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¡Despertad! 1971
g71 8/9 págs. 12-14

La sabiduría de Dios al tratar con el hombre

CUALQUIERA que examina imparcialmente la evidencia reconoce sin dificultad alguna la sabiduría sobresaliente que se manifiesta en las obras de la creación. Estas ciertamente revelan que Jehová es el Científico Magistral del universo. Sin embargo, la ciencia física no es todo lo que se puede llamar sabiduría. La ciencia según se ha desarrollado en el mundo ha desplegado tecnológicamente la sabiduría del hombre. Pero se ha encontrado que el mundo carece tristemente de sabiduría en el campo de las relaciones humanas.

Considerando la condición lastimera actual de la humanidad, algunas personas se ven obligadas a preguntar: ¿Está el problema más allá de la sabiduría de Dios, como ha resultado estar más allá de la del hombre? Si no, ¿por qué, durante casi 6.000 años de historia humana, han sido tan aflictivas las condiciones?

Job, un siervo de Jehová, relató la exhibición de poder y sabiduría sin par de Dios en el campo de la ciencia natural, y entonces exclamó: “¡Miren! Estos [solo] son los bordes de sus caminos, ¡y qué susurro de un asunto se ha oído acerca de él!” Sí, maravillosa como se manifiesta la sabiduría de Dios en la creación, es solo un reflejo muy leve de la sabiduría ilimitada del Dios sapientísimo. Después de hacer esta exclamación, Job procedió a relatar los actos de sabiduría de Dios al tratar con el hombre.—Job 26:14.

Se propuso administración justa

Si alguien pone en tela de juicio la sabiduría de Dios en sus tratos con el hombre durante los pasados sesenta siglos de historia, lo que es justo hacer es examinar el registro histórico. Si la persona es sincera, encontrará que esto es especialmente galardonador, porque podrá descubrir en ello el desenvolvimiento del propósito de Dios de establecer una administración que gobierne los asuntos de la Tierra con justicia.—Efe. 1:8-10.

A fin de obtener la perspectiva correcta, primero tenemos que comprender que Dios ve las cosas con un punto de vista mucho más amplio que el hombre, con un alcance mucho mayor de tiempo y espacio. Su profeta lo describe como “Uno que mora por encima del círculo de la tierra, los moradores de la cual son como saltamontes.” (Isa. 40:22) En sus tratos con el hombre, el Dios perspicaz siempre mantiene enfocado el llevar a cabo su propio propósito justo.

Dios va a gobernar a la humanidad en paz y unidad. Ha hecho al hombre con libre albedrío, y no obliga a nadie a servirle. Él se propone reunir bajo su administración a todos los que reconozcan y amen Su soberanía. Por lo tanto, para establecer un fundamento para un mundo entero de humanidad que le sirviera, Dios tenía que suministrar un conocimiento de las normas y principios de su administración justa y cómo opera. De más importancia, los hombres necesitaban un conocimiento de Dios mismo y de sus cualidades.—Juan 17:3.

Pero Jehová es un Dios invisible. Por eso, ¿cómo haría que hombres de carne y sangre entendieran estas cosas en su corazón? No por un simple despliegue de poder, hablando en tonos atronadores desde el cielo. No por simples declaraciones o aseveraciones por medio de ángeles o profetas. No, Dios revelaría sus principios y cualidades teniendo tratos con la gente, con el atractivo afectuoso de la experiencia humana. ¡Cuánto más instructivo, convincente y conmovedor es no solo oír y leer las declaraciones o discursos de Dios según fueron registrados por hombres fieles, sino, adicionalmente, ver en el imborrable registro histórico la prueba de lo que dijo! ¿Qué revela ese registro?

Desde el tiempo de Adán hasta el Diluvio, un período de aproximadamente 1.656 años, Dios no intervino para corregir los asuntos humanos. Adán se había removido él mismo desobedientemente del servicio de Dios, acarreando pecado e imperfección a sus hijos, con desobediencia resultante de parte de la mayoría. Pero Dios dejó que los hombres fueran por el camino desobediente que habían escogido. Así dejó que hicieran un registro que subsiste como prueba de la incapacidad de los hombres para gobernarse ellos mismos. (Jer. 10:23) Finalmente, por medio del Diluvio, Dios intervino porque la violencia había llegado a ser extremada, pero conservó vivos a los que reconocieron su soberanía.—Gén. 6:11-13, 17-20.

Desde el registro más temprano, entonces, vemos que Dios ha tenido un propósito definido en todo lo que ha hecho. Al mismísimo principio declaró su propósito de librar a la humanidad cuando prometió la ‘descendencia de la mujer,’ que destruiría a Su adversario semejante a serpiente y a los que le sirven.—Gén. 3:15.

Sin embargo, Dios, aunque tiene el poder para hacerlo, jamás obra arbitrariamente. Antes de obrar pone un fundamento sólido. Por ejemplo, al ejecutar juicio, da amplia advertencia de antemano. (Eze. 3:17-21; Amós 3:7) Además, deja que las condiciones progresen hasta el grado en que es obvio que se necesita esa acción, y que no hay razón legal o moral para demorarla más. Esto lo ilustraron los 1.656 años antes del Diluvio y más tarde el hecho de que pacientemente se retuviera de destruir a Sodoma y Gomorra, y a los cananeos (entre los cuales eran prominentes los amorreos).—Gén. 18:20, 21; 15:13-16.

Un fundamento para la fe

En armonía con ello, Dios colocaría un fundamento para su administración de los asuntos de la Tierra bajo la “descendencia” prometida. El colocar este fundamento requeriría tiempo. Pero al hacerlo, Dios suministraría estas cosas necesarias: (1) una base firme para fe en la administración que proveería, (2) un conocimiento de los principios de su gobierno, (3) un conocimiento de sus cualidades como Gobernante Universal y (4) una identificación segura e inequívoca de la “descendencia,” Aquel que sería el Libertador de la humanidad y el Rey que regiría en el nombre de Jehová.—Gál. 3:24.

El conocer este hecho de que la administración del mundo en justicia por Jehová sería un acontecimiento futuro, en un tiempo preordenado por él, nos ayuda a entender ciertos actos suyos. Escogió a una nación como demostración viva de sus principios y tratos. Así Jehová se reveló él mismo y reveló sus maravillosas cualidades de justicia, sabiduría, amor y misericordia al castigar alternadamente a Israel por sus pecados y demostrar gran paciencia para con ellos siempre que se arrepentían. (Isa. 65:2; Rom. 10:21) Además, la historia de los israelitas demuestra lo que sucede cuando las leyes sabias y justas de Dios se obedecen o se desobedecen; mientras que la historia mundial revela lo que les resulta a los que viven sin su ley.—1 Cor. 12:2; Efe. 4:17-19.

Por lo tanto, no fue la justicia ni la obediencia de esa nación lo que Dios estaba demostrando, porque llegó a ser sumamente obstinada y rebelde. (Deu. 9:4-6) Más bien, fue como Moisés dijo en su discurso de despedida a Israel: “Miren, les he enseñado disposiciones reglamentarias y decisiones judiciales, . . . Y tienen que guardarlas y ponerlas por obra, porque esto es sabiduría de parte de ustedes . . . ante los ojos de los pueblos que oirán acerca de todas estas disposiciones reglamentarias y ciertamente dirán: ‘Esta gran nación sin duda es un pueblo sabio y entendido.’ Porque ¿qué gran nación hay que tenga dioses cercanos a ella de la manera que lo está Jehová nuestro Dios en todo nuestro invocarlo? ¿Y qué gran nación hay que tenga disposiciones reglamentarias y decisiones judiciales justas como toda esta ley que estoy poniendo delante de ustedes hoy?”—Deu. 4:5-8.

Israel había sido escogida, más bien que alguna otra nación, debido al amor de Dios a Abrahán. (Deu. 7:7, 8; 2 Rey. 13:23) Unos 400 años después del Diluvio, Jehová vio que Abrahán era un hombre que nunca dudaba de lo que Dios decía, que mostraba obediencia sin disputas. (Gén. 15:1, 6; Rom. 4:18-22) Abrahán obedeció según el conocimiento que había recibido acerca de Dios y sus tratos con Noé y Sem, antepasados de Abrahán. En consecuencia, su prole por medio de su esposa fiel Sara recibió la singular bendición de ser el pueblo en pacto con Dios, usado para su propósito.

Las otras naciones siguieron su propio camino de autonomía y desobediencia a Dios. Dios les dejó disfrutar del sol y la lluvia, y el fruto de la tierra, pero Dios no entró en tratos con ellas, y no intervino en sus asuntos salvo cuando tocaron los asuntos de su nación escogida. (Deu. 32:8) Aun entonces, la intervención de Dios no fue porque Israel lo mereciera, sino a causa de su propósito justo. Cuando, por ejemplo, Balac el rey de Moab empleó al profeta Balaam para maldecir a Israel, Dios hizo imposible que Balaam expresara una maldición que permitiera a Balac destruir a Israel, porque Dios estaba usando a Israel para su propósito.—Núm. 22:12; 24:10.

Pero Jehová no había olvidado a las otras naciones. Mientras trataba exclusivamente con Israel, estaba desarrollando un propósito para bendecir más tarde a estas naciones, aunque ellas ignoraban este hecho.

Ninguna injusticia de parte de Dios

Nadie puede quejarse porque Dios escogió a una sola nación para suministrar este fundamento para nuestra fe y entendimiento hoy. Es cierto que durante este período Israel fue bendecida por encima de las otras naciones. Pero, por haber sido colocado sobre ella el nombre de Jehová, esa nación también afrontó una responsabilidad muy fuerte que las otras naciones no llevaron. Israel tuvo que rendir cuentas directamente a Dios. El pueblo fue disciplinado severamente por Jehová cuando pecó, sufriendo plagas, cautiverio y, finalmente, debido a desobediencia sin arrepentimiento, la desolación de su tierra.—Deu., cap. 28.

Así se desplegó la sabiduría asombrosa de Jehová Dios al hacer un registro vivo. Su sabiduría también se manifestó por la manera en que conservó la verdad encomendándola a aquella única nación y disciplinando a aquella nación y manteniéndola junta bajo su pacto de la Ley, mientras que las otras naciones, bajo el régimen del hombre, continuamente servían a dioses falsos de su propia hechura.—Sal. 96:5; 115:2-8; Rom. 3:1, 2.

Pero todos los tratos de Jehová señalan unidamente a su más excelente don para la humanidad. Esa es su provisión de la Descendencia, el Rey de la administración de Dios para la Tierra, que significará vida para todos los hombres obedientes. (Hech. 17:30, 31) ¡Cómo resplandece la sabiduría de Dios al suministrar una identificación inequívoca del Mesías en la genealogía, la cronología y las profecías de las Escrituras Hebreas! (Juan 5:39; Rev. 19:10) Además, el registro histórico no solo da consuelo y esperanza sino que también sirve como guía para la vida actual, porque suministra modelos así como ejemplos a “nosotros a quienes los fines de los sistemas de cosas han llegado.”—1 Cor. 10:11; Heb. 10:1.

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