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¡Despertad! 1973
g73 8/7 pág. 26

Viaje... al estilo de Honduras

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Honduras

NUESTRO viaje de unos 280 kilómetros tomará dos días, y nuestro ómnibus parte a las 3 de la mañana. Vamos rumbo a San Pedro Sula desde nuestro hogar en la costa del Caribe de Honduras. Al subir al ómnibus, notamos que está lleno, así es que tenemos que permanecer parados por cinco horas en la parte trasera, junto al compartimiento de equipaje. Pero ya estamos en camino.

Al dar una ojeada a nuestros compañeros de viaje, vemos personas de origen indígena y personas con ascendencia española. También hay morenos, negros cuyos antepasados vinieron del África. ¡Cuán colorido es el ropaje de las mujeres! Y los hombres con sus sombreros de paja y ojos brillantes nos saludan, aun a las 3 de la mañana, con un feliz “Buenos días.”

A medida que el ómnibus serpentea a lo largo del arenoso camino que cruza la selva, rebotamos con él al compás del murmullo de la alegre conversación. De vez en cuando nos detenemos para recoger o dejar algún pasajero. En una de las paradas, hay un hombre vendiendo iguanas. Tiene unos veinte de estos lagartos gigantes con sus patas atadas en alto, agarrados por la cola a un fuerte poste. Algunos de los pasajeros se inclinan fuera de las ventanillas y compran estos dragones de la selva para prepararse una comida cuando lleguen a su destino. Nuestra única esperanza es que no los pongan con el equipaje en la parte del ómnibus en que nos encontramos. Para nuestro alivio las iguanas son colocadas por encima del ómnibus, con el exceso de equipaje, pues no nos hubiera agradado mucho viajar junto a una iguana viva de más de un metro de largo.

Es interesante ver las casas de manaca a medida que pasamos por las aldeas. Las casas son hechas con postes atados con bejucos. Entonces se cubre la casa con barro o arcilla y es embadurnada con brillante arcilla colorada. El techo está hecho de pértigas cubiertas con largas hojas de palmera manaca. Se nos dice que estos techos de palmera duran seis años, resguardando del calor tropical y de las lluvias invernales. Estas casas con sus brillantes techos colorados y altas paredes de arcilla verdaderamente son un panorama colorido.

Finalmente nuestro ómnibus llega a la estación del ferrocarril. Aquí nos podemos sentar a la sombra de varios edificios de manaca y tomar una bebida hecha con leche en polvo, esencia de frutas y hielo raspado. No hay prisa. Hasta tenemos tiempo para visitar una aldea vecina, pues tendremos una larga espera.

Por fin llega el tren, y la gente se apresura a abordarlo, incluso muchas mujeres que cargan pesados bultos sobre su cabeza. Una moderna locomotora diesel impulsa al tren, pero los vagones deben ser de a principios del siglo. Hallamos que todos los asientos están ocupados. El único lugar que queda libre para viajar es el extremo de los vagones, en la parte de afuera, donde se unen uno al otro. Escogemos un lugar en los escalones y nos acomodamos, observando que otras dieciocho personas nos acompañan en la plataforma, con equipaje y todo. Las horas pasan rápidamente mientras disfrutamos del imponente paisaje.

Nuestro tren hace muy pocas paradas, y entre éstas solamente merma la marcha de modo que la gente pueda saltar para subir al tren o bajar de éste. Vemos a un individuo perseguir el tren a caballo, tratando de alcanzarlo. Al aproximarse al tren detiene su carrera y mientras ata su caballo a un árbol el tren vuelve a distanciarse de él. Lo vemos correr de nuevo para alcanzar el tren, pero esta vez es frustrado por un puente angosto. Nuestra última vista de él es mientras se interna al galope por un sendero de la selva, presumiblemente para subir al tren en algún punto más adelante del trayecto. El bajarse del tren puede ser un desafío igual de grande.

Una joven salta del tren y cae sobre la suave hierba a lo largo de las vías, y un joven salta con un bebé en sus brazos y lo deposita con delicadeza sobre la hierba. Alguien arroja el equipaje de la señora. Después ella levanta su bebé y su montón de ropa y desaparece entre el denso follaje. ¿Le parece extraño todo esto? A estas personas no.

En nuestra próxima parada, nos rodean muchos niños y niñas pequeños y algunas mujeres que venden tamales, un plato de tortilla rellenos con pescado frito y frijoles, y plátanos fritos. Si tenemos sed, podemos comprar un coco de agua, abierto allí mismo por una muchacha con un machete. Ella blande una hoja de sesenta centímetros de largo con la cual cercena la parte superior del coco, dejando un orificio lo suficientemente grande para que podamos beber esta deliciosa bebida tropical.

Pronto estamos otra vez en camino, y muy de noche llegamos a nuestro destino, San Pedro Sula. ¡Cuán placentero y excitante fue este viaje al estilo de Honduras!

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