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¡Despertad! 1973
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Cuando odiar es necedad

¿NO ES el odio siempre una necedad, siempre imprudente, siempre injusto? No necesariamente. Cuando Abraham Lincoln vio esclavos por primera vez, se llenó de odio en contra de la esclavitud. Con el tiempo ese odio produjo la Proclamación de Libertad, la cual declaraba que todos los esclavos en los Estados Confederados debían ser libertados.

El odio a la hipocresía religiosa que Jesucristo, el Hijo de Dios, expresó cuando estuvo en la Tierra, ha servido desde entonces para poner en guardia a sus seguidores. (Mat. 23:13-33) Similarmente, el odio que el comité judicial de una congregación cristiana tiene a la inmoralidad crasa los lleva a excomulgar, expulsar ‘al hombre inicuo de entre ellos.’ Por lo tanto, bien declaran las Escrituras que el temor de Jehová, que hace a uno verdaderamente sabio, “significa odiar lo malo.”—1 Cor. 5:13; Pro. 8:13; 9:10.

Así es que hay ocasiones en las que odiar es tanto prudente como justo. Esto es lo que la frecuentemente citada declaración de la Biblia dice: “Para todo hay un tiempo determinado . . . tiempo de amar y tiempo de odiar; tiempo para guerra y tiempo para paz.”—Ecl. 3:1, 8.

El mismo hecho de que Dios odia ciertas cosas y a ciertas clases de personas muestra que odiar no siempre es necedad. Él odia “a todos los que practican lo que es perjudicial,” y él odia cosas tales como “ojos altaneros, una lengua falsa, y manos que derraman sangre inocente.”—Sal. 5:5; Pro. 6:16-19.

Adecuadamente, la Palabra de Dios nos aconseja odiar lo que Dios odia: “Oh amadores de Jehová, odien lo que es malo.” Las Escrituras citan con aprobación lo que dijo el rey David del antiguo Israel: “¿No odio yo a los que te están odiando intensamente, oh Jehová? . . . Los odio con un odio completo.” ¿Significa eso que debemos reaccionar violentamente en contra de los que practican el mal? No; la Biblia nos aconseja a no irritarnos debido a las injusticias y a no devolver mal por mal.—Sal. 97:10; 139:21, 22; Rom. 12:17-21.

Pero la imperfecta naturaleza humana, debido a ser lo que es, está más dispuesta a odiar que a amar y por eso la mayoría de las veces, cuando los hombres odian, el odiar ciertamente es necedad. El odio es necedad cuando nos controla en vez de controlarlo nosotros. Es necedad cuando se basa en la ignorancia, en la mentira, en el prejuicio, cuando es irracional (cuando desafía la razón). El odio se puede asemejar al fuego. El fuego puede servir para muchos buenos propósitos cuando está bajo control. Pero cuando se desboca, ¡qué estrago puede ocasionar en destrucción de vidas y propiedad!

En la actualidad el mundo está lleno de incontroladas hogueras de odio. Las condiciones pueden ser malas, pero el odio las empeora. Considere los sectores incendiados de zonas como Watts, California; Washington, D.C.; Newark, Nueva Jersey; Brooklyn, Nueva York... todos ellos la obra del odio. Los militantes, sean blancos o negros, predican el odio e incitan a otros a la violencia. Característico de esto es el poema que los Black Panthers (Panteras Negras) enseñan a los niños: “En la colina al cerdo (el nombre que ellos dan a los policías) maten; las Panteras lo harán si no lo hacen.”

Es cierto, este odio se debe a la discriminación racial y a otras injusticias en contra de los negros que se han practicado a través de largos períodos. Pero, ¿mejora las cosas el que alguien mate a policías blancos y negros... ya sea para los blancos o para los negros? No más que lo haría el incendiar absurdamente los negocios y las viviendas de negros y blancos. Como advirtió la profesora Marie Syrkin de la Universidad Brandeis: “La transformación calculada de los principales perjudicados en seres que roban y matan desenfrenadamente no apresurará la solución de ningún problema social. El acondicionar para la maldad solo puede empeorar las condiciones de la maldad.”

Unas estadísticas publicadas en el Times de Nueva York, del 14 de febrero de 1972 recalcan este hecho. Entre otras cosas, éstas mostraron que para 1971 la proporción de homicidios para el centro de Harlem, en donde abundan tales militantes, era 328 veces más alta que la de Kew Gardens en el distrito de Queens, donde la gran mayoría de los habitantes son judíos, aunque no es una comunidad segregada. En el centro de Harlem no solo fueron asesinados unos cuantos policías sino también muchos residentes negros.

El odiar, cuando no está basado en principios justos, también es necedad debido a que es perjudicial para el que odia, tanto mental como físicamente. Como dijo un psiquíatra: “Es más fácil odiar, pero más sano amar.” Según un grupo de especialistas, ‘el que una persona se enferme física o mentalmente parece depender de la cantidad de culpa, ansiedad y odio que haya en su personalidad.’

¿Podemos aprender a no odiar cuando odiar sería necedad? Sí, y un modo de hacerlo es controlando los pensamientos. Disciplínese con el fin de no espaciarse en los males y las frustraciones que sufre. Reemplace los pensamientos negativos con pensamientos de cosas que son amables y dignas de alabanza.—Fili. 4:8.

Otra ayuda es la razón. Le permitirá ver cuán absurdo es odiar a las personas por la diferencia del color de la piel, de la nacionalidad o de la religión. El odio que ciertos musulmanes e hindúes sienten el uno por el otro, que ciertos judíos y árabes sienten el uno por el otro, que ciertos protestantes y católicos de Irlanda del Norte sienten el uno por el otro, así como el que algunos blancos y negros sienten el uno por el otro, es irracional. Ningún grupo es totalmente bueno o totalmente malo.

La fe en Dios también ayudará a uno a retenerse de odiar cuando el hacerlo es necedad. ¿Cómo es eso? Porque ésta deja a Dios el resolver las cosas. Así pensó David del antiguo Israel cuando en una ocasión un amigo cercano lo instó a matar a su perseguidor Saúl.—1 Sam. 26:8-11; Rom. 12:19.

Y sobre todo, la misma antítesis del odio —el amor altruista, basado en principio— le permitirá evitar la necedad de odiar cuando no es tiempo para odiar. El amor, se nos asegura, ‘no lleva cuenta del daño.’ Más que eso, ‘soporta, espera y aguanta todas las cosas,’ y hasta ‘cubre una multitud de pecados.’ No obra mal para con el prójimo; no toma represalias con la violencia.—1 Cor. 13:4-8; 1 Ped. 4:8; Rom. 13:8-10.

Sí, hay un tiempo para amar y un tiempo para odiar. Feliz es el que puede discernir cuándo es el tiempo para cada cosa y el que puede actuar en armonía con lo que es sabio, amoroso y justo.

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