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  • Dragones voladores del cielo
  • ¡Despertad! 1972
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¡Despertad! 1972
g72 8/9 págs. 24-27

Dragones voladores del cielo

DURANTE los calurosos días de a mediados del verano, el aire sobre los campos y los estanques se convierte en el escenario de algunos de los más asombrosos voladores del reino de los insectos... las libélulas.

Uno puede ver a las libélulas, con sus dos pares de alas largas resplandeciendo a la luz del sol, cruzar como relámpago de un lado a otro, hacer el rizo, girar y lanzarse en picada a voluntad. En un instante alzan el vuelo a velocidad de tren expreso, arriba en el cielo, después, al siguiente instante, descienden rápidamente a rozar la superficie de un estanque. Estas maravillas de la creación hasta pueden volar hacia atrás o cernerse en el aire como los helicópteros.

Pero las libélulas amadoras del sol no vuelan simplemente porque disfrutan de ello. Estos dínamos aéreos ejercen sus habilidades para alimentar un apetito insaciable. De hecho, en media hora el Sr. Libélula puede comer el equivalente de su propio peso y todavía quedarse con hambre.

Al buscar una comida para apaciguar su apetito, las libélulas exhiben hábitos peculiares. Algunas especies buscan a través de zonas grandes. Otras han establecido senderos que siguen generación tras generación. Las libélulas más grandes demarcan territorios para sí mismas y ahuyentan a otras libélulas resonando sus alas ruidosa y desenfrenadamente. A veces si una libélula invasora es arriesgada y no se deja intimidar por el alboroto de las alas se le recibe cabeza contra cabeza. Manteniéndose en el aire sin moverse, estas dos mantienen esa posición amenazadora a medida que se elevan verticalmente en el cielo.

Sea que se dediquen a vagar o que se establezcan en un sitio, las libélulas están siempre alerta por su platillo favorito: mosquitos y jejenes. También hallan deliciosos a las polillas y los tábanos. Debido a su cuerpo largo y delgado, en forma de aguja, muchas personas han creído que las libélulas aguijonean, pero no hacen esto. No solo son inofensivas para el hombre, sino que también son muy provechosas debido a que devoran enormes cantidades de moscas y mosquitos.

Cuando una libélula ataca a estos insectos, éstos son completamente vencidos. Equipadas con seis patas guarnecidas con espinas que están agrupadas en forma de canasta, las libélulas atrapan a su presa al vuelo y chupan sus cuerpos hasta dejarlos secos mientras corren tras otra víctima. Tan velozmente se engullen a su presa que se ha sabido de libélulas que han comido cuarenta tábanos en dos horas. ¡Se encontró a una libélula con la boca atiborrada de cien mosquitos! Con razón estos voraces insectos se han ganado el nombre de “dragones voladores.”

Apareamiento, y vida debajo del agua

Pero hay un tiempo en que las libélulas prestan menos atención a comer y más a su aeronáutica. Esto es durante el apareamiento. Machos rivales se lanzan al aire para trabar batalla, buscando las atenciones de una hembra. Sus duelos aéreos despliegan algunas de las más brillantes maniobras aéreas de cualquier criatura viviente. Sin embargo, algunas especies son más moderadas y ejecutan una forma de baile de galanteo.

Una vez que ha encontrado cónyuge, el macho literalmente se lleva a la hembra. Para aparearse, las libélulas vuelan en tándem, es decir, el macho agarra a la hembra por la parte trasera de la cabeza mientras vuela. Cuando la hembra ha de aparearse, extiende la punta de su abdomen hacia el segundo segmento toráxico del macho y recibe una cápsula de esperma.

Después de ser fecundados sus huevos, la hembra los deposita en la superficie de un estanque o yerba acuática. El número exacto de huevos que pone una libélula está en tela de juicio; pero se han hallado tantos como 110.000 huevos en un solo racimo.

Los huevos yacen en el agua o yerba por unos cuantos días. Entonces empieza a surgir la prole. Y son criaturas extrañas. Aparte de nacer con un apetito vigoroso, estas criaturas, llamadas ninfas, se asemejan muy poco a los padres. Tienen agallas en las paredes delgadas de sus intestinos. Estas agallas no solo sirven para absorber oxígeno, sino que, en tiempos de dificultad, le dan a la ninfa rápida fuerza para huir. Cuando está alarmada, la ninfa solo levanta las patas del fondo del estanque, despide un chorro de agua por las agallas y se lanza como cohete hacia adelante varios centímetros.

Quizás el rasgo más extraordinario de la ninfa es su modo de atrapar alimento. Diferente a sus veloces padres, la ninfa es perezosa. De modo que espera a que una larva de mosquito o pez pequeño nade cerca de ella. Entonces, súbitamente, dispara un labio inferior oculto debajo de la cabeza. Garras agudas que se hallan en la punta del labio inferior se apoderan de la incauta presa y la halan hacia la boca de la ninfa. Este labio inferior, que está articulado y alargado, opera de manera similar al brazo humano. La articulación del medio es semejante al codo, permitiéndole al labio inferior oscilar fácilmente de una parte a otra.

Cuando no está en uso el labio inferior y está doblado atrás debajo del cuerpo, sucede una cosa extraordinaria. Las garras cubren el rostro de la ninfa como máscara de bandido. ¡Un disfraz apropiado para estas diminutas criaturas submarinas!

Vida en el aire

Muchas ninfas entre las casi 5.000 especies de libélulas completan su vida debajo del agua en un año. Sin embargo, otras quizás necesiten de dos a cinco años. Durante este tiempo pasan de diez a quince etapas sucesivas de muda. Acontecen muchos cambios: aumenta el número de cristalinos sexagonales de los ojos compuestos; las antenas obtienen nuevas articulaciones; las patas pierden su pelaje; las protecciones almohadilladas de las alas aparecen en el tórax. Pero estos cambios son sencillamente el preludio a su transformación en libélulas adultas.

El paso final de la ninfa para ser una criatura del aire por lo general comienza en la noche. Sale del agua arrastrándose y se fija a la orilla o a un tallo. Doce ganchos, dos en cada pata, aseguran su afianzamiento. Aquí permanece inmóvil por algún tiempo mientras el cuerpo completa la metamorfosis.

Finalmente aparece una rasgadura en el lado trasero del tórax y la desgreñada libélula lucha para salir del capullo de la ninfa. Al principio sus cuatro alas están húmedas y dobladas como un abanico, pero se abren progresivamente a medida que la sangre hace henchir la vasta red de venas que corren por los tejidos transparentes.

Además, los colores de la recién surgida libélula son tenues. Pero se intensifican a tal grado que la libélula rivaliza en belleza hasta con la mariposa y la polilla. Sus colores abarcan todo el espectro del arco iris... pardo, espliego, azul de ultramar, verde, azul celeste, escarlata, carmesí, lila, azul cerúleo, rojo y blanco marfil.

La libélula espera unas cinco horas después de salir de su capullo semejante a armadura para dejar que sus alas y cuerpo se endurezcan. Una vez que las alas pueden llevarla en el vuelo, la libélula se lanza al aire como saeta. Nunca volverá a usar sus patas para andar. Ha llegado a ser una criatura del aire.

Poderosa voladora

Hoy la más grande libélula es una especie tropical que tiene una envergadura de diecinueve centímetros. Figura como una de las mejores y más fuertes voladoras del reino de los insectos. De hecho, ¡se ha sabido que este sumamente consumado insecto aviador vuela de ochenta a noventa y siete kilómetros por hora!

Músculos motores que componen una cuarta parte del peso total de la libélula suministran la fuerza para las alas. Estos músculos, que hacen vibrar las alas 1.600 veces por minuto, le permiten a la libélula abarcar enormes distancias. Tan poderosas voladoras son, que pasajeros de barcos las han observado volando sobre el océano a 280 kilómetros de la costa de África. ¡Una especie se estableció en una isla que yace a 320 kilómetros a través de alta mar!

Vuelan las mayores distancias cuando la sequía o escasez de alimento las impele a emigrar. Estas emigraciones a veces alcanzan proporciones fantásticas. En 1839 millones de ellas cubrieron los cielos al seguir ríos y corrientes sobre la mayor parte de Europa. En los Estados Unidos, enjambres de ellas emigraron al Sur en 1881, literalmente oscureciendo los cielos.

Pero estas grandes voladoras siempre tienen que estar alerta. Se hallan en constante peligro de aves, ranas y peces. Para defenderse de estos animales de rapiña las libélulas tienen velocidad y vista aguda. Sus ojos salientes, que cubren la mayor parte de la cabeza, pueden escudriñar lejos en la distancia. ¡El Creador las diseñó de tal manera que cada ojo contiene tantos cristalinos como los ojos de 15.000 hombres! También pueden ver en casi toda dirección al mismo tiempo. Y pueden ver a gran distancia, lo cual les permite localizar a un mosquito a nueve metros de distancia.

Provistas de tal visión, las libélulas pueden esquivar a casi cualquier perseguidor, incluso el hombre. El tratar de atrapar a estas diestras voladoras puede ser una tarea muy difícil. Pero los niños japoneses han descartado la red a favor de la inventiva. Adhieren piedritas en los extremos de hebras largas y las arrojan al aire donde giran las libélulas. Cuando uno de los insectos se abalanza sobre la piedra que pasa, la hebra se enrosca en su cuerpo y el peso de la piedrita la trae a tierra.

Aunque estas enérgicas criaturas pueden eludir a casi todos sus enemigos, las que viven en la zona templada finalmente son atrapadas por los fríos vientos del otoño. La vida para la libélula es corta, pues solo dura los meses calurosos de la primavera y el verano. En el otoño se les encuentra inmóviles, fijadas a tallos u hojas, entumecidas por el frío. Solo vuelan durante la parte más calurosa del día. La primera helada significa el fin para ellas, lo cual deja el aire de los campos y arroyos desprovisto de su fascinante presencia.

Pero la cadena de la vida no se detiene. Las ninfas, protegidas debajo de los estanques y corrientes, continúan madurándose. Con el tiempo caluroso, surgen para llegar a ser una nueva generación de los dragones del cielo.

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