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  • ¿Es la contaminación culpa de Dios?

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  • ¡Despertad! 1975
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g75 22/10 págs. 8-11

¿Es la contaminación culpa de Dios?

UNA arboleda de altísimos secoyas. Una fantástica selva tropical. Un vasto océano azul que se arroja contra la costa rocosa. Un desierto en la primavera alfombrado de color. Una cordillera de resplandecientes cumbres que se elevan por encima de bosques de verde oscuro y brillantes lagos azules. Estas son escenas que en un tiempo producían la reverente exclamación de admiración: “¡El país de Dios!”

Pero ahora una nueva generación de hombres contempla el aire sucio, pardo, los ríos atascados por los desperdicios industriales, los lagos muertos y los terrenos envenenados, y en las ciudades grandes los barrios bajos que se parecen a montones de basura y dicen: “El país de Dios.”

La contaminación, dicen ellos, es culpa de Dios. Basan su acusación en la declaración que se halla en la Biblia en Génesis 1:28, que dice: “Los bendijo Dios y les dijo Dios: ‘Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas volátiles de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra.’”

Esa declaración de Dios fue el comienzo de la contaminación, afirma el historiador británico Arnold J. Toynbee, en un artículo en Horizon, Verano de 1973, y que se reimprimió más tarde ese año en el Reader’s Digest. Se intituló “El génesis de la contaminación.” Pero Toynbee es solo uno de los más recientes de una larga lista de acusadores similares.

En la revista Science, del 10 de marzo de 1967, Lynn White, hijo, declaró en el artículo “Las raíces históricas de nuestra crisis ecológica”: “Al destruir el animismo pagano, el cristianismo hizo posible explotar a la naturaleza en completa indiferencia.” Él afirmaba que “el cristianismo lleva una pesada carga de culpa” por “la crisis ecológica que empeora.”

El artículo de White fue incorporado en The Environmental Handbook, preparado en 1970 por los Amigos de la Tierra. Ese mismo año el Sierra Club presentó al público su manual Ecotactics, y, en las páginas 82 y 83, dijo: “Las aspiraciones del hombre hasta ahora han sido guiadas por el dios del Génesis. En su mayor parte, hemos estado orgullosos de nuestro sojuzgamiento del planeta. Ahora descubrimos que nuestras aspiraciones han sido descarriadas y destructivas.”

Ian McHarg, de la Universidad de Pensilvania, en su libro Design with Nature, que se publicó en 1971, dijo: “Ciertamente, si uno busca la autorización para los que quieren aumentar la radiactividad, hacer canales y puertos con bombas atómicas, emplear venenos sin restricción, o acceder a la mentalidad de una máquina empujadora, no podría haber mejor mandamiento que este texto (Génesis 1:28). Aquí se puede hallar el permiso y el mandamiento para conquistar la naturaleza... el enemigo, la amenaza a Jehová.” Muchos otros, entre ellos algunos clérigos, unen su voz a este clamor de que la contaminación es la culpa de Dios.

La pregunta crucial es: Cuando Dios le dijo a la primera pareja que sojuzgara la Tierra y tuviera dominio sobre ella, ¿les dio por este mandato, como dice Toynbee, “la autorización a Adán y Eva para hacer lo que quisieran con ella”? ¿Fue este el propósito de Jehová? ¿O fue su propósito que el hombre, hecho a la imagen y semejanza de Dios, fuera el cuidador de la Tierra, su mayordomo para el bienestar no solo del hombre sino también de las plantas y de los animales? Más bien que arrojar acusaciones infundadas para llamarse la atención, una persona sabia primero se entera de los hechos. Tal como advierte la Biblia: “El contestar una pregunta antes de haber oído todo acerca de ella es tanto estúpido como insultante.”—Pro. 18:13, New English Bible.

Interés divino por las plantas y los animales

Cuando el hombre fue colocado en el Edén, no recibió autorización para hacer lo que quisiera. Fue restringido en su uso del jardín. Según dice la Biblia, había de ‘cultivarlo y cuidarlo.’ Las plantas no eran solo para el uso del hombre. También se dieron como alimento “a toda bestia salvaje de la tierra y a toda criatura volátil de los cielos y a todo lo que se mueve sobre la tierra en que hay vida como alma.”—Gén. 2:15-17; 1:30.

La ley que Dios más tarde le dio a la nación de Israel mostró cómo el hombre había de “sojuzgar” la tierra. No había de explotarla hasta agotarla, sino, más bien, cada séptimo año había de ser “un sábado de descanso completo para la tierra.” Lo que creciera de por sí ese año no se había de cosechar. Se había de dejar para la gente pobre así como para “tu animal doméstico y [para] la bestia salvaje que está en tu tierra.”—Lev. 25:3-7.

Se informa que actualmente hay más de ochocientas especies y subespecies de vida que se acercan a la extinción. ¿Es esto lo que Dios se propuso cuando le dijo al hombre que tuviera el dominio? Otras leyes que Dios dio a Israel muestran el interés que tiene el Creador por la vida animal. Por ejemplo, no se le había de poner el bozal al toro que trillaba el maíz, puesto que tenía derecho a comer del grano. No se había de unir un toro junto con un burro al arado... era injusto para con el animal más pequeño, más débil. Si una bestia de carga del vecino estuviera en dificultad, uno había de ayudarla aunque su dueño fuera enemigo de uno, y aunque fuera en día de sábado.—Deu. 25:4; 22:10; Éxo. 23:4, 5; Luc. 14:5.

Y cuando se nos dice que Dios vistió a los lirios del campo con una belleza y gloria que superan hasta las del rey Salomón, eso no suena como una autorización divina que se concede a destructores, ¿verdad? Las políticas de la guerra moderna de defoliación y de “arrasarlo todo” antes de abandonar la región al enemigo no se llevan a cabo con la aprobación divina.—Mat. 6:28, 29.

Así es que los hechos muestran que la acusación de los críticos de la Biblia de que Dios es el culpable de la contaminación de la Tierra no tiene fundamento. Bueno, ¿qué se puede decir acerca de la solución que ofrecen como remedio estos mismos críticos? ¿Cuán razonable es?

Politeísmo y contaminación

Estas personas que culpan a Dios por la contaminación machacan todas en el mismo tema, diciendo que puesto que la causa de la crisis ecológica es religiosa, el remedio también tiene que ser religioso. Dicen que hay que reemplazar el monoteísmo judeocristiano, es decir, la creencia en un solo Dios, con el politeísmo o animismo, la creencia de que muchos dioses habitan en las colinas, los arroyos, los árboles, los pájaros y los animales, y que hay que adorar a estos muchos dioses.

Lynn White, hijo, dice que antes que los animistas cortaran un árbol, excavaran una montaña, o represaran un arroyo, aplacaban a los espíritus encargados. McHarg cuenta de la extensa disculpa que el cazador indio le dirigió al oso antes de matarlo, en que explicó que necesitaba su piel y su carne. Pero a pesar de la actitud de adoración de los animistas, al final el árbol fue derribado, la montaña excavada, el arroyo represado, y el oso muerto... si acaso se quedó por allí hasta el fin del discurso.—Compare con Romanos 1:20-23.

En la actualidad los budistas, los hindúes y los sintoístas adoran a miríadas de dioses, pues reverencian a los animales, a las plantas, al Sol, al trueno, al viento, a las rocas, etcétera. ¿Ha ayudado su adoración politeísta a limpiar la Tierra? Bueno, considere un ejemplo. Un artículo sobre el hinduismo en la edición de 1971 de la Encyclopædia Britannica dice: “Todos los ríos y las colinas son más o menos divinos, y la extrema santidad del Ganges . . . no necesita énfasis.” ¿Ha impedido esa “extrema santidad” del río Ganges su contaminación?

No. Un periodista indio le dijo a un visitante a la “Santa Ciudad” de Benarés, a orillas del Ganges: “Todo lo que uno necesita para Benarés es un estómago fuerte y una mente liberal.” Un artículo reciente del Times de Nueva York indicó que algunos indios “desean que a lo largo de las riberas del Ganges se preste más atención a la sanidad sencilla que a las devociones complicadas.” Ciertamente es un río contaminado.

Tampoco han podido el sintoísmo ni otras religiones del animismo proteger al Japón moderno de la notoria contaminación. Dice una noticia de 1974 de la Prensa Asociada Internacional: “El gobierno japonés actualmente está librando lo que bien pudiera ser una lucha de vida o muerte para limpiar el ambiente.” La religión politeísta no ha impedido la contaminación. Ciertamente ese no es el remedio al problema.

La causa de la contaminación y el remedio

Esencialmente, hay dos causas para la contaminación de la Tierra: la ignorancia y la codicia de parte de la humanidad.

Muchos hombres no han contaminado la Tierra intencionadamente. Por ejemplo, los océanos virtualmente se han convertido en vertederos sencillamente porque por siglos la gente ha tenido el concepto equivocado de que estos tienen una capacidad inagotable para los desechos. Dice el capitán experto en océanos Jacques-Yves Cousteau: “Cada mes ahora vertemos tantos millones de toneladas de desperdicios venenosos en el océano vivo que quizás en veinte años, quizás antes, los océanos habrán recibido su herida mortal y comenzarán a morir.” La ignorancia del hombre está comenzando a costarle caro.

Por supuesto, la codicia ha desempeñado un papel importante en la contaminación. La gente ha continuado exigiendo cosas mucho más allá de sus necesidades, y la tecnología se ha esforzado por satisfacer estas demandas. Esto ha mantenido a las fábricas funcionando y estas han derramado sus residuos líquidos en las corrientes de agua y han arrojado humo cargado de partículas a la atmósfera. Más automóviles que nunca antes congestionan las carreteras, ensuciando el aire que respiramos. El modo de vida actual del hombre ha convertido en “necesidades” muchas cosas que en otro tiempo se consideraban lujos. Así es que no es probable que la contaminación que causan termine mientras continúe este sistema.

El citar a Génesis 1:28 y culpar a Dios por la contaminación revela una ignorancia de las muchas exhortaciones de Jehová de que se cuidara la Tierra y sus plantas y animales. El sojuzgar no tiene por qué significar oprimir. No hay por qué la dominación tenga que ser destructiva. Las malas hierbas son valiosas en muchas zonas, pero no en nuestros jardines. Los leones y los tigres están bien en las selvas, pero no en las calles de nuestra ciudad. ¿No podemos sojuzgar las malas hierbas y cultivar la lechuga sin matar a los pájaros y a las abejas? ¿No podemos controlar y usar las poblaciones animales sin matarlas hasta exterminarlas? ¿Tenemos que deificar a los arroyos para tener agua pura, o adorar el viento para tener aire limpio, o inclinarnos ante las montañas para tener terreno incontaminado?

El génesis de la contaminación no es el mandato que Jehová dio al hombre de ser el cuidador de la Tierra. Más bien, los habitantes de la Tierra se contaminan moralmente antes de contaminar su ambiente físico. Es un derrumbe moral, una contaminación de la gente ignorante debido a su codicia. Es un caso de causa y efecto. La causa es la gente contaminada; el efecto es el ambiente contaminado. El remedio es una educación y limpieza de la gente, entonces seguirá la limpieza del ambiente. Remuévase la causa, y también desaparece el efecto.

Lo que una persona siembra, es lo que siega. Pero hoy está de moda negar esto, echarle la culpa a otro, eludir la responsabilidad personal. Los criminales dicen que no son culpables... la sociedad lo es. Los que contaminan dicen que no son los culpables... Dios lo es. Así se expresa la necedad.

Lo que es más, en una sociedad ateísta, saturada de ciencia, se ha hecho popular el atribuir la culpa a Dios. Y si en el proceso estos hombres impíos pueden darle son de erudito y hacer que las calumnias provengan de la boca de personalidades distinguidas, tanto mejor. Hace unos pocos años clérigos eminentes declararon muerto a Dios. Ahora, por decirlo así, lo resucitan para achacarle la culpa al denotar en sus opiniones que él es el responsable de los problemas ecológicos del hombre. ¿Surtirá efecto? ¿Está justificada su acción? ¡Ciertamente que no!

Los barrios bajos y los montones de basura, los ríos nauseabundos, los lagos agonizantes, los océanos envenenados, el terreno enfermo, el aire hediondo cargado de humo, y la lista creciente de las especies en peligro de extinción... todos estos denotan la ignorancia y la codicia del hombre. Haga frente a toda esta contaminación, reconózcala por lo que es, y escuche lo que proclama: “¡El país contaminado del hombre!”

¡Pero no se desanimen, amadores de Dios y de todo lo que él ha hecho! Los cielos todavía proclaman la gloria de Dios, y las maravillas de la Tierra todavía hablan de su poder y majestad eternos. Cobren ánimo en lo que Jehová dice de nuestro tiempo: “Ha llegado el día de la retribución. Ahora es el tiempo . . . de destruir a los que destruyen la tierra.” (Rev. 11:18, NE) ¡Qué reconfortante es saber que Dios pronto realizará su propósito original y se encargará de que la Tierra ‘se sojuzgue’ correctamente... para la gloria de él y para el bien duradero de toda la creación!

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