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  • ¡Despertad! 1978
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¡Despertad! 1978
g78 22/1 págs. 9-11

¿Están vivos los muertos?

ES FUERTE el deseo que tienen los seres humanos de permanecer vivos; tan fuerte, de hecho, que toda la historia revela que el género humano por lo general no ha querido aceptar la muerte. Las costumbres funerarias antiguas y modernas no solo sugieren que los muertos están vivos, sino que pueden ejercer influencia en las personas, ya sea para bien o para mal.

Respecto a las creencias de los babilonios de la antigüedad, el profesor Morris Jastrow, hijo, escribe en The Religion of Babylonia and Assyria:

“No debe suponerse que el negarle la inmortalidad al hombre incluyera la extinción total de la vitalidad consciente. Ni la gente ni los líderes del pensar religioso jamás se enfrentaron a la posibilidad de que fuera totalmente aniquilado aquello que en una ocasión fue creado. La muerte era un pasaje a otra clase de vida, y la negación de la inmortalidad simplemente enfatizaba la imposibilidad de escapar el cambio en existencia producido por la muerte. . . . La religión babilónica no sobrepasa la etapa de creencia, característica de la cultura primitiva de todas partes, que no puede concebir la posibilidad de que la vida llegue a un fin absoluto. Siempre presuponían vida de alguna clase en alguna forma.”

Costumbres funerarias de Babilonia

Según los babilonios de la antigüedad, la gente al morir entraba en Arallu, “la tierra desolada,” donde siguen viviendo una existencia lúgubre. La Encyclopædia of Religion and Ethics de Hastings dice: “Se enterraba o se quemaba el cuerpo, en el cual todavía se interesaba vivamente el alma del difunto, y los parientes le suministraban alimento, bebida, ropa y los útiles que caracterizaban la ocupación que la persona había tenido en la Tierra. La cremación y la sepultura de los cuerpos existían juntas desde los tiempos más remotos.”

Según la misma obra de consulta, aun en los casos de cremación, el alimento y otras cosas acompañaban a los restos. “Se recogían las cenizas cuidadosamente en la urna, en la cual colocaban jarros de bebida (cerveza en el período primitivo, agua más tarde), pan, etc., para satisfacer las necesidades inmediatas del alma.”

Los babilonios de la antigüedad no solo creían que los muertos estaban vivos, sino que también creían que los seres humanos podían comunicarse con los muertos y que los muertos podían influir en los vivos. Se desarrolló la costumbre de hacer sacrificios de comunión mensuales a las “sombras” de los antepasados muertos.

El profesor Jastrow señala que el temor incitaba a los vivos a participar en diferentes ritos asociados con los muertos. Dice: “El suministrarles alimento y bebida a los muertos, el recordar sus virtudes en endechas, el traer sacrificios para honrarlos..., estos ritos se practicaban tanto por el deseo de conseguir el favor de los muertos y evitar sus malos designios como por motivos de piedad, que, por supuesto, no faltaban. El difunto a quien los parientes sobrevivientes no atendían bien se vengaría de los vivos por medio de vejarlos como tan solo un demonio pudiera hacerlo.”

Trato de los difuntos en Egipto

En el antiguo Egipto se abrigaban ideas parecidas respecto a los muertos. H. R. Hall, un especialista en las antigüedades egipcias, escribe: “La idea de que el que había estado vivo ahora estuviera absoluta e irrevocablemente muerto le era tan inconcebible a la mente pueril del egipcio más anciano como lo era a la mente de cualquier otro hombre primitivo. Y entre los de esta raza, la más conservadora de todas, la idea primitiva solo fue haciéndose más complicada y llena de ritos a medida que progresaba la civilización.”

En cuanto a los procedimientos funerarios, los egipcios fueron a mayores extremos que los babilonios. En la antigüedad solían estrangular a los esclavos egipcios y enterrarlos junto con sus amos para que les sirvieran después de la muerte. La sepultura de personas relacionadas con la realeza llegó a incluir una gran variedad de objetos. H. R. Hall da algunos ejemplos:

“Había montones de jarrones de vino, maíz y otros alimentos, cubiertos de masas de grasa para conservar el contenido, y tapados con un tapón de barro, que estaba protegido por un sello cónico de arcilla, estampado con la impresión del sello cilíndrico real. Había cajas de maíz, cuartos de bueyes, platos de barro, sartenes de cobre y otras cosas que pudieran ser útiles en la cocina espectral de la tumba. Había un sinnúmero de objetos pequeños que, sin duda, el monarca difunto había usado durante su vida, y que tendría gusto en ver de nuevo en el otro mundo... cajas entalladas de marfil, pequeñas lajas para moler pintura para los ojos, botones de oro, herramientas modelos, vasos modelos con tapas de oro, estatuitas de marfil y barro, y otros objets d’art, el sello de juicio real dorado del rey Den en su cofrecito de marfil, y así por el estilo.”

¿Ha visto usted alguna vez un cuadro de las inmensas pirámides de Egipto? Son tumbas lujosamente amuebladas para los difuntos de la realeza egipcia. La Gran Pirámide cerca de Cairo tiene 146,59 metros de alto. Cada lado mide 230,35 metros de largo. Está compuesta de más de dos millones de piedras, cada una de las cuales puede pesar hasta dos toneladas y media, y cubre 54.000 metros cuadrados de superficie, suficiente para diez campos de fútbol. Había templos anexos para promover la adoración de los faraones muertos.

Entre las costumbres de entierro egipcias se destaca la conservación de los cuerpos por medio de momificarlos. El historiador griego Herodoto, que fue testigo ocular de este procedimiento, describe el más costoso de tres procedimientos:

“Primero [los embalsamadores] toman un pedazo de hierro torcido, y con esto extraen los sesos por las narices, deshaciéndose así de una porción de ellos, mientras que eliminan lo que quedó en el cráneo lavándolo con drogas; enseguida usan una aguda piedra etiópica para hacer una cortadura a lo largo del costado, y sacan todo el contenido del abdomen, el cual entonces limpian, lavándolo cabalmente con vino de palma, y de nuevo frecuentemente con una infusión de sustancias aromáticas pulverizadas. Después de esto llenan la cavidad con la más pura mirra majada, con casia, y toda otra clase de especie salvo el olíbano, y cosen la abertura. Entonces colocan el cuerpo en natrón [subcarbonato de sosa] por setenta días, y lo cubren por completo. Expirado ese espacio de tiempo, que no debe excederse, lavan el cuerpo y lo envuelven desde la cabeza hasta los pies con vendas de lino fino, embarradas de goma, que los egipcios generalmente usan en lugar de cola, y en este estado devuelven el cuerpo a los parientes, que lo encierran en una caja de madera que han hecho con ese propósito, y que tiene la forma de un hombre. Entonces cierran la caja y la colocan en una cámara sepulcral, en una posición vertical contra la pared.”

¿Cuál era el propósito del embalsamamiento? Los egipcios de la antigüedad creían que el hombre estaba hecho de varias partes. Había el ikhu (chispa de inteligencia), el ba (alma parecida a pajarillo), el ka (la copia del individuo que lo acompañaba mientras estuviera en la Tierra) y el khaibit (su sombra). Se creía que éstos se separaban del cuerpo al tiempo de morir la persona. En tiempos primitivos los egipcios creían que durante el día el alma del difunto vagaba por el mundo subterráneo o por el desierto. Pero de noche o en tiempos de peligro volvía al cuerpo. Esta probablemente fue una razón importante por la cual se esmeraban tanto en conservar el cuerpo.

La creencia de que los muertos están vivos ha sobrevivido hasta nuestro tiempo. La Encyclopædia Britannica declara: “Entre muchos pueblos la creencia de que los muertos realmente moraban en sus tumbas ha hecho que las tumbas de ciertas personas se reconozcan como sepulcros de santos, los cuales miles de personas visitan en busca de milagros de curación o para ganarse mérito religioso; las tumbas de San Pedro en Roma, de Mahoma en Medina, y, en la antigüedad, la tumba de Imhotep en Sacara, en Egipto, son ejemplos notables de esta clase de centro de peregrinación.”

El punto de vista singular de la Biblia

La manera en que los antiguos israelitas disponían de los muertos forma buen contraste con estos procedimientos de entierro complejos. Dice la Encyclopædia Judaica: “La arqueología no revela prácticas de entierro distintivamente israelitas durante casi todo el período bíblico. . . . La ley [mosaica] dice relativamente poco acerca del entierro, y cuando trata del asunto, lo que recibe atención es el evitar contaminarse por los difuntos (Núm. 19:16; Deu. 21:22-23). Los muertos no alaban a Dios, han sido olvidados y están separados de Su mano (Sal. 88:6, 10-12), y por consiguiente el luto y el entierro de los muertos son, a lo más, asuntos periféricos en la religión israelita.” Fue debido a que apenas se podían ver las sepulturas de los judíos, que Jesús pudo hablar de “tumbas conmemorativas que no están expuestas a la vista, de modo que los hombres andan sobre ellas y no lo saben.”—Luc. 11:44.

Esto enfatiza el hecho de que la Biblia presenta un punto de vista singular respecto a la muerte. Tanto en las Escrituras Hebreas como en las Griegas Cristianas se asemeja la muerte a un sueño en el cual los difuntos “no están conscientes de nada en absoluto.” (Ecl. 9:5; Sal. 13:3; Juan 11:11-14) Las personas que mueren van al “polvo de la muerte,” y se hacen “impotentes en la muerte.”—Sal. 22:15; Pro. 2:18; Isa. 26:14.

¿Qué hay del alma? Bueno, según la Biblia, el alma no es una parte de la persona, sino la persona entera. (Gén. 2:7) Por lo tanto, cuando muere el individuo, muere el alma. Por eso hallamos que el profeta Ezequiel condenó a los que se confabulaban “para dar muerte a las almas que no deberían morir” y “para conservar vivas las almas que no deberían vivir.” (Eze. 13:19; 18:4, 20) El profesor Edmond Jacob de la Universidad de Estrasburgo se muestra en conformidad con muchos eruditos de la Biblia al declarar: “Ningún texto bíblico autoriza la declaración de que al momento de la muerte el ‘alma’ se separa del cuerpo.” ¿Sabía usted eso?

Puesto que los muertos no están vivos no pueden perjudicar a las personas en la Tierra. Tampoco pueden serles de provecho alguno las ceremonias religiosas que los vivos ejecutan. La esperanza bíblica de los muertos no depende de la supervivencia de un alma inmortal inexistente, sino de la resurrección. Eso significa que la persona entera volverá a vivir, como sucedió en el caso de aquellos a quienes Jesús levantó de entre los muertos. (Luc. 7:11-17; 8:41, 42, 49-56; Juan 11:1-44) ¿No quisiera usted aprender más acerca de esta esperanza que tiene su fundamento en la Biblia? Si es así, solicite ayuda de los publicadores de esta revista.

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