Sacando frutos nuevos de frutos conocidos
Por el corresponsal de “¡Despertad!” en las Islas Británicas
UNA asombrosa variedad de frutas nos está disponible hoy. ¡Y qué diferente el sabor! Hay manzanas silvestres que se pueden describir como ‘tan agrias que le quitan el filo a un cuchillo,’... palabras que el naturalista Plinio empleó hace unos dos mil años. Pero hay muchas otras variedades de manzanas cuyo sabor es un deleite al paladar, y uno no se halla limitado en su selección a solo unos cuantos tipos. ¡Pues hace más de cien años en un libro de frutas que se publicó en los Estados Unidos se presentó una lista de 1.823 diferentes variedades! Sin embargo, todas estas manzanas, con sus rasgos distintivos, han descendido de antepasados comunes. Realmente se han sacado frutas nuevas de las variedades ya existentes. ¿Cómo se ha logrado esto?
Sin duda los hombres, al adquirir más experiencia en la agricultura, ejercían más cuidado al escoger las semillas que conservaban para siembras futuras, tomándolas de los racimos más grandes de uvas, las manzanas más dulces, las aceitunas más grandes y así por el estilo. Así gradualmente aumentó la diferencia entre estas clases y las variedades silvestres.
El cruzamiento deliberado para combinar las características deseables de diferentes plantas madres es un desarrollo más reciente. Este método de producir frutos nuevos de frutos conocidos no siempre es fácil, como descubrió el profesor L. H. Bailey a fines del siglo diecinueve.
Bailey cruzó una calabaza Bergen del otoño con una calabaza vinatera, y volvió a cruzar la prole con la calabaza Bergen. En 1891, esta segunda generación produjo frutos que se parecían a los de la calabaza Bergen con una cáscara tan delgada como el papel sobre carne amarilla espesa y atractiva. La cáscara protegía el fruto del manejo brusco y de la escarcha. La carne se cocía bien. “Pero,” se lamentó Bailey, “¡el sabor... heces de quinina, hiel y eupatorio! La calabaza vinatera todavía estaba presente.”
Desde entonces el hombre ha aprendido mucho. Hay por lo menos cinco modos que emplean para producir variedades de frutos mejorados.
“Sports” o mutantes
Un modo es por medio de “sports,” término inglés de uso internacional para plantas que se desvían espontáneamente del tipo normal. Para el especialista en la producción de variedades, las plantas que experimentan esta clase de mutación son plantas individuales que de algún aspecto y de un modo nuevo difieren señaladamente del tipo madre. ¿Cómo llegan a existir estas plantas?
Puede que el mecanismo por el cual los genes se reproducen sufra un ligero desorden una vez en doscientas mil. Esto puede deberse al efecto de la radiación, del calor o de alguna sustancia química. La alteración de los genes que resulta de esto es una “mutación.” La mayoría de las mutaciones son recesivas y por lo tanto no se ponen de manifiesto inmediatamente. Pero andando el tiempo puede que la mutación recesiva se manifieste en la forma de un nuevo rasgo. Esta nueva característica puede ser tan llamativa (como, por ejemplo, las flores dobles) que se le considere digna de conservación a pesar de la diminución de su potencial reproductivo. Estas plantas que salen con una característica alterada son los “sports” o “diversiones” del mundo del productor de plantas. Cuando las características nuevas solo aparecen en un botón o en una rama, se les llama “sports de botón.” En el caso de las plantas que han experimentado alteraciones de los genes, sus semillas también son afectadas y, por lo tanto, se puede conservar el rasgo nuevo.
Selección en la hibridación
Otro modo de mejorar las variedades de frutos es por medio de ejercer selección al producir híbridos. Se empleó este método para desarrollar un manzano que pudiera resistir los fríos inviernos en el noroeste del Canadá. En 1887, el Dr. Saunders empezó a cultivar las plantas jóvenes de un pequeño manzano silvestre siberiano (Malus baccata) que podía soportar una temperatura de -34 grados Celsius. Después de siete años estos árboles jóvenes florecieron, y los cruzó con variedades cultivadas, dulces. De entre ochocientos de estos árboles jóvenes se escogieron los más prometedores para exponerlos a los rigores del noroeste canadiense, y sobrevivieron. Con el tiempo, éstos también florecieron y el Dr. Saunders, sin dejar que lo desanimara el pequeño tamaño del fruto, los usó para hacer más cruzamientos con clases cultivadas. Entre los árboles que resultaron de esto hubo algunos que dieron el fruto grande y dulce de sus progenitores cultivados y con la resistencia de su antecesor siberiano.
Cruce de líneas intracruzadas
Otra manera importante de producir nuevas variedades de fruto de variedades ya conocidas es por medio de cruzar líneas intracruzadas para producir el vigor híbrido. Es posible que en algunas plantas alimenticias en el transcurso de siglos de cultivo se hayan acumulado muchos genes mutados y hayan debilitado estas plantas. Esto se debe a que el intracruzamiento aumenta la probabilidad de que las características recesivas que llevan los genes mutados se manifiesten en la descendencia de las plantas y resulten en una pérdida progresiva de vigor y, por lo tanto, de rendimiento. El combinar dos de estas líneas intracruzadas restaura el vigor a un grado asombroso; y esto es aún más eficaz si en dos generaciones se combinan cuatro líneas intracruzadas que no están emparentadas. Solo se puede obtener esta clase de mejora en ciertas plantas, pero en el maíz el efecto es fenomenal.
Duplicando los cromosomas
El cuarto modo de sacar nuevos frutos de las variedades ya conocidas es por medio de duplicar el número de cromosomas. La cantidad de cromosomas que cada célula sexual de los padres contribuye normalmente es la mitad del juego o serie de cromosomas (el número haploide). Después de la fecundación, éstos se combinan para formar el número diploide de cromosomas en cada célula. Para casi todo animal y la mayoría de las plantas éste es el número normal de cromosomas. Pero las plantas pueden tener más cromosomas y todavía ser especímenes saludables. Las que tienen tres, cuatro, cinco, seis, siete u ocho mitades de juegos de cromosomas son triploides, tetraploides, pentaploides, hexaploides, heptaploides u octoploides respectivamente. Las plantas de estas categorías a menudo son más grandes y más vigorosas pero menos fecundas que las diploides. Por ejemplo, un pimiento rojo cultivado (tetraploide) tiene hojas que como promedio pesan cuatro veces más que las de sus parientes diploides. ¡El fruto pesa hasta quinientas veces más!
Para formar células sexuales haploides de células somáticas diploides los cromosomas se aparean cual dos filas de parejas en un baile. Entonces se forman cuatro células de una sola célula original, cada una con solo el número haploide de cromosomas. Por lo general, cuando hay más de dos células compuestas de cromosomas parecidos, uno o más de los cromosomas no halla compañero (esto es inevitable si la célula madre es triploide, pentaploide o heptaploide). Aun en las células tetraploides, es posible que los cromosomas se separen en tres y uno más bien que en dos y dos. Esta desigualdad tiende a la esterilidad. Sin embargo, aun si solo se fecunda el 5 por ciento de las células sexuales femeninas, esto es suficiente para producir fruto.
Hoy día casi se puede conseguir la duplicación de los cromosomas a la orden por medio de aplicar la sustancia colquicina a los vástagos que crecen rápidamente. Además, se pueden usar los rayos X para destruir selectivamente las células diploides que quedan.
Una combinación de hibridación y duplicación de cromosomas
En el quinto modo de sacar frutos nuevos de los ya conocidos se combina la hibridación de especies con la duplicación de cromosomas. Cuando se cruzan plantas de especies que no están tan estrechamente emparentadas, a menudo las plantas que se producen son vigorosas pero estériles. El uso de la colquicina para duplicar los cromosomas restaura la fertilidad, a menudo a grado cabal.
No nuevas en el sentido absoluto
Sin embargo, no debemos pensar que lo único que estos productores especializados de plantas tienen que hacer es seleccionar padres adecuados y efectuar las polinizaciones y, luego, de súbito, tenemos una nueva fruta suculenta. A veces, puede que años de trabajo duro y el cultivo de miles de plantas solo dé por resultado, cuando más, una variedad nueva, pero una que no supere en nada la ya conocida. Son muchas las desilusiones. Además, no todas las variedades nuevas son tan nutritivas como las anteriores. Por ejemplo, la col de corazón blanco tiene menos vitamina A y vitamina C que la variedad de corazón verde; los bretones de hoja ondulada son más toscos, más duros y más difíciles de digerir.
Nuestro entendimiento moderno de la genética nos ayuda a comprender que, a fin de cuentas, el hombre realmente no ha hecho nada nuevo por medio de sus esfuerzos de cultivar y cruzar. Y es aún menos razonable creer que la selección natural o la casualidad ciega o al azar haya creado algo nuevo en una evolución teorética. Todo crédito tiene que atribuirse al Creador que puso en las plantas la potencialidad para sobrevivir por generaciones en condiciones silvestres y para que el hombre las desarrollara en tan maravillosa variedad. Por lo tanto, al producir nuevas clases de fruto de los frutos ya conocidos, el hombre simplemente se ha valido del potencial que ha existido desde el principio de la creación vegetal.