¿Se enfrentan al fracaso las escuelas de las grandes ciudades?
Una profesora veterana de enseñanza secundaria de la ciudad de Nueva York habla acerca de problemas en las escuelas que debieran importarnos a todos.
EL PROBLEMA de nuestras escuelas hoy, a mi parecer, es más serio de lo que el lector aprecia. Vez tras vez he visto a los directores de escuelas poner pretextos o hasta ocultar deliberadamente los problemas. ¿Por qué? Porque quieren dar la impresión de que están realizando una buena tarea... de que tienen todo bajo control. Pero unos pocos administradores más honrados están hablando claro.
Neil V. Sullivan, Comisionado de Educación del Estado de Massachusetts, dijo: “Nuestras escuelas públicas no funcionan. . . . El sistema mismo literalmente se está desmoronando.” Y el anterior Superintendente de Escuelas de Filadelfia, Mark Shedd, advirtió: “La educación urbana en todas partes está a punto de desplomarse.”
Esas conclusiones pudieran parecer extremistas, pero yo puedo garantizar que son ciertas. He enseñado durante los últimos quince años en una docena de escuelas secundarias en la ciudad de Nueva York tanto como profesora suplente como profesora regular. Y realmente, la situación casi desafía la descripción. Hay que verla para entenderla a cabalidad.
Obstáculos a la enseñanza
Ha habido una gran mengua en la disciplina en el aula. No estoy hablando simplemente de arrojar a espaldas del profesor pelotillas de papel mascado, trozos de tiza y proyectiles de otras clases. Hay rebelión abierta contra la autoridad. Los niños corrientemente hacen lo que les place, y a menudo los profesores no pueden mantener el orden. Los gritos y el tumulto en algunas clases son espantosos.
Conozco una clase en la que el profesor, en desesperación, ideó una treta para obtener la atención. Fue en una escuela secundaria de niñas en las que éstas se sentaban arreglándose las uñas, peinándose unas a otras o pasándose fotos de amigos en sus billeteras. El profesor recurría a escribir en la pizarra las palabras más largas que le venían a la mente, y ofrecía aprobar a la niña que después pudiera deletrearlas correctamente. Esto llegó a ser la rutina diaria en clase.
Debido a que la mayoría de los estudiantes tienen poco o ningún interés en el tema de la asignatura, es común faltar a la hora de clase. A menudo la tercera parte de la clase o más está ilegalmente ausente. Muchos estudiantes solo vienen un día o dos en el semestre. No obstante, se les mantiene en los registros escolares a fin de que las escuelas reciban el dinero de los impuestos, que se les confiere según el número de estudiantes matriculados.
Como resultado de la norma corriente de pasar de grado a los alumnos sin tener en cuenta el progreso académico, estudiantes de último año apenas saben leer y escribir. Literalmente miles de estudiantes son pasados de año en año hasta graduarse como analfabetos funcionales. El tratar de enseñar a esos alumnos y, al mismo tiempo, ayudar a los otros es virtualmente imposible.
El ambiente físico es otro obstáculo principal para la enseñanza. Los edificios escolares a menudo están en una condición de descuido y ruina, lejos de ser conducentes a la enseñanza o aprendizaje.
Sin embargo éstas solo son parte de las condiciones que contribuyen a que muchas escuelas de las grandes ciudades estén al umbral del fracaso.
Crimen y violencia
Pandillas juveniles vagan por los pasillos, obligando a los profesores a enseñar a puertas cerradas. Los alumnos esgrimen armas y cuchillos. El vandalismo en las propiedades escolares, robos a punta de cuchillo, fumar e inyectarse drogas en los baños y en las cajas de las escaleras... todo esto y más ha llegado a ser parte integrante de la actividad estudiantil en las escuelas de las grandes ciudades.
Aunque parezca increíble, muchos jovencitos son transferidos directamente de las cárcelas o instituciones mentales a las aulas, incluso a la mía. Más de 20.000 niños de la ciudad de Nueva York de quince años de edad y menores son arrestados cada año. Pero los profesores de años superiores como yo les enseñan a alumnos mayores, los cuales a menudo son más diestros en el crimen.
En 1973 casi 10.000 crímenes informados fueron cometidos en escuelas o en propiedades escolares de la ciudad. Muchos otros, hasta algunos graves, no se informan. Unos 900 profesores fueron atacados en 1973, ¡y la mitad de los ataques ocurrieron en las aulas mismas! Hace solo unas semanas un jovencito que había violado a una joven en otra escuela fue transferido a la nuestra, y ni siquiera se informó a la facultad acerca de él. ¡No es extraño que se hayan preparado libros de texto sobre defensa personal para los profesores de la ciudad de Nueva York!
En un esfuerzo por controlar la situación unos 950 guardias de seguridad patrullan las escuelas de enseñanza secundaria de la ciudad; un promedio de diez por escuela. Esto es además de los auxiliares de los profesores y muchos oficiales policiales regulares. Pero a pesar de ello aumentan las violaciones, los ataques y otros crímenes. ¡De modo que, según informes, se está buscando una suma adicional de 8,4 millones de dólares para añadir más de mil guardias para las escuelas primarias y secundarias!
Otra tragedia la producen los incendios intencionales. Estos son corrientes en varias escuelas, donde por lo general se inician en los pasillos. Sin embargo, en una escuela secundaria donde enseñé, las fogatas con libros de texto sobre las escaleras de la escuela parecían ser cosa de todos los días.
Clima moral
Quizás algunas personas consideren la ropa de los estudiantes (o su estado de desarropados) y la moral como “normales,” pero yo las considero un factor contribuyente a que muchas escuelas estén al umbral del fracaso. El año pasado hasta tuvimos un estudiante que anduvo totalmente desnudo en una escuela secundaria donde ahora enseño. También, los abrazos y las caricias excesivas se efectúan en los pasillos a la vista de todo el mundo. A pesar de lo que quizás digan algunos, el permitir las pasiones sexuales desenfrenadas está dañando a nuestras escuelas.
Para mí esto es evidente en las estudiantes solteras encintas que ya no tienen más interés en los estudios escolares. También es evidente en las chicas perturbadas, ansiosas, que vacilan en hacerse un aborto o no, y en las perturbadas que ya se lo han hecho. Y también está la menos visible pero más esparcida epidemia de enfermedades venéreas, las cuales, según un funcionario de sanidad, amenazan con infectar al 50 por ciento de los adolescentes de los Estados Unidos con gonorrea en solo cinco cortos años.
Si pudiera haberme imaginado quince años atrás cómo sería enseñar a adolescentes en el centro de la ciudad, puede que nunca hubiera seguido esta carrera. En ese entonces, sin embargo, la enseñanza parecía una elección lógica para una madre con un hijo que mantener. Provista con los títulos necesarios, obtuve una licencia de enseñar y acepté un cargo en Brooklyn.
La opinión de los profesores
Fue con confianza y optimismo que empecé la enseñanza superior del inglés en el otoño de 1959. Pero, para mi sorpresa, mis colegas más experimentados no compartieron mi punto de vista, hablando a menudo de los “buenos viejos tiempos.” Pronto empecé a comprender el porqué.
Esperaba la falta de respeto a la autoridad, así como las travesuras como poner goma de mascar y clavitos metálicos en la silla del profesor. Pero lo que verdaderamente me sacudió fue cuando, a la vista de toda la clase, dos muchachos me robaron la cartera de sobre el escritorio. Afuera en el pasillo me hurtaron el contenido antes de abandonarla detrás de un radiador. Sin embargo fui yo la que fue representada como culpable debido a que informé el incidente. Ya ven, algunos directores de colegio tratan de encubrir esos crímenes, tal como lo reconoció Albert Shanker, presidente de la Federación Unida de Profesores.
Más o menos al mismo tiempo, un estudiante de mi clase asió a otro por la garganta. No pudiendo hacerlo romper su agarro grité, sin respuesta, buscando ayuda. De modo que le rogué a alguien que fuera en busca de auxilio, pero nadie se ofreció. En ese momento me dí cuenta de que estaba tratando con personas criadas en una cultura muy diferente de la que yo había conocido. Y empecé a entender por qué mis colegas estaban tan desmoralizados.
Esas fueron mis primeras semanas de iniciación en la enseñanza. Pero debido a que necesitaba un empleo me mantuve en mi puesto con la esperanza de que las cosas mejorarían. Sin embargo las condiciones escolares que empeoran solo han desmoralizado más a los profesores, y esto, por supuesto, también ha sido un factor principal de que muchas escuelas de la ciudad estén al umbral del fracaso.
El aprieto de los profesores
Sé que recientemente se ha criticado severamente a los profesores, especialmente por ir a la huelga pidiendo más sueldo. Resultó típico el comentario de la agente secreta de narcóticos de Nueva York, Kathleen Conlon, que trabajaba en las escuelas de la ciudad. “Solo están allí por el dinero.”
Si bien esto no es cierto de todos los profesores, sí lo es de muchos. Pero, ¿comprende usted por qué? Hay que admitir que las cosas no siempre fueron tan malas. ¿Por qué lo son ahora?
Una cosa es cierta, un número increíble de profesores ha renunciado; no pudieron aguantar más. “Voy a alejarme del problema en vez de sacrificarme al problema,” es la respuesta típica de los profesores. Los nervios de muchos profesores han sido destrozados por las experiencias del aula; yo sé de uno que fue llevado literalmente de la escuela a una sala de psiquiatría.
Los profesores que quedan y que se enfrentan diariamente a esas situaciones desafiantes, creen que deberían estar mejor recompensados. La detective Conlon misma indicó a lo que nos enfrentamos cuando dijo que en una escuela de la ciudad la mitad de los estudiantes eran aficionados a la heroína. (Times de Nueva York, junio 22, 1972) ¿Se da cuenta el lector de lo que significa esa condición?
Para relatar solo una experiencia personal: Un día mientras enseñaba a puertas cerradas, una pandilla de jovencitos en el pasillo me apuntaba amenazadoramente con un cuchillo desde afuera de la ventana. Traté de no prestarles atención, intentando continuar con la clase. Una niña, famosa por su mala conducta y que raramente asistía a clase, se levantó de su asiento lenta y muy dramáticamente y procedió a abrir la puerta trasera. En el momento que lo hizo salí a escape por la puerta del frente y me dirigí a la oficina del presidente dos puertas más allá. Al entrar cerré la puerta, afortunadamente se cerró precisamente en la cara de los pandilleros que me perseguían.
La mayoría de mis colegas admiten riéndose que viven de un día de asueto a otro. Sin las vacaciones del verano pocos creen que podrían sobrevivir. De este modo, totalmente desmoralizados, muchos profesores aguantan tan solo por su paga. Les es muy difícil en muchas escuelas de la ciudad ayudar al núcleo de estudiantes que desea aprender y que desafía los peligros en busca de una educación. Como resultado, la enseñanza se ha deteriorado esencialmente hasta la función de niñera... un intento de mantener un orden relativo en el aula hasta que los alumnos son enviados a casa.
“¡Qué trágico,” dirá usted, “para los niños!” ¡En verdad lo es! Y me da tristeza al ver el mar de hermosas caras jóvenes que veo diariamente... algunas tristes, algunas torturadas, otras llenas de expectativa y esperanza. A menudo me pregunto profundamente angustiada: “¿Qué están haciendo estas escuelas a nuestros hijos?” Sé que otros sienten como yo.
Recientemente leí acerca de varios profesores en San Francisco que, debido al deterioro del sistema escolar, aconsejaron a una madre francamente y sin rodeos que sacara a su hija de clase. “Es el colmo del desespero,” declaró la madre. “Los profesores ya se han dado por vencidos.” Tristemente, esto muy a menudo es cierto. No obstante cuando uno ve la condición en muchas escuelas de nuestras grandes ciudades, ¿se puede culpar a los profesores?
“Pero,” quizás se pregunte el lector, “¿a qué se deben estas condiciones que amenazan con el fracaso a muchas escuelas de las grandes ciudades?”
Observe la comunidad
Los problemas raciales parecen ser una razón principal. Hoy en día oímos con regularidad acerca de escuelas clausuradas debido a problemas raciales, incluso escuelas en ciudades más pequeñas. Pero, ¿son responsables los niños? Más bien, son los adultos los que fomentan los prejuicios raciales y los conflictos resultantes. ¡Y éstos pasan a las escuelas, destrozándolas!
Sé que muchos padres dirán que no tienen prejuicios, sino que sencillamente temen enviar a sus hijos a ciertas escuelas a causa de los peligros que hay en ellas. Es por esta razón que muchos padres, tanto blancos como negros, dicen que se resisten a la integración en los autobuses para que sus hijos vayan a escuelas de otro vecindario a fin de lograr la integración racial. Y yo puedo entender su preocupación. A menudo sencillamente no es seguro enviar niños blancos a los vecindarios negros, o a negros a escuelas para blancos. Pero, ¿cuál es la fuente del problema? ¿Son las escuelas?
No, el problema se origina en la comunidad, y las escuelas sencillamente reflejan los problemas que ya existen en ésta. La mayoría de los otros problemas también se pueden rastrear a la comunidad y a la familia, incluso la falta de respeto a la autoridad, logros académicos deficientes, el vandalismo, afición a las drogas, el crimen, la violencia y la inmoralidad sexual. Por lo tanto, no se puede esperar que estos problemas desaparezcan repentinamente cuando los niños entran en la escuela. ¡Las fuerzas que llevan a los jovencitos a tomar drogas, romper ventanas, comenzar incendios, atacar a profesores, y así por el estilo, no se originan en las escuelas!
Las escuelas cargan con responsabilidad
No me entiendan mal. No estoy tratando de decir que las escuelas o los profesores no tienen culpa. Han contribuido directamente con su parte a los problemas. Pero esto es de esperarse puesto que los profesores, directores y otros administradores escolares son ellos mismos producto de una sociedad impregnada de prejuicios, ineptitud y egoísmo.
Así, como ya lo he mencionado al principio, algunos directores de escuelas disculparán o hasta ocultarán fraudulentamente los problemas, porque están más interesados en su propia “imagen,” o en mantener su puesto, más bien que en el bienestar de los niños. Y muchos profesores manifiestan una actitud similar. No obstante, hasta un grado considerable, el sistema escolar mismo es el responsable.
A menudo exige demasiado de los profesores, requiriendo de ellos, algunas veces, que enseñen a más del doble de los alumnos que se pueden enseñar apropiadamente. De modo que los profesores transigen, reduciendo sus esfuerzos y los niños pagan las consecuencias.
También no se suministran instalaciones escolares adecuadas. Según un estudio, 200.000 alumnos de la ciudad de Nueva York han sido afectados por el exceso de alumnos en las escuelas; 40.000 tienen aulas temporarias. ¡Esto me desconsuela! Hay dinero para ir a la Luna o para fabricar armas para destrucción, ¡pero no para educar a los jóvenes!
Además, los programas escolares a menudo están mal planificados o pensados. Un programa que ha llamado ampliamente la atención es la llamada “nueva matemática.” Al principio los profesores mismos a menudo no entendían cómo enseñarla adecuadamente. Y los padres por lo general no saben qué hacer cuando tratan de ayudar a los hijos con sus lecciones. El problema es similar en la enseñanza de la lectura. Los maestros en una sola escuela elemental quizás usen varios métodos diferentes de enseñanza experimental, y por eso, al ir pasando de grado los niños, quedan completamente confundidos. Muchos apenas aprenden a leer.
Es fácil de entender la razón por la que Decker F. Walker, profesor asociado de educación en la Universidad de Stanford, se lamentó: “Tal como están las cosas, la norma educativa flamea al viento. Y la dirección del viento que prevalece cambia continuamente. Las escuelas se salvan del caos completo solo por su inercia.”
No obstante hay, según creo, una causa aún más fundamental de las condiciones aterradoras en las escuelas de las grandes ciudades.
El efecto del ejemplo
Estoy convencida de que la mala conducta del adulto es particularmente responsable por la mala conducta de los jóvenes. Cuando las profesoras vienen a la escuela sin su prenda de sostén con blusas trasparentes, como yo las he visto personalmente, sin duda que los alumnos no se sienten estimulados a vestirse con modestia. Cuando estaba en moda la minifalda, algunas profesoras usaban las más cortas. ¡Con toda seguridad esos ejemplos contribuyen a los problemas morales en nuestras escuelas!
Además, los adultos han mostrado en las escuelas la película “Lovemaking,” (Relaciones sexuales) que muestra varios tipos de técnicas (homosexuales) de coito oral. Cuando hubo quejas, se inició una investigación. Pero pronto se abandonó, porque, como hizo notar el fiscal de distrito Mario Merola, “en las escuelas se pueden mostrar legalmente” películas por las cuales “lo podrían encerrar a uno por mostrárselas a los jóvenes en un teatro público.” Cuando los adultos son groseramente inmorales, y hasta promueven vulgarmente esa inmoralidad, ¿deberíamos sorprendernos de que los niños sean iguales?
Pero el ejemplo inmoral de los adultos va más allá de los temas sexuales. Tan solo el pasado 31 de octubre la primera plana del Times de Nueva York tuvo el atrevido titular “LA JUNTA DE ENSEÑANZA ACUSADA DE ENCUBRIMIENTO.” El artículo señalaba el “robo empedernido de dinero” y “la esparcida corrupción.” ¿Es raro que los niños depreden las escuelas más abiertamente?
No es una sencilla cuestión de que ciertos funcionarios escolares hayan puesto un ejemplo inmoral; muchos hombres encumbrados en el gobierno también lo han hecho. Me parece que la periodista Harriet Van Horne lo expresó muy bien, en su sección del Post de Nueva York. “No puedo imaginarme,” escribió, “cómo es que los profesores en esta era del cinismo pueden dedicarse a enseñar moralidad. . . . ‘¡Observen a Washington!’ exclamarán las voces más pequeñas. Ellos saben . . . que el más sucio engaño de la historia ha sucedido bajo el techo de esa gran casa blanca.”—17 de junio de 1974.
El hecho es que enseñar los valores morales apropiados en la escuela se considera como adoctrinamiento que no tenemos derecho de hacer. Los esfuerzos por edificar la fuerza moral en los estudiantes ya no es de incumbencia para los maestros, como lo era antes.
De modo que, ¿puede ver por qué son malas las condiciones en las escuelas de las grandes ciudades, y por qué muchas de estas escuelas están al umbral del fracaso?
Qué se puede hacer
Los educadores han estado tratando desesperadamente de iniciar programas para corregir los problemas, pero hay poca unanimidad en cuanto a lo que debe hacerse. La mayoría de los profesores y maestros sencillamente están tratando de aguantar en medio de una situación decadente.
Sé que muchos padres piensan que, puesto que a los profesores se les paga para educar a sus hijos, los maestros deben estar capacitados para poder hacerlo. Sin embargo, aunque quizás parezca sorprendente, la calidad de la educación de los niños depende más de sus padres que de los maestros y profesores o de la escuela. La experiencia ha mostrado que esto es cierto.
He observado que cuando los padres infunden en el niño un deseo de aprender, y la habilidad de sentarse tranquilamente y prestar atención, el niño aprende mucho mejor que el niño indisciplinado, el que carece de motivo. “Las familias son responsables por la diferencia entre los niños,” es como lo dijo un profesor de Harvard al parafrasear los voluminosos hallazgos de una investigación educativa. Y nunca ha sido esto más cierto que hoy, cuando muchas escuelas de las grandes ciudades se enfrentan al fracaso.
De modo que si los padres esperan que sus hijos lleguen a ser buenos alumnos, necesitan tomar un verdadero interés en la educación de ellos. Esto implica más que sencillamente ver que sus hijos van y vienen de la escuela con seguridad. También significa tomar un verdadero interés en su progreso en clase. He notado que los niños, cuyos padres no vienen cuando un maestro les quiere hablar, invariablemente son los alumnos más indisciplinados y deficientes de la clase.
Padres, ustedes pueden ayudar a sus hijos de muchas maneras. Primero, empezando a leerles a sus hijos cuando son pequeñitos. Después, a medida que los niños crecen, hagan que pronuncien las palabras junto con ustedes. Los ejercicios de lectura son vitales para aprender y muchos niños de cuatro y cinco años de edad han aprendido a leer de este modo.
Al ir creciendo sus hijos, edifiquen un clima en el hogar que cultive el respeto por el conocimiento y que le dé gran importancia al aprendizaje. Cuando se ayuda a los niños a usar y apreciar publicaciones como las enciclopedias, diccionarios, y especialmente la Biblia y las ayudas para estudio bíblico, con toda seguridad llegan a ser buenos alumnos.
Sé que es un verdadero desafío. El enseñar no es fácil. Pero si uno realmente ama a sus hijos, hará todo lo que pueda para ayudarlos a aprender. En vista de las condiciones en las escuelas de hoy, esto es más importante que nunca antes.—Contribuido.