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  • La curiosidad... ¿buena o mala?

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  • La curiosidad... ¿buena o mala?
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¡Despertad! 1973
g73 22/11 págs. 3-4

La curiosidad... ¿buena o mala?

“¿DE DÓNDE vine?” “¿Por qué es azul el cielo?” “¿Cómo puede verme Dios si estoy escondido?” “¿Dónde?” “¿Por qué?” “¿Cómo?” Ese es el estribillo que las madres amorosas continuamente oyen decir a sus hijitos.

Sí, los niños tienen una poderosa curiosidad instintiva. Quieren saber el cómo y el porqué de las cosas. Pero, ¿sabe usted que esta curiosidad es uno de los dones que el Creador le ha dado al hombre? Ha resultado ser muy útil para la humanidad, pero, como todos los otros instintos y cualidades, puede usarse de un modo sabio, o de lo contrario, de un modo tonto o hasta perjudicial.

La curiosidad ha sido definida como “un ávido deseo de saber.” También, como “el deseo de ver o aprender algo que es nuevo o desconocido.” La curiosidad ha sido un factor importante en extender los campos de conocimiento del hombre, y es para la mente lo que el apetito es para el cuerpo.

Pero, como bien se ha dicho, hay diferentes clases de curiosidad, malas y buenas. Es por esto que también ha sido definida con un sentido malo como la “afición a preguntar,” lo cual es “la condición de ser demasiado ávido para saber,” y como “entremeterse en los asuntos ajenos.” Sí, la curiosidad puede estar mal encaminada. Como lo expresó una vez un ensayista norteamericano: “La curiosidad está al acecho de cada secreto.” Es obvio que si no se le controla apropiadamente, la curiosidad puede convertirse en una debilidad más bien que en una cualidad. Es por eso que en los tiempos apostólicos fue necesario aconsejar a ciertos cristianos que no estuvieran “entremetiéndose en lo que no les atañe,” sino que ‘se ocuparan de sus propios asuntos.’—2 Tes. 3:11; 1 Tes. 4:11.

Hay aún otra clase de curiosidad de la que hay que guardarse, y es la curiosidad que se dirige hacia lo que es inicuo, cruel, perverso. Muchas personas sienten curiosidad con respecto a los detalles de asesinatos espantosos o casos de divorcios sórdidos, u otras formas de escándalos. Pero uno no puede alimentar la mente con esas cosas, ni siquiera por curiosidad, sin ser dañado por ellas, tal como uno no puede introducirse veneno en el cuerpo, por mera curiosidad, sin ser dañado por éste. Algunos jóvenes se han convertido en aficionados a las drogas sencillamente porque les ha dado curiosidad de saber lo que es tomar una droga. La misma advertencia aplica a la curiosidad en cuanto a la inmoralidad sexual, así como a una curiosidad malsana acerca del ocultismo, la magia negra, el espiritismo y “cosas semejantes a éstas.” Uno no puede meterse en esas cosas sin riesgo de causarse gran daño.—Deu. 18:10-12; Gál. 5:19-21.

Pero, dirigida prudentemente, la curiosidad puede resultar ser un verdadero haber. Por lo tanto, bien se ha dicho que “la curiosidad es un rasgo intelectual que distingue al hombre de todas las formas infrahumanas tan claramente como lo hace el pensar.” Esto se ve en una cosa tan sencilla como el viajar. Los monos limitan sus andanzas cuando mucho a cuarenta kilómetros cuadrados, mientras que el hombre ha explorado los cuatro cabos de la Tierra. Verdaderamente, la curiosidad es uno de los grandes dones con los cuales el Creador ha dotado a nuestras mentes. Fue la curiosidad lo que hizo que Isaac Newton descubriera la ley de la gravedad.

Por lo tanto, debido a las posibilidades que la curiosidad presenta un profesor de Yale de historia una vez le dijo a un grupo de nuevos estudiantes universitarios que, aunque muchas personas desaprobaran la curiosidad, su instituto le atribuía gran valor a los hombres con gran curiosidad. También explicó que, aunque es cierto que si se le pregunta a un investigador científico acerca de sus esfuerzos, él quizás conteste que espera descubrir o producir algo de valor práctico, en realidad él quiere esencialmente obtener conocimiento de por sí, prescindiendo de que resulte en algo práctico o provechoso o no para la humanidad. Aunque toda esa curiosidad de por sí quizás tenga posibilidades, de mayor valor para la humanidad es la clase de curiosidad o inventiva que es dirigida a metas específicas. Es por eso que hay un inventor danés que descubrió cómo hacer emerger barcos hundidos. Gracias al lado práctico de esta curiosidad, muchos son los hombres de negocios que se dirigen a él en busca de ayuda.

Sin embargo, la curiosidad más recompensadora, la más sabia, es la que es dirigida a cuestiones religiosas, es decir, las que tienen que ver con la relación del hombre con su Creador y con su prójimo. El hombre verdaderamente sabio quiere saber: ¿De dónde vine? ¿Cómo sabemos que hay un Dios? ¿Por qué permite Dios la iniquidad? ¿Cuál es el deber del hombre? ¿Cuál es mi destino?

¿Dónde pueden hallarse las respuestas a estas preguntas? En dos grandes Libros, el Libro de la Creación y la Biblia, la Palabra inspirada del Creador, Jehová Dios. El vasto y ordenado universo y todo lo que hay en él testifican elocuentemente de la existencia de Dios. Y de su Palabra, la Biblia, aprendemos que Dios creó la Tierra y al primer hombre y a la primera mujer. (Gén. 1:1-31) Ese libro revela que Dios ofrece la perspectiva de vida eterna en una Tierra paradisíaca para la humanidad. (Isa. 11:1-9; Rev. 21:4) También muestra que Dios ha permitido la iniquidad con el propósito de dar a su archienemigo, Satanás el Diablo, la oportunidad de tratar de probar su alarde de poder apartar a todos los hombres de Dios, y para permitir que los hombres demuestren su total incapacidad para gobernarse sabiamente aparte de su Creador y de sus principios.—Job 1:7 a 2:10.

En cuanto a cuál es el deber del hombre, éste se puede resumir y está resumido de varias maneras en la Palabra de Dios. Así es que Salomón dijo: “Teme al Dios verdadero y guarda sus mandamientos. Porque esto es el deber todo del hombre.” (Ecl. 12:13) Y en particular el Hijo de Dios nos esclareció este asunto, porque a la pregunta: “¿Cuál mandamiento es el primero de todos?” él dijo en respuesta: “El primero es: ‘Oye, oh Israel, Jehová nuestro Dios es un solo Jehová, y tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas.’ El segundo es éste: ‘Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo.’ No hay otro mandamiento mayor que éstos.”—Mar. 12:28-31.

No hay duda acerca de ello, la curiosidad puede ser dirigida sabiamente, y la más sabia de todas las curiosidades es la que nos lleva a un conocimiento del Creador y de su propósito para nosotros. Los testigos de Jehová están listos para ayudarle a obtener este conocimiento.

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