Mi lucha por ser el mejor... ¿valió la pena?
Reflexiones de una estrella de la pista olímpica
POR años había soñado con este momento: competir en los Juegos Olímpicos. Era el sábado 17 de octubre de 1964, el octavo día de los Juegos en Tokio, Japón.
Cada uno de los 75.000 asientos del Estadio Nacional estaba lleno. Parecía que no había nadie en las calles de Tokio... casi todo el mundo estaba ante un televisor. Había llegado el tiempo para las finales de la carrera de los 200 metros.
Me formé en los bloques de salida junto con otros siete corredores veloces. Cada uno de nosotros había pasado con buen éxito la prueba de la serie de carreras eliminatorias que se habían efectuado en días anteriores. Para esta distancia, éramos los hombres más veloces del mundo.
La presión casi era insoportable, y no se debía simplemente a los millones de observadores. El nacionalismo desempeñaba su parte. Los Juegos se estaban convirtiendo en una gran competencia entre los rusos y los norteamericanos. Diariamente, por todo el mundo se presentaban en las noticias comparaciones entre las medallas que ganaba un país y las que ganaban otros. Nuestras escuelas, alcaldes, gobernadores, y hasta el presidente, habían enviado telegramas diciéndonos que recordáramos que estábamos compitiendo por nuestro país, y que nuestro país era el mejor.
Los periódicos, también, ejercían presión en nosotros, contando las medallas que supuestamente deberíamos ganar. Hacían que pareciera que el ganar era asunto de vida o muerte, como si el país hubiera de perder su honor si nosotros perdíamos. De hecho, Kokichi Tsuburaya, el corredor de maratón japonés, se suicidó después de perder. Dejó una nota pidiendo disculpas por ‘haberle fallado’ a su país.
De modo que me puse a pensar: ‘No puedo fallarle a mi país. No puedo darles la cara al regresar a casa si pierdo.’ Yo poseía la marca mundial de los 200 metros, y por eso se esperaba que ganara.
Personas de color, buscando identidad, también ejercían presión. A menudo se me hablaba de otros individuos de tez oscura que habían perdido, y le habían fallado a nuestra gente. Por eso ahora yo tenía que ganar para la gente de color de los Estados Unidos. Sin embargo otras personas de tez oscura ejercían presión para boicotear los Juegos, para mostrarle a la nación americana que no podía ganar sin nosotros los de color.
Pero yo pensaba principalmente en mi familia y mis amigos. No quería abochornarlos. Yo era su héroe. Me apoyaban; me vitoreaban. Cuando yo ganaba, ellos ganaban. Cuando yo perdía, ellos perdían. Quizás el darle una idea de mis antecedentes le permita entender esto mejor.
Subo a la prominencia
Yo me crié en Detroit, Michigan, y era el noveno de once hijos. Hasta donde puedo recordar, mamá y papá estaban separados. Mamá pasaba largas horas en trabajo doméstico tratando de sostenernos.
Siempre fui atlético. Puesto que el leer y escribir se me dificultaban, ser el muchacho más rápido de la manzana o el mejor jugador significaba algo; era un estímulo en mi vida.
En la escuela secundaria, casi inmediatamente me fue muy bien en los deportes. Por tres años —1959, 1960 y 1961— logré formar parte del Equipo de Pista y Campo de las Secundarias Norteamericanas. La carrera de 220 yardas era mi especialidad. También me escogieron para los equipos interestatales de fútbol y baloncesto durante dos años.
Ordinariamente, no se habría pensado en educación universitaria para mí. Pero ahora las universidades empezaron a esforzarse por mis servicios. Viajé a varios terrenos universitarios en los Estados Unidos y las universidades trataron de atraerme con regalos. Como resultado de esto, a pesar de la pobreza de mi familia, pude tener dinero en el bolsillo, ¡y hasta conducir un Cadillac! Recibí mi licencia de conductor de automóvil en el comedor de un bar, ¡sin ni siquiera tomar una prueba de conducir! Una de las universidades cercanas que estaban tratando de conseguirme arregló esto.
Sin embargo, opté por ir a la Universidad del Estado de Arizona, y rápidamente conseguí prominencia mundial en el mundo de la pista y campo. En mi segundo año superé la marca mundial de la carrera de 220 yardas. Líderes mundiales quisieron conocerme y estrecharme la mano. En Moscú conocí a Nikita Khrushchev. Pero toda la fama y el viaje mundial para competir en encuentros de pista y campo me parecían irreales.
De regreso en la Universidad del Estado de Arizona disfruté de trato favorecido simplemente por ser veloz al correr. Había quienes me hacían muchos regalos... los ‘papaítos del azúcar,’ según los llamaban los atletas. De modo que yo siempre tenía dinero, ropa nueva y un auto. A menudo enviaba dinero a casa para ayudar a miembros de mi familia. Por supuesto, me agradaban los favores y la atención. Pero sabía que no era correcto; se suponía que éramos aficionados sin paga. Sin embargo, así eran las cosas.
REALIDADES INJUSTAS
Aunque mis habilidades me producían alabanza, precisamente el mes antes de mi viaje a Tokio había sido echado de un motel del sur de los Estados Unidos por ser moreno. La señora me gritó: “No servimos a gente de su clase aquí.” Era tarde y todo lo que yo quería era un lugar donde dormir.
Para este mismo tiempo unos blancos asesinaron a tres individuos que trabajaban a favor de los derechos civiles en Misisipí. Estaban echándoles los perros a la gente de color en el Sur solo porque buscaban una educación mejor. Pero mis viajes mundiales me convencieron de que hay injusticias en todas partes. En otros países, con frecuencia se restringían severamente libertades personales que yo daba por sentadas en los Estados Unidos.
Me compadecía de las personas que sufrían. Pero ¿qué podía hacer yo? Me di cuenta de que el problema que había en los Estados Unidos no era simplemente racial. Cuando la gente de color controlaba, a veces trataba a compañeros de tez oscura tan mal como lo hacían los blancos. El sentido común me decía que en realidad yo no podía hacer nada en cuanto a aquello, y por eso decidí que no iba a poner en peligro mis esperanzas envolviéndome en aquellos asuntos.
En cuanto a mí en aquel tiempo, todo iba viento en popa. En mi niñez mi familia era tan pobre que por las noches yo me acostaba con hambre, y no quería que eso pasara otra vez. De modo que aprendí a ser el tipo de persona apacible, de buenos modales, que le agradaba al sistema. Muchas veces la gente me decía: ‘Si ganas la grande en la Olimpíada se te acabarán las preocupaciones. Alguna compañía grande te contratará por ser un héroe olímpico.’ De modo que yo simplemente quería evitarme dificultades y ganar en Tokio.
Hay quienes dicen que yo era un corredor ‘natural,’ ‘el más ágil corredor desde que Jesse Owens estuvo en la flor de su carrera.’ Pero déjeme decirle que yo trabajé duro para desarrollar mi habilidad. Fue una lucha por llegar a ser el mejor. Pero si el ganar en la Olimpíada haría para mí lo que la gente decía, entonces, pensé, valía la pena.
Nunca sentí tanta presión en mi vida como cuando nos formamos en los bloques de salida para las finales olímpicas.
EL RESULTADO
Doblé la rodilla en los bloques de salida en el carril siete. Mi estrategia era tomar la delantera antes de llegar a la curva, y dejar que los demás se esforzaran detrás de mí, para que estuvieran un poco más tensos. Porque si uno corre bajo tensión, no puede hacer lo óptimo.
El oficial anunció: “Todos en la raya. ¡Listos!” Entonces sonó el revólver: “¡PUM!” Empecé bien. Al entrar en la curva pensé: ‘¡Voy bien! ¡Estoy al frente! Voy a ganar.’ Todo lo que podía ver era la línea de la meta. Levanté bien las piernas y las estiré, y cosa hecha. ¡Había ganado!
Me sentía como en otro mundo. Parecía que todo lo que me rodeaba se había paralizado; emocionalmente, me hallaba en la cumbre. Era una nueva marca olímpica, y se dijo que yo probablemente habría roto mi propia marca mundial si no hubiera habido un viento en contra.
De pie sobre lo más alto de la plataforma de la victoria, mientras se tocaba el himno nacional norteamericano, yo quería sentirme orgulloso de lo que había hecho por mi país. Y sí disfruté del vitorear de aquellos millares de personas. Pero, al mismo tiempo, me di cuenta de que aquello era falso. Porque las mismas injusticias que habían estado sofocando a la gente antes de que yo estuviera de pie allí sobre la plataforma de la victoria todavía existían.
Me pregunté: ‘¿Qué me va a suceder ahora que todo ha terminado? ¿Qué harán los que me apoyan? ¿Me abandonarán? ¿Qué clase de trabajo conseguiré?’ Estaba feliz, asustado y airado... todo al mismo tiempo.
Al regresar en auto a las Villas Olímpicas, examiné por primera vez con cuidado la medalla de oro. No era lo que yo esperaba; era solo como un dólar de plata de tamaño extraordinario. Realmente me dije: ‘¡Mira esto! Por todos estos años me he estado afanando, y ¿para recibir esto?’ Me encolericé, cuando debería haberme sentido feliz. Fue una verdadera desilusión.
Unos cuantos días después corrí el último trayecto de 400 metros de la carrera de relevos de 1.600 metros. Establecimos una nueva marca olímpica y mundial, y recibí otra medalla de oro. Después de un viaje a Australia para algunas competencias, regresé a casa.
Me hieren las realidades... las consecuencias
En camino a casa me concentré en la nueva fase de mi vida que estaba comenzando... el conseguir un trabajo y criar una familia. Primero, sin embargo, fui con otros miembros del equipo olímpico a la Casa Blanca y recibí las felicitaciones del presidente Johnson.
Mi esperanza era que podría considerar varias ofertas de trabajo, y escoger la que quisiera. Por años la gente me había estado diciendo que eso sería lo que sucedería si ganaba para mi país en la Olimpíada. Pero no fue así. En ningún lugar al que fui pareció importarle a la gente que yo fuera un ganador olímpico. Sí, les gustaba hablar acerca de ello. Pero cuando se trataba de contratarme, simplemente me consideraban como otro individuo de color, alguien que no encajaba en sus propósitos. Naturalmente, empecé a amargarme.
Después de unos meses, recibí una llamada telefónica en la que me preguntaron si estaba interesado en jugar fútbol profesional. Hacía dos años que yo no jugaba fútbol, puesto que me había concentrado en la pista. Pero estaba desesperado por conseguir trabajo, y por eso dije: “Sí.” Los Gigantes de Nueva York me contrataron, imaginándose que mi velocidad les sería útil.
Bueno, desesperado como estaba, realmente hice un vigoroso esfuerzo y alcancé a formar parte del equipo. Por tres años me fue muy bien, y por un tiempo fui capitán de la defensa. Un cronista deportivo dijo: “Carr, al ingresar en los Gigantes de Nueva York, se convirtió en uno de los mejores defensas de la liga.”
Cuando solo me faltaban tres juegos en mi tercera temporada me lastimé la rodilla, y el entrenador me dijo que no podría hacer nada más aquel año. Pero más tarde el doctor llamó y dijo que los entrenadores querían que yo jugara. Se produjo una controversia acerca de la gravedad de la lesión, pues a principios del año me había visto envuelto en una controversia racial en el equipo.
El resultado de esto fue que al fin de la temporada me cambiaron por otro. Se rumoraba que yo era alborotador y no podía jugar cuando estaba lesionado. Recibí trato similar del equipo al cual me cambiaron. De modo que decidí renunciar, aunque había ganado 27.000 dólares el año anterior.
UN PERDEDOR
Traté, pero no pude hallar un buen trabajo. Finalmente invertí en una cadena de lugares para vender emparedados de carne picada en servicio rápido, y perdí dinero. Me encolericé y quedé amargado. Me parecía que la gente empezaba a considerarme como un tipo que había tenido la oportunidad de alcanzar buen éxito, pero no lo había logrado.
Esto me afectó mentalmente. Estaba perdiendo el sentido de realidad de la vida. Me hice fumador diario de marihuana, envuelto en el ensueño de estar en la cumbre de nuevo. Mi esposa quería ayudarme, pero no podía. Me pareció que a mi familia (teníamos dos hijos ahora) le iría mejor sin mí. De modo que me fui de la casa.
Con el tiempo descendí hasta lo más bajo, moralmente, como hombre, pues me asocié con traficantes de drogas y rameras. Empecé a jugar por dinero y a aspirar cocaína. Puesto que me había criado en un barrio pobre de Detroit, conocía a muchas de estas personas con las que me juntaba ahora. Pronto me consideraron como uno de los ‘muchachos,’ e hicieron arreglos para constituirme en traficante de drogas.
Después de varios meses, me detuve y me examiné a mí mismo con detenimiento. Había llegado a estar envuelto en las mismísimas cosas que siempre había aborrecido. Todo era negativo; no tenía nada positivo. No sabía qué hacer ni adónde ir. Tenía una Biblia y empecé a leerla, pero no la entendía. Decidí regresar a casa.
Logrando una vida que vale la pena
Mi esposa fue comprensiva. Y en la mirada de mis hijos se veía claramente que me habían echado de menos. Acepté un trabajo que me ofreció el condado, trabajando con delincuentes juveniles. Pero pronto se anunciaron reducciones en el presupuesto, lo cual quería decir que me despedirían. Debido a mi orgullo, me sentí desesperado nuevamente.
Con el consentimiento de mi esposa, vendí parte de nuestra propiedad y usé el dinero para formar una agencia de publicidad. Mi socio era un dibujante comercial de mucho talento, y yo hacía el trabajo de relaciones públicas. La gente me conocía y me reconocía, y pronto estuve viajando de ida y vuelta a Nueva York viendo a clientes. El negocio prosperó.
Un día, cuando regresé del trabajo, mi esposa me preguntó si estaría bien el que ella estudiara la Biblia con los testigos de Jehová. Pregunté: “¿Por qué?” Dijo que los padres de una de sus estudiantes (ella era maestra de escuela primaria) le habían dado el libro La verdad que lleva a vida eterna. Y otra maestra le había dicho que si quería aprender lo que la Biblia decía, debería preguntar a los testigos de Jehová.
Poco tiempo antes habíamos hablado acerca de varias religiones, pues nuestro hijo se acercaba a la edad escolar y nos parecía importante que tuviera una educación religiosa. Pero en nuestra consideración no habían figurado los testigos de Jehová. Yo solo sabía que se les consideraba como gente rara en el campo religioso. Sin embargo, si ella quería estudiar con ellos, tenía mi aprobación.
Yo trabajaba durante todo el día, pero en algunos momentos mi esposa me mencionaba cosas que estaba aprendiendo. Más o menos una semana después el esposo de la señora con quien ella estaba estudiando me visitó.
ALGO EN QUÉ PENSAR
Él habló del hermoso lugar que podría ser la Tierra si solo la gente viviera junta en paz. Concordé en ello. Entonces él dijo: “¿No es obvio que el Dios Todopoderoso no es responsable de las condiciones mundiales de hoy día?”
Esto me sorprendió. “Si Dios no es responsable, entonces ¿quién lo es?” quise saber.
“Satanás el Diablo,” dijo él. Y lo que me asombró fue que él abrió la Biblia y me lo mostró. Segunda a los Corintios 4:4 dice: “El dios de este mundo ha cegado la mente de los que no creen, para que no les resplandezca la luz del glorioso evangelio de Cristo, que es la imagen de Dios.”—Authorized Version.
El Testigo explicó que Satanás es “el dios de este mundo.” Y esto realmente pareció razonable cuando atrajo la atención a las terribles injusticias que se cometen en todo el mundo. Éste es el mundo de Satanás y él está ejerciendo influencia en la gente de éste, enfatizó el Testigo. Y esto me ayudó a entender otro texto que se me mostró. Jesucristo dijo: “El gobernante de este mundo será echado fuera.”—Juan 12:31.
Obviamente, las criaturas humanas no pueden librarse de esa poderosa persona que es un espíritu, Satanás el Diablo. Pero Dios puede, explicó el Testigo. Y lo hará, para que su propósito de crear una Tierra pacífica bajo el régimen de su Reino pueda realizarse. Esto parecía razonable. Era algo que realmente merecía examen.
ME AYUDAN A DECIDIR BIEN
El Testigo volvió varias veces, y si me hallaba en casa teníamos otra consideración bíblica. Realmente empecé a creer lo que estaba aprendiendo, puesto que era directamente de la Palabra de Dios. Por ejemplo, yo no sabía que Dios tenía un nombre. Sin embargo, allí mismo en la Biblia, en Salmo 83:18, dice que su nombre es JEHOVÁ. Me agradó mucho aprender cosas como ésa.
Pero lo que la Biblia dice acerca de que Satanás es el dios de este mundo empezó a molestarme. Y especialmente cuando dice que los seguidores de Cristo no son parte del mundo. (Juan 17:14-16) Una razón para esto era que yo estaba envuelto en la política, y uno de mis principales clientes de publicidad era el principal candidato de color para alcalde de Detroit.
De modo que un día le dije al Testigo: “Yo sé que usted es sincero; está tratando de ayudarme. Pero simplemente estoy muy atado a mi nuevo negocio de publicidad, y no quiero causarle molestias a usted, haciendo que venga cuando quizás yo no esté en casa.”
Bueno, poco después de esto me lesioné la espalda y quedé en mal estado; con el tiempo fui a dar al hospital. Durante este tiempo los Testigos me visitaron, y realmente mostraron interés en mí. Pensé: ‘Estas personas no saben nada acerca de mí. Solo saben que soy el esposo de Glenda, y mire cómo me tratan.’ Sin embargo, me gustaba mucho que lo hicieran.
En el ínterin, había visto cambios en mi esposa. Por ejemplo: La hijita de una Testigo había muerto, y mi esposa realmente mostró interés en ayudar a la madre. La miré y pensé: ‘Ella jamás ha obrado así antes. ¿Por qué está tan interesada en preparar comidas para esta señora, e ir allá y prestarle ayuda?’ Recordé estas cosas mientras estaba en cama en el hospital.
Mientras tanto nuestro negocio de publicidad sufría mucho. Se había desarrollado en una operación de cuatro hombres, y se me necesitaba para mantener en marcha las cosas. Para cuando salí del hospital el negocio se había deteriorado tanto que todos lo habían abandonado. Otra vez me encontraba entre los perdedores, financieramente.
Yo sabía qué clase de persona quería ser... poder amar y ser amado, y ser feliz. Vi los cambios que habían acontecido en mi esposa, y decidí que esto era lo que yo quería también. Y lo que se me quedó en la mente fue que Satanás es el dios de este sistema, y que yo necesitaba ayuda para combatir su influencia. Por eso, cuando salí del hospital llamé al Testigo y le dije que quería un estudio bíblico.
LOS CAMBIOS QUE HA HABIDO
Después de mi primer estudio en diciembre de 1972, fui al Salón del Reino. Todos mostraron interés en mí y se alegraron de verme. Y pude ver el gozo que alumbró el rostro de mi esposa, por su dicha al tenerme allí. Recuerdo que uno de los discursantes mencionó que el esposo es cabeza de su casa, y debe llevar la delantera. Y yo pensé: ‘Mi esposa ha estado haciendo esto, estudiando con los niños, llevándolos a las reuniones, orando con ellos, y yo no he estado haciendo nada.’
La semana siguiente nuestros hijos estuvieron enfermos, y mi esposa dijo: “Bueno, tú te quedas con los niños y yo voy a la reunión.” A ella no le parecía que yo quisiera ir. Pero puse los ojos en ella y le dije: “Se supone que yo soy el que esté llevando la delantera. De modo que tú te quedas en casa con los niños.”
Ella simplemente clavó los ojos en mí, sorprendida... pero creo que aquello la alegró. Yo me sentí bien, también, algo orgulloso de que principiaba a llevar la delantera. Muy pocas veces he perdido las reuniones desde entonces. Realmente me han ayudado a efectuar cambios que han traído felicidad a nuestra familia.
Mientras tanto, pude hallar la clase de trabajo que siempre quería, como ejecutivo de publicidad para un periódico. Me hallaba ocupado —en marcha— la gente me conocía y yo conocía a la gente, y empecé a ver cómo podía avanzar. De hecho, recibí varias ofertas de trabajo adicionales. Pero yo seguía yendo a las reuniones, y fue bueno, porque lo que aprendí allí realmente afectó mi vida.
Por ejemplo, yo sabía acerca del daño que pueden causar las drogas fuertes. Y había dejado de usarlas. Pero todavía fumaba marihuana. No caía en la cuenta de que realmente fuera incorrecto aquello, puesto que su uso era tan común. Pero en una reunión se mostró que el fumar no es bíblico. La Biblia dice que debemos ‘limpiarnos de toda contaminación de la carne y del espíritu.’ Se me hizo patente que esto quería decir desistir de la marihuana si quería agradar a Jehová Dios.—2 Cor. 7:1.
En otra reunión se enfatizó que el adulterio es incorrecto. La Biblia dice: “Que el matrimonio sea honorable entre todos, y el lecho conyugal sea sin contaminación, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros.” (Heb. 13:4) De modo que vi que iba a tener que hacer algunos cambios más profundos.
Yo quería agradar a Dios y por eso me dirigí a él en oración acerca de estos asuntos. Pero luego leí algo en La Atalaya acerca de que es necesario siempre ser veraz con Jehová. De modo que le dije desde mi corazón que yo disfrutaba de estas cosas malas —y hasta las había esperado con deleite— pero que ahora lo que realmente quería hacer, sobre todo, era agradarle. Así, por ser veraz con Dios y confiar en que él me ayudaría, me retiré con resolución de estos hábitos malos. Hasta el desistir de la marihuana no se me hizo tan difícil como pensé.
Me asombraba lo mucho más feliz que me sentía. Empecé a tener propósito en la vida, dirección. Mis hijos empezaron a acudir a mí por guía. Todos apreciábamos a Jehová y las reuniones a las que asistíamos juntos. ¡Era simplemente maravilloso! No había nada en el mundo que me causara más gozo que estos acontecimientos y cambios que nos estaban afectando a mí y a mi familia.
Estaba convencido de que habíamos hallado la verdad. Y pensé que todos mis amigos —que experimentaban frustración, que tenían problemas y estaban envueltos en la inmoralidad— ciertamente querrían oír acerca de ello. Pero ni uno solo quiso, ni siquiera uno. De hecho, empezaron a mofarse de mí, llamándome “el predicador.” “Ahí viene el predicador,” decían.
De modo que pude ver que estas personas del mundo en realidad no eran mis amigos. Yo quería como amigos a personas que amaran a Dios. De modo que, para simbolizar que habíamos dedicado nuestra vida a servir a Jehová Dios, mi esposa y yo nos bautizamos el 20 de mayo de 1973.
Llegué a atesorar sobre todo lo demás las cosas excelentes que me estaban sucediendo... mi buena relación con Dios, con mi familia y con compañeros cristianos. Aunque yo tenía un trabajo interesante, bien remunerado, éste dividía mis intereses, y había malas asociaciones y tentaciones conectadas con él. Seguía pensando en el texto que dice: “Las malas asociaciones echan a perder los hábitos útiles.” (1 Cor. 15:33) De modo que renuncié a mi trabajo como ejecutivo de publicidad, aunque había sido la clase de trabajo que por mucho tiempo había deseado.
MATERIALMENTE MÁS POBRE, PERO RICO
Un Testigo de la congregación me contrató como auxiliar de pintor. No ganaba mucho dinero, pero me sentía feliz. No estaba preocupado con seguir proyectando la imagen del que se hallaba en cierta posición. Solo quería servir a Jehová. Sabía que él es una persona verdadera, la única Persona que puede arreglar todas las injusticias. La evidencia bíblica —el cumplimiento de las profecías, y el poder de la Biblia para poner en orden las vidas— me convencía de esto.
Después de regresar de una asamblea grande de los testigos de Jehová en 1973, le dije a mi esposa: “Yo debería estar en el servicio de precursor (efectuando predicación de tiempo cabal).” Puesto que teníamos más propiedad que podíamos vender, no había nada que me lo impidiera. De modo que empecé a servir de precursor.
Después de un tiempo pensé: ‘Podríamos servir más donde hay mayor necesidad de predicadores del Reino.’ Por coincidencia, Fred Cooper, con quien había estudiado en la escuela secundaria, me llamó de Georgia. Él es anciano en una congregación allí, y se había enterado de que yo había llegado a ser Testigo. Le dije que estaba pensando en ir adonde se necesitara más ayuda. De modo que terminamos vendiendo nuestro hogar y mudándonos a Georgia.
El servicio de precursor fue un verdadero gozo, pero debido a mi problema de la espalda y a que tuve que conseguir trabajo para sostener a la familia, con el tiempo tuve que renunciar al servicio de precursor en mayo de 1975. Sin embargo, en septiembre fui nombrado anciano de la congregación local. Desde entonces tanto mi esposa como yo hemos participado en enseñar en la escuela primaria para sufragar nuestros gastos. No, no tenemos mucho en cuanto a lo material, pero somos ricos de maneras más importantes.
Para mencionarle un ejemplo, mi hijo se interesa en cosas espirituales... lee la Biblia y nuestras ayudas para el estudio de la Biblia. Hace año y medio, cuando tenía siete años de edad, me preguntó si podía ingresar en la Escuela Teocrática de la congregación. En lo interior yo simplemente no pude sentir más gozo. A la edad de él yo sólo pensaba en los deportes, en hacerme una gran estrella de los deportes. Y yo sabía que Peyton pudiera haberme estado rogando ingresar en un equipo de la Liga Menor o algo por el estilo.
LO QUE VALE LA PENA
Me parece que los deportes son buenos... en su lugar. Pero desde el mismo principio hay engaño. A los atletas se les idolatra como si fueran personas especiales... cuando en realidad solo son carne y sangre como todos los demás. Y a los jovencitos se les empuja a sobresalir en los deportes... en realidad es un negocio, no un deporte. Y considere el daño que se les causa a los jóvenes en quienes se ejerce presión para que sean el mejor cuando la mayor parte de ellos simplemente no puede ser tal cosa.
Aunque uno llegue a ser el mejor, es un engaño. ¿Por qué? Porque no es duradero, ni satisface en realidad. Las estrellas pronto se ven reemplazadas y por lo general pasan al olvido. Después, muchas veces vienen la desilusión, la depresión y los problemas físicos. ¿Qué vale la pena, entonces?
En vez de competir con otros para ser el mejor, el ayudar y servir a otros es lo que produce verdadera satisfacción. Eso es lo que hizo Cristo. Vino ‘para servir, no para que se le sirviera.’ (Mat. 20:28) Sí, la afectuosa unidad que imparte este espíritu de altruismo y amor en una familia y en una congregación es lo que hace que la vida verdaderamente valga la pena... el luchar por ser el mejor no.—Contribuido.
[Ilustración de la página 709]
“Recibí otra medalla de oro”
[Ilustración de la página 710]
“Los Gigantes de Nueva York me contrataron”
[Ilustración de la página 713]
‘Empecé a estudiar la Biblia con mi familia’