¿Adónde va la religión en Chile?
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en Chile
POR mucho tiempo Chile ha sido un país de libertad religiosa. Esta libertad está garantizada por su constitución, y el pueblo la ha guardado celosamente.
De hecho, Chile es uno de los pocos países de la América del Sur que disfrutan de una completa separación entre Iglesia y Estado. Esa separación se llevó a cabo en el año 1925 y desde entonces ha sido cuidadosamente conservada.
Así que aunque todas las religiones están libres para hacer su obra, ninguna puede tomar parte oficial en el gobierno. Y en 1970, cuando Salvador Allende fue elegido presidente de Chile, él declaró públicamente que continuaría respetando la libertad de cultos suministrada por la constitución.
Pero, aunque los gobiernos han conservado cuidadosamente la libertad de cultos, y han mantenido la religión separada del Estado, ¿en qué condición se encuentran las iglesias hoy día? ¿Cuál es ahora la actitud de la gente hacia la religión?
A Chile se le considera un país católico romano, pues a la mayoría de las personas se les considera católicas desde el nacimiento. Pero un examen de las prácticas religiosas de la gente deja ver que la mayoría son católicos solo nominalmente.
En la ciudad capital, Santiago, la concurrencia promedio a la misa dominical es de menos del 13 por ciento del número de los que afirman que son católicos. Y en algunas zonas de la ciudad la concurrencia escasamente llega al 1 por ciento.
Es también muy significativo lo que sucede en el caso de los varones, especialmente a medida que crecen. Aunque aproximadamente el 16 por ciento de los niños entre siete y diez años de edad van a misa, después de esa edad aparece una gran mengua. Para cuando están entre los treinta y un años y los cuarenta, solo poco más del 5 por ciento van a misa con regularidad. ¡Y de los que sí lo hacen, solamente el 12 por ciento recibe la comunión!
Una de las razones de esto tiene que ver con la condición social. Por siglos, bajo distintos tipos de gobiernos, hubo pocas mejoras en la vida del chileno de término medio. Ha habido mucha pobreza. Los chilenos vieron que por lo general la Iglesia apoyaba a las clases pudientes. Al observar que la Iglesia apoyaba al tipo de régimen que hacía poco por ellos, muchos se disgustaron con el clero.
Como resultado, muchos volvieron su atención a ideas que ofrecían respuestas más radicales a sus problemas. De aquí que la revista Ercilla dijera recientemente: “Los que vienen observando a Chile desde lo muy lejano se quedan pasmados cuando comprueban que la abrumadora mayoría de los trabajadores son, a la vez, cristianos y de izquierda. Cristianos a su modo, porque, aunque Chile está clasificado entre los países católicos, tal catolicidad no figura en su Constitución, ni en las costumbres de los que así declaran su fe: ‘Somos católicos; pero ni vamos a misa ni nos gustan los curas.’”
Una Iglesia dividida
La confianza de esas personas en la Iglesia continúa debilitándose al ver lo profundamente dividida que está la Iglesia en la política. Dentro del clero puede encontrarse toda clase de tendencia política, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda. Hasta el cardenal Raúl Silva Henríquez ha sido llamado el “Cardenal Rojo.”
El papa mismo ha sido blanco de severo ataque de parte de clérigos católicos aquí. En abril de 1971, cuando ochenta sacerdotes se pronunciaron a favor de la participación católica en la edificación del socialismo, el portavoz de éstos, Gonzalo Arroyo, dijo del papa Paulo VI: “Su gestión pontificia no puede satisfacer a quienes estamos por una Iglesia moderna, comprometida contra los abusos del capitalismo y la sociedad burguesa. Paulo VI ha sido incapaz de romper sus vinculaciones con el capitalismo europeo y se limita siempre a condenar la guerra o el hambre en abstracto, sin señalar a los culpables por su nombre, al imperialismo norteamericano. Creo que le ha faltado valor intelectual para romper tales compromisos seculares de la Iglesia.”
Roberto Lebegue, sacerdote ordenado en Francia que hace unos años tomó ciudadanía chilena, comparte la misma idea. Revela los sentimientos de muchos sacerdotes que están estrechamente asociados con la clase obrera, que piensan que los trabajadores de todas las naciones deben unirse para poner fin al “dominio de las clases burguesas.”
En cuanto al papa Paulo VI, Lebegue declara: “Creo que resulta absolutamente desconocido para los pobres de mi campamento. Ni siquiera saben su nombre. Creo que algunos pueden recordarlo por sus viajes o por el asunto de la píldora.”
Con respecto a la encíclica papal de 1968 “Humanae Vitae,” la cual reafirmó la prohibición eclesiástica de los métodos artificiales de control de la natalidad, Lebegue declaró: “Creo que los defectos de esta Encíclica, en que trata por igual a las mujeres pobres y ricas, sanas y enfermas, con pocos y muchos hijos, se deben en buena parte a que [el papa] vive aislado en el fausto y riqueza del Vaticano, preso de una estructura que ha sido incapaz de romper . . . El Papa debería vivir pobremente, como Jesucristo.”
Algo que también contribuye a la creciente indiferencia de muchos al catolicismo es el número cada vez mayor de clérigos que abandonan sus deberes. Se razona que si los sacerdotes ya no desean servir, algo debe andar mal en la Iglesia.
En algunos países se dice que la principal razón por la cual los sacerdotes están dejando la Iglesia es la doctrina del celibato. Aunque sin duda eso es un factor en Chile, no es la razón principal. La publicación El Mercurio declara: “Las fallas en lo espiritual constituyen la principal razón de deserción, la falta de vida espiritual y debilidad en la fe... no el celibato.” ¿Puede enseñársele a la gente que va a las iglesias a tener fe, cuando la fe del clero es débil?
¿A qué grado es serio el deterioro entre las filas de los clérigos? El Mercurio hizo el siguiente comentario: “El sacerdocio en Chile atraviesa por una gran crisis debido a las aproximadamente doscientas deserciones sacerdotales producidas solo en los últimos años y la disminución en el número de postulantes a los seminarios.” Para este pequeño país, el que haya esa cantidad abandonando el sacerdocio y muchos menos ingresando en los seminarios es un doble desastre para la Iglesia.
En un libro que se publicó acerca de la situación en Santiago, se hizo notar que los “estudiantes de teología en 1967 son sólo 33 en total para la Diócesis de Santiago, es decir, exactamente uno por cada 100,000 habitantes.” “El 50% de los sacerdotes en todo Chile han llegado de Europa, de USA y Canadá. Pero esta dependencia de la ayuda extranjera difícilmente podrá continuar por mucho tiempo, debido a la disminución de vocaciones en los países que envían sacerdotes.”
¿Adónde va la religión?
Por estas razones y otras, incluso las acciones inmorales de algunos clérigos aquí, un número cada vez mayor de chilenos se han desilusionado de la Iglesia. Ahora es cosa frecuente el que, al surgir el tema de religión, la gente diga: “Yo no voy a misa y no me gustan los sacerdotes.”
Por lo tanto, no hay duda de que el poder de la Iglesia sobre la vida de la gente común está disminuyendo. Como en otras partes del mundo, aquí en Chile hay muchas personas, hasta clérigos, que están abandonando la Iglesia. Y esta tendencia no muestra señales de mermar. Todo lo contrario, se espera que aumente.
Sin embargo, al mismo tiempo la obra de educación bíblica que los testigos de Jehová están haciendo en Chile continúa aumentando, tal como sucede en todo el mundo. Como resultado, miles de chilenos están aprendiendo las verdades que la Biblia contiene acerca de los propósitos de Dios. Estas verdades les ayudan a comprender por qué hay tantos problemas en el mundo y por qué las iglesias están en dificultades cada vez mayores. Aprenden que Dios ha garantizado un nuevo orden de justicia, ya muy cercano, libre de los problemas de hoy.—2 Ped. 3:13; Rev. 21:4.
Debido a que la obra de los testigos de Jehová no es política y ayuda a la gente en su vida cotidiana y también les da consuelo y esperanza para el futuro, su obra progresa sin estorbos hoy día. En un sector de Santiago, personas pobres se habían apoderado de ciertas zonas y no permitían que nadie entrara sin su permiso. Mantenían guardas alrededor del sector día y noche. Sin embargo, como dijo cierto individuo: “Los testigos de Jehová pueden entrar y hablar a la gente acerca de la Biblia porque ellos tratan de ayudar a la gente a encontrar consuelo.”
En los últimos años miles de chilenos han sentido la satisfacción que viene de saber lo que realmente enseña la Biblia, la Palabra de Dios. Por ejemplo, un hombre de Punta Arenas escribe:
“Yo era un católico muy activo y mantenía una estrecha relación con los jesuitas, bajo quienes había cursado mis estudios. Bajo el auspicio de ellos, fundé el grupo de los Muchachos Exploradores en Concepción. También participé allí en la Legión de Obreros Católicos, en la cual aprendí a participar en debates religiosos con los protestantes. Por quince años fui instructor de la banda de las escuelas parroquiales de San José y San Juan Bosco, escuelas que son dirigidas por la Orden de los Salesianos.
“Sin embargo, a pesar de todo el entrenamiento en asuntos de la iglesia, había muchas cosas que no podía comprender. Por ejemplo, en conversaciones privadas con el sacerdote que dirigía la escuela de Don Bosco le preguntaba acerca de la lógica de la doctrina de la trinidad. Su respuesta siempre era la misma. Me decía: ‘¿Es usted católico?’ Yo le contestaba que sí. ‘¿Tiene fe?’ me preguntaba. ‘Sí,’ respondía yo. Entonces decía: ‘Pues deje las cosas como están, porque éste es un misterio que ni nosotros entendemos.’
“Cuando mi esposa empezó a estudiar la Biblia con los testigos de Jehová, le dije que lo que ella estaba aprendiendo era incorrecto. Pero ella podía mostrarme lo que creía con la Biblia misma. Comencé a darme cuenta de que lo que ella decía era en realidad lo que la Biblia enseñaba. Por eso empecé a estudiar para aprender más yo mismo. Con el tiempo, aprendí las verdades de la Biblia y dejé la Iglesia Católica.
“Después, el sacerdote de Don Bosco me llamó a su oficina. Quería saber por qué se había ido un miembro tan prominente y útil de su ‘rebaño.’ Le dije que aunque estaba agradecido por haber aprendido cosas como leer y escribir y poner en escena obras de teatro, sin embargo, en lo que tocaba a asuntos espirituales, la Iglesia no me había enseñado nada. Por otra parte, debido a mis estudios de la Biblia, ahora entendía mucho de la Biblia, incluso el hecho de que Dios no es tres personas en uno, y que Cristo Jesús no era Dios, sino que había sido creado por Dios.
“Durante la entrevista pensé: ‘Si el sacerdote realmente estuviera interesado en mí, ¿por qué no habría venido a visitarme, en vez de citarme para que yo viniese a él? Los testigos de Jehová no hacían eso. Ellos daban de su tiempo, sin costo alguno, para venir a verme.’ Pero claro, eso es lo que la Biblia dice que los cristianos verdaderos deben hacer. Ahora, yo también estoy agradecido por el privilegio de saber la verdad y poder ayudar a otros a entender lo que he aprendido de la Palabra de Dios.”
Disgustado con las prácticas
Las experiencias de otro hombre son similares a las que han tenido muchas personas en Chile. Escribe desde Valparaíso:
“Fui bautizado y educado como activo participante en los sacramentos de la Iglesia Católica y estudié en el colegio católico de San Vicente de Paúl. Además, a la edad de doce años era el más adelantado de un grupo de doce que estaban recibiendo entrenamiento preparatorio en la Iglesia de los Doce Apóstoles para ser entrenados como sacerdotes jesuitas.
“Pero abandoné todo ese entrenamiento. ¿Por qué? Una razón fue las prácticas vergonzosas que presencié. Era necesario presenciarlo para poder comprender. Por ejemplo, cierto sacerdote participaba en orgías con personas jóvenes en la capilla. Otro, un sacerdote jesuita, cometía abusos lascivos con niños, a cambio de estampas de ‘santos.’
“También me desilusionaba cuando iba a confesar un pecado grave y oía al sacerdote confesor decir: ‘No se preocupe, hijo.’ Sin embargo, cuando por accidente un sacerdote me sorprendió leyendo la Biblia católica Torres Amat, se enfureció, ¡considerando que era un escándalo el que yo estuviera leyendo la Biblia!
“También diariamente observaba el lujo en que vivía el clero comparativamente, teniendo abundancia de buen alimento, vino y cigarrillos, cuando la gente común tenía tan poco.
“Estas cosas, y otras, al fin me hicieron repudiar una religión que toleraba aquellas acciones de parte de sus guías. También me hizo mucho más fácil aceptar la religión verdadera que se enseña en la Biblia.”
La experiencia de una monja
Entre los que han dejado la vida religiosa de la Iglesia en Chile se encuentra una monja, que cuenta su experiencia:
“Porque el mundo me pareció tan lleno de hipocresía y falsedad, busqué refugio espiritual en el convento. Pensaba que allí podría servir a Dios sin reservas y sin experimentar hipocresía ni falsedad.
“Así es que ingresé en el convento y permanecí en él por un total de siete años, cinco en la Argentina y dos en Chile. Pero, ¿encontré allí un ambiente de amor, un espíritu de abnegación o un interés genuino en adorar a Dios y ayudar al prójimo?
“Permítame decirle lo que enseñaban a todas las nuevas monjas que ingresaban en el convento. La enseñanza que recibía el mayor énfasis era ‘la santísima trinidad.’ Después venía la adoración a los santos y a los superiores de la iglesia. Los superiores exigían obediencia absoluta. De hecho, esto rayaba en la idolatría, porque, según ellos, Dios los había colocado en sus puestos y por lo tanto todos tenían que obedecerles sin el menor titubeo.
“¿Cómo podían lograr esto? Lo hacían por medio de los votos que se exigía que las monjas hicieran. Uno de los votos era el de la obediencia, por el cual se adoraba a los superiores. La obediencia que exigían llegaba a tales extremos que teníamos que inclinarnos delante de ellos, y jamás oponernos a sus demandas.
“Los superiores constantemente hablaban de la caridad y de la humildad, pero siempre era un consejo para otros... nunca hacían lo que exigían de los demás. Entre ellos siempre existía un espíritu de envidia y un deseo de ganar puestos y títulos más elevados. Después de haber recibido aquellas promociones, trataban de convencer a los demás de que aquellos puestos les habían sido otorgados por Dios y que por lo tanto se les debía rendir aun más obediencia y devoción que antes. Así, se hacían muy poderosos.
“¿Qué hay de las otras monjas con las que trabajaba? ¿Por qué habían ingresado en el convento? ¿Había sido por su fe y amor a Dios? Por supuesto, algunas tenían ese motivo, pero la gran mayoría había ingresado por intereses materiales... para poder tener un hogar, ropa y comida. Faltaba el espíritu de amor y de cooperación. Con frecuencia hacían cosas con el propósito de lastimar a otras personas en un obvio espíritu de hipocresía.
“Bueno, ¿pero llegué por lo menos a comprender la Biblia? No, porque se nos había dicho que solo el que decía misa podía tener una Biblia y que para el resto de nosotras el leerla era un pecado. Nunca se nos enseñó a razonar sobre asuntos espirituales o a aplicar las enseñanzas de la Biblia en nuestra vida.
“Después de vivir siete años de esta manera, dejé el convento. Me sentía defraudada y desilusionada viendo las injusticias y las falsedades que había allí. Con seguridad no era un refugio espiritual. Pero aunque había perdido la fe en la Iglesia y en sus representantes, nunca perdí la fe en Dios. ¡Qué felicidad sentí, pues, cuando más tarde comencé a leer la propia Biblia con la ayuda de un testigo de Jehová! ¡Encontré todo tan razonable, tan diferente, tan verdadero! Ya no soy la esclava de un sistema religioso hipócrita. En vez de eso, siento gran satisfacción al servir a un Dios de amor y de propósito, Jehová.”
Multiplique muchas veces estas experiencias y entonces empezará a tener un cuadro claro de lo que está sucediendo en Chile hoy día. Hay dos corrientes, o tendencias: las religiones de la cristiandad se enfrentan a graves problemas y están en decadencia; mientras que hay un resurgimiento de la religión verdadera según está revelada en la Palabra de Dios, la Biblia. Eso es lo que la profecía bíblica dijo que sucedería antes que este inicuo sistema de cosas terminara.—Isa. 2:2, 3.