Mi divorcio... ¿segunda oportunidad en la vida?
AL SENTARME junto a mi apoderado en el despacho del juez, los pensamientos de mi inminente libertad pasaban a la ligera por mi mente. En cuestión de horas, estaría libre para concertar citas, ir a donde quisiera, tomar mis propias decisiones... ¡libre para hacer lo que quisiera hacer!
En ese momento, en diciembre de 1974, en realidad no quería mucho más de la vida aparte de mi libertad. Tenía 29 años de edad, y era madre de dos hijos. Tenía una casa hermosa en un suburbio tranquilo del norte de Ohio, y un trabajo seguro con una agencia de seguros con la que había estado trabajando desde que me gradué de la escuela secundaria. Opinaba que tenía la mayoría de las cosas que toda mujer desea... hijos, un hogar y un buen trabajo. Y ahora, con una plumada, el juez iba a borrar el error más grande que yo había cometido en mi vida... mi matrimonio.
Las intrigas de nuestra promiscua sociedad habían aumentado mi deseo de libertad. Las normas de moralidad habían cambiado radicalmente desde que me había casado allá en 1966. Ahora podía probar todas las cosas de las cuales las jóvenes hablaban en la oficina... hacer lo mío, y no tener que dar cuenta a nadie. Ciertamente iba a aprovecharme de esta segunda oportunidad. Eran muchos los lugares a los que quería ir y las cosas que quería hacer.
Estaba segura de poder habérmelas con cualquier cosa que surgiera. Había leído muchos libros acerca del divorcio. Y con la información que había reunido de estos libros, además del vasto “conocimiento” que había obtenido de los dramas televisados y de los chismes de la oficina, estaba lista para salir y verdaderamente disfrutar de la vida.
Razón de la decisión
Mis ocho años de matrimonio solo me habían dejado memorias desdichadas. Nuestra casa se había convertido en un motel, solamente un sitio al cual ir a comer y dormir. Tanto mi esposo como yo trabajábamos, supuestamente para dar a nuestros hijos una buena vida. Cuando no estábamos trabajando, pasábamos el tiempo discutiendo. Muy pocas veces pasábamos tiempo con los muchachos debido a que estábamos muy ocupados... mi esposo estaba tratando de ganar mucho dinero.
Aun así, la decisión de obtener el divorcio no fue fácil. En más de cinco generaciones, nunca había habido un divorcio en nuestra familia. Pero después de otra de nuestras riñas violentas, finalmente decidí que no podía continuar viviendo en esas condiciones.
Cuando opté por obtener un divorcio, no se lo dije a nadie con excepción de una amiga íntima y mis padres. Opiné que puesto que yo misma me había metido en esta dificultad, yo misma debería salirme de ella. Bueno, no pasó mucho tiempo antes de que la gente se enterara de ello. Muchos de nuestros amigos íntimos me dieron apoyo moral. Y, ¿consejo gratuito? Pues, ciertamente me lo dieron en abundancia. Sin embargo, más tarde aprendí que la mayor parte de este consejo era incorrecto. Pero las intenciones de ellos parecían genuinas, y yo necesitaba alguien con quién hablar cuando me sobrevenían períodos de depresión.
Mis padres aceptaron las noticias de mi divorcio mucho mejor de lo que yo había pensado. Siempre me había sentido muy allegada a ellos, pero no hasta el punto de tener conversaciones confidenciales respecto a mi vida de casada. Nunca se entremetieron, aunque muchas veces sabían de las golpizas y el tratamiento abusivo que recibía.
No me casé sino hasta que cumplí 21 años de edad, y la mayor parte de mi niñez la pasé en una granja de Ohio. Aunque mis padres nunca nos confesaron a mi hermano menor y a mí lo mucho que nos amaban, demostraron su amor por sus acciones; no nos parecía que las palabras eran necesarias. Después de iniciar mi divorcio, me enteré de que mis padres habían sabido de la infidelidad de mi esposo, pero nunca me lo habían dicho. No querían verme herida.
Período de ajustes
Puesto que el llevar a cabo el divorcio tomó casi un año, pude hacer muchos ajustes gradualmente. Uno de ellos fue en conexión con mi trabajo. Debido al cambio de mi posición marital, me era preciso traer a casa un salario más alto. A instancias de algunas amigas envueltas en el movimiento de liberación femenino, consideré esto con mis patronos.
Les dije a mis patronos que me parecía que yo podía hacer el trabajo de un hombre; por tanto, merecía un salario más alto. Optaron por darme una oportunidad de probarlo. Me hicieron supervisora de las tres muchachas con las cuales anteriormente trabajaba.
Pero con mayor salario vinieron mayores responsabilidades, y con esto, cambios que no siempre fueron agradables. Ya no me era posible sentarme con las muchachas y tener largas conversaciones con ellas respecto a sus excitantes vidas nocturnas. Ahora mi trabajo era asegurarme de que ellas hicieran su trabajo. La estrecha relación que en una ocasión parecíamos compartir desapareció. Ya no me consideraban como su confidente.
En casa las cosas no cambiaron tanto. Seguí llevando la misma rutina de trabajar cada día, llevar los niños a la niñera y encargarme de las finanzas de la familia. El único cambio grande era salir de noche a satisfacer algunos de mis propios intereses. De vez en cuando llevaba conmigo a mis hijos, especialmente si iba a jugar al tenis, o asistir a una clase de algún oficio nuevo. Tenía algo planeado para casi cada noche de la semana.
Mis amistades me ayudaban a hacer planes para los fines de semana. Concertaban citas, y me presentaban a otros amigos divorciados. Pronto aprendí una realidad muy importante... yo no era diferente de la mayoría de las divorciadas. Una noche en un pequeño club me senté a una mesa con dieciséis personas divorciadas. Por cinco horas les oí decir cuán malos habían sido sus ex cónyuges, y cómo se les había despojado de todo. Era como si alguien hubiera estado tocando una grabadora, lo único que cambiaba eran los nombres. Estaban tan llenos de autocompasión, y/o licor que no les importaba ni un bledo el rumbo que llevaban en la vida.
Algo que todas las divorciadas parecen compartir es la soledad. Pero, ¿estaba la solución en sentarse en una taberna bebiendo cerveza y lamentándose por su porción en la vida? Muchas terminaban yendo a casa con un compañero a pasar una noche “significativa” . . . en la cama. Después de continuar así por aproximadamente seis meses, mi madre bondadosamente me recordó que la vida que estaba llevando no difería mucho de la de mi ex esposo.
Por fin me di cuenta de que hay más en cuanto a la vida que lo que yo estaba haciendo. Al mirar a mis hijos me pregunté: “Si yo estuviera en su lugar, ¿estaría orgulloso de mi madre? ¿Es ésta la vida que quiero para ellos?” Si no estaban con la niñera, estaban en casa de algún amigo mientras yo salía.
Interés en el bienestar de los hijos
Opté por interesarme más activamente en mis hijos. Aunque solo tenían siete y cinco años de edad, eran mucho más perspicaces de lo que yo creía. Un domingo, les dije a los muchachos que iba a llevarlos a la iglesia; ninguno de ellos había estado en la iglesia antes. Puesto que mi esposo y yo éramos de dos religiones diferentes, nunca podíamos decidir a qué iglesia asistir. Así es que sencillamente no fuimos a ninguna.
Recibí una gran sacudida un día cuando mi hijo menor me preguntó: ‘¿Tiene Dios un hijo?’ Me aterró pensar que mis hijos no tenían conocimiento alguno de Dios, y no obstante, al reflexionar en mis ocho años de matrimonio, podía ver el porqué. Mi esposo y yo habíamos estado tan ocupados trabajando para darles una ‘buena vida,’ que nunca pensamos acerca de la religión. Solo oían hablar de Dios o Cristo cuando mi esposo y yo reñíamos, y entonces usábamos los nombres profanamente.
Una noche, mientras asistía a una reunión en la escuela, me encontré con una vecina a la cual no había visto por algún tiempo. Aproximadamente cinco años antes las dos habíamos estudiado la Biblia con una testigo de Jehová, pero yo había dejado de hacerlo después de solo dos estudios debido a que mi esposo me amenazó con tomar acción violenta si yo continuaba estudiando. Le pregunté a mi vecina cómo le iba a la Testigo y le expliqué lo preocupada que estaba debido a que tenía que criar a dos hijos que no tenían conocimiento alguno de Dios o de la Biblia. Inmediatamente hizo arreglos para que la Testigo me visitara. Dos días más tarde ella vino a verme.
La ayuda que recibí
Por una hora a la semana considerábamos mis problemas. La Testigo me mostraba cómo aplicar los excelentes principios bíblicos. Por ejemplo, yo era algo floja en disciplinar a los muchachos. Después de todo, les había privado de su padre, y puesto que yo como madre era lo único que tenían no quería pasar todo mi tiempo gritándoles. ¿Y no estaba mostrándoles amor al retener de ellos la disciplina?
Aprendí que, según la Biblia, no lo estaba mostrando. Se me señaló el texto de Proverbios 13:24, que dice: “El que retiene su vara odia a su hijo, pero el que lo ama es el que de veras lo busca con disciplina.”
Disfrutaba cabalmente del conocimiento que estaba obteniendo. Nunca antes me había dado cuenta de que la Biblia tiene un tema principal —el reino de Dios— el Reino por el cual oramos cada vez que decimos el padrenuestro. (Mat. 6:9, 10; Luc. 4:43) Este reino gobernará toda la Tierra, y sus súbditos no tendrán que morir y dejar detrás a sus amados. El aprender estas cosas comenzó a traerme la felicidad que había estado buscando, una felicidad que podía compartir con mis hijos.
Pronto comencé a asistir a las reuniones en el Salón del Reino de los testigos de Jehová de la localidad, y hallé que ésta era una experiencia verdaderamente animadora. Allí noté que no había niños corriendo alrededor, que no se empujaba ni se empellaba, no había lenguaje sucio, no había grupos de mujeres chismeando de otros. Nunca había sido recibida tan afectuosa y amorosamente. Me asombró que estas personas que nunca antes había conocido mostraran interés genuino tanto en mis hijos como en mí. Seis meses más tarde me bauticé en símbolo de mi dedicación para servir al Dios verdadero, Jehová.
“Si solo hubiese sabido entonces”
No crea que no me he preguntado si hubiera podido salvar mi matrimonio si solo hubiese sabido entonces lo que sé ahora. He aprendido que se requieren tres “Ces” para tener un buen matrimonio... consideración, cooperación y comunicación.
Mi esposo y yo no las cultivamos. Nos envolvimos tan completamente en nuestra propia vida personal que en realidad no nos consideramos uno al otro como deberíamos haberlo hecho. Oh, estábamos ocupados, al menos lo creíamos así, tratando de obtener una ‘buena vida’ para nuestra familia, pero no estábamos al tanto de los sentimientos o de las verdaderas necesidades de la familia. Empezamos a tirar en direcciones opuestas, en vez de cooperar. Y esto afectó la comunicación.
A pesar de lo que algunas personas dicen, las parejas no pueden resolver todos sus problemas en el dormitorio. Quizás tengan una relación sexual maravillosa, pero, ¿qué bien duradero puede traerles eso si no pueden considerar sus problemas? Muchas personas creen que debido a que han estado casadas por algún tiempo saben exactamente lo que la otra persona está pensando. Esto no siempre es cierto, como aprendí yo a las duras. Uno no puede ayudar a alguien si no sabe cuál es el problema, y el percibir demasiado tarde lo que se debería haber hecho no suministra la solución, tampoco lo hace el divorcio por lo general.
Sin embargo, hoy día millones de personas consideran que el divorcio es la solución. Se inclinan a tratar su matrimonio tal como tratan una posesión material... si la calidad no está a la altura de sus expectativas, lo desechan y buscan algo mejor. Solo dirigen la atención hacia lo interior... a lo que les complace y satisface a ellos. Se da énfasis al logro personal como lo de verdadera importancia. ‘Usted tiene el derecho de ser feliz,’ dice la propaganda. ‘Solo vivirá una vez, y merece lo mejor.’
Este espíritu egoísta había ejercido su influencia sobre mí. Mi interés principal había llegado a ser mi propia felicidad... libertad para hacer lo que yo quería. Muchas veces he meditado y me he preguntado: ‘¿Qué era lo que en realidad buscaba?’ ¿Sencillamente divertirme? Pero pronto vi que hay más en la vida que bailar y ‘divertirse’ en clubes nocturnos. ¿Esperaba conocer a alguien con quién compartir mi vida? En tal caso, ¿verdaderamente esperaba encontrarlo en un “bar”?
También estaba la pregunta difícil: ¿Era solo un amor sin compromiso lo que yo buscaba? Pero hay que enfrentarse a la realidad, eso no es amor verdadero; sencillamente es autosatisfacción. No trae felicidad genuina. Me alegro tanto de haber despertado y comenzado a pensar en otras personas en vez de en mí misma... mis hijos. Y, ¡qué agradecida estoy de que se me haya dirigido a donde podía obtener ayuda de la clase correcta!
Una vida con significado
Comencé a apreciar lo que el amor verdadero es. La Biblia, en 1 Corintios 13:4, 5, describe la manera en que éste se manifiesta: “El amor es sufrido y bondadoso. El amor no es celoso, no se vanagloria, no se hincha, no se porta indecentemente, no busca sus propios intereses, no se siente provocado. No lleva cuenta del daño.”
¡Sí, el amor es interés genuino en los intereses de los demás! El amor es activo; hace cosas. Y he hallado que el ejercer tal amor es la clave a la felicidad verdadera, tal como dijo Jesucristo: “Hay más felicidad en dar que la que hay en recibir.”—Hech. 20:35.
Diariamente veo este amor semejante al de Cristo practicado entre las personas cristianas con las cuales me asocio. Entre ellas no hay habla sucia, borrachera, desprecio a otros, ni chistes inmorales a fin de ser el alma de la fiesta. Más bien, existe un ambiente afectuoso y amoroso que gira en torno de la familia.
No es tarea fácil criar a dos hijos sola, pero con el ejemplo excelente y la ayuda de los cristianos con los cuales me asocio y la guía inspirada que provee la Palabra de Dios, los resultados son animadores. Los muchachos están desarrollando una buena conciencia para con Dios, y están comenzando a pensar en otros antes de pensar en sí mismos. Aunque no tienen padre, han llegado a saber que hay un Dios que los quiere... Jehová. Mi mayor gozo es verlos crecer en conocimiento y aprecio de Éste que nunca abandonará a sus siervos, sino que los bendecirá con vida eterna. (Sal. 133:3)—Contribuido.
[Comentario de la página 10]
“Por cinco horas les oí decir cuán malos habían sido sus ex cónyuges.”
[Comentario de la página 11]
“Solo oían hablar de Dios o Cristo cuando mi esposo y yo reñíamos, y entonces usábamos los nombres profanamente.”
[Comentario de la página 12]
“Pronto vi que hay más en la vida que bailar y ‘divertirse’ en clubes nocturnos.”