¿Qué pasa en las escuelas?
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en el Canadá
SI USTED vive en Norteamérica o Europa probablemente paga un impuesto considerable para la educación de sus hijos. En algunas regiones hay nuevos edificios de escuela, aulas equipadas con una impresionante serie de aparatos modernos y muchos cursos sobre temas contemporáneos. Pero, ¿significa todo esto que los niños que asisten a la escuela hoy estén recibiendo una educación mejor que la que recibieron los niños en tiempos pasados? No necesariamente.
De hecho, en Norteamérica muchos alumnos del último año de la escuela de segunda enseñanza (grado doce) no leen mejor que los que están en el quinto grado de la escuela primaria. También es cierto que algunos alumnos no comprenden mucho de lo que leen. Es sorprendente cuántos de ellos no escriben de manera legible. Por lo tanto, está grandemente restringida la probabilidad de que lleguen a ser miembros productivos de la sociedad.
¿A qué se deben los malos resultados? ¿Qué pasa con la educación de los niños?
Lo que pasa
Una razón por la que a los padres y otras personas que son contribuyentes se les hace difícil comprender lo que está sucediendo es que suponen que las escuelas son exactamente como lo eran cuando ellos asistían años atrás. Pero las condiciones han cambiado de modo drástico. El padre de término medio quedaría escandalizado al ver en qué consiste el comportamiento diario en la actualidad.
No, no nos referimos a travesuras más o menos inofensivas de los alumnos de escuela. Estamos hablando del tráfico de drogas y el abuso de éstas, el consumo de bebidas alcohólicas, comportamiento licencioso —aun la fornicación— en los terrenos de la escuela. Estamos hablando de peleas, actos de agresión con puñal —a veces ataques contra profesores y directores— dentro de los mismísimos edificios escolares. Estamos hablando del destruir desvergonzada e irreflexivamente costosa propiedad escolar.
Y eso no es todo. En algunas aulas los días están llenos de batallas entre profesores y jóvenes irrespetuosos. Profesores concienzudos procuran hacer que continúen las clases a fin de que se beneficien los que quieren aprender, pero alumnos rebeldes interrumpen, desafían a los que ocupan puestos de autoridad y crean desorden. Otros alumnos tienden a dejarse llevar por la corriente e imitan a los desaforados, de modo que con el tiempo toda una clase puede volverse contra el profesor o la profesora. (En cierto caso todos los alumnos se pusieron en fila con la cara contra la pared y rehusaron comunicarse con el profesor.) Para el fin del día, los profesores y las profesoras se sienten frustrados y enfermos debido al esfuerzo que tienen que hacer por mantener su juicio y dignidad. Así, se desperdician la oportunidad, el talento y el dinero... el dinero de usted.
Si se añade a esto un sistema de créditos flojo y exámenes que se marcan a tal nivel que casi cualquiera puede pasarlos, el resultado es un ambiente en el que hay poco incentivo para aprender o aplicarse a los estudios. Peor aún, se tiraniza, amenaza, golpea y somete a mofa a los estudiantes que tratan de hacer buen trabajo. Se ejerce tremenda presión para que uno se someta a la rebeldía y a la promiscuidad sexual.
Imagínese la situación difícil de un joven que estaba en el primer año de la escuela de segunda enseñanza y a quien otros alumnos le robaron la tarjeta de identidad y con tinta oscura escribieron sobre su fotografía la palabra “GAY” (término que en inglés significa homosexual). ¿Por qué hicieron eso? Porque él rehusó participar en la fornicación. Alumnos también telefonearon a los padres del joven, fingieron creer que estaban hablando con él y explicaron que estaba listo su pedido de marihuana... esto, a fin de destruir la confianza que los padres tenían en su hijo y causarle dificultades en su hogar. Hubo ocasiones en que también destruyeron sus tareas escolares, sus libros y sus proyectos electrónicos y hasta lo atacaron físicamente en los pasillos de la escuela. ¿Cuántos jóvenes podrían aguantar dicho trato por largo tiempo?
‘Se están describiendo aquí las condiciones extremadamente malas que existen en las escuelas de barrios pobres habitados por ciertas minorías étnicas,’ tal vez diga usted, ‘pero tales condiciones no existen en la escuela a la que asisten mis hijos.’ ¿Lo sabe usted con certeza? ‘Bueno, nunca me han relatado cosa semejante,’ usted quizás responda. ¿Les ha interrogado usted al respecto? Claro, esperamos que la situación de sus hijos no sea tan mala como la que se acaba de describir, pero puede que sus hijos se sientan demasiado avergonzados para decirle lo que está pasando en la escuela, o tal vez otros los hayan intimidado. Acaso usted pregunta: ‘Pero, ¿dónde están los profesores y las profesoras cuando ocurren estas cosas?’
¿Qué hay de los profesores?
Es razonable que los padres y otros adultos interesados en el asunto pregunten eso. Felizmente, la mayor parte de los profesores y las profesoras todavía son personas dedicadas y responsables. ¿Por qué no habla con los que enseñan en la escuela a la que asisten sus hijos? Si existen dichos problemas, dé a conocer a los profesores y profesoras que usted no aprueba el comportamiento rebelde ni el que otros estorben los esfuerzos sinceros de ellos por rendir un buen servicio. En todo caso, déles a conocer las normas que usted ha fijado para su propia familia y lo que usted espera de sus hijos mientras éstos estén bajo el cuidado de ellos. Esto pudiera darles ánimo para seguir resistiendo la tensión emocional y los ataques contra su persona.
Los profesores necesitan que usted los anime. Tome en cuenta lo frustrados que deben sentirse al ver que a los que causan problemas se les despide con una censura verbal o se les suspende de la escuela por unos cuantos días. Durante una entrevista, cierto profesor dijo: “En cierta ocasión entré en el cuarto de baño de los muchachos en la escuela y sorprendí a tres muchachos que estaban repartiendo marihuana en bolsas plásticas. Los llevé a la oficina y entregué la prueba al subdirector. ... Al día siguiente le pregunté al subdirector qué se había hecho con esos alumnos. Me dijo que se les había mandado a casa por tres días.”
¿Afecta esto la actitud de los alumnos respecto a lo que creen que pueden hacer impunemente? ¡Por supuesto que sí! Al hablar acerca de una acusación de delito grave, cierto delincuente juvenil dijo a un sicólogo: “¿Qué importa? Todo lo que van a hacer es llevarme al tribunal y sermonearme por unos cuantos minutos.” Así, algunos jóvenes desprecian a todo el sistema de autoridad y justicia. La actitud de ellos, en cambio, hace que sus iguales sientan mayor presión. Alumnos que han sido expulsados de la escuela usan su tiempo libre para vagar por los terrenos de la escuela e incitar a otros a hacer lo malo. ¡Se vuelven héroes!
Otras condiciones adversas
Lo que se ha mencionado hasta este punto basta para mostrar cómo es posible que los niños asistan a la escuela y sin embargo no se eduquen bien, sea que ellos mismos estén directamente envueltos en el mal comportamiento o no. Para muchos jóvenes, la escuela es simplemente un lugar donde se reúnen para beber, usar drogas y tener relaciones sexuales. Pero hay otras situaciones que pueden impedir el que sus hijos reciban una mejor educación.
Es deplorable, pero hay casos en que los alumnos saben de profesores y profesoras que usan drogas y llevan vidas licenciosas. Esto difícilmente inspira en los alumnos jóvenes el deseo de ir en la dirección correcta. Considere cómo debe afectar a un alumno de 16 años de edad el que su profesora de veintitantos años de edad se siente sobre el escritorio de él y le pregunte: “¿Por qué no has pasado a verme como lo han hecho los otros muchachos de esta clase?” Más frecuente, tal vez, sea la molestia que algunas alumnas dicen que experimentan debido a profesores que les hacen insinuaciones a la vez que prometen darles una nota de aprobación.
Además, hay unos cuantos profesores que parecen creer que tienen una especie de “misión especial” que consiste en familiarizar a los jóvenes con “otros estilos de vida.” Tal vez inviten a prostitutas y homosexuales a la escuela para que hablen a los alumnos acerca del modo de vida que ellos llevan. O tal vez insistan en que los estudiantes lean o vean materia pornográfica como parte necesaria de su educación. En algunas escuelas del Canadá tal materia se califica de “lectura requerida.” Si se interroga al respecto a los que promueven ese tipo de lectura, éstos aseguran al inquiridor que a nadie se le obliga a leer dichos libros. Pero, ¿es así?
Hace unos años, cierta joven de Ontario rehusó leer una novela que trataba principalmente de las experiencias de una joven que aprendió varias formas de perversión sexual de una prostituta. El padre de la alumna apoyó la decisión de su hija. Pero el profesor insistió en que la muchacha tenía que leer el libro... ¡y el director concordó con el profesor! Finalmente se llegó a un acuerdo: En vez de leer ese libro, se requirió que la muchacha leyera dos libros de su propia elección. ¡En realidad, se le castigó debido a su opinión y su conciencia!
¿Qué pueden hacer los padres?
Ahora que usted sabe hasta cierto grado en qué situación se encuentran sus hijos y los profesores de éstos en la escuela, ¿qué hará usted al respecto? ¿Qué puede hacer? Recuerde que los hijos nacen de padres y dentro de una familia. No son productos del estado ni de instituciones del gobierno. Lo que los gobiernos proporcionen en cuanto a educación siempre debe considerarse como algo suplementario y nunca como excusa para que los padres abandonen sus propias responsabilidades. Sus hijos pertenecen a usted. Por lo tanto, usted tiene voz en lo que se les enseña y cómo se les enseña (y debe interesarse al respecto). Puesto que éste es el caso, ¿cómo debe usted proceder?
Primero, siéntese con sus hijos y considere abiertamente lo que está sucediendo en la(s) escuela(s). ¿Qué necesitan y qué problemas tienen? Los padres que se interesan en los principios cristianos querrán saber si lo que se les enseña a sus hijos o lo que se requiere que lean está en conflicto con dichos principios. Como es de esperar, otros padres se interesarán en preservar ciertos conceptos culturales y étnicos a los que tienen mucho aprecio.
Si la comunicación entre usted y sus hijos ha sido siempre buena, no le será difícil poner en práctica la recomendación susodicha. Pero si en el pasado se ha hecho caso omiso de la comunicación, requerirá tiempo y paciencia cerrar la brecha y mejorar la comunicación. Recuerde que existen fuertes vínculos de familia que le dan la ventaja a usted. Sus hijos le aman y se sentirán conmovidos por el interés genuino que usted muestre. Con el tiempo se harán más comunicativos. Así, tal vez sea necesario hacer ciertas enmiendas, pero el esfuerzo y el tiempo que usted dedique a ello valdrán la pena.
Sin embargo, no bastará con tan solo una sesión de dicha índole. Usted tiene que manifestar interés continuo en sus hijos y hacerlo de modo constante. Con regularidad, tal vez a la hora que cena la familia o en alguna otra ocasión apropiada, pregunte a sus hijos cómo pasaron el día en la escuela. ¿Qué aprendieron? Cuando contesten, escuche atentamente. No interrumpa innecesariamente. Si usted detecta cualquier cosa que le parece inaceptable en lo que han aprendido, no dé lugar al pánico. No se exalte ni se ponga a regañarlos. Eso resultaría en que dejaran de hablar. Pregúnteles qué piensan ellos respecto a lo que se les dijo en la escuela. Averigüe por qué aceptaron o rechazaron la idea. Tal vez sea una sorpresa grata para usted saber cómo trataron el asunto. Si tal es el caso, ¡déles encomio!
Por otra parte, si usted se da cuenta de que algo ha afectado adversamente lo que usted desea para sus hijos, usted tiene el derecho y el deber de considerar el asunto con ellos. Es más fácil extirpar cualesquier ideas malas en esta etapa temprana, antes que la mala conducta que pudiera resultar de ellas le cause pena a la familia. Razone con sus hijos respecto a los efectos de largo alcance de lo que se les ha enseñado. ¿Están dichas ideas en armonía con la verdad establecida? Hágales ver los peligros envueltos en aceptar rápidamente lo que es popular por el momento en contraste con el adherirse a la sabiduría cuya valía ha sido probada a través del tiempo y ha sobrevivido a aquellas culturas que la rechazaron.
Entonces, para ver con sus propios ojos las condiciones que existen en la escuela, haga una visita. Pase unas cuantas horas o todo un día allí, si puede. A los profesores no les molestará esto. De hecho, la mayor parte de ellos se sentirán felices de que usted lo haga. Si dentro de poco se celebra una reunión en la que los padres pueden hablar con los profesores, asista a ella. En ambos casos hable en serio con los profesores para ver en qué situación se encuentran los hijos de usted. Escuche cuando el profesor o la profesora le habla a usted. No forme sus propias opiniones precipitadamente. Hable de manera inteligente sobre lo que usted desea para sus hijos. Si a usted le preocupan ciertos asuntos de índole religiosa, cultural o étnica, délos a conocer. Hoy día la mayor parte de los profesores son bastante tolerantes, pero no pueden adivinar respecto a estos asuntos. Por ejemplo, tal vez concluyan que su hijo o hija no quiere participar en ciertos programas o ejercicios escolares meramente debido a un capricho infantil.
El visitar cada año a los nuevos profesores de sus hijos le da a usted la oportunidad de asegurar a dichos profesores que usted espera que sus hijos reciban cierta clase de educación. Esto también le da tiempo para examinar los libros de texto y expresar lo que usted prefiere al respecto. Esto será de ayuda a los profesores y a los jovencitos.
Así, aunque usted no visita la escuela con la idea de verse envuelto en una confrontación, ni con planes de alterar todo el sistema educativo, hay mucho que puede hacer para asegurar que sus hijos se beneficien de asistir a la escuela. No basta con solo pagar los impuestos. Tampoco puede ningún profesor ni profesora tomar el lugar de padres que se interesan en sus hijos. La mayor parte de lo que sus hijos necesitan para tener una mejor educación está disponible. Pero USTED es lo que más se necesita en dicho programa.
[Ilustración en la página 19]
Considere con su hijo o hija lo que está sucediendo en la escuela