El punto de vista bíblico
¿Puede usted cambiar su personalidad?
“¡LO SIENTO! Pero así es como soy y no puedo cambiar. ¡Simplemente tendrás que arreglártelas lo mejor posible!” Declaraciones como ésta han sido expresadas vez tras vez por un miembro de la familia a otro como excusa o justificación por haber desplegado ciertos rasgos de personalidad que irritan, o hasta prueban severamente, a otros. Es especialmente probable que ésta sea la actitud mental de personas enviciadas con el alcohol o que se apegan a un modo de vivir homosexual.
Pero, ¿es realmente cierto que no se pueden cambiar las personalidades? La Biblia indica que sí se pueden cambiar. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribió: “Para todas las cosas tengo la fuerza en virtud de aquel que me imparte poder.” (Fili. 4:13) Entre otras cosas, pudo, en virtud de este poder, soportar circunstancias de toda clase; sabía cómo habérselas con mucho o con poco. Y, al examinar la vida que llevó, hallamos que sirvió fielmente como “apóstol a las naciones,” a pesar de haber experimentado azotes muchas veces, de haber sido apedreado una vez, de haber sufrido naufragio tres veces y pasado un día y una noche en el mar, así como también haber sufrido o haberse enfrentado a toda clase de peligros.—2 Cor. 11:22-27; Rom. 11:13.
Además, Pablo pudo hacer un cambio radical en su personalidad. Antes de hacerse cristiano, había sido “blasfemo y perseguidor y hombre insolente.” Debido a esto, al referirse a sí mismo dice que había sido ‘el más notable entre los pecadores.’ (1 Tim. 1:12-16) Sin embargo, al hacerse cristiano llegó a ser tan ejemplar que pudo escribir: “Háganse imitadores de mí, así como yo lo soy de Cristo.”—1 Cor. 11:1.
No, no se le hizo fácil lograrlo. Pablo tuvo conflictos internos, de modo que a veces hacía las cosas que no deseaba hacer o no hacía las cosas que deseaba hacer. Pero sus debilidades nunca obtuvieron el dominio sobre él. Por eso a este respecto pudo exclamar: “¡Gracias a Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor!” (Rom. 7:13-25) Sí, por más grandes que fueran sus privilegios, Pablo tuvo una lucha. Eso explica por qué también escribió: “Aporreo mi cuerpo y lo conduzco como a esclavo, para que, después de haber predicado a otros, yo mismo no llegue a ser desaprobado de algún modo.” (1 Cor. 9:27) No cabe duda de que en ‘virtud de la fuerza que Dios suministró,’ Pablo pudo cambiar su personalidad.
Y el apóstol no fue el único que pudo hacerlo. Él relata los cambios de personalidad que algunos de Corinto habían efectuado que se habían entregado a la fornicación, idolatría, adulterio, homosexualidad, robo y así por el estilo. ¿Qué hizo posible que cambiaran? Su religión recién adoptada. “Mas ustedes han sido lavados,” dice Pablo, “mas ustedes han sido santificados, mas ustedes han sido declarados justos en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y con el espíritu de nuestro Dios.” (1 Cor. 6:9-11) Así mismo, el apóstol Pedro escribe acerca de algunos que habían dejado esos malos hábitos. Estos cristianos, también, habían hecho cambios en su personalidad.—1 Ped. 4:3, 4.
Además, es bien conocido que por lo general se muestra muy poco amor altruista, abnegado, sí, muy poco aun entre personas que pertenecen a la misma religión o “iglesia.” Pero Jesús dijo que esta cualidad, el amor genuino, distinguiría a sus seguidores. (Juan 13:34, 35) Para que esto sea cierto, sus seguidores tienen que efectuar cambios en su personalidad, del egoísmo al altruismo.
Pero hoy día no todos están de acuerdo en cuanto a la posibilidad de hacer cambios. Considere, por ejemplo, a cierto profesor clínico adjunto de siquiatría en la Universidad de Colombia Británica. Escribió una carta a una revista “fundamentalista” y se publicó bajo el encabezamiento “Ninguna ayuda para la homosexualidad.” En su carta se declaró opuesto a un artículo que se había publicado previamente en esa revista en el cual se había dicho que la homosexualidad no armoniza con el cristianismo. Según él, es esperar demasiado esperar que la conversión al cristianismo efectúe un cambio en la orientación sexual de la homosexualidad a la heterosexualidad. Aludió a algunos que insisten en que, a lo mejor, solo el 25 por ciento puede cambiar, y citó al siquiatra evangélico de Inglaterra cuya experiencia con 50 homosexuales le hizo concluir: “Si hay quien crea que la experiencia de la conversión removerá los deseos sexuales y llevará al individuo a una atracción normal para con los del sexo opuesto, está equivocado. . . . No he encontrado un solo caso en que un hombre haya sido librado de ellas por medidas espirituales.”
¿A qué se debe la contradicción? ¿Quién está equivocado? Los equivocados no pudieran ser los apóstoles Pablo y Pedro, porque no solo fueron hombres inteligentes y honrados, sino que escribieron bajo inspiración divina. La única conclusión a la que podemos llegar es que los que insisten en que la conversión no dio por resultado un cambio de personalidad no usaron la clase correcta de “medidas espirituales.” En otras palabras, los que se declararon creyentes no se convirtieron al cristianismo apostólico verdadero y genuino.
¿Por qué puede el cristianismo verdadero causar un cambio en la personalidad a pesar de la naturaleza de los defectos? Porque, entre otras cosas, el cristianismo verdadero inculca en el creyente fe firme en el Creador. Él nos hizo y tiene el derecho de decirnos lo que podemos y lo que no podemos hacer. Además, puesto que él es el Soberano de nuestras vidas, Soberano omnisapiente, justo y amoroso, él sabe lo que es en nuestro interés. La fe en él hará posible que adoptemos su punto de vista de este asunto, y su Palabra manifiesta claramente que él considera la homosexualidad un pecado craso.—Véase Génesis 19:1-29; Levítico 18:22; 20:13; 1 Timoteo 1:8-11; Judas 7.
Se ve, pues, que desde el primer paso hay que aceptar el punto de vista de Dios de que esta práctica es mala y obedecer el mandato de Dios de ‘odiar lo que es malo.’ (Sal. 97:10) Tal como el ex-alcohólico tiene que esforzarse por ‘odiar’ el efecto embriagador del licor si desea permanecer libre de su enviciamiento, así también el que antes era homosexual tiene que ‘odiar’ su anterior orientación sexual. Para lograrlo, tiene que prestar atención a este consejo: “Cesen de amoldarse a este sistema de cosas, mas transfórmense rehaciendo su mente, para que prueben para ustedes mismos lo que es la buena y la acepta y la perfecta voluntad de Dios.” (Rom. 12:2) Esto requiere que la mente se alimente de la Palabra de Dios y piense pensamientos correctos. (Mat. 4:4; Fili. 4:8) Sí, con la ayuda de la Palabra de Dios y el espíritu santo, es posible que se despojen de la vieja personalidad y “se vistan de la nueva personalidad que [es] creada conforme a la voluntad de Dios.”—Efe. 4:22-24; Col. 3:8-10.
Dios también ha provisto la vía de la oración. Jesús nos dijo que, si oramos en fe, nuestras oraciones recibirán respuesta. (Mat. 21:22; Luc. 11:13; Zac. 4:6) Además, la Biblia dispone que haya ancianos en la congregación cristiana para que presten ayuda.—Gál. 6:1; Sant. 5:14-20.
Los hechos demuestran que estas “medidas espirituales” han ayudado a hombres y mujeres a librarse de la homosexualidad hoy día, tal como lo hicieron en tiempos apostólicos. El cristianismo verdadero suministra tanto la motivación como las ayudas que las personas necesitan para efectuar cambios en su personalidad, todo para la gloria de Dios y la bendición de ellas y aquellos con quienes se asocian.