BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • yb14 págs. 86-90
  • 1915-1947 Los comienzos (Parte 1)

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • 1915-1947 Los comienzos (Parte 1)
  • Anuario de los testigos de Jehová 2014
  • Subtítulos
  • Comienza a brillar la luz de la verdad
Anuario de los testigos de Jehová 2014
yb14 págs. 86-90
Ilustración de la página 86

SIERRA LEONA Y GUINEA

1915-1947 Los comienzos (Parte 1)

Comienza a brillar la luz de la verdad

Las buenas nuevas llegaron a Sierra Leona en 1915, cuando algunos naturales del país regresaron de Inglaterra trayendo consigo publicaciones bíblicas. Alrededor de julio de ese año, llegó a Freetown el primer siervo bautizado de Jehová: Alfred Joseph, de 31 años y oriundo de Guyana (América del Sur). Se había bautizado pocos meses antes en la isla antillana de Barbados y había firmado un contrato como maquinista en Freetown. Una vez instalado en una de las viviendas para los empleados ferroviarios en Cline Town, a unos tres kilómetros (dos millas) de la ceiba de Freetown, se puso a enseñar el mensaje de la Biblia a sus compañeros.

Gráfica de la página 86

Al año siguiente se le unió un excompañero de trabajo de Barbados, de nombre Leonard Blackman. Su madre, Elvira Hewitt, era quien le había dado a conocer la verdad a Alfred. Leonard y Alfred vivían puerta con puerta, y se reunían con frecuencia para analizar la Biblia. También distribuían publicaciones bíblicas a los amigos y personas interesadas.

Ambos se dieron cuenta de que los campos de Freetown estaban “blancos para la siega” (Juan 4:35). En 1923, Alfred escribió a la sede mundial en Nueva York diciendo que en Sierra Leona había muchas personas interesadas en la Biblia. “¿Podrían enviar a alguien que se encargue de ellas y ayude a organizar la predicación aquí?”, preguntó. La respuesta fue: “Enviaremos a alguien”.

Ilustración de la página 88

Brown el de la Biblia y su esposa, Antonia

“Pasaron varios meses —relató Alfred—. Un sábado, tarde en la noche, recibí una llamada inesperada:

—¿Es usted el que escribió a la Sociedad Watch Tower pidiendo predicadores? —preguntó una voz.

—Sí —respondí.

—Bueno, me han enviado a mí —retumbó la voz.

”Era William R. Brown. Él y su esposa, Antonia, junto con su pequeña hija, habían llegado ese día y se estaban quedando en el Hotel Gainford.

”A la mañana siguiente, mientras Leonard y yo realizábamos nuestro estudio semanal de la Biblia, apareció en la puerta una figura imponente: era William R. Brown. Tenía tanto celo por la verdad, que propuso dar un discurso público al otro día. Enseguida reservamos el salón más grande de Freetown —el Wilberforce Memorial Hall— y programamos el primero de cuatro discursos para el siguiente jueves por la noche.

”Nuestro grupito se dio a la tarea de anunciar los discursos mediante la prensa, hojas sueltas y corriendo la voz. Nos preocupaba cómo reaccionaría la gente, pero no hacía falta. Unas quinientas personas abarrotaron el salón, entre ellas un buen número de ministros religiosos. Estábamos rebosantes de alegría.”

Durante el discurso, que duró una hora, Brown citó continuamente de las Escrituras y proyectó diapositivas con textos bíblicos. Una y otra vez repetía: “No lo digo yo, lo dice la Biblia”. Los asistentes aplaudían asombrados cada vez que oían algo nuevo. Pero no fue la brillante oratoria de Brown lo que los impresionó, sino las contundentes pruebas bíblicas que presentó. Un joven seminarista que estaba allí exclamó: “¡El señor Brown sí que conoce la Biblia!”.

Ilustración de la página 90

1930

Brown despertó mucho entusiasmo con sus discursos, y la gente acudía a raudales para oírlos. El siguiente domingo pronunció ante una sala nuevamente abarrotada el discurso “Ida y vuelta al infierno. ¿Quiénes están allí?”. Las poderosas verdades que expuso esa noche provocaron que hasta miembros destacados de las iglesias renunciaran a ellas.

El cuarto y último discurso, titulado “Millones que ahora viven no morirán jamás”, atrajo tanto público que, tiempo después, un vecino de Freetown recordó: “Las iglesias tuvieron que suspender sus servicios nocturnos porque todos sus miembros se fueron a escuchar el discurso de Brown”.

Debido a que Brown siempre citaba la Biblia como máxima autoridad, la gente empezó a llamarlo Brown el de la Biblia. Se le quedó ese apodo, y así lo conocieron en toda África occidental. William R. Brown lo llevó con orgullo hasta el final de su vida en la Tierra.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir