Un polígamo escoge una herencia mejor
Según fue relatado al corresponsal de “¡Despertad!” en Zaire
DESDE mi juventud he estado interesado en preparar una herencia digna para trasmitírsela a mis hijos. Sin embargo, al pasar los años, mi punto de vista sobre la vida ha cambiado mucho, pero todavía es fuerte mi deseo de preparar algo de valor para mi familia. Debido a que nací en una pequeña aldea en el corazón del África tropical, mi modo de vivir probablemente es muy diferente del suyo.
En África, la vida aldeana le presenta a un niño muchas oportunidades para meditar sobre su futuro. Cuando la noche había cubierto el último resplandor del día, nosotros los jóvenes nos sentábamos con nuestros padres fuera de nuestras chozas. La noche estaba llena de sonidos, pero no era el canto de los grillos ni el croar de las ranas lo que atraía nuestra atención. Agrupados alrededor de un fuego de leños, esperando la invitación al sueño, las personas mayores charlaban. Este no era el momento para que hablaran los jovencitos, sino, más bien, para que escucharan. ¡Qué caudal de conocimiento adquiríamos de este modo! Los mayores relataban incidentes que habían tenido lugar mientras estaban de caza, recitaban piezas del folklore y exponían innumerables proverbios, apropiados a toda situación de la vida. En momentos como éstos yo me preguntaba: “¿Qué haré de mi vida?”
Mis proyectos para el futuro
Para mi pueblo, aunque el dinero es importante, es de mucho más valor un nombre o una reputación. El hombre que logra hacerse un nombre es respetado, hasta después de su muerte. Yo también deseaba adquirir un nombre que fuera recordado, y me parecía que esto sería una herencia que valdría la pena trasmitir a mis hijos. Para que uno gane fama y prestigio en la comunidad, los hijos son de suprema importancia entre el pueblo bantú. Se espera que la gente en generaciones futuras señale a sus descendientes y diga: “¡Ah! Estos son los hijos de Fulano de Tal.” En realidad, en nuestra tribu, a un hombre que no tenga hijos se le hace esta pregunta algo despreciativa: “Neushiye tshinyi?” que significa, de hecho, “¿Quién perpetuará tu nombre?” (Literalmente, “¿Qué dejarás?”) Aunque un hombre sea muy rico, si no tiene hijos que continúen su nombre, se le considera sin valor a los ojos de la comunidad. Al modo de pensar del pueblo bantú, ese hombre ha sido maldecido. Para que mi nombre nunca fuera borrado, aun después de mi muerte, decidí tener muchos hijos. Quería asegurarme de mi “herencia.”
Mi propio padre era polígamo, aunque él mismo no había escogido esta clase de matrimonio. ¿Cómo sucedió, entonces? Nuestras reglas tribuales requieren que los hermanos de un hombre muerto tomen a la viuda (o viudas) de su hermano. Puesto que murieron los hermanos de mi padre, él heredó tres esposas.
En general, los bantúes consideran que las mujeres son una fuente de enriquecimiento económico para la familia, y por eso un hombre con varias esposas obtiene prominencia en la comunidad. El saber algo del trabajo de una esposa industriosa puede ayudarle a comprender cómo una esposa le trae beneficios materiales a la casa. Su trabajo comienza al alba, cuando tiene que asegurarse de que se haya provisto suficiente agua para satisfacer las necesidades de la familia. Tal vez tenga que realizar varios viajes a una fuente de agua situada en el fondo de una empinada barranca, volviendo cada vez con un recipiente de agua equilibrado sobre su cabeza. Habiendo acabado de sacar el agua, las mujeres de la aldea se ponen a cultivar sus campos, trabajando con toscos azadones de mano bajo el sol de la mañana que ya está caliente. Su laboriosidad será recompensada por una cosecha de mandioca (yuca), cacahuetes, maíz, batatas, habichuelas, ñames, plátanos, bananas y piñas. Con nueve meses de tiempo lluvioso y una estación seca de solo tres meses, la estación del crecimiento o desarrollo para muchas de las frutas y hortalizas se extiende a la mayor parte del año. Una esposa que trabaje diligentemente tendrá un excedente de alimento que puede vender en el mercado, aumentando de este modo los ingresos de la familia.
No es solamente la esposa o las esposas las que contribuyen a la riqueza de la familia; también lo hacen los hijos. ¿Cómo? Igual que en muchas partes del mundo, los padres de una joven le piden una dote al hombre que va a tomar en matrimonio a su hija. En mi tribu por lo general esta dote consta de una cantidad de dinero, una cabra, pollos y ropa, lo cual depende de los medios económicos de la familia. El dinero, que es para el padre de la muchacha, se considera como contribución por los gastos de la familia en la crianza de la hija. Las prendas de vestir son una donación para la madre de la muchacha por haber guardado la virginidad de la hija hasta su casamiento. ¿Y la cabra y los pollos? Se guardan como inversión. Siempre es posible matarlos o venderlos más tarde si la familia tiene necesidad de conseguir dinero rápidamente. Desde el punto de vista bantú, ahora que la hija ha dejado a su propia familia, estará enriqueciendo a la familia de su marido al darle hijos para su nombre. Por lo tanto, ¿por qué no pedir una dote? Los bantúes creen que la hija tiene ese valor.
A pesar de las evidentes ventajas materiales de tener una familia grande como resultado de un matrimonio polígamo, mi interés en tener muchos hijos fue acicateado principalmente por el deseo, adquirido desde mi niñez, de asegurar un nombre y una herencia digna para mí y para mi familia. Con ese proyecto en mente decidí casarme con varias esposas, pero no todas al mismo tiempo. Mi idea era casarme con una sola esposa, y después, cuando hubiera dejado de dar a luz hijos, despedirla y casarme con otra, y así sucesivamente. Sin embargo, poco sabía yo que mis planes no se realizarían de la manera en que había pensado.
Empieza mi vida de polígamo
Cuando llegué a ser un joven, abandoné la aldea donde me había criado y me inicié en el negocio de carpintería. Algún tiempo después tomé a mi primera esposa en matrimonio, y dentro de un año me había dado mi primer hijo. Me sentí satisfecho al ver que se empezaban a cristalizar mis proyectos para el futuro. Aunque mi mujer continuó dándome hijos, unos dos años después decidí casarme con una segunda esposa.
Mi primera esposa no estaba del todo de acuerdo con esta intrusión que afectaba su posición indisputada hasta entonces en la casa. Inútil es decir que la primera esposa nunca se siente feliz al ver venir la segunda esposa que ahora comparte el afecto de su marido. Solo en caso de que la primera esposa resulte estéril accederá ella resignadamente a la llegada de una segunda esposa. No obstante, sea cual fuere el caso, la madre de la segunda esposa no habrá dejado de preparar a su hija para la vida de esposa secundaria. Por ejemplo, le habrá enseñado a su hija que tiene que considerar a la primera esposa como si fuera su “madre.” En adelante será de su nueva “madre” que tendrá que aprender los quehaceres domésticos, y así por el estilo. La primera esposa la pondrá a hacer el lavado, la enviará al mercado para comprar comida y le asignará muchas otras tareas.
Aunque son socias a disgusto, se considera esencial que reine la paz entre las dos esposas para que su marido goce de buena salud y una larga vida. Si hay conflictos entre las esposas, se teme que los malos espíritus se aprovechen de la situación con el propósito de quitarle la vida al esposo.
Desafortunadamente no hubo esa paz en mi matrimonio. Los celos y las disputas eran el orden del día. Debido a la tensión continua entre las dos mujeres y yo decayó mi salud y caí gravemente enfermo. Mi primera esposa ahora quedó convencida de que la segunda esposa era la responsable de mi enfermedad, y desde ese momento en adelante la consideró como hechicera. Naturalmente, ninguna de mis esposas deseaba ser culpada por mi enfermedad, de modo que cada una de ellas deseaba ir al sacerdote fetichista a fin de absolverse de la responsabilidad por mi estado. Esto resultó en un episodio divertido, pues ni una ni la otra deseaba visitar al sacerdote fetichista por temor de que otros la vieran y llegaran a la conclusión de que ¡había hecho que me hechizaran!
Sin embargo, con el tiempo, me recuperé, y, posteriormente, después de ocho años de matrimonio con mi segunda esposa, introduje una tercera mujer en mi matrimonio. Mi deseo todavía era el de asegurarme una herencia duradera, un nombre que nunca fuera borrado. Pero contrario a lo que había planeado inicialmente, en vez de despedir a mis dos primeras esposas, permití que se quedaran. ¿Cree usted que esto contribuyó a la paz en mi hogar? ¡Hizo exactamente lo contrario! Si hubo problemas cuando había solamente dos mujeres en la casa, podrá imaginarse qué sucedió cuando introduje en el hogar a la nueva rival, siendo ésta la más joven de todas. Comprensiblemente, mi primera esposa se sintió casi completamente arrinconada cuando apareció en escena la tercera esposa. Por otra parte, la última esposa, confiada en su atractivo juvenil, ¡me presionó para que despidiera a las dos primeras esposas para que ella pudiera ocupar la posición número uno! En cuanto a mí, en lo profundo de mi corazón, no era a la primera ni a la tercera esposa a quien más favorecía, sino a la segunda.
Al tiempo que entró en la casa la tercera esposa, las dos primeras habían dejado de dar a luz, y este factor parecía agregar peso a los pedidos de la última de que despidiera a las otras dos. Sin embargo, la segunda esposa, dado que sabía que era la favorita, rehusaba ceder en esta lucha. Mientras tanto, mi primera esposa adoptó una posición de relegada, como si fuera una extraña en su propia casa.
Un punto de viraje en mi vida
Con los conflictos renovados y reforzados en la familia, enfermé de nuevo y, para empeorar la situación, murió uno de mis hijos. Como resultado, llegué a la conclusión de que para recobrar la salud y volver a establecer la paz en la casa tendría que quedarme con una sola esposa. ¿Con cuál esposa cree usted que planeaba quedarme? A pesar del hecho de que la tercera esposa todavía era joven y fértil, mi decisión fue quedarme con mi segunda esposa. Sin embargo, sucedió que cuando los miembros de mi familia supieron de mi resolución, se me opusieron vigorosamente, y así, bajo presión, suspendí mi decisión. Pero, naturalmente, las condiciones inestables de mi vida conyugal no cesaron.
Entonces, en 1970, algo sucedió que había de causar un cambio aun más profundo en mi vida, uno con el cual jamás había soñado. Tuve ocasión de hablar con un testigo de Jehová. Como católico mi primera reacción fue de cautela. ¿No me había advertido mi iglesia acerca de falsos profetas que se presentarían en los últimos días? Sin embargo, esa conversación realmente me animó a empezar a leer la Biblia, y, como resultado, empecé a aprender cosas que nunca antes había sabido. Una cosa sobresaliente que me impresionó fue que, para agradar al Fundador del matrimonio, el hombre solo debe tener una esposa. Leí personalmente en el primer libro de la Biblia las siguientes palabras: “Es por eso que el hombre dejará a su padre y a su madre y tiene que adherirse a su esposa y tienen que llegar a ser una sola carne.” Para hallar paz y, más importante, para agradar a Dios, sabía que tarde o temprano tendría que decidirme y llegar a ser una sola carne con una sola mujer.—Gén. 2:24.
Para ese entonces había empezado a asistir todas las semanas a las reuniones de los testigos de Jehová junto con mis tres esposas. Sin embargo, cuando mis esposas se dieron cuenta de que estaba acercándose rápidamente el tiempo en que tomaría una decisión para despedir a dos de ellas, se mostraron cada vez más intranquilas. Mi primera esposa y la tercera estaban resignadas al hecho de que mi elección sería quedarme con mi segunda esposa. Esta tenía pocas dudas de que ocuparía la posición acariciada de mi única esposa. En cuanto a mí, todavía no había anunciado mi decisión.
Imagine mi consternación cuando supe que, para agradar al Creador, no era sencillamente una cuestión de quedarme con una de mis tres esposas. A la vista de la ley y a la de Dios, yo estaba legalmente casado con mi primera esposa, la esposa de mi juventud. Era mi deber quedarme con esta mujer. (Pro. 5:18) ¡Imagine ahora mi dilema! Realmente amaba a mi segunda esposa. Aun antes de conocer los requisitos bíblicos ya había decidido quedarme con ella y despedir a las otras dos. Ahora me enfrentaba a la decisión de quedarme con “la esposa de mi juventud,” que por supuesto ya no era joven. ¿Cómo podría persuadirme a despedir a mi segunda esposa, que me había dado tres hijos y a quien más amaba? Mi estudio de la Palabra de Dios durante los pocos meses pasados me había convencido de que tenía que hacer lo correcto. Pero, ¿tendría la fuerza de llevarlo a cabo? Oraba frecuentemente, y finalmente mi amor por Dios me ayudó a tomar la decisión. A pesar de mis explicaciones, las esposas despedidas derramaron muchas lágrimas. Para mí, fue como si se me hubiera partido en dos el corazón. Por una parte, experimenté profunda pena por la partida de las mujeres con quienes había vivido por tanto tiempo, pero, por la otra, tuve profundo regocijo en el conocimiento de que mi decisión había ganado la aprobación de Aquel que inauguró el primer matrimonio.
La pena que sentí fue moderada también por la felicidad que le trajo la decisión a mi primera esposa. No puedo describir su gozo cuando se halló restituida a su anterior posición. A su vista mi decisión era sencillamente increíble.
Por supuesto, no todos se sintieron tan felices como mi primera esposa. Después de las lágrimas iniciales mis esposas alejadas hicieron todo lo que estuvo en su poder para amargar la mente de sus hijos en contra de su padre. Su hostilidad continuó a pesar del hecho de que las mantenía financieramente. En cuanto a los otros miembros de la familia, algunos estaban muy felices, pues sabían de mi enfermedad, que se había agravado por la constante lucha e infelicidad en mi casa. Otros, sin embargo, lamentaban el hecho de que hubiera decidido quedarme con una mujer mayor, relativamente, y una que ya no podría darme más hijos. ¿Qué les pareció mi situación a mis otros amigos y conocidos? Hubo algunos que pensaron que me había vuelto loco. Todavía otros admiraron lo que había hecho, quizás deseando secretamente en su corazón tener el valor de hacer lo mismo.
¿Cuáles son mis sentimientos? No me pesa en absoluto. Por lo contrario tengo toda razón para sentirme feliz. Por fin mi casa está tranquila de nuevo. Y algo que ha aumentado mi contentamiento es que mi esposa se me ha unido en servir al Dios verdadero, Jehová.
Aspiraciones cambiadas
Cuando recuerdo los sueños que tenía en mi niñez al estar sentado alrededor del fuego de leña en nuestra aldea, no puedo menos que maravillarme por la manera en que ha cambiado mi modo de ver la vida. Anteriormente, mi única meta en la vida era hacerme un nombre y cobrar fama como herencia que pudiera trasmitirles a mis hijos después de mi muerte.
Ahora mis esperanzas y aspiraciones son muy diferentes. En vez de ser mi propio nombre, es el nombre del Creador de todos los pueblos de la Tierra, Jehová, el que deseo que sea conocido. Y si permanezco fiel a Dios, tengo confianza en que heredaré la vida en un nuevo orden en este planeta Tierra, donde no solo mi nombre sino también mi vida perdurarán por toda la eternidad. Ahora mi única mira consumidora en la vida es la de ayudar a otros, incluso a mi propia esposa e hijos, a aprender a honrar el nombre de Dios para que participen conmigo en esta herencia mejor de vida eterna.