El conflicto de Angola, país con una población de doce millones de habitantes, arroja un saldo de un millón de muertos y tres millones de desplazados”, publicó el diario The New York Times en marzo de 2000.

Las secuelas de la guerra perdurarían incluso si cesaran los tiroteos, pues Angola posee una de las más altas concentraciones de minas terrestres del mundo y, como consecuencia, el mayor número de amputados del planeta: 70.000. Por increíble que parezca, las facciones enfrentadas no han dejado de colocar minas, lo que obliga a los agricultores y ganaderos a abandonar el campo y contribuye a la grave escasez de alimentos.

Los testigos de Jehová no se han librado de los efectos de la violencia. En la provincia de Cuanza Norte, cuatro Testigos y una persona interesada murieron a causa del fuego cruzado entre tropas del gobierno y de la resistencia. Otros perdieron la vida en accidentes provocados por minas terrestres o por las explosiones de bombas colocadas en los mercados. En 1999, cuatro Testigos fallecieron cuando trataban de abastecer de alimentos y demás productos a los hermanos de Huambo. Menos mal que tales incidentes no han sido muy comunes.

Los testigos de Jehová también han sufrido mucho la falta de alimento, ropa y cobijo. Cuando en 1999 se recrudeció la guerra, 1.700.000 personas, entre ellas muchos Testigos, tuvieron que abandonar sus hogares. En numerosas ocasiones se mudaban a casa de sus parientes, quienes ya vivían hacinados. A pesar de la gran dificultad para sustentar a su familia, los ancianos no han cesado de atender las necesidades espirituales de sus hermanos. No es posible describir con palabras el profundo agradecimiento que sienten estos Testigos por sus compañeros de Italia, Portugal y Sudáfrica, quienes al saber de su situación, les enviaron muchos contenedores con medicamentos que necesitaban con urgencia, comida y ropa.

Ejemplos vivos de fe

Tal como en la antigüedad se utilizaba fuego para purificar el oro, las pruebas que soportaron los siervos de Dios produjeron fe de calidad (Pro. 17:3; 1 Ped. 1:6, 7). Miles de testigos de Jehová de Angola, tanto jóvenes como mayores, poseen una fe de esa clase.

Carlos Cadi, ministro experimentado que hace más de medio siglo conoció las valiosas verdades bíblicas en el Congo Belga junto con João Mancoca, señala: “La postura firme y valerosa de nuestros hermanos, en especial tantos que dieron la vida, es un testimonio impactante, no solo por sus acciones, sino también por su denodada manera de defenderse públicamente ante las autoridades”.

Uno de ellos fue Antunes Tiago Paulo, a quien sometieron a un trato inhumano para quebrantar su neutralidad cristiana. Hoy forma parte de la familia Betel de Angola, junto con otros hermanos que también sufrieron torturas; por ejemplo: Justino César, Domingos Kambongolo, António Mufuma, David Missi y Miguel Neto. Alfredo Chimbaia, que pasó más de seis años en prisión, sirve en la actualidad con su esposa en la obra de circuito.

Una hermana presenció cómo miembros de una tribu rival se llevaban a su marido por la fuerza y lo asesinaban. A ella le advirtieron que si quería seguir con vida, huyera a la República Democrática del Congo. Le tomó diez meses llegar hasta allí a pie con sus cuatro hijos. Cuando se puso en camino, no sabía que estaba embarazada, de modo que antes de llegar a su destino dio a luz. Lamentablemente, el bebé murió más tarde. La hermana cuenta que no cesó de orar, pues cuando uno no ve la salida a su problema, debe arrojar la carga sobre Jehová (Sal. 55:22). Si no, tal vez tienda a compadecerse de sí mismo y clame: “¿Por qué a mí, Jehová?”. Una vez en Kinshasa, la hermana estaba tan agradecida por el mero hecho de estar viva que hizo el precursorado auxiliar el primer mes.

“Dios no se avergüenza de ellos”

Lo que escribió Pablo de hombres y mujeres de fe del pasado describe bien a los siervos de Jehová de Angola. Las palabras del apóstol pudieran parafrasearse así: ‘¿Y qué más diremos? Porque nos faltará tiempo si seguimos contando de todos los ejemplos de fe que escaparon del filo de la espada, que de un estado débil fueron hechos poderosos y fueron atormentados porque rehusaron aceptar la libertad a cambio de claudicar de sus principios. Recibieron su prueba por mofas y azotes, en verdad, más que eso, por cadenas y prisiones. Fueron probados; se hallaron en necesidad y tribulación; sufrieron malos tratos; y el mundo no era digno de ellos’ (Heb. 11:32-38). Aun cuando fueron despreciados por los que los perseguían, aun cuando muchos de ellos pasan necesidades a causa de la guerra y la anarquía, “Dios no se avergüenza de ellos, de ser invocado como su Dios”, porque mantienen los ojos fijos en el cumplimiento de Sus promesas (Heb. 11:16).

Aunque no han dejado de sentir los crueles efectos del frenético galope de los jinetes del Apocalipsis, los testigos de Jehová de Angola están muy al tanto de las bendiciones divinas. Durante el pasado año, aproximadamente cuarenta mil publicadores del país dedicaron unos diez millones de horas a predicar las buenas nuevas del Reino de Dios, e informaron más de ochenta y tres mil estudios bíblicos al mes. Los publicadores del Reino de Angola desean con sinceridad brindar a la mayor cantidad de personas posible la oportunidad de optar por la vida auténtica que Dios ofrece mediante Jesucristo. Y algo que les alegró muchísimo fue que, a pesar de la inestabilidad del país, más de ciento ochenta y un mil personas se dieron cita para la Conmemoración de la Cena del Señor, lo que les da una clara prueba de que los campos están aún blancos para la siega (Juan 4:35).

Como sus hermanos cristianos del resto del mundo, los testigos de Jehová de Angola confían por completo en el triunfo final de su Rey y Caudillo celestial, Jesucristo (Sal. 45:1-4; Rev. 6:2). Aunque afronten pruebas, están decididos a ser siervos leales de él y Testigos fieles de su Dios de amor, Jehová (Sal. 45:17).

[Comentario de la página 68]

‘Aunque nuestra salud física es precaria, gozamos de buena salud espiritual. Estos sucesos cumplen a la perfección las profecías de la Biblia.’

[Comentario de la página 73]

Se pusieron a estudiar la Biblia y a predicar. Enseguida los deportaron a Angola.

[Comentario de la página 78]

“Lo máximo que podría hacerme sería matarme, ¿verdad? Pues, ni aun así renunciaré a mi religión.”

[Comentario de la página 82]

Estaba convencido de haber encontrado la verdad. Pero ¿cuánto la valoraba?

[Comentario de la página 85]

En prisión hablaban con las paredes de cualquier tema bíblico que se les ocurriese.

[Comentario de la página 89]

Aunque se respiraba un clima bélico, continuaron con el ministerio.

[Comentario de la página 91]

Los pastores cristianos hacían visitas periódicas a la ida o a la vuelta de sus trabajos y a menudo leían algunos textos bíblicos con la familia.

[Comentario de la página 96]

“Está bien, lanzaré un viva.” Todos esperaron. Al final el niño exclamó: “¡Viva Jehová!”.

[Comentario de la página 103]

“Al partir de Angola oré y lloré por estos hermanos que, sin importar los sufrimientos, siempre conservan la sonrisa gracias a su magnífica esperanza.”

[Comentario de la página 108]

“Daba sus discursos entre siete y veintiuna veces. Era una semana agotadora, repleta de trabajo.”

[Comentario de la página 111]

Él era el jefe de la sociedad patriarcal en que vivía. Se le conocía como el hombre de Dios.

[Comentario de la página 116]

Pese a la presión para que quebrantaran la neutralidad cristiana, mantuvieron la firme decisión de andar en las sendas de Jehová.

[Comentario de la página 122]

“Nos sentimos muy agradecidos a Jehová, a su organización y a nuestros queridos hermanos que arriesgaron la vida sin siquiera conocernos.”

[Comentario de la página 127]

La gente observaba la estricta neutralidad de los testigos de Jehová.

[Comentario de la página 138]

Hay 696 congregaciones, pero solo veinticuatro Salones del Reino.

[Ilustraciones y mapa de la página 81]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

Océano Atlántico

REP. DEM. DEL CONGO

ANGOLA

Luanda

Malanje

Lobito

Benguela

Huambo

Lubango

Namibe

Baía dos Tigres

NAMIBIA

[Ilustraciones a toda plana de la página 66]

[Ilustraciones de la página 71]

Gray y Olga Smith

[Ilustración de la página 74]

John Cooke (centro), con João Mancoca (derecha) y Sala Filemon (izquierda), quienes fueron de los primeros en tomar una postura firme a favor de la adoración verdadera en Angola

[Ilustración de la página 87]

Asambleístas entusiasmados durante un lapso de libertad en 1975

[Ilustración de la página 90]

La guerra desoló el país

[Ilustraciones de la página 102]

La “cocina”, donde se preparaba el alimento espiritual

[Ilustración de la página 104]

Silvestre Simão

[Ilustraciones de la página 123]

Se carga en Sudáfrica la ayuda humanitaria para Angola

[Ilustración de la página 126]

Arriba: reunión especial con los ancianos y precursores regulares de Luanda

[Ilustración de la página 126]

Douglas Guest (izquierda) en Angola en 1991, con João y Maria Mancoca y Mário Oliveira

[Ilustración de la página 131]

La primera oficina de los testigos de Jehová en Luanda

[Ilustraciones de la página 134]

Asistieron 73.154 personas a la Asamblea de Distrito “Alabadores Gozosos” en Luanda

[Ilustración de la página 139]

Este patio cubierto con techo metálico es uno de los veinticuatro Salones del Reino de Angola

[Ilustración de la página 140]

El Comité de Sucursal (de izquierda a derecha): João Mancoca, Steve Starycki, Silvestre Simão, Domingos Mateus y José Casimiro

[Ilustración de las páginas 140 y 141]

La familia Betel de Angola en 1996, cuando se formó la sucursal

[Ilustraciones de la página 142]

Algunos de los muchos betelitas que dieron prueba de su fe bajo maltrato severo: 1. Antunes Tiago Paulo. 2. Domingos Kambongolo. 3. Justino César

[Ilustración de la página 147]

Carlos Cadi

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