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  • ¿Tiene la culpa la policía?
  • Viendo la policía tal como es
  • Lo que experimenta la policía
  • Preparados para la lucha contra el crimen
  • Cómo era
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¡Despertad! 1976
g76 22/2 págs. 5-10

¿Por qué se pierde la batalla contra el crimen?

Lea lo que dice acerca de ello un policía veterano

NINGUNA ciudad tiene tanto crimen como la ciudad de Nueva York. ¡En un año reciente se asesinó aquí más gente —1669— que la que ha sido muerta en casi siete años de lucha en Irlanda del Norte!

Como policía de la ciudad de Nueva York por más de catorce años, he visto el fracaso de toda suerte de esfuerzos para detener este crimen. Maurice Nadjari, que entonces era fiscal especial del estado de Nueva York, tuvo razón cuando dijo: “Ya no podemos proteger a la gente contra el crimen.”

Cada día cientos de neoyorquinos son asesinados, atacados, robados o violadas... casi cada minuto se informa de un crimen serio. Un encabezamiento del Times de Nueva York, al informar el aumento del crimen durante los primeros meses de 1975 sobre los mismos meses de 1974, dijo: “CRÍMENES SERIOS AUMENTAN UN 21,3% EN LA CIUDAD.” No es de extrañarse que en muchas secciones de la ciudad los neoyorquinos tengan miedo de aventurarse a salir de casa... son, en realidad, presos en su propia casa.

¿Tiene la culpa la policía?

Temerosas y enojadas —y se entiende por qué— la gente a menudo culpa a la policía. Se nos llama demasiado estúpidos para resolver crímenes, o demasiado perezosos. La opinión común es que regularmente aceptamos sobornos en armonía con la impresión que dio la película Sérpico. Muchos dicen que tenemos una actitud superior, por encima de la ley, y que la manifestamos al no obedecer las leyes que somos responsables de hacer cumplir. Otros nos acusan de ser insensibles para con el público, y de dar trato brutal a los sospechosos de crimen.

Aunque puede haber algo de verdad en algunas de estas acusaciones, creo que en general dan una impresión falsa. El trabajo de policía es de tal naturaleza que es muy fácil que sea entendido mal por el público. De modo que es injusto formar juicio sin oír nuestra parte. Creo que el escucharla no solo le ayudará a conocer a fondo la razón del aumento del crimen, sino que también le ayudará a comprender las frustraciones y presiones que soporta la policía.

Viendo la policía tal como es

Algunas personas dicen que una razón principal por qué florece el crimen es que la policía es corrupta. Como evidencia, tal vez citen el informe de que de cincuenta y un policías de Nueva York a quienes se les entregó billeteras “perdidas” para que las llevaran a la comisaría, quince se embolsaron el dinero. (Times de Nueva York, 17 de noviembre de 1973) Sin embargo, contemple esto en perspectiva.

¿Sabía usted que más tarde cuando se realizó una prueba similar con neoyorquinos tomados al azar, cuarenta y dos de las cincuenta personas se quedaron fraudulentamente con el dinero? Se ve pues que, en gran manera, la policía sencillamente refleja las normas de la sociedad de la cual forman parte, ¿no es así? Y en cuanto a los sobornos, ¿no es el público el que se los ofrece a la policía?

No estoy tratando de justificar la falta de honradez policial. Pero es bueno ver el cuadro entero. Se reconoce que existe alguna corrupción. Pero, realmente, ¿no hacemos mucho nosotros los de la policía para prevenir el crimen? ¿No es cierto que por lo general la gente se inclina más a cumplir la ley cuando nos ve a nosotros ahí cerca?

Recuerde lo que sucedió en 1969 cuando 3700 miembros de la policía de la ciudad de Montreal, Canadá, se pusieron en huelga. El crimen aumentó a tal grado que los líderes gubernamentales dijeron que la ciudad estaba “amenazada por la anarquía.” Y créame, sería peor en Nueva York. Sin la policía en sus puestos, lo mejor sería que los neoyorquinos establecieran barricadas en sus viviendas. ¡No se podría vivir en la ciudad!

Lo que experimenta la policía

Para ilustrar la frustración que a menudo experimentan los policías en la lucha contra el crimen, permítame relatar lo siguiente: Un policía compañero atrapó recientemente a dos niños de doce y trece años de edad practicando relaciones sexuales en la azotea de un edificio municipal de apartamentos. Él llevó a la niña a sus padres. Pero la madre le dijo que no se metiera en asuntos ajenos, diciendo: “Ella ya es una mujer; puede hacerlo cuando quiera.” Una experiencia como esta hace que el policía se sienta inútil. Creo que esta actitud moderna de tolerancia, donde todo se permite, contribuye al aumento del crimen.

En los barrios bajos el policía representa la parte de la sociedad que los residentes creen que los ha estado derribando a puntapiés y que no los deja elevarse de ese bajo nivel. De modo que en estas zonas a menudo nos ven más bien como amenaza que como ayuda. Por ejemplo, cuando entramos en un vecindario para sacar a un traficante de drogas, sus vecinos luchan por el traficante y en contra de nosotros. Me parece que esta actitud antipolicial, también, es otro factor contribuyente al aumento del crimen.

Recuerdo algo que pasó en la sección Bedford-Stuyvesant de Brooklyn. Un par de sujetos habían robado un automóvil, y trataron de escapar. Los perseguimos, y chocaron, despedazando el automóvil. Los arrinconamos y los pusimos de cara a la pared, con nuestras armas listas. Pero antes de darnos cuenta se formó una multitud y empezaron a amenazarnos. Les digo que la melodía más dulce que jamás he oído procedió de las sirenas de los coches policiales que venían en nuestra ayuda.

Uno tiene que enfrentarse a situaciones como esa para comprender lo que es esa sensación de terror frío. Sé que los críticos están inclinados a censurar a la policía por usar sus armas demasiado rápidamente y por el uso innecesario de la fuerza. Pero es fácil criticar desde un lugar libre de peligro. Creo que los críticos lo verían de otro modo si tuvieran que enfrentarse a criminales armados.

¡La situación es aterradora! ¡En la ciudad le dan muerte a casi un policía por mes! La cantidad de crimen es increíble... un policía compañero dijo el otro día que un coche patrullero tuvo que encargarse de cinco robos durante un patrullaje, la mayoría asaltos de robos armados de farmacias.

Hasta el asesinato ha llegado a ser asunto rutinario, y a menudo la policía se endurece ante ello. John Flores, un policía que trabajaba en la Comisaría 73 de Brownsville, un distrito de muchos crímenes, ilustró el asunto al describir un patrullaje en el cual estuvo tan ocupado que, mientras comía un sándwich, notó que ni siquiera se había lavado de las manos la sangre de una víctima de asesinato.

La gente de estas secciones se endurece también. En otro caso, el marido había dado muerte a su esposa. Tenían doce hijos, y mientras se llevaba a cabo la investigación, unos niños corrían detrás de otros en un juego que abarcaba toda la casa, ¡como si nada hubiera pasado!

Pero, ¿por qué estamos perdiendo la batalla contra el crimen? ¿Radica la culpa en la preparación de los policías para su tarea?

Preparados para la lucha contra el crimen

Fue en 1961, cuando yo tenía veinticuatro años, que recibí entrenamiento en la Academia Policial de Nueva York. Estaba incluida la preparación física... calistenia, judo y el uso de armas. En el aula examinábamos los elementos de cada crimen, y lo que está envuelto en hacer un arresto. El asunto comprende más que sencillamente decir: “¡Está detenido!” Aprendí lo que le sucede a un individuo después que es llevado a un lugar de arresto: que le toman las impresiones digitales, lo fotografían y lo preparan de otros modos para aparecer ante el tribunal. También aprendí la clase de evidencia que se necesita para que un arresto valga ante el tribunal.

Después de unos cinco meses mi clase se graduó, y yo fui asignado a la Comisaría 66, en Borough Park, Brooklyn. Allí recorría a pie un distrito y, a veces, iba en coche patrullero. Era satisfaciente ayudar a la gente a resolver sus problemas, y dar ayuda médica y de otras clases.

Sin embargo, odiaba dar citaciones por infracciones del reglamento del tránsito, puesto que hacen sentir tan mal a la gente. De manera que llegaba el fin del mes y yo no había informado el número de infracciones que se esperaba de mí. Entonces me veía obligado a citar a infractores de tránsito por las llamadas faltas pequeñas o “dudosas”... como el no detenerse por completo, o deslizarse cuando el semáforo estaba cambiando. Me hacía sentir muy mal.

Nunca olvidaré el primer arresto que hice. Detuve a un automovilista que estaba conduciendo sin licencia, y me ofreció unos cien dólares para dejarlo ir. Lo arresté y lo llevé a la comisaría.

Desde entonces he hecho cientos de arrestos, pero lo que hace especialmente digno de recordar ese primer arresto es que señaló mi primera aparición ante el tribunal, donde vi las condiciones caóticas que existen allí. La realidad ciertamente no era lo que el entrenamiento recibido en la academia me había llevado a esperar. Pero pronto aprendí otras realidades sorprendentes, las que eran totalmente contrarias al excelente entrenamiento policial que se nos había dado.

Cómo era

Hacía poco que estaba en el cuerpo de seguridad cuando se me hizo evidente que muchos policías estaban aceptando sobornos. Era conocimiento común que algunos recogían dinero por protección de los jugadores y otras figuras del hampa.

Entonces vino la investigación de la Comisión Knapp de la corrupción policial. ¡Hace unos cuatro años que se concentró en la corrupción, y desde entonces algunos policías realmente han sido hallados culpables y encarcelados! Además, se rompió la conspiración del silencio... los policías empezaron a informar sobre la corrupción. De modo que se extendió el temor, los policías tenían miedo de que otros policías los delataran, y esto contribuyó a una limpieza.

Se dio comienzo a un programa de anticorrupción en todo el departamento. Por ejemplo, se han colocado carteles en las comisarías que explican que el potencial de ganancia de un policía durante veinte años de servicio y veinte años de retiro es 500.000 dólares, y se les insta a no jugarlo todo al aceptar un soborno. Ahora recibimos un buen sueldo y dudo que haya muchos que se arriesguen a perderlo por medio de aceptar cualquier clase de soborno.

Eso no significa que todos los policías se han vuelto fundamentalmente honrados. Un asistente jubilado del inspector principal probablemente tenía razón cuando dijo de algunos policías anteriormente corruptos: “Ahora mismo están contemplando las oportunidades para hacer dinero y están pesando el dinero contra el riesgo.” Parece que hay que mantener el factor de riesgo a un nivel alto, como indicó un reciente informe policial cuando identificó el temor de ser atrapado como la razón de las condiciones mejoradas.

Sin embargo, me doy cuenta de que el público todavía considera que la mayoría de los policías son corruptos; hemos perdido credibilidad debido a nuestro registro pasado. También, la persistente actitud de estar por encima de la ley que algunos policías manifiestan contribuye a esto.

Esta pérdida de confianza pública, o credibilidad —que resulta en falta de cooperación y hasta odio de parte de muchos del público— es un factor principal, creo, el hecho de que estemos perdiendo la batalla contra el crimen.

Trabajo de detective, y otros factores

Yo deseaba adelantar en el departamento, y el 18 de mayo de 1962 sucedió una cosa terrible que abrió el camino... fueron asesinados dos detectives de Brooklyn, llamados Fallon y Finnegan, en una tabaquería de mi distrito, justamente a unas manzanas de donde yo estaba en ese momento. En esos días el asesinar a un policía era cosa rara, y se llamaron a los detectives de todas partes de la ciudad para trabajar en el caso.

La noche de los asesinatos recibí información de una fuente confidencial que me aturdió... se me informó de la identidad de uno de los asesinos. Inmediatamente fui a la estación de policía y comuniqué la información. Ahí mismo se me asignó a ayudar en el caso. Esa misma noche pudimos establecer que uno de los sospechosos estaba implicado en los asesinatos. Posteriormente fue aprehendido y sentenciado.

Como resultado de mi trabajo, fui recomendado para la oficina de detectives, y en la primavera de 1963 recibí el curso de entrenamiento para detectives en la Academia Policial. Después de eso, como entonces era costumbre, fui asignado al Escuadrón Juvenil, una especie de escuadrón de detectives jóvenes que hacía cumplir las leyes relacionadas con lugares en que se congregaban los jovencitos, como en las boleras, salas de billar y escuelas. Pero desde 1966 he realizado el trabajo corriente de detective.

El trabajo de investigación que se realiza en la mayoría de los crímenes no es nada en comparación con el que se hizo en el asesinato de Fallon y Finnegan, pues en ese caso docenas de detectives y técnicos especiales concentraron sus esfuerzos. Dado que diariamente se informan más de mil crímenes serios, sencillamente no alcanza el tiempo para investigar cabalmente la mayoría de los crímenes.

Pero cuando hay disponible más tiempo, se puede conducir una investigación completa. Se puede tratar de hallar testigos del crimen, y se puede hacer un esfuerzo cabal en busca de pistas. Las impresiones dactilares son extremadamente valiosas como evidencia de un crimen; sin embargo, creo que en este sector muchos detectives son deficientes. No utilizan los métodos científicos disponibles para detectar los crímenes, ya sea por falta de interés o por no estar convencidos de su valor.

Ante la gran ola de crímenes, el procedimiento investigador se ha desbaratado... solo se resuelve uno de cada cinco crímenes graves, y el número propiamente dicho probablemente es mucho menor. Como resultado, la confianza del público en la policía es baja. Aumentan la frustración y el egoísmo, haciendo que más personas se vuelvan al crimen.

No obstante, muchos policías creen que hay y una razón aun más importante por la que estamos perdiendo la batalla.

Por qué se puede decir que el crimen paga

Dicho francamente, la razón es que EL CRIMEN PAGA. Eso es lo que muestra la evidencia. Por eso James S. Campbell, el consejero anterior de una comisión presidencial sobre el crimen, dijo: “El crimen sí paga.” Hizo notar que “la probabilidad era de 99 contra 1 de que uno pudiera cometer un crimen y no ir a la cárcel por ello.” Pero en la ciudad de Nueva York hay todavía menos probabilidad de que un criminal sea castigado.

Por ejemplo, de 97.000 arrestos por crímenes graves en un año reciente, ¡solo 900 acusados fueron procesados hasta el punto de llegar a un veredicto! Se atiende a la inmensa mayoría de los arrestos por lo que llaman “defensa negociada.” La manera en que se efectúa esto es que el criminal concuerda en confesarse delincuente de una acusación reducida que por lo general implica la suspensión de la sentencia. En otras palabras, sale libre. ¡No hay ningún castigo! Hasta ocho de cada diez casos de asesinato se resuelven por medio de esta “defensa negociada.” En esos casos, el asesino por lo general recibe una sentencia leve, y pronto está libre para cometer nuevamente sus crímenes.

Por mi propia experiencia podría darle muchos ejemplos de este sistema jurídico de “puerta giratoria.” Pero permítame escoger solo uno. En 1970 un hombre con un largo registro criminal mató cruelmente a puñaladas a un indefenso anciano, el dueño de una licorería. No obstante a este asesino que mató a sangre fría se le permitió confesarse delincuente de homicidio sin premeditación, y fue sentenciado a cinco años, lo cual significa que probablemente cumplió solo dos o tres años. ¡Pero fue uno de los crímenes más atroces que jamás haya investigado!

¿Por qué en casos como este no juzgan a los criminales y les dan el debido castigo? El juez David Ross explicó: “Estamos estallando por los cuatro costados y se necesitarían millones [de dólares] para juzgar todos estos casos.” Además, las cárceles ya están llenas, y los costos de construcción para cárceles nuevas pueden ascender hasta 40.000 dólares por preso. Aun ahora, cuesta alrededor de 10.000 dólares al año para mantener a una persona en una cárcel tradicional. De modo que no solo es demasiado costoso juzgar a criminales, sino también muy costoso mantenerlos encerrados.

Como resultado, las personas se sienten alentadas a cometer más crímenes, puesto que pueden ver que el crimen paga. La verdad es que a veces hasta se ríen de nosotros cuando los arrestamos, puesto que saben que no tienen nada que temer. Por lo tanto, ¿puede usted ver por qué los policías a menudo no son muy enérgicos en sus esfuerzos por prender a los criminales? De cualquier modo lo usual es que no serán castigados. Por ejemplo, un hombre de Washington, D.C. fue arrestado cincuenta y siete veces en cinco años antes que fuera sentenciado.

Es una situación triste, como dijo Patrick Murphy, anterior comisionado de policía de la ciudad de Nueva York: “La policía es meramente el arma más visible de un sistema de control del crimen desbaratado, de un no sistema, en el cual los acusadores y los tribunales también fracasan.”

Un editorial del Times de Nueva York tenía razón al decir lo siguiente del sistema judicial: “Esencialmente el cuadro es el de un ‘sistema’ que amenaza constantemente con derrumbarse por su propio peso, que funciona de una manera más destinada a evitar ese derrumbe que a impartir justicia o proteger al público.”—7 de febrero de 1975.

El público es el que sufre más, especialmente las víctimas. La idea de ayudar o compensarlas por su pérdida casi no existe. Además, si las víctimas han de dar testimonio en el tribunal tienen que hacerlo a costa de su propio tiempo, quizás con pérdida de salario, y lo más que pueden esperar es que el criminal sea castigado. Pero, puesto que tan pocos criminales reciben castigo, cada vez menos víctimas quieren molestarse para acusar, y, francamente, no puedo culparlas. ¡Una mujer de Filadelfia tuvo que presentarse en el tribunal cuarenta y cinco veces antes que el asaltante que le robó fuera sentenciado!

¿Hay soluciones?

Hace algún tiempo, fue llamada a mi atención la idea de hacer que el criminal trabajara para devolverle a la víctima lo que le había robado o dañado. La idea es de la Biblia, donde, según la ley de Dios, un ladrón que robaba un toro y lo vendía ¡tenía que compensar con cinco toros! (Éxo. 22:1-4) ¡Esto es tan lógico! Si los criminales tuvieran que hacer esa restitución a sus víctimas, o, en el caso de juveniles, tuvieran que hacerlo sus padres, se reduciría enormemente el crimen.

También se necesita castigo veloz por la maldad. Cuando no hay castigo, el criminal cree que el crimen paga y por lo tanto continúa en este mal proceder, como dice la Biblia. (Ecl. 8:11) Pero si el que comete un asesinato premeditado fuera ejecutado rápidamente, como recomienda la Biblia, puedo asegurarle que habría muchos menos crímenes. (Núm. 35:30, 31) Y si otros criminales fueran castigados severamente, estoy seguro de que el crimen disminuiría repentinamente.

Sin embargo, este sistema de cosas se aleja cada vez más de un curso de razón y buen sentido. Por eso, mientras este sistema continúe, triste es decirlo, no puedo ver ninguna esperanza de un verdadero mejoramiento en la batalla policial contra el crimen.—Contribuido.

[Comentario de la página 6]

‘Algunos dicen que la policía es corrupta.’

[Comentario de la página 7]

“El asesinato ha llegado a ser asunto rutinario, y a menudo la policía se endurece ante ello.”

[Comentario de la página 8]

“Muchos policías estaban aceptando sobornos.”

[Comentario de la página 9]

“Sencillamente no alcanza el tiempo para investigar cabalmente la mayoría de los crímenes.”

[Comentario de la página 10]

‘El crimen paga. Para la mayoría de los criminales no hay castigo.’

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