BIBLIOTECA EN LÍNEA Watchtower
Watchtower
BIBLIOTECA EN LÍNEA
español
  • BIBLIA
  • PUBLICACIONES
  • REUNIONES
  • g71 22/5 págs. 3-6
  • ¿Es su empleo su amo?

No hay ningún video disponible para este elemento seleccionado.

Lo sentimos, hubo un error al cargar el video.

  • ¿Es su empleo su amo?
  • ¡Despertad! 1971
  • Subtítulos
  • Información relacionada
  • Atrapados por el gigantismo
  • Prácticas faltas de ética
  • “Desuso planeado”
  • Enfermedad de la tensión
  • Saliendo de la trampa corporativa
  • ¿Qué le costará su negocio?
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1995
  • Mantenga la unidad cristiana en sus relaciones comerciales
    La Atalaya. Anunciando el Reino de Jehová 1986
  • Trabajar mucho. Cuándo es una virtud
    ¡Despertad! 1993
  • Empleados en salud son buen negocio
    ¡Despertad! 1987
Ver más
¡Despertad! 1971
g71 22/5 págs. 3-6

¿Es su empleo su amo?

“EN REALIDAD no vivimos. Simplemente existimos. Nuestra única excusa para existir es servir a nuestro empleo,” se quejó amargamente Earl.

El Sr. Kinley,a su superior que lo acompañaba en el almuerzo, asintió. “Somos esclavos. Nuestros empleos son nuestros amos.”

“Considere el registro de ventas que entregué el año pasado. ¿Y cuánto lo aprecia usted? Me dice que logre mejorarlo 10 por ciento este año.”

“Eso,” le recordó el Sr. Kinley, “es la corporación insensible que le habla por medio de mí. Mi trabajo es e-s-t-i-r-a-r la producción de los hombres.”

El hombre de mayor edad reflexionó lamentablemente que las cosas no habían sido tan impersonales, tan deshumanizantes antes de que la compañía se fusionara con la gigantesca corporación “de desarrollo.” Antes de la fusión el presidente de la compañía también era el dueño. Las relaciones tenían más base personal. Había lugar para comprensión y compasión. Pero quedaba poco de aquellos días salvo confidencias gastadas entre él mismo y unas cuantas personas como Earl. Aun estas confidencias eran superficiales. En lo recóndito el Sr. Kinley no iba a revelar sus verdaderas convicciones.

“Ahora somos parte de una corporación grande que crece,” dijo Earl, con su voz cargada de sarcasmo. “Nuestras acciones están en el mercado público. Cualquier persona que tenga dinero puede comprarnos un crédito. Invierten su dólar. Sin mover una mano quieren dos dólares de vuelta. Eso significa que nosotros sudamos para obtener más ganancias. No importa cómo, solo obtenga ganancias. La única manera en que podemos vengarnos es haciendo un producto inferior.”

Atrapados por el gigantismo

Esta conversación de la vida real entre Earl y el Sr. Kinley es común siempre que los hombres se sienten atrapados en el mundo moderno de los negocios, a menudo a corporaciones gigantescas. Es una trampa de la cual pocos parecen poder salir. Estaban, reflexionó el Sr. Kinley, sacudiendo inútilmente dos puños a la cara del Mercantilismo. Esa cara está modelada con líneas de avaricia grabadas en acero, dominada por un espíritu que definió así un ejecutivo de una gigantesca corporación norteamericana productora de acero, según lo citó Fortune: “No estamos en los negocios para hacer acero, no estamos en los negocios para construir barcos, no estamos en los negocios para erigir edificios. Estamos en los negocios para ganar dinero.”

Una sociedad en la cual el impulso central es ganancia por crecimiento produce una carrera de competencia entre los negocios, acelerándolos hacia el estado del gigantismo. Se está desvaneciendo la influencia del pequeño tendero cuya tienda era su imperio, el artesano cuya habilidad era su riqueza, el agricultor que era dueño de sus hectáreas y se bastaba en gran parte a sí mismo. “Esta es la era de la vasta corporación multimillonaria,” escribe Fred J. Cook en su libro The Corrupted Land. “Es, con más frecuencia, la era de la computadora y la automatización. . . . El resultado no solo ha sido que el individuo ha sido impulsado a una existencia corporativa, sino que la pequeña corporación ha sido metida dentro de la más grande. Este empuje irrevocable hacia la creación de estructuras de poder cada vez más aterradoras ha caracterizado a la era de después de la II Guerra Mundial.”

De 1950 a 1960 más de mil prominentes negocios norteamericanos se fusionaron. El paso aceleró durante la década de los años 60. Más de dos terceras partes de la industria estadounidense (transporte, manufactura, minería y servicios públicos) son controlados hoy por solo unos cuantos centenares de corporaciones. Solo 316 corporaciones manufactureras emplean al 40 por ciento de todos los trabajadores norteamericanos. En un mundo como ése, observa Cook, la voluntad del individuo se debilita y su conciencia se atrofia.

Para el autor Erich Fromm es una aterradora inversión del orden: “Lo que está vivo son las organizaciones, las máquinas; . . . el hombre ha llegado a ser esclavo de ellas más bien que amo de ellas.” Los hombres no llegan a ser más que dientes bien aceitados de las máquinas: “El aceitar se hace con aumento de salario, beneficios adicionales, fábricas bien ventiladas y música entubada, y por psicólogos y peritos en relaciones humanas; . . . ninguno de sus sentimientos o sus pensamientos se origina de él mismo; ninguno es auténtico. No tiene convicciones, ya sea en política, religión, filosofía. . . . Se identifica con los gigantes y los idolatra como los representantes verdaderos de sus propias facultades humanas, de las que se ha desposeído.”

Prácticas faltas de ética

Otra razón por la cual muchos hombres de negocios se sienten atrapados es la fuerte tendencia hacia las prácticas faltas de ética. De hecho, el historiador que escribió de la antigua Cartago: “Nada que resulta en ganancia se considera vergonzoso,” podría dejar que las palabras representaran al mundo de los negocios de hoy día. El Harvard Business Review, al entrevistar a 1.700 ejecutivos de negocios, descubrió que cuatro de cada siete creían que cada tercer ejecutivo de su compañía violaría un código de ética en cualquier ocasión que pensara que podría salirse con la suya. Cuatro de cada cinco admitieron que su propia empresa era falta de ética, culpable de algunas prácticas como soborno, emplear a prostitutas para los clientes, manipular los precios, presentar publicidad falta de veracidad, violaciones a leyes contra el monopolio, falsificación de estados de cuenta financieros para conseguir préstamos o crédito y entregar o aceptar restituciones secretas.

Además hay la carrera para ascender por la escalera de los puestos corporativos. Como admitió un ejecutivo de una compañía petrolera: “Hay personas en esta compañía que hacen cualquier cosa solo para adelantar.” El hacer “cualquier cosa solo para adelantar” lleva a muchas prácticas faltas de ética, que se han descrito como “trampería, sutileza venenosa y una completa falta de ética.” El libro The Corrupted Land habla de que se llevan a cabo figurativos apuñalamientos por la espalda y degüello de ejecutivos en centenares de negocios con “profesionalismo de pandilleros.”

“¿Es posible que un hombre adelante por las filas de la administración únicamente con métodos honrados, decentes?” preguntó la revista Modern Office Procedures a sus lectores ejecutivos. Casi todos respondieron: “No.”

Todo método falto de escrúpulos que se usa tiende a hacerse contagioso. Advierte Norman Jaspen, consultante sobre administración neoyorquino: “Cuando hay falta de honradez en la cúspide, se esparce hacia abajo como una enfermedad contagiosa.” Con razón los que quieren evitar una moralidad enferma se sienten atrapados.

“Desuso planeado”

Otra razón por la cual algunos hombres de negocios se sienten atrapados en su empleo es que no pueden fabricar los productos de la alta calidad que quisieran fabricar. La tendencia es hacia “desuso planeado.” Esto significa que el productor hace su producto algo inferior a propósito, pero no tan obviamente inferior. En consecuencia, el producto se acaba más pronto y hay que comprar otro. Un escritor de economía política llama esto “parte integrante de la economía norteamericana.”

La General Motors hizo que otras corporaciones se pusieran verdes de envidia cuando llevó a la industria automotriz a adoptar la norma de “desuso planeado” de cambiar modelos de autos cada año. Un crítico comentó que el precursor de los constructores de autos, Henry Ford, con su idea de construir un auto que durara años, sería “una positiva amenaza nacional hoy en día.”

Gana a toda la “empresa libre” combinada el gasto gubernamental en armas, llamado “un deleitable estimulante a la economía política en una sociedad de desperdicio porque las armas militares caen en desuso muy rápidamente y tienen que ser renovadas perpetuamente.”

El “desuso planeado” resulta en un ciclo. Los negocios estimulan la deuda, hacen más fácil el crédito para el consumidor y ponen en marcha el ciclo interminable que Business Week llamó “Pida prestado. Gaste. Compre. Desperdicie. Hállese necesitado.”

El Sr. Kinley afrontaba un dilema personal. Estaba disgustado y cansado de su empleo. La administración superior pasaba completamente por alto sus súplicas contra inundar el mercado con mercancía de clase inferior. Desde que la compañía se había fusionado en el conglomerado corporativo la presión para estirar el rendimiento de los hombres y henchir la producción solo se había intensificado. La mayoría de los hombres que lo rodeaban eran del tipo conformista, que se entregaban a la ética corporativa como los patos al agua, hambrientos de progreso. ¿Cómo se defiende un hombre contra una fuerza corporativa abrumadora, despiadada, impersonal que usa y desangra y desecha a los hombres?

¿Qué alternativa había? Mientras la compañía había sido pequeña e independiente era posible en unos cuantos casos que, a medida que un hombre envejecía, podía retirarse a la seguridad de un puesto fijo, tranquilo, al cual difícilmente aspiraban los hombres más jóvenes. Pero ahora había un cuadro de la corporación que pendía en la oficina del gerente general, un cuadro en forma de pirámide. Cada puesto era un bloque en esa pirámide, un escalón sobre el cual los hombres más jóvenes, más fuertes, más capaces siempre estaban ansiosos de subir.

Enfermedad de la tensión

En el fondo el Sr. Kinley sabía que su sistema nervioso le estaba dando señales clamorosas de “crisis.” Los hombres de negocios que hacen alarde de sus úlceras como condecoraciones de honor tienen un eufemismo para ellas... la “tensión.”

¿Qué ayuda podría conseguir del psicólogo de la compañía? El Sr. Kinley sabía lo que le aconsejaría: “Deseche sus escrúpulos y participe en el juego de los negocios según sus propias reglas.” En su libro Business as a Game Albert Z. Carr dice: “A los hombres cuyas decisiones y acciones económicas están sobrecargadas de sentimientos personales se les hace difícil aguantar la tensión de los negocios.” Aconseja a los hombres de negocios que guarden sus escrúpulos para la vida cotidiana, porque “la estrategia de los negocios se diferencia agudamente de los ideales de la vida privada.” Andrew M. Hacker, en un artículo intitulado “La hechura de un presidente [de corporación]” concuerda: “Sus superiores notarán la manera en que él responde a este desafío [de excusar un producto inferior].” El hombre que sea demasiado escrupuloso para “participar en el juego” no solo difícilmente llegará a ser presidente, sino que, como agrega Carr: “Será afortunado si retiene algún empleo ejecutivo y se las arregla para evitar la enfermedad que produce la tensión.”

Ejecutivos afligidos, a través de sus años treinta y cuarenta, si han sobrevivido, han competido en un mundo que exige logro. El constante impulso asertivo los impele a un paso que con el tiempo domina su entera personalidad. Entonces, al entrar en sus años cincuenta no pueden disminuir la velocidad, descansar, ajustarse al proceso de la vejez. Los que no pueden enfrentarse a la realidad, dice el profesor William E. Henry, de la Universidad de Chicago, “literalmente corren a la muerte.”

Los negocios modernos a menudo impulsan a los hombres incesante e implacablemente a un remolino de actitudes destructivas dentro de ellos... temor, odio, cólera, celos, sospecha, frustración, envidia, culpa, inseguridad, duda de sí mismo.

El Sr. Kinley no solo estaba tenso, nervioso e irascible, sino, lo peor de todo, agotado. Un sobrante de agotamiento se formaba desde el lunes hasta que, para el fin de semana, necesitaba el sábado y el domingo sólo para recuperarse.

Saliendo de la trampa corporativa

Pero a los cincuenta y cuatro años de edad, ¿qué oportunidad tenía de hallar empleo en otro lugar? ¿Dónde podría hallar un puesto que remunerara tan bien en dinero, prestigio y beneficios? Es verdad que había competidores que gozosamente emplearían a un hombre de su madurez y cualidades si les ayudara a ganar ventaja sobre la compañía para la cual trabajaba ahora. Pero eso querría decir subir tan duro o más duro en la pirámide corporativa de ellos.

Primero tenía que decidir —y conciliar el pensamiento de su familia también con ello— que el alivio de la presión del trabajo podría ser una comodidad que uno comprara y por la cual pagara. ¿El costo? Posiblemente una norma de vida reducida. El dinero ya no tendría que ser la única vara para medir los valores.

El Sr. Kinley sabía que el obtener un punto de vista sensato del dinero es importante. La Biblia lo había expresado claramente: “El amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales, y haciendo esfuerzos por realizar este amor algunos han sido descarriados de la fe y se han acribillado con muchos dolores.”—1 Tim. 6:10.

El Sr. Kinley percibió que si quería vivir mucho más tenía que efectuar un cambio. Algo en su propio cuerpo y mente le estaba diciendo lo mismo que había concluido un estudio efectuado por el Centro Médico de la Universidad Duke: la satisfacción en el trabajo es uno de los factores más vitales para una larga vida.

Una semana después de aquella hora de almuerzo con Earl, el Sr. Kinley tranquilamente presentó su renuncia.

Dentro de dos meses desde entonces estaba trabajando de tres a cuatro días a la semana como consultante independiente sirviendo a compañías más pequeñas en su campo. No estaba ganando tanto dinero como antes. Había perdido algunos valiosos beneficios adicionales, como el seguro de grupo. Era el precio que estaba pagando por el alivio de la presión del trabajo. ¿Valía la pena?

En su propia mente, Sí. “Siento una felicidad interior infinitamente superior. Me salí de la trampa de la corporación. Ahora tengo tiempo para aficiones, para estudio y meditación, tiempo para ejercitar mi propio pensar. Ahora trabajo para vivir. Espero que nunca más tenga que vivir solo para trabajar.”

Este relato de la vida real de un hombre de negocios pone la pregunta ante usted: ¿Es su empleo su amo?

[Nota]

a Los nombres de este relato de la vida real de un hombre de negocios norteamericano han sido cambiados.

    Publicaciones en español (1950-2025)
    Cerrar sesión
    Iniciar sesión
    • español
    • Compartir
    • Configuración
    • Copyright © 2025 Watch Tower Bible and Tract Society of Pennsylvania
    • Condiciones de uso
    • Política de privacidad
    • Configuración de privacidad
    • JW.ORG
    • Iniciar sesión
    Compartir