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g76 22/10 págs. 13-15

Localizando al furioso tifón

POR EL CORRESPONSAL DE “¡DESPERTAD!” EN HAWAI

“¡TIFÓN!” La palabra infunde terror en el corazón de los chinos, japoneses, filipinos, micronesios y residentes de Guam. Es una palabra de origen chino que se usa al oeste del meridiano 180 para describir las tormentas que logran una velocidad de viento de 120 kilómetros por hora o más. A las tormentas parecidas que ocurre al este de esa imaginaria línea divisoria norte-sur se les llama huracanes.

Cada año docenas de estas rugientes tormentas de viento barren por los océanos del Pacífico e Índico. A veces los tifones cambian de rumbo y se dirigen a la China continental, causando gran destrucción de vida y propiedad. A veces, el Japón sufre el azote de dos tifones al mismo tiempo, con inundaciones y deslizamientos de tierra que causan gran pérdida de vida.

Se liberan grandes cantidades de energía durante un tifón, o huracán. La Encyclopædia Britannica (edición de 1974) dice: “Se calcula que un huracán desarrollado puede exportar más de 3.500.000.000 toneladas de aire por hora.”

¿Cómo se inician estas enormes tormentas? ¿Cómo es el vivir a través de una? ¿Es posible localizarlas con suficiente anticipación como para permitir que la gente escape su furia?

¿Ha oído usted alguna vez de la “zona intertropical de convergencia”? Conocida también por sus iniciales en inglés ITCZ, es una zona de vientos alisios convergentes y aire en ascenso que circunda la Tierra cerca del ecuador. Esta zona es un semillero de tormentas tropicales, porque aquí es donde el calor del Sol calienta el aire y el agua más que en ninguna otra zona de la Tierra. ¿Con qué efecto?

El agua de la superficie del océano se evapora continuamente y sube con el aire caliente para formar nubes. Cuando las condiciones son las precisas, varias corrientes ascendentes de aire caliente se pueden combinar, produciendo un efecto de chimenea. A medida que la chimenea sigue creciendo, empieza a girar debido a la rotación de la Tierra. La presión del aire en la parte inferior de la chimenea cae rápidamente, atrayendo aún más aire y humedad de afuera de la columna giratoria. Se parece a cuando el agua se sorbe por el extremo de una paja para sorber. El aire caliente y húmedo puede subir a una altura de nueve a diez mil metros y medio, donde se encuentra con una capa de aire frío. Entonces se extiende; la humedad se condensa y comienza a caer en forma de lluvia, girando cada vez más rápidamente con los vientos a medida que la tormenta se desarrolla.

El agua en el “ojo” de una tormenta de esta clase puede estar de tres a cuatro metros y medio más alto que en el océano circundante. Un tifón o huracán fuerte puede agitar las olas del océano a una altura de unos quince a treinta metros. ¿Puede usted imaginarse la fuerza destructora de tan enormes oleadas? La furia de los vientos ha clavado pequeñas astillas a través de árboles enormes y hasta ha destruido trenes.

Como ejemplo de la furia de un tifón, el 7 de octubre de 1737 las olas de unos doce metros de alto impelidas por la tormenta golpearon a Calcuta, India, matando a 300.000 personas. El lunes 16 de agosto de 1971, el tifón Rose azotó la isla de Hong Kong con una lluvia y viento superior a 190 kilómetros por hora. La feroz tormenta dejó unas cuarenta naves de altamar esparcidas por las rocosas playas de Hong Kong después de arrancarlas de sus anclajes. En cuanto al huracán Fifí, que barrió por Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala y Belice en septiembre del año pasado, un artículo en Selecciones del Reader’s Digest dijo:

“Fifí se ensañó especialmente con Choloma y con otros poblados de ambas vertientes de la sierra de Merendón. Un huracán lento puede precipitar de 10 a 20 centímetros de lluvia en terreno llano, y cinco veces más en una región montañosa. En la carretera, a la entrada de Choloma, la gasolinera de Texaco, atendida por Manuel Becerra, está unos cuantos metros por encima del terreno. ‘Al subir el agua, la gente empezó a llegar desde los lugares bajos,’ recuerda Manuel. ‘A medianoche, por lo menos 800 personas se apiñaban alrededor de la estación de gasolina’.

“Entonces comenzó el diluvio. ‘En cualquier aguacero se pueden ver las gotas de lluvia; pero aquí cayó de repente del cielo una cortina sólida de agua,’ relata Becerra.

“El chaparrón duró cuatro horas. La tierra saturada de la empinada sierra de Merendón no podía absorber más agua. De pronto se desprendieron miles de toneladas de tierra, piedras y árboles. En Ocotillo, Arcadio Gámez oyó el rugido de aquellos desprendimientos. Salió corriendo de su casa y disparó al aire su pistola para dar la alarma a los vecinos. Unos 40 lo siguieron montaña arriba. Aterrados, vieron cómo todas las casas de la aldea se derrumbaron en la cañada. ‘Parecía como si la montaña estuviera flotando,’ declara Gámez. Treinta y un desventurados habitantes de Ocotillo se precipitaron por aquel corredor de la muerte, en un maremágnum de tierra, casas, enormes rocas, animales y árboles gigantes.”

Antes que se calmara la furia de Fifí, el huracán reclamó la vida de entre 7.000 y 8.000 personas y dejó a cientos de miles sin hogar en las inundaciones y deslizamientos de tierra resultantes. En el pueblo de Choloma, anteriormente mencionado, se informó que 2.700 de sus 5.000 habitantes murieron.

¿Hay algún modo de evitar esas terribles consecuencias? ¿Será posible localizar a los huracanes y tifones con suficiente anticipación como para conservar la vida en gran escala?

En años pasados, por falta de buenos medios de comunicación, una rápida caída del barómetro que indicaba un brusco descenso de la presión del aire era casi la única advertencia anticipada que conseguían las personas. Sin embargo, esto a menudo sucedía demasiado tarde para que escaparan la furia de la tormenta. Más tarde, con la difusión de las comunicaciones radiales, les fue posible a los observadores voluntarios en la cadena de islas advertir con unas cuantas horas de anticipación que se estaba formando una tormenta.

Entonces llegó el radar con su capacidad de detectar la formación de nubes en espiral de un tifón. Sin embargo, puesto que las señales del radar viajan en línea recta, mientras que la Tierra tiene forma curva, la detección de un tifón por radar solo es posible cuando la tormenta llega a unos 320 kilómetros del instrumento.

Por mucho los medios más útiles para localizar los tifones son los satélites meteorológicos. Uno de ellos, que circunda la Tierra en la dirección de norte a sur, inspecciona una zona de 3.200 por 3.200 kilómetros cada cuatro minutos y medio. Lo que el satélite “ve” se registra en una cinta magnética que se descifra en dos estaciones de comando en los Estados Unidos, una en Fairbanks, Alaska, y la otra en la isla Wallops, Virginia.

El equipo de este satélite hace posible que las estaciones meteorológicas en Guam, Isla de Wake, Honolulú y en muchas otras localidades sepan acerca de las condiciones atmosféricas por cientos de kilómetros a su alrededor. Las oficinas de pronósticos en Honolulú y Guam evalúan el cuadro de nubes que reciben y averiguan si hay algún patrón de nubes típico de una tormenta tropical o tifón.

Otro satélite meteorológico tiene establecida su velocidad orbital para permanecer en una posición fija en un punto ecuatorial del Pacífico. Así las estaciones meteorológicas pueden recibir un panorama fotográfico de la mayor parte de la cuenca del Pacífico cada veintidós minutos. Un satélite similar sirve sobre el océano Atlántico.

¿Qué sucede cuando en la fotografía de un satélite meteorológico aparece el patrón de un tifón? En ese momento se da la alarma a las estaciones meteorológicas de la zona. Se toman medidas para conservar la vida y, hasta el grado posible, para minimizar el daño a la propiedad. Pero eso no es todo.

Las estaciones meteorológicas envían arriba grandes globos con equipo transmisor. Receptores especiales rastrean estos instrumentos, los cuales suministran información acerca de la temperatura, humedad, velocidad y dirección del viento, desde la superficie de la tormenta hasta una altura de aproximadamente veintisiete kilómetros. Además de esto, desde Guam o las Filipinas se envían aviones especiales seguidores de tifones para rastrear una tormenta en progreso y para radiar la información acerca de la velocidad del viento en varias localidades desde el borde de la tormenta hasta su mismísimo centro, así como las condiciones marítimas. Un testigo ocular informa cómo es viajar en uno de esos aviones:

“Estaba tan oscuro como la medianoche. En la turbulencia incesante nuestro avión de 55.000 kilos parecía un corcho arrojado de acá para allá en un recial . . . Imagine si puede, un cubículo aproximadamente del tamaño de un cuarto de baño común, junto con dos toneladas de equipo electrónico, botellas termos, equipo de salvamento y la tripulación, y entonces revuélvalo bien.”

El localizar y rastrear tifones desde su mismo nacimiento es de máxima importancia. Por ejemplo, las islas del tipo de atolón de coral, donde habitan muchos micronesios, son especialmente vulnerables a las olas de tormenta, porque, como término medio, estas islas no están a más de seis metros por encima del nivel del mar. Los barcos en el mar, también, aprecian las advertencias acerca de las tormentas que les conceden suficiente tiempo para salir del camino del daño.

Ciertamente, se ha logrado mucho progreso en proveer advertencias anticipadas de los furiosos tifones o huracanes. Pero, desafortunadamente, se pierden muchas vidas debido a que se pasan por alto esas advertencias. En vista de las destructoras fuerzas desatadas por esas tormentas de viento tropicales, es prudente huir de su senda con la mayor rapidez posible.

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