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¡Despertad! 1970
g70 8/11 págs. 24-26

Véame en el cementerio para el té esta tarde

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Uruguay

SE ESCUCHÓ un tímido toque a la puerta y fui a contestar. ¡Qué bueno fue ver allí una niñita limpia, nítida y de rostro sonriente! La reconocí, le dije: “Pasa,” y la vi sentarse en la sillita que le ofrecí. Se arregló el vestido para borrar las arrugas. Aunque solo tenía seis años, había aprendido el valor de ser cuidadosa con su mejor vestido.

“Mi mamá desea una respuesta,” dijo ella, extendiendo un sobre que apretaba en su manita. El mensaje decía: “¿Pudiera verme en el cementerio para el té esta tarde?”

Ahora bien, un cementerio puede ser un lugar triste o agradable, dependiendo de cómo se le conserve y del conocimiento que uno tenga de la condición y esperanza de los muertos. El Cementerio del Norte de Montevideo se conserva hermoso y, en octubre, cuando es primavera por estos lugares, es un lugar hermoso. Todo el año hay flores y la hierba es verde aquí, pero en esta temporada del año las plantas y las flores parecen superarse. La gente considera una obligación el mostrar su amor y respeto a sus muertos trayendo flores con regularidad. Estén los restos en una tumba o en una urna, hay demanda continua de flores. Convenientemente, hay un mercado de flores grande a la entrada del cementerio. Aquí encontré a mi anfitriona.

El mercado de flores

Arregladas como estaban en hileras nítidas, las flores presentaban una vista hermosa. Al caminar entre ellas mi amiga indicó que cada puesto era de propiedad privada, y los dueños competían unos con otros en la exhibición de sus flores. El dueño de un puesto nos informó que en este mercado se gastan anualmente millones de pesos, aunque éste solo es uno de varios cementerios de Montevideo. Nos ofreció un ramo de flores, pero rehusamos, explicando que simplemente íbamos de visita.

Al mismo tiempo aprovechamos la oportunidad para explicarle nuestra esperanza en cuanto a los muertos, que esperamos que los que duermen en la muerte sean despertados cierto día, como se declara en Juan 5:28, 29: “No se maravillen de esto, porque viene la hora en que todos los que están en las tumbas conmemorativas oirán su voz [la del Hijo del hombre] y saldrán.” También mencionamos que los muertos, inconscientes, no podrían beneficiarse de las flores, aunque la tristeza de los sobrevivientes sin duda sería neutralizada hasta cierto punto por el color y la belleza delicada de las flores.

El cementerio

“Primero hagamos un recorrido,” dijo mi anfitriona, “y después tomaremos el té. Quiero mostrarle el terreno y los diferentes métodos de sepultar aquí.” Parece que el terreno es del municipio, y hay vigilantes que lo patrullan. Una cuadrilla de mantenimiento quita las flores marchitas. Sin embargo, las familias de los difuntos son responsables del cuidado de las tumbas.

Mientras caminábamos, mi compañera señaló las tumbas de los acaudalados, principalmente casas que son posesión de sociedades mutualistas a quienes los clientes pagan una cantidad específica de dinero cada mes. En cambio éstas se encargan de todos los arreglos del entierro. Más allá está la sección muy antigua donde se solía meter a los muertos en la tierra y dejarlos permanentemente. Según la ley, estos lugares de entierro tenían que ser de metro y medio de profundidad. Ahora, sin embargo, debido a la falta de espacio, estos restos están siendo removidos y colocados en tumbas de comunidad.

La economía del espacio aquí también ha resultado en el desarrollo de otro procedimiento. Los muertos están siendo quitados de la tumba después de un período de dos a diez años (diez años si la muerte ha sido por enfermedad contagiosa, y dos años si ha sido por alguna otra causa). Se les reduce a huesos o cenizas y luego se les coloca en urnas que se guardan en nichos que han sido construidos con ese propósito. Estos entierros secundarios pueden ser individuales, como generalmente sucede aquí en el este de la América del Sur, o colectivos como en los túmulos sepulcrales pre-cristianos de Europa donde pudieran estar todos los difuntos de una tribu.

Abundan los monumentos de mármol, granito y otras piedras ornamentales. Acá y allá se puede notar una tumba por sí sola, pero a menudo es una tumba familiar. En algunas tumbas familiares de Montevideo hay escaleras que conducen a un cuarto debajo del monumento donde se prepara un lugar para cada miembro de la familia. Para visitar estas tumbas debe notificarse con anticipación y el guardián tendrá abierta la tumba.

La idea de la tumba familiar de ninguna manera es nueva. Se usaban en la Roma antigua, y ruinas de algunas de ellas todavía se pueden ver a lo largo de la Vía Apia. Los habitantes de Palestina en tiempos patriarcales también tenían sepulcros familiares; quizás utilizaban una cueva natural o cavernas de hechura humana cortadas en la roca sólida.

Las tumbas en la pared

Otra cosa son las tumbas en la pared. Algunas de ellas, construidas enteramente dentro del cementerio, pueden tener de dos a diez depósitos de altura. Es algo raro alzar la vista y pensar que hay muchos, muchos muertos en tumbas de cemento allá arriba; aunque resulta un modo muy práctico de resolver el problema del espacio. Las plantas ornamentales alrededor de la base de estas estructuras ayudan a aliviar la monotonía del cemento.

Otra clase de tumba de pared es lo que se conoce como las tubulares, llamadas así por la manera en que se construyen. Se colocan tubos de cemento fila sobre fila a lo largo del camino de entrada para automóviles del cementerio, con extremos abiertos dando al camino. Se les encierra en tierra, conectados unos con otros por respiraderos con un tubo de escape de gas al extremo de cada fila. Cuando los restos se han depositado en uno de los tubos, éste se tapa inmediatamente con una capa sencilla de cemento sobre el hueco. Más tarde la familia quizás quiera colocar una placa especial encima.

Las sociedades mutualistas para entierros ayudan en la conservación de espacio del cementerio. Las tumbas que hay en sus paredes llegan hasta el techo fuera del edificio y al cielo raso en el interior. Visitamos una, la Casa Galicia, un hermoso edificio moderno. Dos lados están cubiertos por paredes para entierros de mármol blanco, y enfrente hay un patio descubierto con un estanque y plantas que crecen. Unos ascensores lo transportan a uno a muchos pisos bajo tierra, donde, según se dice, tienen lugar para medio millón de muertos, incluso los de la sección de las urnas.

Pero ha llegado la hora del té, y al seguir a mi anfitriona noto una inscripción sumamente animadora en un edificio. Dice: “DESPERTAD Y CANTAD LOS QUE YACEN EN EL POLVO PORQUE ROCÍO DE LUZ ES SU ROCÍO Y LA TIERRA DEVOLVERÁ LOS MUERTOS.”—Vea Isaías 26:19.

La hora del té

Mi anfitriona había subido una lomita y había colocado la canasta del té bajo un viejo ombú. Para ella, el té realmente era mate, que se sirve caliente y se bebe aspirando de un calabacino con una bombilla, un tubo metálico que tiene un colador en un extremo. Es sumamente refrescante y barato. Al tender el mantel nítido sobre el suelo entre nosotras y comenzar a desenvolver pastelitos y otros artículos, solo noté un mate y una bombilla. ¿Esperaría que yo compartiera el suyo como se acostumbra aquí?

Como si fuera en respuesta a mis pensamientos, de la canasta salió una taza y un plato. Quizás hubo una expresión de alivio en mi rostro, porque ella se echó a reír y dijo: “Yo sabía que usted preferiría té, de modo que traje esto para usted.” Esto me llenó de ternura. ¡Era tan típico de la hermosa hospitalidad uruguaya! ¡Son tan considerados hasta en los más mínimos detalles! No perdí tiempo en mostrar aprecio por una deliciosa taza de té.

Cuando llenó de nuevo mi taza y desapareció el último de los pastelillos, pregunté: “¿Es verdad que los muertos del acorazado alemán Graf Spee están enterrados aquí en este Cementerio del Norte?” Recordaba la excitación de aquellos tiempos cuando el famoso “acorazado de bolsillo” fue acorralado por tres buques de guerra británicos en esta zona allá en 1939. Pensando que habían llegado refuerzos británicos, y no queriendo que el acorazado fuera capturado, los alemanes echaron a pique su propio barco.

“Sí, es cierto,” contestó mi amiga, y entonces pasó a explicar. En una porción de terreno cercada por siempreverdes están las tumbas de los muertos del Graf Spee. Cada una está cubierta con un montículo de tierra y tiene un marcador sencillo en la parte superior. Los alemanes de la localidad conservan estas tumbas. No se permiten flores, pero cada tumba está revestida de una enredadera siempreverde, que comúnmente se llama parra.

Pero ya es hora de irnos. Tendremos que visitar el sitio de entierro de los muertos del Graf Spee en otra ocasión, y también el horno crematorio, donde, a veces, los muertos yacen en fila esperando su turno, tal como los vivos afuera esperan su turno para tantas cosas.

La incineración es muy común en el Uruguay. En Montevideo es gratis y no tiene significado especial. Por lo general se solicita una declaración por escrito antes de que uno muera, aunque no es indispensable. Como medio práctico de disponer de los muertos y al mismo tiempo conservar espacio, habíamos visto las evidencias de que la incineración es razonable.

Al partir ahora, no podemos evitar que nos venga a la memoria la promesa tranquilizadora de Jehová de hacer volver a la vida a los muertos, a los de ellos que, desde su punto de vista misericordioso, han de recibir tal don. ¡Imagínese los centenares de miles de estos muertos que están en este cementerio que se han de levantar y que vivirán entonces mientras obedezcan a Aquel que los habrá restaurado a la vida! Sin duda disfrutarían de tomar el té en el cementerio como lo hicimos nosotras. ¡Qué maravilloso es estar vivo!

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