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¡Despertad! 1970
g70 8/8 págs. 13-16

Por qué hubo guerra mundial

SARAJEVO, Servia, Francisco Fernando, paneslavismo, Bosnia y Herzegovina, Gavrillo Prinzip, Montenegro... nombres extraños, lugares extraños para muchos hoy día, pero hace más de medio siglo habían adquirido una familiaridad fatal entre muchas personas de todas partes, cuando las naciones se vieron arrastradas a la peor guerra del mundo hasta aquel tiempo.

Si usted hubiera vivido en la primavera de 1914, difícilmente habría sospechado que el mundo que conocía tan bien pronto sería volado y desfigurado. Es verdad, el mundo todavía seguía vigilando la “gallera de Europa” —los Balcanes— donde recientemente habían terminado unas guerras locales. Pero en el fondo el mundo estaba en paz y permanecería en paz en el futuro que se podía prever.

¿Cuáles, entonces, fueron los acontecimientos y circunstancias, las actitudes y normas que encendieron esta conflagración... un holocausto que abrasó y carbonizó a la mayoría de las naciones del mundo?

La causa inmediata fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando. Pero, ¿cómo pudo un asesinato tener consecuencias tan trascendentales? Bueno, la víctima era presunto heredero de los tronos de Austria y Hungría. Su asesino, Gavrillo Prinzip, un joven estudiante servio, lo mató a tiros cuando viajaba por Sarajevo. ¿El motivo? Aun en esta fecha tardía este asunto en gran parte no se ha resuelto. Pero de este incidente brotó una serie de acontecimientos que enredó a todo el mundo en guerra en el transcurso de unas pocas semanas.

El gobierno austrohúngaro presentó demandas al gobierno de Servia. Las Grandes Potencias —Rusia, Francia, Alemania, Gran Bretaña— no pudieron o no quisieron obrar para impedir una guerra europea general. En cambio, pareció que todas las fuerzas latentes que se habían ido acumulando por décadas y hasta por siglos hallaron una salida. El resultado... ¡GUERRA! ¿Cuáles, pues, fueron aquellas fuerzas que produjeron los horrores de la guerra? Examinemos las cuatro fuerzas más importantes e influyentes —las alianzas embrolladoras, el nacionalismo, el imperialismo y el militarismo— y avaluemos el papel que cada una desempeñó.

Las alianzas embrolladoras

Peligrosamente, una serie de alianzas había alineado a las naciones en dos grupos de potencias rivales. Francia había sido derrotada en la guerra francoprusiana que terminó en 1871. Alemania inició algunas de estas alianzas para aislar a Francia e impedir que se vengara. Primero vino una alianza binaria con Austria-Hungría, seguida de una alianza triple en que se incluyó Italia. Estas, aunadas a un acuerdo con Rusia, aparentemente dejaban sola e imposibilitada a Francia. Aunque en gran parte estos tratados eran secretos en cuanto a sus condiciones, se sabía bien que estipulaban ayuda mutua en caso de guerra.

El ascenso de nuevos líderes en Alemania también cambió velozmente el cuadro. Guillermo II era emperador ahora y Bismarck había sido despedido como canciller. El nuevo emperador no conservó la amistad con Rusia y alarmó a la Gran Bretaña con su “blandir de sables.” Su programa de expansión naval y demanda de “un lugar bajo el sol” obligó a Inglaterra a reavaluar su rivalidad de larga duración con Francia. Los desenvolvimientos en el Lejano Oriente, notablemente la guerra rusojaponesa, mientras tanto, habían ablandado el rencor británico para con Rusia. En consecuencia cobró forma el segundo grupo de potencias... Rusia, Francia y la Gran Bretaña.

De modo que, en 1914, las potencias de Europa estaban equilibradas, tres contra tres. Muchos opinaban que aquel equilibrio de poder era la más fuerte garantía de paz. Los acontecimientos habrían de probar que estaban equivocados.

El nacionalismo

Si examináramos un mapa del mundo como era en la primavera de 1914 y lo comparáramos con un mapa moderno, veríamos que ha sufrido cambios drásticos en lo que toca a fronteras políticas. ¿De qué manera, entonces, pudiéramos preguntar, contribuyó la ubicación de las fronteras en 1914 al comienzo de la guerra?

Primero, se notaría que el entonces existente imperio de Austria-Hungría incluía muchas nacionalidades sujetas a él que se resentían por no tener soberanía nacional. Esto sucedía especialmente en los Balcanes, donde Servia quería que todos los pueblos eslavos estuvieran en la zona que estaba bajo su jurisdicción. Pero Austria-Hungría recientemente se había anexado las provincias de Bosnia y Herzegovina, a pesar de que tenían población eslava. El sueño de Rusia de una unión paneslava de alguna clase también había recibido un revés. De modo que Rusia se sintió obligada a respaldar a los servios.

En la Europa occidental, mientras tanto, había surgido otra desavenencia. Al fin de la guerra francoprusiana los alemanes victoriosos se habían apoderado de dos provincias que anteriormente poseía Francia... Alsacia y Lorena. El resentimiento francés ardía por la pérdida de estos territorios estratégicos y comercialmente valiosos. Además, Polonia había perdido secciones de su territorio poblado por eslavos, que cayeron en manos de Alemania (Prusia), creándose así una relación delicada con Rusia. Y la mira de Rusia de extenderse hacia los puertos de agua tibia a la orilla del mar Egeo así como a la orilla del mar Adriático quedó obstruida.

Si añadimos a lo ya mencionado las aspiraciones nacionales de otros estados como Italia, Grecia, Bulgaria, Rumania y Turquía, podemos ver que el nacionalismo, como factor perturbador, descolló grandemente a principios del siglo XX. Cada grupo étnico pensaba que estaba justificado al tratar de lograr la liberación y la unidad de toda su propia raza.

El imperialismo

No ha de pasarse por alto en los desenvolvimientos que resultaron en el desastre de 1914 la creación de los nuevos estados nacionales de Alemania e Italia a fines del siglo diecinueve. Previamente habían sido asociaciones entrelazadas sin cohesión de estados insignificantes. Ahora, unidos y por lo tanto más fuertes, estaban perturbando a los estados más antiguos y mejor establecidos, Francia y la Gran Bretaña. Las potencias más antiguas ya se habían apoderado de grandes zonas del mundo como colonias de las cuales obtener las materias primas para sus industrias, que se desarrollaban rápida y extensamente. Su ventaja por haber comenzado antes solo había dejado mendrugos para los estados recién llegados.

Un nuevo vistazo al mapa del mundo de 1914 mostrará que países como Italia y Alemania sí poseían territorios allende los mares. No obstante, los mejores y los más grandes se hallaban en manos de los británicos y los franceses. Para 1900, tan solo en África, estas dos potencias controlaban más de catorce millones de kilómetros cuadrados de territorio, con una población de más de sesenta y siete millones de personas. Alemania e Italia, por otra parte, solo podían llamar suyos menos de cuatro millones de kilómetros cuadrados con unos doce millones de habitantes.

Tan grande disparidad llevó a los alemanes a exigir un “lugar debajo del sol” para poder segar los beneficios supuestos de un gran imperio allende los mares... materias primas, mercados acaparadores, zonas de inversión controladas y brazos adicionales. Careciendo de estas ventajas, las naciones que no las tenían creyeron que estaban seriamente impedidas en la competencia de un mundo que cada vez se industrializaba más.

Las ambiciones del imperialismo no se circunscribían al campo colonial. Incluían, también, el deseo de producir esferas de influencia en regiones adyacentes a la patria. Por ejemplo, el deseo de Rusia de dominar en los Balcanes estaba igualado por las ambiciones de Austria en la misma zona. Alemania fomentó el ferrocarril de Berlín a Bagdad, con la mira de explotar la riqueza del Oriente Medio, y así amenazó la posición británica allí. Rusia, también, ejercía presión en Turquía para tener parte en el control de los Dardanelos, a fin de tener salida para sus embarques.

Italia no solo tenía miras en África, sino también en el lado oriental del mar Adriático, que esperaba convertir un día en un ‘lago italiano.’ Esto colocaba a Italia en competencia con Rusia, Servia, Montenegro y Austria. Francia, en sus esfuerzos por mejorar su situación en África del Norte, ofendía a Alemania e Italia, las cuales abrigaban esperanzas en cuanto a Libia, Argelia y Marruecos. El imperialismo produjo, pues, un laberinto de aspiraciones antagónicas y creó un ambiente de sospecha y desconfianza.

El militarismo

Otro poderoso factor contribuyente que inexorablemente resultó en la guerra fue el desarrollo de máquinas militares en todos los países de Europa. Después de la guerra francoprusiana todas las naciones europeas adoptaron el plan alemán de reclutamiento militar universal. En consecuencia, para 1914 había aproximadamente tres millones y medio de hombres en los ejércitos permanentes y millones más en las reservas entrenadas.

Cada nación, por supuesto, alegaba que sus preparativos eran simplemente con propósitos de defensa. Los estadistas, también, estaban menos dispuestos a negociar con buena fe mientras pensaran que tenían algún poderío militar respaldándolos. Pero quizás el efecto más peligroso fue el estado de ánimo que desarrolló este aumento de armamentos. En su libro The Roots and Causes of the Wars, J. S. Ewart declaró: “El militarismo es una actitud de aprobar la guerra como una ocupación elevadora y ennoblecedora.” En cada país la mira era preparar cuidadosamente a la población, física y mentalmente, para en caso de guerra.

Así pues, cuando Servia encolerizó a Austria, Austria se resolvió a castigar a Servia, pero entonces Rusia respaldó a Servia, aparentemente amenazando así a Austria. Austria buscó el apoyo de Alemania, mientras que Rusia, a su vez, invocó la ayuda de Francia y finalmente la Gran Bretaña vino a apoyar a Francia. Las ruedas giraron y el mundo se deslizó sin pensarlo en la guerra, sin considerar las terribles consecuencias.

Las consecuencias

¿Y cuáles fueron las consecuencias? El costo total de la guerra se ha fijado en $337.980.579.657 (dólares). El total de muertos llegó a la asombrosa cifra de 13.000.000, con otras 28.000.000 de bajas. Pero, ¿produjo resultados buenos y permanentes este inmenso gasto de sangre y tesoro? ¿Hubo alguna base para el alarde de un autor de 1918 que escribió: “Aun el cambista más práctico . . . tiene que concordar en que la sangre se derramó bien, en que el tesoro se gastó bien. . . . Millones de jóvenes valientes y ansiosos aprendieron a morir impávida y gloriosamente. Murieron para enseñar a las naciones vandálicas que la humanidad jamás permitirá la explotación de los pueblos con propósitos militaristas . . . [esto resultó en] la diseminación de libertad esclarecida y la destrucción de la autocracia”?

Lo incorrecto de ese avalúo de 1918 lo han demostrado los acontecimientos mundiales desde entonces. La guerra no había hecho seguro al mundo para la democracia. No se había librado la guerra que hubiera de acabar con la guerra. En cambio, aquella guerra solo resultó en una intensificación y multiplicación de los problemas. En los años 1920 se vio el desplome de la mayoría de las economías del mundo, seguido de depresiones económicas y la subida de dictaduras en los años 1930. Luego vino la II Guerra Mundial, que en realidad solo fue una continuación de la primera guerra mundial. Y esta guerra fue tan estéril en resultados como su antecesora. Esta guerra, también, terminó con una nota de esperanza, pero pronto llegó la desilusión.

En las décadas desde entonces solo se ha visto la continuación de guerras, depresiones económicas, tensiones internacionales y anarquía a un grado constantemente mayor. A pesar de todos los esfuerzos por crear una sociedad mundial estable por medio de agencias internacionales como la Sociedad de las Naciones después de la I Guerra Mundial o la Organización de las Naciones Unidas después de la II Guerra Mundial, las condiciones mundiales siguen empeorando.

En su libro In Flanders Fields, León Wolff dijo esto acerca de la I Guerra Mundial y sus resultados: “No había significado nada, no había resuelto nada y no probó nada. . . . Los defectos morales y mentales de los líderes de la raza humana se habían demostrado con alguna exactitud.” Lo mismo podría decirse acerca de la II Guerra Mundial. Ni siquiera las iglesias han podido detener la tendencia empeorante de los acontecimientos. P. W. Hausman, escribiendo en The Encyclopedia Americana (edición de 1941), dijo: “El mundo no podía evitar la guerra mientras permaneciera en el nivel del combate. Nuestro mundo no era cristiano. Y aunque en los púlpitos nacionales se predicaba el cristianismo [de su propia marca], las naciones se miraban de hito en hito unas a las otras, listas para derramar sangre.” ¿Encierra el futuro algo más brillante que eso?

El futuro

Durante todas esas dolorosas décadas multitudes se han preguntado cuál será el resultado final de la situación. Tan remotamente como en los años finales del siglo diecinueve algunos se preguntaban si no pudiera haber alguna relación entre las dificultades mundiales y la profecía bíblica. Dijeron los redactores de una publicación de 1914: “Recordamos vívidamente la antigua teoría de que la tierra finalmente habrá de ser destruida por una inmensa conflagración cuando observamos las llamas de la guerra brotando simultáneamente sobre casi toda Europa, como si la civilización y todo el progreso pacífico estuviesen condenados a la ruina.” Pero aquella guerra no resultó ser el Armagedón de la profecía bíblica.

Sin embargo, es verdad que estudiantes sinceros de la Biblia sí encontraron en las propias páginas de la Biblia evidencia de que el año 1914 era un año señalado en la historia humana. Diferente a lo que sucede en el caso de casi toda otra persona del día actual, estos estudiantes de la Biblia también han encontrado la razón por la cual continúan fracasando los esfuerzos que hace el hombre por resolver los problemas de la paz y la guerra que existen entre los hombres. Más importante, han descubierto que la Biblia ofrece la promesa de que estas condiciones de ayes y dificultades en la Tierra pronto terminarán y serán reemplazadas por un sistema de cosas mundial en el cual todas las esperanzas más acariciadas de los hombres y las mujeres amadores de la paz se realizarán.

Pero, ¿cómo se efectuará eso? No como resultado de guerras como la I Guerra Mundial y la II Guerra Mundial, sino por el poder del Dios Todopoderoso. (Rev. 21:1-4) ¡Un mundo sin dolor, ni lamento ni siquiera la muerte! ¡Ya no habrá guerras como las que han plagado a la humanidad por unos 4.000 años... solo paz eterna! ¿Verdad que a usted le gustaría vivir en ese mundo? Si así es, dirija su atención a la Biblia, porque es la única fuente verdadera de información que hará posible que usted alcance esa meta feliz.

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