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¡Despertad! 1975
g75 22/3 págs. 21-26

El huracán Fifi devasta a Honduras

Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Honduras

“¡AYÚDENNOS, por favor! ¡Es horrible lo que está sucediendo aquí! ¡Sencillamente no se lo pueden imaginar!”

La voz implorante era la de un radioaficionado en la costa norte de Honduras. Y estaba en lo cierto. Cualquier descripción de la catástrofe, aunque pudiera parecer exagerada, palidece ante la cruel realidad. El gobierno declaró a Honduras en un “estado de desastre nacional.”

Fue la peor calamidad que se ha registrado en la historia de Honduras. Las autoridades calculan que murieron de 8.000 a 10.000 personas. Aproximadamente 100.000 personas quedaron sin hogar, y medio millón más sufrió pérdidas. Las granjas, el ganado y la mayor parte de los cultivos de importancia económica fueron destruidos. Las carreteras, líneas ferroviarias y puentes quedaron arruinados, paralizando el transporte.

Un hombre señaló al sitio donde en un tiempo se erguía su casa en medio de cientos de otras casas. La zona ahora era el ancho lecho de un río, ¡y no se veía ni la más mínima evidencia de ninguna de las casas! Los lechos de los ríos secos súbitamente se convirtieron en torrentes furiosos de varios cientos de metros de ancho. Una vez que pasó la tormenta, se hallaron cuerpos hasta a diez kilómetros de distancia de sus hogares. Se desenterraron automóviles que estaban a un metro bajo la superficie del lodo. No fue raro el que casas que quedaron en pie estuvieran llenas hasta la mitad con arena y lodo.

¿Qué fuerzas desencadenaron una devastación de esa índole?

Se forma la tormenta

El martes por la tarde del 17 de septiembre, el radio de la oficina de Aeronáutica Civil emitió la primera advertencia de que el huracán Fifi se estaba acercando a la costa del Caribe de Honduras. Pero no hubo ninguna alarma en particular. Septiembre es el mes de los huracanes, y las inundaciones que éstos causan son deseables, puesto que por lo general son moderadas y dejan una capa de suelo fértil provechosa para la agricultura.

Pero el miércoles 18, a eso de las cuatro de la tarde, las ciudades hondureñas del norte comenzaron a sentir la furia de Fifi. En vez de moverse rápidamente a lo largo de la costa norte hacia Guatemala, la velocidad de Fifi se redujo debido a zonas de baja presión a lo largo de la costa del Pacífico. Esto resultó en fuertes lluvias e inundaciones a lo largo de la costa del Pacífico. Pero las verdaderas zonas de desastre estaban al norte de Honduras.

Finalmente, el jueves el huracán se dirigió a Guatemala, desvaneciéndose para el viernes en México. Mientras tanto, en las zonas del norte de Honduras habían caído 50 centímetros de lluvia.

La tormenta también azotó el mar, subiendo su nivel. Esto detuvo el desagüe de los ríos cargados de lluvia, haciendo que se desbordaran en las ciudades y provocaran estragos y destrucción.

El aguacero en las montañas preparó la escena para una devastación aun más grande. Como si fuera mediante garras gigantescas, la inundación arañó y excavó las laderas de las montañas, enviando montaña abajo toneladas de lodo, arena, vegetación y pedrejones. Estos escombros bloquearon el paso del agua en los ríos. Cuando la obstrucción se liberaba, o el agua hallaba otra salida, era como una inundación relámpago que arrastraba millones y millones de toneladas de roca, lodo y árboles. Estos ríos de destrucción frecuentemente tenían cientos de metros de ancho, y donde hallaban aldeas o casas en su camino éstas no solo eran inundadas, sino que fueron barridas del todo.

Terror súbito

Las inundaciones relámpago frecuentemente causaron más daño que los ululantes vientos y las torrenciales lluvias del huracán. En las horas previas al amanecer del viernes una avalancha de pedrejones, troncos de árboles, tierra y agua descendió rápidamente de las colinas circundantes y devastaron al pueblo de Choloma. “Cuando nos despertamos el agua ya nos llegaba hasta la cintura,” dijo una joven. “Nos subimos al techo de nuestra casa, pero el techo se derrumbó, y tres de mis hermanitas fueron arrastradas.” Así les sucedió a miles de personas. Según un cálculo, tan solo en Choloma murieron 2.800 personas.

Aproximadamente a 16 kilómetros al sur de Choloma está San Pedro Sula, la segunda entre las ciudades de Honduras, con una población de unos 150.000 habitantes. Desde allí un testigo presencial informa: “En las primeras horas del día el ojo de Fifi pasó aproximadamente a 50 kilómetros al norte de nosotros. La inundación era extensa. Todo lo que uno podía ver por kilómetros a la redonda, y por todo el camino hasta las empinadas montañas cercanas, era agua. El pánico cundió entre la gente que corría hacia las aldeas cercanas en terrenos más altos. Pero muchos fueron aplastados por colosales deslizamientos de montaña o ahogados en las turbulentas aguas.”

La Ceiba fue una de las primeras ciudades en sentir la furia del huracán a medida que éste se agitaba a lo largo de la costa de Honduras. Fue algo aterrorizante, especialmente para los niñitos. Esto fue lo que una niñita de ocho años de edad, cuya madre la lleva con regularidad al Salón del Reino de los testigos de Jehová para instrucción bíblica, dijo acerca de la experiencia:

“Cuando el huracán llegó, mi padre estaba lejos y estábamos asustadas porque nunca antes habíamos visto un huracán. Pero mamá nos explicó que los huracanes sencillamente eran parte de las cosas que suceden debido al tiempo y que no se debían, como decían algunas personas, a que Dios está enojado con el pueblo.

“Subimos al segundo piso de la casa, porque mamá dijo que allí sería más seguro. Pero aun allí el agua casi nos alcanzó. Así es que mi hermana mayor y yo decidimos que lo mejor que podíamos hacer era sacar nuestro libro Escuchando al Gran Maestro y leer historias bíblicas en voz alta para que mamá también las pudiera oír.

“Escogimos el capítulo 14, que habla de cómo Jesús calmó el mar. Especialmente observamos el dibujo que lo muestra caminando sobre el agua, viniendo en ayuda de sus discípulos en el bote cuando estaban asustados por la tormenta. Eso realmente nos hizo sentir mejor, porque confiábamos en Jehová y en Jesús.

“A la noche siguiente el huracán todavía rabiaba, así es que hicimos lo mismo. Esta vez estudiamos el capítulo sobre la oración. Le pedimos a mamá que hiciera una oración por todas nosotras y esa noche oramos mucho. Mamá dice que fuimos una ayuda para ella también, porque la complació ver que confiábamos en Jehová.”

Muchos, sin embargo, no fueron tan afortunados. Los que habían perdido todo se agruparon en albergues para refugiados. Según las organizaciones de auxilio, los niños menores de siete años de edad comprendían el 75 por ciento de los refugiados. Las escenas a menudo eran desesperantes.

Hubo niños que vieron morir a sus hermanas. Hubo padres que perdieron a sus hijos, e hijos que perdieron a sus padres. Sus rostros reflejaban los desolados sentimientos en sus corazones. Toda la zona nordeste de Honduras fue devastada por los efectos del huracán.

Escapatorias asombrosas

En ciertas zonas es verdaderamente asombroso el que haya sobrevivido alguien. En Omoa, por ejemplo, los funcionarios calcularon que el 80 por ciento de la ciudad fue destruida. El Salón del Reino de los testigos de Jehová, donde se habían refugiado muchos, fue inundado con más de un metro de arena y agua. Sin embargo, los que estuvieron allí sobrevivieron encaramándose en las vigas donde el agua no los alcanzó. Un predicador de tiempo cabal de los testigos de Jehová en la ciudad informa:

“A mediados de la noche, cuando vi que la situación se ponía peligrosa, la primera idea que me vino a la mente fue, ¿cómo podría ayudar a mis compañeros Testigos? Me levanté prontamente y salí.

“Pude ver que el agua se estaba convirtiendo en una furiosa corriente precisamente delante de mí. Era imposible avanzar más, pero pude subirme arriba de una pared que todavía sobresalía del agua. Era muy poco lo que podía ver debido a la oscuridad y la lluvia densa. Y el bramido terrible de las aguas que se precipitaban, llenas de escombros, ahogaba los gritos de los que eran arrastrados por la fuerza de la corriente.

“El salón del Ayuntamiento local, lleno con gente que buscaba refugio, pronto fue arrastrado, como también lo fueron la mayoría de las casas en el pueblo. Ahora comprendí que no iba a poder ayudar a nadie, y que quizás ni yo mismo sobreviviría.

“Es muy difícil saber qué hacer en la situación en la que me encontraba. ¿Debería saltar a las aguas furiosas y tratar de ponerme a salvo nadando? ¿O debería permanecer en la pared y esperar hasta que me arrastrara la corriente? ¿Hasta qué altura subirían las aguas?

“El furioso torrente llevaba toda clase de árboles, rocas y escombros que parecían arietes que golpeaban contra la pared como en un deliberado esfuerzo por demoler mi único lugar de seguridad. Cada vez que sentía un golpe en contra de la pared, mi corazón latía con violencia y me preguntaba cuánto tiempo aguantaría la pared este duro tratamiento... especialmente puesto que sabía que tantas otras paredes ahora estaban flotando con la corriente. ¿Es éste el golpe final? ¿Cuántos golpes más podrá soportar?

“De repente vi venir hacia mí un enorme objeto, al principio sin forma en la oscuridad, pero a medida que se acercaba pude ver lo que era... ¡una casa que se dirigía en línea recta contra mi pared! Con poca esperanza de sobrevivir, me arrastré hasta el otro extremo de la pared y le pedí a Jehová fuerza y ayuda. Estaba determinado aceptar cualquier cosa que permitiera Jehová. Para mi asombro y gozo, la casa se desvió y solo arañó el costado de la pared.

“Estaba más agradecido que nunca por estar vivo, y la luz del día me halló aferrado todavía a la pared dando gracias a Jehová por mi supervivencia. Sin embargo, me sentía apenado por todas las personas menos afortunadas que habían perdido su vida. En toda la zona donde había pasado la noche sobre esa pared, fue muy poco lo que quedó. Todo estaba desolado.

“Mi dolor se profundizó al pensar que yo debía ser el único Testigo todavía vivo en el pueblo. Pero cuando me abrí camino hacia el Salón del Reino y vi a los demás allí y me enteré que todos habían sobrevivido, ¡se pueden imaginar las lágrimas de gozo que afloraron a mis ojos!”

Hubo muchas escapadas asombrosas a medida que las aguas de la inundación demolían ciertos lugares, pero no otros. En San Pedro Sula, por ejemplo, aproximadamente treinta casas a solo cuatro cuadras del Salón del Reino fueron barridas. En otro caso, fue demolida una pequeña aldea en la vecindad y muchos murieron. Sin embargo, en un árbol cercano, se halló a un niño todavía vivo.

A medida que la inundación destructora se acercaba a su refugio, cuatro familias de testigos de Jehová en San Pedro Sula se prepararon para entrar en un gran camión volquete diesel y en dos camionetas para huir por el cañón hacia Sapotal, una aldea cercana. Sin embargo, un vecino que estaba recogiendo sus pertenencias, les cerró el camino de los Testigos y fueron detenidos por diez minutos. Pero, mientras tanto, la carretera a la que se dirigían se convirtió en un torrente que arrastraba troncos y pedrejones. ¡Si hubieran continuado adelante, casi con seguridad hubieran muerto! Están agradecidos de haberse salvado como resultado de haber sido detenidos.

Preocupación por otros

En la terrible inundación de pueblos como Choloma, la gente sobrevivió frecuentemente debido a que otras personas brindaron ayuda. Un testigo de Jehová, cuya casa está ubicada sobre pilares de más de un metro de altura, relata:

“Cuando me di cuenta del peligro de la vecina de al lado y de todos sus hijos, la llamé, instándola a venir a mi casa donde estaría más segura. Pero parecía determinada a permanecer donde estaba. Así es que me até una cuerda al cuerpo y aseguré el otro extremo firmemente a mi propiedad. Entonces me arrastré a través del alambrado de púas y me abrí camino por el agua hasta la casa de ella. Con el consentimiento de la familia, tomé a los niños, y pudimos volver a salvo. Más tarde el resto de la familia, cambiando de parecer, decidió venir a mi casa. Anteriormente no habían estado bien dispuestos hacia los testigos de Jehová, pero ahora tuvieron un cambio de corazón, porque jamás se imaginaron que arriesgaríamos nuestra vida para salvarlos.

“Con el tiempo en mi casa se refugiaron unas 200 personas. Yo permanecía en el porche y observaba mientras el agua arrastraba toda clase de escombros. Pero la vista más horrible era la de los cadáveres. Sabía que sería peligroso si esos cadáveres subían hasta el porche o dentro de la casa y causaban un retroceso o un desborde de las aguas. Así es que conseguí una pértiga y permanecí en el borde del porche, empujando los cadáveres a medida que pasaban.

“Tuve oportunidades excelentes de explicar las verdades bíblicas concerniente a la condición de los muertos... que están inconscientes y que no se les atormenta de ninguna manera. (Ecl. 9:5, 10) También hablé acerca de la esperanza que la Biblia ofrece de una resurrección de los muertos, y que en el nuevo sistema de Dios los que han muerto tienen la perspectiva de reunirse de nuevo con sus familiares amados.—Hech. 24:15; 2 Ped. 3:13.”

Un predicador de tiempo cabal de los testigos de Jehová también se esforzó por ayudar a otros, pero al hacerlo tuvo experiencias desgarradoras. Él relata lo siguiente:

“A eso de las 10 de la noche oímos las advertencias por la radio, pero en realidad no pensamos que el huracán nos haría tanto daño tierra adentro. Pero aproximadamente a las 3 de la madrugada la inundación llegó con tal velocidad y fuerza que en las zonas más cercanas al río muchas personas fueron literalmente arrastradas de sus camas; la inundación se llevó a otros mientras todavía estaban en sus casas.

“Para cuando me desperté el agua ya estaba a un metro de altura, y subía aproximadamente a razón de 30 centímetros por hora. La corriente ya había arrancado parte de la verja enfrente de nuestra casa. Sostuve a nuestros dos hijos en mis brazos y los llevé a terrenos más altos. Pero mi esposa, estando enferma, estaba muy débil para la corriente rápida. Comenzó a regresar, pero cayó. Un hombre que estaba observando cerca vio nuestro aprieto y fue a su rescate. Sin embargo, no era lo suficientemente fuerte, aunque pudo impedir que ella se ahogara. Cuando llevé a los niños a salvo regresé y ayudé a ambos a cruzar hacia donde había dejado a mis hijos.

“Entonces comenzamos a caminar porque sabía que donde estábamos no sería un lugar seguro por mucho tiempo. Comenzó a hacerse de día pero todavía era difícil ver. Tropezábamos, cayéndonos en pozos en los que el agua nos daba hasta el cuello. Finalmente llegamos a un puente, el cual todavía se podía pasar aunque estaba cubierto por el agua y se habían desprendido algunos trozos. Cuando todos habíamos cruzado a salvo, fui a buscar a otros Testigos.

“En el camino había un metro de agua, así es que caminé a lo largo de la vía del tren. Pronto oí gritos y miré y vi a una familia aislada en el techo de su casa. No podía pasar y dejarlos allí, así es que fui para ver qué podía hacer. Cuando descendí de la vía del tren, me metí en el agua que corría con tanta velocidad que me hizo caer y me arrastró a través de la puerta de la casa por sobre un alambrado de púas, donde me desgarré los pantalones. Mi chaqueta se enganchó en el alambrado de púas y se enredó completamente en él.

“Finalmente me quité la chaqueta y el agua de un golpe me arrastró hasta un árbol. Me aferré del árbol, rodeándolo desesperadamente con mis brazos para salvar la vida. Cuando me recobré, me arrojaron una cuerda, la que até alrededor de dos árboles. Había siete personas en la familia, y todos menos la abuela estaban sobre el techo. La casa estaba muy inclinada y parecía pronta a derrumbarse. Traje a los niños hacia donde estaba la soga atada con los árboles, y se subieron a un árbol. Fue un poco más difícil sacar a la abuela, pero finalmente tuve buen éxito. Cuando la última persona de la casa salió y estaba sobre los árboles, la casa se derrumbó.

“Sin embargo, no nos sentíamos muy seguros encima de aquellos árboles, porque allí había otras criaturas que también tenían la misma idea que nosotros... subir a un lugar más alto para estar a salvo. Estas eran serpientes venenosas. Más tarde oí de un hombre que se había refugiado en un árbol, solo para morir de una mordedura de serpiente en el cuello. Afortunadamente, nosotros no tuvimos una experiencia semejante.

“Finalmente, después de un par de horas el nivel del agua comenzó a bajar. Nos ayudamos unos a otros a bajar de los árboles y continué mi camino para ver cómo se encontraban mis compañeros Testigos. ¡Qué agradecido me sentí de ver que todos en ese vecindario estaban bien! Pero entonces, junto con amigos, fuimos a ver cómo les iba a otros en una zona que se llama Guayabal. Allí nos llevamos una impresión terrible... no vimos nada más que un inmenso río con troncos y escombros y casas que flotaban corriente abajo. Verdaderamente me angustié por el hermano que vivía allí. Pero no había nada que pudiéramos hacer, así es que fuimos a ver qué podíamos hacer por otros.

“Organizamos una reunión para las dos de la tarde para el día siguiente, después de dedicar todo ese día a ayudar a diferentes personas. Cuando comenzó la reunión, todavía no se sabía de algunos, pero a medida que ésta progresaba, comenzó a llegar, uno por uno, el resto de ellos. Para el fin de la reunión, todos estaban allí sanos y salvos. ¡Cuán felices estábamos de vernos unos a otros!

“Algunos hermanos vivían en las zonas más azotadas, así es que verdaderamente estábamos asombrados y agradecidos de verlos todavía con vida. Nadie se preocupó de las casas o de las posesiones perdidas. Sencillamente estábamos contentos de estar juntos vivos. Estábamos tan embargados por la emoción que apenas pudimos cantar el cántico final; todos estaban llorando. Desde el fondo del corazón agradecimos a Jehová en oración. Realmente llegamos a saber lo que significa apoyarse en Jehová y confiar en su protección.”

Se calcula que unos 1.600 testigos de Jehová vivían en la zona afectada por el huracán. Pero lo verdaderamente asombroso es que ni uno solo de ellos perdió la vida, aunque muchos vivían en los lugares más duramente azotados, como Choloma, Omoa, San Pedro Sula y zonas vecinas.

Medidas de socorro

Desde treinta y cinco países de todo el mundo, Honduras recibió ayuda en forma de alimentos, ropa, medicina, tiendas de campaña, mantas, dinero, y así por el estilo. Literalmente cientos de toneladas de mercancía de socorro se enviaron por barco y aviones para las víctimas del huracán y se distribuyeron por medio de las agencias gubernamentales.

Los testigos de Jehová también tuvieron una importante participación en proveer alivio. Para el jueves 19 de septiembre, antes de que hubiera terminado la tormenta, tres representantes de la oficina sucursal de la Sociedad Watch Tower en Tegucigalpa fueron a San Pedro Sula a observar la situación. Ese mismo día los Testigos en Tegucigalpa comenzaron a contribuir alimentos, ropa, medicinas, utensilios, ropa de cama y dinero para ayudar a las personas en las zonas peormente azotadas. Otras personas, también, al oír del programa de socorro de los Testigos, contribuyeron. Para el sábado por la mañana en la oficina sucursal los Testigos estaban ocupados clasificando, empaquetando y cargando las provisiones en camiones para distribuirlas a sus hermanos cristianos en el norte. Además, se envió alguna ropa a la costa del Pacífico donde había menos necesitados.

Durante el primer día se embarcaron casi seis toneladas de artículos donados localmente y más tarde se enviaron más toneladas. Hasta que esas provisiones se hacían disponibles en las zonas más duramente azotadas, los Testigos allí hicieron esfuerzos para dar con cada hermano y hermana, y para cuidar de ellos. Se buscaba y ayudaba aun a aquellos con los que se conducían estudios bíblicos. En algunas zonas se necesitaron cinco días para encontrar y dar cuenta de todos los Testigos.

El jueves, aun antes de que hubiera pasado lo peor en Choloma, 16 Testigos de San Pedro Sula caminaron hasta allí cargando paquetes de alimentos y ropa sobre sus espaldas. La mayor parte del camino tuvieron que vadear por el agua, que algunas veces les llegaba hasta la cintura, evitando las serpientes y los cadáveres. Más tarde, grupos de limpieza de unos 40 Testigos salieron de San Pedro Sula. Trajeron sus propias palas y equipo de limpieza para sacar el lodo y el limo fuera de los hogares y de los Salones del Reino. Algunos trabajaron allí mismo en San Pedro Sula, otros en Choloma y pueblos vecinos.

Los testigos de Jehová en muchos otros países también proveyeron ayuda. De cada país de América Central se hicieron averiguaciones en cuanto a las necesidades de sus hermanos hondureños, y se planeó el arreglo más práctico para enviar provisiones. Desde Belice llegó un cargamento por barco de 10 toneladas de alimentos y ropa solo cinco días después del huracán. Fue descargado por los mismos Testigos en el muelle en Puerto Cortés. Otros barcos y aviones, que transportaban muchas más toneladas, se despacharon desde Miami y Nueva Orleáns. El personal de la central mundial en Nueva York contribuyó personalmente con unos 4.500 kilos de ropa y ropa de cama. Además, los Testigos en muchas partes de la Tierra hicieron contribuciones espontáneas de dinero, y las oficinas de la central mundial enviaron dinero a la oficina sucursal para usarlo para obtener provisiones y para ayudar en la reconstrucción de hogares para aquellos que habían sufrido pérdidas debido a la tormenta.

Los Salones del Reino fueron los centros desde los cuales los testigos de Jehová distribuían las provisiones. Los Testigos, a su vez, pudieron compartir de la abundancia de las cosas que se contribuyeron, para ayudar a alimentar y vestir a parientes, vecinos y conocidos. De esta manera pudieron mostrar amor y generosidad a sus semejantes, y así imitar a Jehová Dios, quien manifiesta esa consideración por toda clase de personas.—Mat. 5:45.

El huracán Fifi una vez más demostró cuán débil es el hombre al enfrentarse a las fuerzas de la naturaleza. Y sin embargo Fifi sirvió para demostrar otra cosa: que el que tiene amor en su corazón irá en ayuda de su prójimo, aun a riesgo de su propia vida.

[Mapas de la página 21]

(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)

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