¿Puede corregirse el problema?
¿PUEDEN corregirse los déficits de la balanza de pagos estadounidense? ¿Qué encierra el futuro para los sistemas monetarios del mundo?
Para corregir el déficit, los Estados Unidos tendrían que efectuar cambios fundamentales en su modo de vivir. Eso tendría que incluir marcadas reducciones en el gasto militar. Esto significaría reducir las concentraciones de tropas por todo el mundo, o por lo menos hacer que otros países pagaran por ellas. Pero ambas cosas son difíciles de hacer.
Una sugerencia, dada en mayo de 1971, de que para ahorrar dinero se disminuyera la cantidad de más de 300.000 soldados de los Estados Unidos y sus 200.000 dependientes en Europa produjo estallidos de ira de parte de la administración. Las consideraciones que tenían que ver con la política salieron vencedoras. A pesar del gran desangramiento de dólares, los soldados y sus dependientes permanecerían allá por ahora.
Un campo donde se está reduciendo el número de soldados es en Asia y el Pacífico. De muchas zonas allá se están retirando tropas, incluso de Vietnam.
Un dilema
Además de hacer mayores reducciones en lo militar, los Estados Unidos tendrían que hacer que menguara la inflación para que los precios no siguieran subiendo. Precios más bajos harían que sus productos presentaran más competencia en el comercio mundial.
Pero a menudo el hacer eso resulta en que se afloje el paso en los negocios, y haya más desempleo. Eso fue lo que sucedió en 1970 cuando se trató de reducir la inflación, que ascendía vertiginosamente. Se aumentó la tasa de los intereses para hacer más difícil conseguir dinero. Se redujo algo del gasto gubernamental y de los negocios. Todo esto ayudó a efectuar un retroceso en la economía y más desempleo. Ningún partido político en el poder desea eso.
Por consiguiente, los Estados Unidos se encuentran ante un dilema. Para reducir la salida de dólares y el déficit, tienen que corregir la inflación dentro del país. Pero eso hace que la economía afloje el paso y encoleriza a millones de norteamericanos. Es por eso que al retroceso se le considera mayor mal, políticamente, que el que otros países se encolericen. Esos países no votan en las elecciones estadounidenses.
Por otra parte, el estimular los negocios norteamericanos para evitar o corregir un retroceso por lo general agita la inflación. Se disminuye la tasa de los intereses para que se pida prestado y se use más dinero. El gasto de parte del gobierno y de los negocios aumenta. Siendo más fácil obtener dinero, la gente gasta más. De modo que se produce mayor demanda de mercancías, lo que requiere más producción, lo cual a su vez significa más trabajos. Pero después los precios tienden a subir, lo cual hace más costosos los productos estadounidenses, y éstos presentan menos competencia en el comercio mundial.
Cuando hay mayor prosperidad, la gente por lo general gasta más dinero en todo, incluso en productos extranjeros. Y es más probable que pasen sus vacaciones en el extranjero. Todo esto empeora la balanza de pagos. Debido a este dilema el presidente de la Reserva Federal, Arthur Burns, hizo notar que la situación financiera estadounidense es tan frágil que dudaba que pudiera sobrevivir otro auge comercial ahora mismo.
Las perspectivas
¿Qué perspectivas hay de que se haga algo para detener los déficits? Algunos funcionarios gubernamentales tienden a ser optimistas.
Sin embargo, muchos economistas privados no tienen ese punto de vista. El Dr. Roy Reierson, economista principal del Bankers Trust, declara: “Los Estados Unidos tienen que reducir el déficit de su balanza de pagos para que el abastecimiento de dólares casi iguale la demanda de dólares por tenedores privados y oficiales del extranjero. Los Estados Unidos no han estado haciendo esto y poco se puede esperar que lo hagan.”
Un economista hizo notar que en el pasado sucesivos secretarios de Hacienda han prometido acabar con los déficits en unos cuantos años, pero jamás han cumplido sus promesas. En cambio, los déficits han aumentado velozmente. De modo que el problema básico de lograr una balanza o equilibrio que funcione entre las naciones occidentales y los Estados Unidos sigue sin ser resuelto en la actualidad.
Debido a esto, Myers’ Finance Review del Canadá advierte: “El mundo se está acercando a una crisis monetaria que abarcará a toda moneda existente.” Y un banquero europeo dice: “Podríamos salir con el peor desorden monetario desde los años 30.”
Sí, hasta el respetado economista francés Jacques Rueff, aunque simpatiza con los problemas del dólar estadounidense, declaró: “Temo que el problema ya no se puede controlar, y que la balanza de pagos se restaurará solo por una consolidación forzada —es decir, bancarrota— como en 1931.”
Aunque se logre mejoramiento temporal, ¿qué hay de las perspectivas a largo plazo? ¿Podría nuevamente ser sacudido el mundo por un desorden monetario como la Gran Depresión de los años treinta?
¡En realidad, con certeza habrá un desorden mucho mayor! Todo sistema fundado en intereses egoístas siembra las semillas de su propia destrucción. Si se le diera suficiente tiempo, el presente sistema económico mundial, basado en intereses nacionales e individuales egoístas, se derrumbaría, como la historia muestra que muchos otros se han derrumbado.
Sin embargo, el fin de los sistemas económicos actuales no vendrá sencillamente a causa de su codicia. ¡Su fin vendrá debido a intervención divina! De nuestro tiempo la profecía bíblica declara lo siguiente: “En los días de aquellos reyes el Dios del cielo establecerá un reino que nunca será reducido a ruinas. Y el reino mismo no será pasado a ningún otro pueblo. Triturará y pondrá fin a todos estos reinos, y él mismo subsistirá hasta tiempos indefinidos.”—Dan. 2:44.
Así, todos los gobiernos actuales, junto con sus sistemas económicos, habrán de ser triturados hasta ser finiquitados por el poder de Dios. Por lo tanto, los asuntos del hombre ya no serán controlados por intereses políticos y financieros egoístas. Serán controlados por una administración justa, un gobierno celestial de Dios, que buscará el beneficio duradero de la humanidad en todo campo, incluso el económico. Dios ha prometido establecer una administración de esa índole para la bendición duradera de todos los que aman la justicia.—Efe. 1:8-10.
¿Se beneficiará usted de esa administración? Eso depende en sumo grado de lo que haga ahora por aprender en cuanto a ella y poner su vida en armonía con los requisitos de Dios, el Creador de ésta.