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g71 22/9 págs. 16-19

Ecos de la Guerra de los Treinta Años de la cristiandad

A ALGUNAS personas se les hace difícil entender cómo podrían estar peleando católicos y protestantes en este siglo veinte. Si usted es una de las personas a quienes se les hace difícil comprender eso, eche un vistazo a un poco de historia para una explicación. Por ejemplo, la Guerra de los Treinta Años que asoló a Alemania en el siglo diecisiete (1618-1648) es muy reveladora en cuanto a esto.

El preludio

Fue el 31 de octubre de 1517, ó 101 años antes de que comenzara la Guerra de los Treinta Años, cuando Martín Lutero clavó sus noventa y cinco tesis en la puerta de una iglesia católica en Wittenberg, Alemania. Esa Reforma engendró una serie de conflictos que se extendieron por muchos años. Finalmente, pareció que las cuestiones políticas habían sido zanjadas por el Tratado de Passau en 1552, y entonces en 1555 el Tratado de Augsburgo abordó las cuestiones religiosas. Carlos V, emperador español del Santo Imperio Romano, y enconado enemigo del protestantismo, al no poder borrar el luteranismo por fraude y fuerza, se vio obligado a hacer las concesiones que representaron estos tratados.

Entre las concesiones que ganaron los príncipes luteranos en el tratado de paz religiosa de Augsburgo hubo ciertas libertades religiosas: cada príncipe podía escoger la religión para su propio país. Cualquiera que no concordara con la religión de su príncipe podía mudarse a un país cuyo príncipe tuviera la misma religión que él. Además, luteranos llegaron a ser miembros del tribunal imperial de justicia. Se prohibió el proselitismo, y se concordó en que cuando un obispo o abad cambiara su religión la Iglesia Católica retenía el título de su propiedad.

En una zona de Renania, como resultado de este tratado, la gente se vio obligada o a cambiar de religión cuatro veces sucesivas o mudarse al territorio de otro príncipe. Otra debilidad de este tratado fue que no se hizo provisión en él para los protestantes que no eran luteranos, como los calvinistas; de esto tanto los luteranos como los católicos tuvieron culpa.

Carlos V, que había sido emperador desde 1519, se retiró a un monasterio en 1556, un año después del Tratado de Augsburgo, y murió dos años después. Después de él vinieron varios emperadores de Habsburgo que no se inclinaban a combatir la diseminación del protestantismo. Hasta parece que uno de ellos le mostró bastante favor.

Pero entonces, como dice la New Catholic Encyclopedia, tomo 14, pág. 98, “los Habsburgos austriacos, animados por los jesuitas, capuchinos y el celo español, fomentaron una norma militante de conquista y conversión religiosas. . . . En 1618, cuando los estados bohemios acusaron al gobierno imperial de violar sus derechos soberanos y privilegios [religiosos], por la fuerza lanzaron a los emisarios imperiales por la defenestración de Praga, proclamando así su rebelión contra el régimen de Habsburgo.” Esto fue lo que sucedió: Los representantes bohemios lanzaron por la ventana a los más insolentes y arrogantes emisarios del emperador... una manera de expresar protesta conocida como “defenestración.” Aunque cayeron de unos dieciocho a veintiún metros de altura, sufrieron poco daño, ya que parece que fueron a dar sobre un montón de estiércol blando. Pero este acto en particular encendió la mecha de la Guerra de los Treinta Años en Alemania entre los católicos y los protestantes.

Las fases bohemia y danesa

Los bohemios se alzaron en armas y al principio tuvieron bastante éxito, pues derrotaron al ejército imperial. Hasta escogieron a su propio rey, Federico V... un paso mal aconsejado que resultó desastroso. El rey católico Fernando II, a quien habían rehusado reconocer, fue hecho emperador del Santo Imperio Romano, y esto le hizo posible reunir fuerzas que pronto sofocaron la rebelión bohemia. Él tenía el temperamento para precisamente aquel tipo de guerra, pues había sido educado por los jesuitas. Para él la voz de un jesuita o un monje era la voz de Dios y francamente declaró que preferiría regir sobre un desierto antes que sobre una tierra hereje. Como señaló cierto historiador, casi logró convertir en desierto a Alemania pero no logró eliminar la ‘herejía.’ Se apresuró a instituir una norma de “sentencias de muerte, encarcelación y confiscación de tierras” por las cuales “erradicó la oposición rebelde y debilitó la fuerza protestante.”—New Catholic Encyclopedia.a

La fase bohemia duró de 1618 a 1620. Entonces vino Cristián IV, rey de Dinamarca, en defensa de los protestantes. Temiendo al momento tanto una dominación religiosa como política por la casa católica de Habsburgo, entró en Alemania con sus ejércitos para oponerse a esta doble amenaza. Sin embargo, tal como les sucedió a los bohemios, sus victorias duraron poco. El conde Tilly, el hábil general a la cabeza de los ejércitos de la Liga Católica (que se había formado para oponerse a la Unión Protestante), y el general Wallenstein, quien con sus mercenarios fue contratado por Fernando II, pudieron asestar al rey Cristián tan decisivas derrotas que se alegró de pedir paz y retirarse a su propio país. Esta fase danesa de la Guerra de los Treinta Años duró de 1625 a 1629.

Estas victorias sobre los protestantes envalentonaron a Fernando II a expedir el Edicto de Restitución en 1629. “Este comprensivo zanjamiento religioso,” nos dice la autoridad católica supracitada, “representó el colmo de la reacción católica.” Les robó a los protestantes todo lo que habían obtenido con dificultad durante los ochenta años anteriores. Fue retrasar el reloj de la libertad con venganza, y Fernando II lo consideró un paso importante en su meta inspirada por los jesuitas de exterminar la Reforma. Sin embargo, esto no se hizo sin contrarreacción. Algunos de los príncipes protestantes, que habían sido indiferentes a la causa protestante hasta ahora, percibieron el verdadero peligro a que se encaraban.

Gustavo Adolfo al rescate

El siguiente individuo que emprendió la defensa de la causa del protestantismo alemán en esta guerra que habría de durar treinta años fue el rey sueco Gustavo Adolfo, un genio militar. Entró en el conflicto después que éste había ardido por doce años y lo hubiera hecho antes si no hubiera estado en guerra con los polacos. Llegó en junio de 1630 con un ejército pequeño pero bien disciplinado de 15.000 suecos. En armonía con sus convicciones religiosas, se arrodilló para orar al llegar a suelo alemán y requirió que su ejército se dedicara a la oración pública dos veces cada día.

Al principio encontró muy poca cooperación, pues los príncipes alemanes lo consideraron con indiferencia, envidia o temor. Pero con la caída de la ciudad de Magdeburgo (que Gustavo pudiera haber impedido si ciertos príncipes alemanes no se hubieran opuesto a él) comenzó a conseguir alguna cooperación. Al principio Fernando II solo mostró desprecio a Gustavo, y lo llamó con escarnio el “Rey de Nieve” que pronto se derretiría cuando llegara a climas más calurosos, pero más tarde se vio obligado a revisar la opinión que tenía de este “Rey de Nieve.” El rey sueco, en virtud de su habilidad militar y su ejército cabalmente disciplinado, fue ganando una victoria tras otra. En una de estas batallas el general más hábil del emperador, el conde de Tilly, fue muerto violentamente.

Con anterioridad Fernando II había despedido a su general Wallenstein a petición de sus príncipes que se quejaban en cuanto a la manera en que los mercenarios de Wallenstein estaban devastando sus tierras; aquellos mercenarios saqueaban las tierras de amigos y enemigos por igual. Pero ante los triunfos de Gustavo, el emperador Fernando se vio obligado a volver a llamar a Wallenstein, que ahora exigió tan altas condiciones que se dijo que él llegó a ser el amo, y el emperador su siervo. Sin embargo, hábil como era Wallenstein, él también fue derrotado por Gustavo, pero en una batalla subsiguiente Gustavo perdió la vida.

El crimen contra Magdeburgo

Magdeburgo literalmente significa la aldea o ciudad de la doncella. Era una ciudad de protestantes que estaban orgullosos de su registro. Repetidas veces habían rechazado ataques por fuerzas católicas; hasta habían resistido un sitio por todo un año durante el reinado del emperador católico Carlos V. Ahora, casi un siglo después, hicieron escarnio de las demandas de los generales del emperador de que se rindieran. Confiaban en que Gustavo pronto los socorrería. Pero el general Tilly y Pappenheim hicieron que sus fuerzas tomaran por asalto la ciudad, después de haber sido sitiada por un mes, y cayó. Sin embargo, parece que las condiciones que existían dentro de la ciudad misma tuvieron que ver con su caída.

Acerca de la caída de Magdeburgo, el historiador alemán Federico Schiller escribió: “Aquí comenzó una escena de horrores para los cuales la historia no tiene lenguaje, poesía ni lápiz. Ni niñez inocente, ni vejez desvalida; ni juventud, sexo, rango, ni belleza pudieron desarmar la furia de los conquistadores. Abusaron de las esposas en los brazos de sus esposos, de las hijas a los pies de sus padres; y el sexo indefenso fue expuesto al doble sacrificio de la virtud y la vida. . . . En una sola iglesia cincuenta y tres mujeres fueron halladas decapitadas. Los croatas se divertían arrojando niños a las llamas; los valones de Pappenheim dando estocadas a los infantes al pecho de la madre.”

Cuando unos oficiales de la Liga Católica, horrorizados por lo que veían, le recordaron al general Tilly que podía ordenar un paro a estas atrocidades, él contestó: “Regresen en una hora. . . . Veré lo que puedo hacer; el soldado debe tener algún galardón por sus peligros y afanes.” Para limpiar las calles, más de seis mil cuerpos fueron arrojados al río Elba, y un número mucho mayor de cuerpos fue consumido por las llamas. Las llamas detuvieron el saqueo y la matanza... pero solo por un tiempo. Se calcula que el número total que pereció fue de 30.000.

Lo que el historiador Trench dice acerca de la Guerra de los Treinta Años fue especialmente cierto del crimen contra Magdeburgo: “De veras fue la más amarga ironía de todas, que esta Guerra, que según las afirmaciones iniciales se libraba por los más elevados objetivos religiosos, para la gloria de Dios y para los intereses más elevados de su Iglesia, fuese señalada en poco tiempo por un más desvergonzado pisoteo de todas las leyes humanas y divinas, deshonrada por ultrajes peores y más inicuos contra Dios, y contra el hombre, la imagen de Dios, que probablemente cualquier guerra que haya visto la cristiandad moderna.”

Más y más política

Gustavo, en unos dos años, de 1630 a 1632, logró cambiar la situación a favor de los protestantes; después de eso su causa ya no fue una causa perdida. Pero solo porque la Francia católica vino en ayuda de los protestantes. ¿Cómo? Porque el cardenal Richelieu, el poder detrás del trono en Francia, estaba resuelto a no dejar que la Casa de Habsburgo dominara a Europa. De modo que ahora la religión pasó al fondo y las consideraciones políticas se hicieron cada vez más prominentes. En estos años se presenciaron las peores fases de la guerra. Ambos lados se dedicaron a saquear. Las condiciones de hambre se hicieron tan malas que se esparció el canibalismo, a las tumbas les robaban sus recién enterrados, a las horcas les robaban sus víctimas, niños y presos desaparecían misteriosamente. Para rematar, la peste arrolló el país. La guerra no solo empobreció mucho a Alemania, sino que también redujo la población de unos 30 millones a unos 12 millones.

Con razón de vez en cuando cada lado se cansaba de pelear y mostraba señales de estar dispuesto a negociar. Finalmente estas negociaciones resultaron en el Tratado de Westfalia. Francia y Suecia, habiendo sido victoriosas en gran parte, tuvieron la concesión de la mayor parte de sus deseos en los términos de paz. Francia se encargó de obtener ciertos territorios que codiciaba grandemente, y los suecos, aunque obtuvieron algunas ventajas territoriales, estaban principalmente interesados en los beneficios religiosos. Principalmente como resultado de sus esfuerzos el tratado concedió libertad religiosa a muchísimos que no habían disfrutado de ella antes. Así, los calvinistas y otros protestantes recibieron los mismos derechos que los luteranos, derechos que hasta sobrepasaron los que había concedido el Tratado de Augsburgo y que habían sido anulados por el Edicto de Restitución de 1629 de Fernando.

La cristiandad tan anticristiana como siempre

Pero, ¿es todo esto meramente historia interesante? No, porque tiene que ver con acontecimientos actuales. Hoy en Ulster, Irlanda, hay individuos que afirman ser cristianos, católicos y protestantes, odiándose y matándose unos a otros. La revista Time del 13 de julio de 1970 informó: “Una cobertura de cólera pendía sobre Ulster la semana pasada después de las más feroces batallas que se han producido entre católicos y protestantes en ocho meses. Además de los siete muertos, por lo menos 250 personas resultaron heridas o lastimadas, hubo destrucción, por bombas, de tiendas y tabernas y se volcaron autobuses para hacer barricadas.” Y un oficial de primer rango de Ulster dijo, según se le citó en U.S. News & World Report del 26 de octubre de 1970: “Este país es ingobernable. Nadie concuerda en lo que se debe hacer. Ulster es una paradoja... un lugar pequeño, insignificante, pero diabólicamente difícil de gobernar.” ¡Y casi todos los de ese lugar afirman ser cristianos, católicos o protestantes!

Por todo el resto del mundo, también, la cristiandad desmiente por sus frutos su afirmación de ser cristiana. El crimen y la violencia esparcidos, la corrupción política y la avaricia corporativa, la afición a las drogas y la moralidad relajada se ven por todas partes. Y en particular las guerras entre los que afirman ser cristianos desmienten su afirmación de ser seguidores de Jesucristo. Jesús dijo: “En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre ustedes mismos.” Claramente cuantos pelean con armas carnales no son seguidores de Jesucristo, el Hijo de Dios.—Juan 13:34, 35.

[Nota]

a Dice un historiador: “Veintisiete de los principales nobles protestantes fueron decapitados en Praga en un solo día; a millares de familias se les despojó de toda su propiedad y se les desterró; las iglesias protestantes fueron dadas a los católicos, los jesuitas se apoderaron de la universidad y las escuelas . . . La fe protestante casi fue borrada de todo el dominio austriaco . . . ¡Se calcula que tan solo la propiedad que confiscó Fernando II en Bohemia era de cuarenta millones de florines!”—History of Nations, Germany—Taylor y Fay, págs. 270, 271.

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